lunes, 16 de enero de 2012

LEÓN DE LA HOZ [5.653]



LEÓN DE LA HOZ

(Cuba, 1957) Poeta. 


Ha publicado los libros de poesía Coordenadas (Ed. Foro, La Habana, 1982), La cara en la moneda (Ed. UNION, La Habana, 1987), Los pies del invisible (Ed. UNION, La Habana, 1988), Preguntas a Dios (Ed. Libertarias, Madrid, 1994), Cuerpo divinamente humano (Ed. Betania, Madrid, 1999), la antología La poesía de las dos orillas. Cuba (1959-1993) (Ed.Libertarias, Madrid, 1994), la novela La semana más larga (Ed. Betania, Madrid, 2007), Vidas de Gulliver (2012) y el ensayo Los indignados españoles del 15M a PODEMOS (Betania, 2015)


Es uno de los pocos poetas cubanos que obtuvo en la década de los ochenta los dos premios más importantes que se otorgaban en el país: el Premio "David" de Poesía, (1984) y el Premio "Julián del Casal" de la UNEAC (1987). Actualmente León de la Hoz es uno de los directores de la revista Otrolunes.







VIDAS DE GULLIVER

León de la Hoz, 2012
Editorial Betania



Éste que veis no soy yo

Éste que veis no soy yo, aunque quisiera.
Éste que veis es la sombra del que estuvo
aquí hace mil años con el sol a la espalda.
Es la imagen de uno que quiso ser santo
y acabó siendo éste que veis condenado.
Yo no soy éste, ni estoy, ni aquí estaré.
Yo quedé atrapado entre los muros de Ife
el día que elegí la vida de Edmond Dantés.
Ni siquiera soy éste otro que se quiebra
en las manos tiernas de una violinista.

Si parezco el volantinero del crepúsculo
que se cree a horcajadas en el horizonte,
no soy yo, ni nunca lo fui, ni podré serlo.
Si creyeran que soy máscara de estreno
porque duermo y despierto con ojos de otro,
no soy, ni nunca lo sería, ni lo he sido.
Si dijera que pude soñar éste que veis,
no confiéis en los ojos de un viejo soñador
que dice haber vivido entre ustedes.

Yo debiera ser nada más lo que no soy.
Un árbol que crece con la copa hacia bajo
y las raíces pegadas al cielo con estrellas.
El que corre como un caracol aterrado
a la luz por el filo de la hoja de acanto
antes de caer en la baba que lo sigue.

Tampoco tú, amiga, amor, con tus manos
me salvarás de no estar aquí o en otro sitio.
Éste que sientes abrazado a tu cuerpo desnudo
en realidad se adentra en una playa desierta,
llena sus pulmones imitando a un hombre libre,
y ni siquiera yo puedo imaginarme quién es.
Mi suerte es ser un eco sin réplica del vacío.

He sido todo y no he sido nada, he sido todos
y sin embargo soy Nadie, sin llamarme Odiseo.
Fui el errante sin destino como lo fue Gulliver
y Robinson Crusoe antes de amar a Viernes.
Mi cárcel fue una isla semejante a un castillo
antes de ser mi redentor dejándome morir.
Adopté naufragios como cuerpos en la arena
y los cuerpos como islas que fueron patrias.
Mi soledad ha sido semejante en dolor
al de una isla abandonada por su náufrago.

Eso sí, las islas fueron mi única morada.
Islas atrapadas en el tiempo y entre muros,
ciudades sin puentes, ni puertas, ni ventanas.
Islas sin agua que me dejaran nadar a otras islas,
islas clavadas en el corazón como una cruz,
un nombre de isla marcado con hierro al alma,
piel de una vaca que pasta su propia muerte.



Apátrida

Yo tuve un país de arrecifes llenos de sangre
donde morían quienes llegaban o se iban
y sin embargo parecían playas de nudistas.
Era un país largo y estrecho como un cuchillo
y con tantos muertos que se veían desde la luna,
aunque esa era su principal virtud, según decían.
Extraño y difícil lugar para nacer y morir,
si bien nació de las aguas para ser admirado,
loado, santificado y enaltecido por su belleza.
Ese país que yo tuve y que cabía en mi mano
me lo llevé cualquier día para que no muriera.
Lo tuve dejando su mierda en mis bolsillos
como un canario, aunque le llamaban cocodrilo,
hasta que un día decidió escapar también.
Es cierto, señor juez, yo tuve un día un país
y ahora es un lugar de polvo en el viento.



Hombre pájaro

Yo tuve una isla, varias mujeres e incluso dos hijos.
Nadie diría que fue así, ni que tuve más ni menos,
al verme hoy deambular los aleros de la ciudad
buscando las migajas que sobra a los gorriones.
Estas alas viejas me crecieron soñando y huyendo
y sin embargo sólo han servido para dar traspiés
entre el suelo y la luna como un pájaro tuerto.
Ni yo mismo al hundir el pico en el cielo
puedo ver en mis ojos el azul del horizonte
donde siempre aguardaba la libertad del viento.
Yo tuve lo que un hombre tiene para ser un árbol,
no obstante me enamoré del viento y me hice pájaro.


Esto es la patria

La patria es este portal que me da techo,
la columna donde apoyo la vejez y espero
el remedio del tiempo para mis heridas.
Es el suelo o el sofá prestado donde sueño
y dos huecos como balas que son mis hijos.
Es el zumbido del mar que me ensordece
con una dolorosa canción de desamor,
mientras naufrago a una isla imaginaria.
Son dos o tres recuerdos y nada más,
ni una rosa blanca ni una bandera,
solamente yo, mi equipaje y el viento.



Poema de Cuba

Este poema lo encontré en la basura,
está manchado de heces y tomate.
Nadie parecía haberlo puesto allí
junto a la porquería reciclable.
Entre los sucios y torcidos renglones
podían leerse palabras que no eran mías,
muerte, ideología, política, patria, Dios,
y en un borde arrugado del papel
con tinta de imprenta decía Made in Cuba.
Sin embargo, yo lo firmo como mío.
Hago mío el detritus y tal vez la salvación.



Un lugar

Un día estuve en un lugar que creí el centro del mundo,
ese lugar primero estuvo en una mujer que fue mi madre,
luego en la calle en medio de la ciudad que me vio nacer
y luego en el jardín de la mujer de quien fui jardinero.
Eso era antes, ahora no sé dónde estoy, ni a dónde voy,
se me ha gastado la estrella que marcaba mi horizonte.
Voy a la deriva como un condenado a no tener ni patria.
He construido grandes castillos de palabras para mi vida,
que sin embargo no fueron más importantes que la barca
donde tantas veces logré escapar de la gente y la muerte.
Todo cuanto dije y escribí sólo sirve para darle casa
al perro que me sigue bajo la lluvia como si fuera Viernes.
Tal vez esas palabras que se diluyen en el agua, sirvan
a mis hijos para saber que un día también fui padre.



Castillo de Ife

Estas son las cuatro paredes de mi casa,
tan blancas y breves que parecen no existir.
A pesar de eso no hay otra casa como ésta
y en ella estoy con el cuchillo de mi madre.
Allí está la ventana invitándome a escapar.
Por ahí viene la brisa de un mar lejano,
oscuro y con blando hedor a muerto.
Ese es mi destino cuando pienso en ser libre.
No hay otra casa en el mundo para mí.
Cuando me asomo veo el faro que relumbra
como una estrella en la bandera y da miedo.



El cuchillo de mi madre

Veo el rugoso cuchillo de mi madre en la noche,
se acerca desde la infancia con una luz que mata
y con la parsimonia de un pez se pone frente a mí.
Cara a cara no parecemos dos seres tan distintos.
Me mira a los ojos con la fría mirada de un cuchillo,
me tienta, me seduce con el suave olor a cocina,
y me ofrece su empuñadura de orégano y sangre.
Sin embargo dudo, no me atrevo a tomarlo, y dejo
que nade su cuerpo mortal en el vacío de mi cuarto.



Las cuatro heridas

Mientras camino hacia el matadero
veo el cuerpo que anda a mi lado.
Es un poco de carne y se llama como yo.
Lleva las tres hermosas heridas de Cristo
y una más por haber nacido en una isla.
Va alegre, cantando, sin saber adónde va.
Lleva colonia y traje caros de Japón,
aunque ignora que va desnudo y apesta
igual a todos camino del matadero.
Va gustándose en los escaparates de moda
como un ministro ante la multitud,
pronto nada de eso importará.
Lo veo pasar flotando sin fijarse en mí,
huelo en sus pies el pus de la gloria
y la sangre fresca sobre el cemento gris.


Paisaje

A través de la ventanilla del tren
veo transcurrir la vida de los otros.
Dóciles bultos que vagan en el pasto,
sombras iluminadas por el poniente.
A lo lejos un árbol solitario florece.
Mi vida no se ve
porque viaja al matadero,
en este tren con vistas al paisaje.
Hace tiempo viajo en silencio,
con el cuchillo de mi madre
en las costillas.



Muerte por mano propia

Estoy tumbado sobre un charco de tinta.
En una mano tengo el cuchillo de mi madre.
Veo cómo la vida se me va sin alas,
a mis hijos que chapotean en mi tinta
salpicando las blancas paredes de la celda,
mis palabras que se ahogan y diluyen mudas.
Todo eso lo veo a ras del suelo
con una profunda y triste herida en el pecho.
Es mi última imagen y la veo al revés.



Ícaro

Mi nombre no es Ícaro,
sin embargo a menudo sueño
que caigo de una cima iluminada
al foso donde brillan cadáveres
como vidrios en la basura.
Caigo infinitamente sin caer
cayendo dentro de mí mismo,
hasta que del costado me salen alas.
Remonto el viento,
vuelvo a subir hasta los focos
y nuevamente caigo,
una y otra vez
con las alas quemadas por la luz.
A menudo sueño,
y sin embargo mi nombre no es Ícaro.



Foto movida

Se ve un plano inclinado en blanco y negro.
Un puente en lo más alto lleno de farolas.
El cuerpo borroso que cae rápidamente
dejando una estela de vida en el aire.
Puede ser un animal o un cuerpo humano.
No se sabe ni se sabrá hasta que choque
y llegue la gente alrededor de las tripas
manchándose los zapatos con la sangre.
Ni siquiera sabremos entonces qué es eso
que deja en el suelo esa bella rosa roja.



León

Un león, y no el tigre de Borges,
es el que cada noche entra y sale
de mis sueños con un traje a rayas.
Me da miedo verlo entrar en mí
con el cuchillo de mi madre
y abrir puertas como si me buscara.
Oculto detrás de su propia sombra,
veo el brillo del sudor de su frente
y el filo de cortar la noche en dos.
Me da más miedo verlo partir,
pues sé que un día no volverá.
Le clavarán el cuchillo en la espalda
y en su lugar entrará un hilo de sangre
bajo la puerta que empuja cada noche.
Yo no sé quién es ésta aparente fiera
para la cual soy cárcel de libertad,
si un doble o mi alma, no lo sé.



Libertad

Mi soledad es esto que no veis
y viaja conmigo a todas partes,
como un perro guardián.
Música y silencio que me salva
de ustedes, queridos amigos.
Puede que no sepa su color,
ni siquiera si lleva collar o tiene nombre,
pero mi soledad es ésta con celo
que protege mi libertad.



Odiseo

La última mujer está en alguna parte
y me espera sin que yo conozca su rostro.
Ella me ama y me busca desde siempre
con un deseo desmedido para un mortal.

Sé que ella estará en mi último puerto
y será mi destino final al encontrarnos.
Sólo espero llegar tarde a ese día
donde me espera con su crisantemo.

No la amo, aunque tampoco la eludo.
De ella no sé otra cosa que su nombre.
Y habré llegado a sus brazos mortales
al decir mi nombre en la oscuridad.



Poema de la China

Lo malo y lo bueno viene de la China. Antes no era así.
Antes la China era una joven amante de ojos oblicuos
descendiente de Sun Tzu entre sábanas y penumbras.
Hoy todo viene de la China remota que nadie conoce,
antigua, misteriosa y excitante como una doncella.
Todo viene de la China, aunque en ningún lugar está
la joven que ponía la taza de té caliente en su lacio pubis
cada noche antes de volver al país de donde todo viene.
La espero con el El arte de la guerra, busco entre líneas
el olor a jazmín marchito que dejaba la guerrera china.



Los generales del Emperador

Eran guerreros, estrategas, y se amaban
aún con más amor que al Emperador.
A la hora de planear el próximo combate,
desnudos bajo la íntima carpa, vigilada
por dos fornidos y fieles soldados ciegos,
se escribían mutuamente los cuerpos
que luego expondrían a las espadas.
El más viejo, de rodillas daba su espalda
entre las piernas de jinete del más joven.
Le llamaban la posición de cangrejo.
Su espalda de nácar era campo de batalla
donde el otro dibujaba en caligramas
cómo sería el encuentro con la muerte,
ponía la mitad del alma en la escritura,
la otra parte pertenecía al Emperador.
Sabían que dar vida a cada palabra
era montar desnudos sobre dragones.
Habían cortado cabezas de hombres,
quemado ciudades y sembrado el terror
para perpetuarse como guerreros.
Sin embargo, el simple acto de escribir
cómo sería el combate al amanecer
los hacía temblar abrazados a la lumbre.
La vida del otro dependía de dar vida
a su compañero en la hermosa espalda
de guerrero que sostenía el destino del país.

Los sables brillan protegidos por la sombra,
las armaduras esperan apoyadas en la puerta.
Mientras el más joven de los guerreros llora
sobre las cicatrices del compañero amado,
un cuerpo insonme, leve, como su alma,
deambula desnudo por el campo de batalla.



Estaciones

El aire que pega en la cara esta noche de otoño
es el mismo que el último invierno rozó el cerezo
en una triste aldea de una película de Kurosawa,
y no es diferente al que mueve la falda de lino
acariciando tus muslos colegiales recién afeitados
en algún sitio tan lejano que no puedo recordar.
Este aire volverá en la primavera a esta plaza,
buscará mi rostro para recordarme y ya no estaré,
pero seguirá llevando eternos tus muslos de pan tierno,
de estación a estación contra el hambre y el desdén.



El sexo de la señorita C.

El sexo de la señorita C. es una gran casa de papel
levantada a mano en un bosque de hierbabuena.
Es el más inseguro pero hermoso de los amparos.
Me espera en la puerta el ujier idiota con su turbante
que sin ningún recato ni protocolo habla por los codos.
Cuando ya estoy dentro me siento a una larga mesa
donde comemos como cerdos los manjares del mar:
restos de otros cuerpos se deshacen en la boca,
frutas de un rancio olor de playas de otra parte.
Luego, hartos de comer y beber, beber y comer,
cuando no queda nada que se pueda compartir,
me lavo en el manantial de la noche y me despido.
Ebrio y ciego salgo por la puerta de los criados,
con los dedos húmedos por delante avanzo a tumbos,
atravieso un oscuro pasaje y caigo de un negro pozo
a una estancia inmunda de donde llega la primavera.





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