miércoles, 21 de julio de 2010

263.- JAVIER CÁNAVES


Javier Cánaves (Palma, 1973) es autor de la novela La historia que no pude o no supe escribir (Baile del sol, 2009) y de los libros de poemas Al sur de todo mapa (Ediciones Hiperión, 2001, Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza), Al fin has conseguido que odie el blues (Ediciones Hiperión, 2003, Premio de Poesía Hiperión), El peso de los puentes (DVD Ediciones, 2006, Premio Ciudad de Palma Rubén Darío) y Molt més en joc (El Tall Editorial, 2007). Además, es coguionista del documental Hotel Formentor. Algunos de sus poemas han sido traducidos al portugués y al rumano. A finales de 2010, la editorial Delirio publicará su nuevo poemario, Limpieza y absorción.
WEB: http://tucitadelosmartes.blogspot.com/



LO QUE QUEDA DE ROBERT FITZROY

Es extraño el destino de los hombres.
Robert Fitzroy, después de besar a su esposa
y a su hija, agarra su navaja
y se rebana el cuello. Es un 30 de abril
de 1865. Amanece despacio. En la ventana,
una luz transparente pronostica
un tiempo más propicio para todos.

A esa misma hora, enfermo y aburrido,
Charles Darwin -aspirante a clérigo de joven-
rememora los cinco largos años
que pasó con su amigo Robert Fitzroy,
embarcado en el Beagle. Fueron,
piensa ahora, tres décadas después,
los días más intensos de su vida.

¿Qué pensó el aclamado, el inmortalizado autor
de El origen de las especies
cuando supo que Robert, al que un día admiró,
se había suicidado?
¿Sintió remordimientos por haberlo humillado
en aquel foro público de Londres?
¿Recordó los cuidados, todas las atenciones
que Fitzroy, capitán de aquel navío,
le había dispensado?

A bordo de aquel barco se gestó la teoría
que incendió los pilares de una fe moribunda,
que alumbró los senderos de la modernidad.

Charles Darwin nos salvó, y, para eso,
tuvo que colocar, en el cuello de Fitzroy
-defensor de la Biblia y sus lecciones-,
la navaja que un treinta de abril lo degolló.

A Darwin todo el mundo lo recuerda.

De Fitzroy queda apenas, anotado en los mapas,
el nombre que le dieron a un peñasco
en la olvidada y fría Patagonia.




CITAS

Te hablaba de Pavese. Del suicidio al engaño
y otra vez en tus ojos. Recordé aquella cita:
Las únicas mujeres con las que vale la pena casarse
son aquellas con las que no podemos
atrevernos a casarnos.
Pediste otro Bombay, abrazaste mi entrega,
y en un arranque burdo de entusiasmo
decidiste nombrarme tu amigo más querido.
Ahora me hace gracia, pero en aquel momento
te hubiese estrangulado.
Brindamos por la Creedence y Sinatra,
así de absurda era la noche. Hoy,
tanto tiempo después de nuestra cita,
revivo con nostalgia tu desprecio,
el mito trasnochado color sepia.
Los libros, la distancia, tantos puentes.
Vivir es hacinar lo que no fuimos,
la citas que una vez nos explicaron.



HERMOSA Y PÁLIDA

Llegué quince minutos tarde. Adrede.
Entré con paso firme y sonriendo,
la corbata algo suelta, como si en realidad
no le diese importancia a nuestra cita.
Ya me estaba esperando, hermosa y pálida,
en una mesa al fondo de aquel bar,
lejos del resplandor de las ventanas.
“Sé a lo que vienes, no eres el primero.”
Éste fue su saludo. “Pero debo decirte,”
continuó después, “que es pronto todavía
y que aún gritarás su nombre algunas noches
y que todos tus versos buscarán su ternura,
prolongar este tiempo donde aún
crees tu nombre importante para ella.
Pero no debes engañarte:
el olvido que buscas -y que pronto vendrá-
no significa paz ni mejor suerte.
Es el modo que tiene el tiempo de advertirnos
de que ya estamos listos para un nuevo fracaso.”

(De Al fin has conseguido que odie el blues)



FLASHBACK

Un vídeo en Súper 8
pasado, años después, a VHS
y ahora al fin un CD
entre los dedos de tu padre

no es más que tu niñez
remontando obstinada
los diferentes grados
de la tecnología
y el olvido

para acabar así, esta tarde de lluvia
–todos en el sofá y en sillas supletorias
como a la espera de una herencia–,
en esta lágrima furtiva
hecha de sal,
aceptación
y algo de sueño.

(De Limpieza y absorción)



MARTES 13 DE ABRIL DE 2010

Yo también escribí un poema sobre Alejandra Pizarnik
.
Yo también escribí un poema sobre Alejandra Pizarnik.
Creo que todos los poetas nacidos entre la década del

40 y la del 80 del siglo pasado escribieron o intentaron
escribir un poema sobre Alejandra Pizarnik.
Escribir un poema sobre Alejandra Pizarnik es lo mismo
que escribir un poema sobre Anne Sexton o Sylvia Plath.
Se trata del típico poema escrito por un varón, un varón
que quiere salvar a la poetisa suicida, un poeta varón
que da el perfil del clásico gilipollas que se va de putas
y se enamora de la prostituta.
También lo puede escribir una lesbiana. Como Cristina
Peri Rossi. De hecho, la uruguaya nacionalizada
española, en su libro Diáspora, tiene un poema
titulado “Alejandra entre las lilas”. Un poema
emotivo, como no podía ser de otro modo.
Un poema en el que dice: Después de haberte
leído entera / supe que habíamos hecho el amor
/ muchas veces. Un poema-homenaje cojonudo.
Todos los poetas varones nacidos entre 1940 y
1980 han querido follarse a Alejandra Pizarnik.
Y a Anne Sexton. Y a Sylvia Plath. Pero tuvieron
que conformarse con escribirles un poema.
Poesía como sucedáneo del sexo. Acto de
necrofilia y vanidad.
También, claro, escribir un poema sobre Janis
Joplin es lo mismo que escribir un poema sobre
las tres suicidas mencionadas. Responde al mismo
deseo. Al mismo patrón.
Se trata de un poema nacido de la frustración,
pero qué poema no nace de la frustración.
¿Y qué pasa con Veronica Forrest Thomson?
¿Y qué pasa con Marina Tsvietáieva?
De acuerdo. De acuerdo. No nos pongamos
tiquismiquis.
Y ahora es cuando amplío mi confesión.
Yo escribí un poema sobre Anne Sexton.
Yo escribí un poema sobre Sylvia Plath.
Y, como dije, yo escribí un poema sobre Alejandra
Pizarnik.
Y si no escribí uno sobre Janis Joplin fue porque
mi amigo Juan Payeras se me adelantó.
Como pruebas irrefutables del delito, adjunto
los tres poemas.
Ahora busco la manera de hacerme perdonar.



SYLVIA

No me apetece hablar de tu suicidio,
de las fechas cruciales de tu vida,
tampoco de los versos que escribiste.
Ahora tengo tu foto entre mis manos
e imagino el instante,
una tarde perdida de otro siglo,
un periodo de calma entre dos crisis.

Con gesto recatado, con ganas de gustar,
sonríes al futuro, ese ladrón irreverente
que ya teje a tu espalda
la mortaja feroz de algún febrero.
No hay cuervos en la tarde. Sobre el césped,
la sombra de un nogal adormecido
te protege del sol, de los augurios
que no sé si tuviste,
del absurdo que rige el destino de todos.

¿Cómo no amarte, Sylvia, en la distancia
que te hace inalcanzable y tan hermosa?
Tus manos delicadas, tu melena rojiza,
tu rostro angelical de niña aristocrática;
todo lo que busqué durante tanto tiempo
en lecturas y calles, en mujeres y espejos,
lo que sigo buscando y me niega la paz,
esta forma sutil de hacernos daño.
El precio por vivir vidas que no son nuestras.

Debiera terminar este poema
con alguna lección irrefutable,
algo que justifique los versos que preceden
-esa parte de mí parecida a tu historia-,
pero sólo tu nombre justifica
palabras como hachas ya sin filo,
homenaje sin fe en los homenajes,
acto de necrofilia y vanidad.

(De Al fin has conseguido que odie el blues)


SÁBADO 24 DE ENERO DE 2009

TEXTOS RESCATADOS: Último poema con lluvia
[Nos falta sabiduría, decisión, valentía, tal vez
seguridad o una mezcla de todo esto para eliminar
los poemas que, por razones equivocadas o
acertadas, o que creemos equivocadas o acertadas,
no entran a formar parte de la selección final de
poemas que conformarán el nuevo libro; pero
la mente es débil (más que la carne) y uno,
una tarde ventosa de enero, repasando los
textos que engrosan la carpeta “DESCARTES
2006-2007”, da con un texto que le arranca
una sonrisa y acaba consintiéndole el capricho
al niño. Ten, tus dos o tres días de gloria. Siempre
es mejor que te insulten a que te ignoren. Sal al
mundo y endíñale tu bocado sin dientes. Se ve
que la disciplina nunca fue lo mío. Nunca me
gustaron las guerras. (Por eso mismo siempre
evito hablar de poesía)]

La casa es un andén a orillas del mar Ártico
en pleno invierno. Un modo
original y estúpido
de decir que hace frío.
Además llueve
y tengo
toda la tarde para mí. Ya sé,
alguien tendría que prohibir el uso
de la palabra lluvia
y similares
en cualquier poema escrito en los próximos decenios.

Pero el caso es que llueve
y hace frío,
un frío de ocasión que me hiela las manos
y muy probablemente
las ideas,
un frío de borracho susurrándole al viento
la canción de los bares con serrín,
con mujeres sin alma
que esnifan lunas rojas, la canción
–me estoy poniendo lírico–
de las noches de abril mirando el lago Washington,
It's better to burn out than to fade away,
ese tipo de cosas
con las que es preferible no jugar
si no se tiene un buen seguro
de vida a mano.

Pero el caso es que nunca
estuve en el mar Ártico, ni cerca,
y llueve y hace un frío
de seis de la mañana y calentador roto
y no tendría que escribir
sobre la lluvia pero siempre
tuve problemas
con la imaginación.

El único problema, en realidad, es que me aburro.
Alguien dijo una vez La atracción de la nada.
Es posible. También El don de la tristeza,
pero yo sólo quiero
alguien con quien charlar
de fútbol o mujeres. O de la puta lluvia.
No pido un premio Nobel.
Alguien al que le gusten las cervezas
y la pornografía
y ya de paso
alguien
que tenga alguna idea
sobre el funcionamiento de los calentadores
y el mundo en general.





ANNE SEXTON Y YO

Anne Sexton entra en un garaje
con un vaso de vodka en una mano.
Es el cuatro de octubre, el mismo día
-muchos años después-
que resolví emprender mi éxodo hacia el Sur.
Linda miraba el mar y yo pensé
en aquella otra Linda, nacida en el 54,
y que arrastró a su madre
a los suburbios de la depresión
-a veces, la memoria literaria
se marca estos detalles.
Después llegaron los dragones,
los hoteles sin nadie a ciertas horas,
los cuerpos ansiolíticos sin rostro
como cuervos trillando mi pasado.

Jamás pisé trincheras ni hospitales
que no estuvieran ya dentro de mí.

¿Por qué volver a aquellos meses?
Del regreso no hay mucho que contar:
todo se había hundido
pese a que su apariencia
quisiera convencerme de otra cosa.
Tuvo que venir Anne para salvarme
y enseguida pensé en aquella otra Anne,
la que un 3 de febrero dejó escrito:
el amor, lo que quiera que haya sido,
una infección. A cambio,
decidí regalarle el blues de nuestra historia.
A veces aún supura aquella herida.

Hoy, 26 de abril de un año incierto,
vuelvo a pensar en Anne la suicidada.
Parece tan segura en esta foto.
Anochece despacio y me pregunto
cómo terminaría este poema
–ella, que tanto amaba las palabras.
Mejor me callo y dejo
que sus versos la expliquen:

Words and eggs must be handled with care.
Once broken they are impossible
things to repair.

Cosas irreparables una vez que se rompen.
Esta noche mi vida se parece a estas cosas.


EL INFIERNO MUSICAL

Escribes contra el miedo,
contra el viento de garras alojado
en tu respiración. Creías que la muerte
era decir un nombre sin cesar,
y que todo poema escondía una trampa.
Querías que tus dedos de muñeca
penetraran las teclas.
Querías adentrarte en el teclado,
en su privado infierno musical,
para pertenecer a alguna patria.
Tus ojos deslumbrados de niña recluida
me miran esta noche, en este apartamento
lejos de rue Dauphine,
de aquellas cosas nimias
que amabas con ternura
(las gomas y los sobres,
los cuadernos rayados
-Cortázar nos lo dijo-),
Alejandra Pizarnik, tú sabías
que había que escribir sin para qué,
desenterrar con el lenguaje
el mundo verdadero, bailar en los jardines
la melodía rota de sus frases,
esa música dentro de la música.
Cada palabra dice lo que dice,
pero no sólo eso.
Intento no olvidarlo, pero tú continúas.
Lo malo de la vida
es que no es lo que creemos
pero tampoco lo contrario.
Y me dejas a oscuras con mis miedos,
bajo un cielo feroz de seconal.

(De El peso de los puentes)



LA UBICACIÓN DE LOS CADÁVERES QUE
ALGUNA VEZ FUIMOS O SEREMOS
(dos versiones)

1.

El hombre que pintaba rascacielos jamás quiso
salir de su terruño. La mujer que nadaba en el
océano siempre tuvo terror de las piscinas. Pasé
la vida perpetrando versos de amor y nunca amé.
Ella ensayaba despedidas y sigue estando aquí.
Deberías marcharte, le expliqué. Acumulo el valor
para algún día saltar a la piscina de tu casa, ésta
fue su respuesta. Yo volví a encerrarme en el
cuarto y dibujé el rascacielos más solemne visto
a este lado del mundo. Abandoné mi encierro.
La mujer, ensimismada, miraba la piscina.
Siento pánico, balbució algunos meses después.
Todo se hundía sin que nadie lo advirtiera, esto
al menos pensaba el hombre que pintaba rascacielos.
ya es muy tarde para mí, sentenció. No estaba triste.
La mujer que nadaba en el océano seguía peleando
con las olas. Intento subsistir sin hacer daño.
Ya enterré los cadáveres en zanjas. Sólo queda
olvidar su ubicación.


2.

El hombre que pintaba rascacielos
jamás quiso salir de su terruño.
La mujer que nadaba en el océano
siempre tuvo terror de las piscinas.
Pasé la vida perpetrando versos
de amor y nunca amé. Ella ensayaba
despedidas y sigue estando aquí.
Deberías marcharte, le expliqué.
Acumulo el valor para algún día
saltar a la piscina de tu casa,
ésta fue su respuesta. Yo volví
a encerrarme en el cuarto y dibujé
el rascacielos más solemne visto
a este lado del mundo. Abandoné
mi encierro. La mujer, ensimismada,
miraba la piscina. Siento pánico,
balbució algunos meses después. Todo
se hundía sin que nadie lo advirtiera,
esto al menos pensaba el hombre que
pintaba rascacielos. Ya es muy tarde
para mí, sentenció. No estaba triste.
La mujer que nadaba en el océano
seguía peleando con las olas.
Intento subsistir sin hacer daño.
Ya enterré los cadáveres en zanjas.
Sólo queda olvidar su ubicación.

© Javier Cánaves

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