viernes, 13 de enero de 2012

VICTORIANO CREMER [5.644]


Victoriano Crémer

Victoriano Crémer Alonso (Burgos, 18 de diciembre de 1906 - León, 27 de junio de 2009) fue un poeta, novelista y ensayista español.
Hijo de un trabajador de la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España, su infancia transcurrió en Burgos, Bilbao y León. En esta última ciudad estudió con los Hermanos Maristas. Publicó su primer poema con 16 años, en el semanario Crónica de León.
Trabajó en su juventud como vendedor de periódicos, mancebo de botica, 'amanuense para ilustres jubilados', tipógrafo, locutor y periodista clandestino mientras se involucraba en las actividades de los anarcosindicalistas de León, donde residió prácticamente toda su vida y donde fue una figura muy querida y respetada. Durante la República fue secretario del Ateneo Obrero Leonés.
En 1933, publicó en el periódico madrileño La Tierra 'Vía Crucis (Romance obrero)', un texto en prosa poética en el que glosaba la represión que siguió a la revuelta anarcosindicalista de Casas Viejas. El escrito le valió un premio literario dotado con 300 pesetas, pero también la apertura de un expediente militar. El capitán Juan Rodríguez Lozano, abuelo de José Luis Rodríguez Zapatero y mentor de Crémer, defendió al poeta ante el tribunal militar y logró que el expediente fuera declarado nulo.
Durante la Guerra Civil Española, se libró de la muerte en varias ocasiones y tras salir de la cárcel fue uno de los fundadores, junto con Antonio González de Lama, Luis López Santos, José Castro Ovejero, Anglada, Antonio Pereira y el también poeta Eugenio G. de Nora, de la revista 'Espadaña', que sirvió de medio de expresión para muchos autores de la corriente llamada poesía desarraigada de posguerra, que tuvo no pocos enfrentamientos con el régimen franquista y canalizó la lucha de toda una generación de poetas que encontraron en ella su medio de expresión.
Su obra abarca desde el existencialismo hasta las preocupaciones sociales, moviéndose entre la denuncia de la injusticia y el afán de solidaridad. También cultivó la narrativa, siempre con tintes sociales, en obras como Libro de Caín (1958) e Historias de Chu-Ma-Chuco (1970).
En 2007 celebró su centésimo cumpleaños y recibió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Consagrado al periodismo, en 1938 comenzó su andadura en el periódico falangista Proa al día siguiente de salir de la cárcel y más tarde colaboró en Pueblo, ABC, Informaciones y la cadena SER. Pese a su más de 100 años de edad, publicaba una columna diaria en El Diario de León, titulada Crémer contra Crémer.
Su poemario El último jinete obtuvo el premio Gil de Biedma en 2008.1 Asimismo, en febrero de 2009 el escritor recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2008. Este galardón reconocía su trayectoria en el mundo de las artes, que inició con su primera obra, Tendiendo el vuelo, publicada en 1928.
Falleció el 27 de junio de 2009, habiendo cumplido 102 años, como el poeta más longevo de España.

Obra

Narrativa

Libro de Caín (1958). Novela.
Historias de Chu-Ma-Chuco (1971). Novela.
Libro de San Marcos (1981). Biografía y novela.
Los trenes no dejan huella. Historia secreta de una ciudad (1986). Novela.
Los extraños terroristas de la Sábana Santa (marionetas, títeres y otros volatines) (1994).
La casona (2001).

Libros de Poemas

Tendiendo el vuelo (1928).
Tacto sonoro. Puestos de tierra adentro (1944).
Fábula de B. D. (1945).
Caminos de mi sangre 1947.
Las horas perdidas (1949).
La espada y la pared' (1949).
Nuevos cantos de vida y esperanza (1951).
Nuevos cantos de vida y esperanza II (1952).
Libro de Santiago (1954).
Furia y paloma (1956).
Con la paz al hombro (1959).
Tiempo de soledad (1962).
Diálogo para un hombre solo (1963).
El amor y la sangre (1966).
Poesía total (1944-1966) (1967).
Nuevas canciones para Elisa (1972).
Lejos de esta lluvia tan amarga (1974).
Los cercos (1976).
Poesía (1944-1984) (1984).
El mundo de José Jesús (1987).
El cálido bullicio de la ceniza (1990).
Ciudad de los poetas (1990). (Varios poetas)
La escondida senda (1993).
El fulgor de la memoria (1996).
Parábola de Amalia "La Petarda" (1997).
La resistencia de la espiga (1997).
La paloma coja (la encrucijada) (2002).
Cualquier tiempo pasado (2003).
El palomar del sordo: poesía en llamas (2005).
Relámpagos tardíos (2007).
Antología poética (2007).
El último jinete (2008).

Otros

"Prólogo y pauta" a Carreño, José Víctor, Alba de ayer (1949).
El trabajo y la poesía (1960). Ensayo.
"Prólogo" a Paniagua, Eleuterio, Los hombres se matan así (1961).
León (1961).
Burgos (1965).
León y la tragedia de don Pedro Balanzategui Altuna (1969).

En colaboración con José Eguiagaray Pallarés.

Libro de Vela Zanetti (1974).
Artistas en la galería de Maese Nicolás (1977). Autor principal, León Maese Nicolás; textos de Antonio Gamoneda y Victoriano Crémer.
El libro de los derechos del niño (1978). En colaboración con Gloria Fuertes y Carmen Conde.
León inevitable (1978).
Victoriano Crémer: ante el espejo. León 1920-1940 (1978). Biografía.
León insólito, ayer y hoy (1981).
Vela Síller (1981). Exposición, catálogo. Textos de Victoriano Crémer et alii.
"Prólogo" a Serrano y Hernández, José Alberto, Filosofía del sentimiento de Jean Jacques Rousseau (1982).
Tabla de varones ilustres, indinos y malbaratados de la ciudad de León y su circunstancia (1983).
El viajero sospechoso (1987).
La cueva del minotauro: recuerdo y presencia de la Unión General de Trabajadores en León (1988).
Arte Lancia (1989).
Victoriano Crémer y los niños (1989).
"Discurso sin destino" (1992) Discurso pronunciado con ocasión de su nombramiento como Doctor Honoris Causa en la Universidad de León el 18 de octubre de 1991.
Libro de Castilla y León (1992). En colaboración con otros autores.
León en el Camino (1994). En colaboración con Javier García-Prieto Gómez.
León (notas para una antología leonesa) (1995).
León a la vista (1995).
La Galicia de Villaamil. Exposición homenaxe: Carlos Villaamil: 1932-1989 (1995).
Camino de Santiago (1995). Catálogo exposición del 30 de mayo al 25 de junio en la Casa de Galicia en Madrid; imágenes de José Arias y textos de Victoriano Crémer, publicado como libro por la Xunta de Galicia.
León: ayer y hoy (1997).
Arte Lancia. 15 años - 15 pintores (2000). Catálogo de la Galería de Arte Lancia con textos de Victoriano Crémer.
Numerosos artículos publicados en El Diario de León.

Premios

Premio Boscán del Instituto de Cultura Hispánica (1951)
Premio Ondas de Radio (1959)
Obtiene el Premio Nacional de Poesía Leopoldo Panero (1963)
Beca March de Literatura (1966)
Premio Punta Europa (Madrid) (1965)
Premio Ciudad de Palma de Teatro.
Premio Nueva España, de México (novela).
Premio Ciudad de Barcelona de Poesía castellana.
Premio de la Junta de Castilla y León de las Letras.
Doctor Honoris Causa de la Universidad de León (1991)
Académico de Honor de la Institución "Fernán González" Burgos.
Presidente de Honor del Instituto de Estudios Cidianos de Burgos.
Miembro de la Academia Castellano-Leonesa de Poesía.
Medalla de Oro de la Cámara Oficial de Comercio de León.
Medalla de oro de Arte (Santander).
Cronista Oficial de la Ciudad de León.
Hijo adoptivo de León y de Villafranca del Bierzo.
Leonés del año (1992)
Juglar de Honor de Fontiveros.
Premio Castilla León de las Letras (1994)
Premio León Felipe de Poesía (junto a Eugenio de Nora) (1998)
Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (2007)
Premio Gil de Biedma de Poesía, de la Diputacion Provincial de Segovia (2008)
Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2008)


Canción para la guitarra


Y canto para adentro
porque no tengo afueras...
Me aprieto la guitarra
y siento la madera.
Se me llenan de música
las oscuras cavernas...
Yo soy yo, limitado
por carne sorda y venas.


Si alguna vez levanto
los ojos de las cuerdas,
me siento fugitivo
de lo que vale y cuenta.


Y no me reconozco,
y me doy tanta pena
que enmudezco y me duele
la raíz de la lengua


Por eso cuento y canto
para adentro las penas:
Porque me sueno a hombre
y me duelo de veras...


Y puedo decir: Hambres,
en plural; Vida Perra;
o simplemente Amor;
y escupir a la Tierra...


Canciones que me arranco
de las furiosas piedras
del montón de la sangre
que llevo siempre a cuestas.


Palabras con sentido,
efectivas vivencias.
No, Sol, Luna, Nenúfar
o Arcángel sin Fronteras.


Me escucho y no me importa
que los demás entiendan;
me basta con sentirme
el alma en la madera.


Que canto para adentro,
porque no tengo afueras.



Canción serena


Un día puro, alegre, libre quiero.
Fray Luis de León


No me dejéis así:
Sorbido por la tierra
hondísima y vibrante como el clamor penúltimo;
con este olor maduro de soles y horizontes
abriéndome en el pecho un surco luminoso.


No es que el cuerpo me suene a cristal derramado
ni que diez corazones me alanceen las yemas,
ni que cielos redondos agolpen sus rebaños
a mis ojos mastines, ladradores de cimas.


Es que un mar fugitivo rinde velas y senos
y pétalos y espumas en la gozosa playa
donde el rumor se atreve a mancillar la sombra.
¡Y se me ciegan labios y gritos y pupilas!


Es que siento que el aire es de carne dulcísima
y la luz sólo luz. Que el contorno me huye
a bandadas blanquísimas de palomas y lirios
y me abandonan manos y dientes y melenas.


¡No! ¡No me dejéis así! Moriría desnudo
sin sentirme morir.


Y mi pobre vestido, con su sangre caliente,
se hundiría, esperando mi imposible retorno.





Cansancio


A tu embate me rindo. Ya no lucho
por conseguir tu beso. Estoy cansado,
y a través de la carne luminosa
he conseguido ver. Saber de ti.


Tú, tan remota, tan alejada siempre
del caudal de esta sangre, te has entrado
como un viento en las venas y tu furia
desordenó la gracia de mis trigos.


Me llegan las palabras, de ti misma,
y en ti, cuajada, queda la mirada.
Soy un ajeno mármol que rechaza
tus calientes caricias de pantera.


Perseguías girar en mis hogueras,
azotarte en mis llamas, reclinarte
sumisa entre mis cardos violentos,
mientras la sangre choca y se devela.


Pero ya no es posible. Estoy cansado;
seco como una estrella. Ya no lucho.
Sonrío, contemplando hombres de sueño,
buscándote en callejas temerarias.







Descubrimiento de la rosa


¿Cómo no amar la rosa? Pero falta
descubrirla entre tanta incertidumbre,
entre tanta apariencia. ¿Quién no ama
la música si acierta a despojarse
del grito, rebotado por la sangre...?


Conozco su existencia, la sostengo
inevitablemente, como el peso
tranquilo de la luz, belleza ausente
pero cierta, que al hombre corresponde
si busca su caricia en la esperanza.


Esperamos, con hierros, más feroces
que los hambrientos tigres, y tan densos
como dormidas aguas de pantano.
Esperamos: vivimos esperando
el reino de la tierra libertada.


De la tierra evidente, sudorosa
en su preñez de muertos y metales;
fecunda y triste tierra inacabable,
que el hombre enreja, hasta cavar en ella
una profunda cárcel sin estrellas.


Encerrados vivimos. La costumbre
levanta muros, aprisiona cielos,
esparce sones, crucifica rosas,
limita los caminos y reduce
el verbo a pensamiento atormentado.


¡Pensar! ¡Oh triste sino de lo humano!
La altiva fuente de energía se hace
pozo seco de horror, sima del odio;
Porque sin viento, la agresiva nave
se pudre, quieta, sobre el mar inmenso.


Mar de sargazo, omnipotente calma
que en prisiones azules nos retiene,
en tanto el alto cielo transparece
y una paloma bíblica, en el pico
transporta del olivo su mensaje.
¿Cómo no amar la rosa...? Pero falta
descubrirla entre tanta incertidumbre.





Dulce amor


Las cosas suceden así,
sencillamente:


Vuelven del trabajo
con sabor de cal viva entre los dientes.
la esposa les contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor, si la palabra estalla?-.


Y cogen del pan,
como si fuera barro y arena,
un puñado tan sólo.
(Es pan de pobres, desalado y negro
y triste como el silencio de la casa toda.)


Y se marchan.


(La esposa les oye cerrar la puerta,
pero no dice nada. ¡Está tan cansada!
Prefiere aquella fría soledad
con olor de abandono.


Pudiera recordar su juventud y dormir,
pero ¿quién sueña o duerme?
Los pobres no recuerdan;
mueren como las piedras roídas de las murallas.


Ellos, en tanto, beben
un agrio vino con sabor de azufre;
y si ríen y gritan y golpean,
es porque -¡Dios, qué vida!-
da rabia beber sin alegría.


Acaso entonces lleguen hombres
de esos que velan por la paz de las familias,
y les hablen del dulce amor de las esposas
y del descanso junto al fuego,
escuchando, por la radio, una dulce canción,
mientras los niños buscan en el atlas
países coronados de yedras o corales...


Si esto sucede, gritan con más fuerza
y beben más vino agrio con sabor de azufre,
hasta que ya no saben dónde tienen los ojos,
ni por qué les duele el corazón.


Les arrojan con prisa.
La calle es larga, y en el firmamento
las estrellas relucen.


Regresan a la casa -¡oh dulce hogar!- llorando.
La esposa les contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor, si la palabra estalla?-.





El amor y la sangre


«Borradle. Labraremos la paz, la paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos puros...»
Blas de Otero


El amor sube por la sangre. Quema
la ortiga del recuerdo y reconquista
el ancho campo abierto, la ceniza
fundadora, que la brasa sostiene.


El amor es herencia de la sangre,
como el odio, su amante, y se mantienen
íntimos, besándose, nutriéndose
de sus dobles sustancias transmitidas.


Nada podrá arrancarles de su abrazo:
La espada, el hielo, el tiempo, con sus filos
mezclarán sangres, que, lluviosamente,
germinarán odios, amor o nuevas sangres.


¿Cómo decir:
-«Aquéllos, que nunca conocieron
la sangre derramada, que separen
el odio del amor y reconstruyan
las viejas catedrales de la dicha...»


¿«Aquéllos»?, ¿son acaso otros que los murientes
trasvasados, hechos de sangre antigua?
No es posible lavarse el alma ni las manos
cuando fluye hacia ellas sangre y olor a sangre.


Si ha de hacerse el amor, será con sangre
trepadora, quemante, conocida,
pura sangre del odio, amante impávido
que el amor fecundiza.


Si ha de hacerse la paz...


-¡Callad, campanas!,
¡Ved la tierra, la tierra, que resume
su tempero sangriento y le convierte
en paz, en paz, a puñetazos puros...!





Frente a frente, los dos


Los dos damos igual: pálpito y celo.
El corazón nos juega su sonrisa
y un sol titiritero da en el suelo
desnucado, de su áurea cornisa.


Ni luna enardecida, ni alta brisa:
firmamentos de cal a tu recelo
y una hora inmóvil, silenciosa y lisa
desgranando en mis pulsos su desvelo.


frente a frente los dos, con nuestro beso
embridado de dientes y de brumas,
dudando en decidirse -libre o preso-
por lecho de cristal, nardos o espumas.





Los caminos del amor


Huele a soledad el campo
tan breve, tan sin sentido,
bajo un firmamento abierto
de par en par.
¡Apetito
de tierra sola, de tierra
desterrada, de caminos
que nunca llegan a Roma!


La carretera es un río
enjuto que no se acaba
y que no tiene principio.


Pero la esperanza enseña
a creer lo que no vimos;
el aire, la luz, la música,
la palabra...


Desistimos
de andar mirando las cosas,
descubriendo los registros
concretos.


El alto cielo
nos orienta con sus guiños
fulgurantes.


Levantamos
la mirada y transcribimos
su fausta telegrafía:


«¡Para el amor no hay caminos!»






Madrigal de paz


Por esta paz, esposa, que te ofrezco,
ya madura en la sangre, hecha corteza,
qué paciente tributo de tristeza
pagué día por día...
No merezco
tanto dolor.
(El hombre, entre las manos
a veces tiene un corazón y quiere
morir con él intacto. pero muere
lleno de soledad.)


Ecos lejanos
traen mi voz antigua de metales;
mi fría voz de hielos transparentes.
Que hasta tu nombre, esposa, fue en mis dientes
tallo de amargas hieles minerales...


Pero todo ya es campo sin orillas,
lleno de paz. El sol se transfigura
en la ceniza gris de esta clausura
y abandona sus llamas amarillas.


Yo soy para ti, esposa, como un viento
que humildemente llega y se deshace
contra tus ojos: un agua que renace
entre tus piedras, sin color ni acento.





Mi loba blanca


(Primer poema de amor)


Ella, tan vaga e indecisa antes,
tiene escogido cuerpo, sitio y hora
Me ha dicho: "Voy", Soy ya su predestinada presa.»
Pedro Salinas


Me seguían sus ojos y yo era menos que un niño;
bosques y primaveras me arañaban el pecho
brotándome en los cauces borbotones calientes
en los que el alma yergue su furia fundadora.


Su gran calma de esposa apretaba los círculos
y me sentía centro de su raudal sangriento;
con el galope oscuro de la sangre apremiando
la altiva meta blanca de su dormida carne.


¿Fue su voz? De más hondo que el deseo, rompiendo
su corteza de plomo, me llegó aquel balido
que estrellaba su espuma, como un ala arrancada,
en mis rubias arenas palpitantes de soles.


¡Oh, sequedad del aire, oprimiendo el latido
con que la luz rehizo su primera llamada!
¡Fue su voz! Su inefable mensaje acordonado
por airados cuchillos de escarcha matutina.


El espanto y la tierra tiraban de mi cuerpo
y un altivo universo desgarraba mis hombros.
Sentí que entre los brazos florecían sus pechos
y que éstos me clavaban contra un aire reciente.


¡Huir! ¡Huir! Perderme por bruñidos desiertos.
Borrar de mis pupilas sus ojos insaciables
y sepultar su voz, su eterna voz marina
en mi hondón retorcido de caracola humana.


Su garra fue primero. Su garra, no su mano,
que dos fuentes de sangre llenaron mi costado
desbordándome en ellas como una madre nueva
a quien los mares dieran un hijo de su carne.


Y luego, fue su luz. Su inmenso mediodía,
creciéndose en mis ojos como un bosque incendiado,
ardiéndose en las llamas mis tigres y mis dudas,
con sus flancos rotundos y su feroz aullido.


¡Oh, irremediable abrazo! ¡Oh, desolado beso!
¡Oh, arcángeles pastores de mi sangre en derrota!
¡Oh, cuerpo fulgurante apretándome el pecho
como un mármol o un mundo, y en él Dios empinado!


Fui pasto de su furia. Su mirada y sus dientes
implacables hicieron tajadas de mi alma.
Mis vestidos rodaron como musgos antiguos
y sentí deshacerme como un barco de niebla.


Yo veía sus manos sortearme las venas
y herir con sus cuchillos mi corazón menudo,
y azuzar mis dormidos afanes como galgos
llenando de ladridos mi apacible ribera.


Yo sentía -la siento- abrevar en mi sangre.
Romper mi dura piel. Darme muerte lentísima...


¡Y no eludo sus saltos de terciopelo y sueño!
¡Y no huyo! ¡No huyo!... ¡Mi feroz loba blanca!






Muchacha fea ante el espejo


Tímidamente pregunto
por mi carne de nardo
a los hondos espejos de la noche,
en la soledad de las alcobas.


Como ríos inmóviles, naciendo de improviso,
la imagen desolada me devuelven,
en un oscuro grito sumergido:


(Mi quebrada cintura, el amplio abrazo,
que sostienen mis hombros;
mis duros besos, la mirada
de doliente tigresa
y este mi vientre estéril
que soporta su brío de mar encadenado.)


Los encajes marchitan sus frescas azucenas
entre olor de manzanas;
y los oscuros cuencos que contendrán mis senos
se esparcen como rosas quemadas en la espera.


¿Qué tonos violentos, qué descrinados potros
romperán con sus cascos mis helados cristales,
mi azorado silencio,
mi soledad, poblada de nieblas y rubores?


Me siento desvelada por manos de ceniza,
recorrida por tristes miradas compasivas,
evitada por sauces y ríos vigorosos
a quienes doy mi blanco desnudo palpitante.


Lejanas voces claman.
Cuerpos, como montañas, se golpean, se funden,
y su lava se vierte
sobre la vida ávida, fecundando sus brotes...


Rompen ríos de sangre sus oscuras cortezas,
y entre bosques, se buscan
y mezclan sus furiosos caudales enemigos
elevando a los cielos sus sangrientos despojos.


Y yo, sola, me busco
entre espejos siniestros;
sin encajes ni lágrimas, con mi triste desnudo
-¡Oh fealdad doliente!-,
saltándome a los labios
como un perro, en la triste soledad de mi alcoba...





Mujer redonda


Hasta los niños la miraban, cuando
doblaba las esquinas de la calle;
tan azul y radiante, que una llama
parecía tener entre los dientes.


Huía de la luz con la pereza
de una cierva cansada, y sonreía
sintiendo las miradas de las gentes
resbalar por su vientre abovedado.


Se llevaba las manos a la henchida
plenitud de su carne y las dejaba
allí sumidas, por sentir el eco
caliente y vivo del amor, haciéndose.


Hasta entonces, los hombres la siguieron
con ronca voz de barro; y los temía;
porque el hombre fue sólo para ella
lobo furtivo y sal de madrugada.


Pero ahora les miraba desde un cielo
grávido y fuerte. Ellos la veían,
redonda poderosa, como un puño
abriéndose caminos en la niebla.


Si entonces una voz gritaba:
-Mira;
tiene un hijo...
Se apretaba doliente
la cintura de vidrio, y, en la tarde,
era como una encina coronada.


Los oscuros balcones con geráneos;
los húmedos zaguanes; las buhardillas;
las frescas herrerías; las campanas
que las monjas tañían en el alba...


Todo, a su paso, sin cesar latía
al compás de su vientre... Todo, atento
al dulce peso de su vientre... El aire,
de cristal y de gloria, por su vientre...


Ya la carne de trigo se atiranta
y duele extensamente.
¡Cómo sabe
el dolor de los hijos!
¡Porque tienen
sabor a junco verde por la sangre!





Novia del recuerdo ya


Si acertara tu contorno
y pudiera recogerte
de tan lejos, negra novia,
inmóvil y permanente.


Si se me diera cubrir
el largo trecho de ausencia
en un galope de tactos
de labios y de violetas.


Si aún alcanzara el remate
delgadísimo del beso
perdido en la lejanía
aún viva de mi recuerdo...


...Serías mía de nuevo
-mi lejana negra novia-
con gallos y cascabeles
repicando tus alcobas


de espejos y de violetas.
Con tu mirada en el agua
viéndome venir de lejos
por los caminos del alba.


Serías mía de nuevo
con mi risa y tus ojeras;
con mi gloria y tu congoja
de pájaro sin vereda.


Con mi gloria y con la tuya;
con la gloria de las almas
nuevas, frenéticamente,
en un abrazo de espadas.


Porque es tiempo y mi mensaje
se va de mí, derramado;
negra novia del recuerdo,
lejana y sola, esperando.







Sábado amor


Pero el sábado es distinto. Viene
de muy lejos, con sol a las espaldas
y extrañas músicas entre los dientes
endurecidos de la madrugada.


Todos le miran y él sonríe. Pisa
la tierra y la acaricia; el eco alarga
la estela de su paso, tal un barco
abriéndose caminos en el agua.


Es como un muchacho, con las manos
metidas en los chorros de la mañana,
que abre los ojos de cristal y asombro
al vuelo de la luz desazulada.


El sábado es distinto, sí. De pronto,
el aire se hace mármol en la escarcha
del alto cielo, y una voz se enciende
poderosa, como una gran campana.


Todo parece nuevo, repentino,
¡hasta aquella alegría de las almas
que nadie sabe quién echó en la hondo
del charco amargo de las lágrimas!...


No es como los demás días. Trae al menos
algo que el hombre ha perseguido siempre,
sin mirar a los cielos, apretándose
el corazón con esperanzas:


Unas monedas y el silencio,
cuando la tarde pliega sus banderas.
Todo el amor, de pronto, rescatado
al yunque ya las nieblas.


Y una música antigua y un camino
para perderse.


(La felicidad
necesita tan sólo unas monedas
y un camino de amor.)


Todo humilde y sencillo en este día
en que la piel del aire se descorre
y queda un mundo puro, en carne viva,
como un tierno cordero milagroso.


La casa se abre a su llegada.


El hombre
busca a la amada entre la sombra y, juntos,
entre besos, aprietan las monedas
de su felicidad de cada día.






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