miércoles, 9 de noviembre de 2011

FRANCISCO JOSÉ MARTÍNEZ MORÁN [5.134]


Francisco José Martínez Morán 



(Madrid, 1981) es doctor en Literatura Comparada. Ha publicado el poemario Variadas Posiciones del Amante (2006, Universidad Popular José Hierro), distinguido con el Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande, así como un Curso de iniciación a la escritura poética (2008, Servicio de Publicaciones de la uah). En marzo de 2009 su libro Tras la puerta tapiada fue galardonado con el xxiv Premio de Poesía Hiperión. En noviembre de 2010 publicó Peligro de vida (editorial El Gaviero), su primera colección de relatos. Colabora asiduamente con numerosas revistas culturales como Salamandria, Piedra del Molino, Nayagua, Dulce Arsénico, Bar Sobia o El tintero.


http://variadasposicionesdelamante.blogspot.com/


Espejos


Los espejos son todo.
Salvo ellos mismos, todo.


El autorretrato de Escher


Al fondo de la sala un hombre observa
su propia intrascendencia, contenida
en un pequeño punto de cristal.

Toda la habitación, en perspectiva,
encaja en la pupila de la mano:
apenas unas sillas, una mesa,
los libros de un estante polvoriento.

La luz ya no ilumina como entonces.

Amasijo de vidrio y soledad,
la esfera es su reflejo en la derrota.

La blanca certidumbre del silencio.



De nuevo, los espejos


Los espejos me gritan que aún soy
Aquel niño asustado y temeroso,
Ese pequeño extraño, cuya mente
creció llena de miedos y desorden,
plagada de taludes insalvables.

Cuando veo mi imagen, desvalida,
sobre el brillo brutal de los espejos,
compruebo, una vez más, aunque me duela,
que algo funciona mal en mi interior,
que algo se me rompió mientras nacía.



Desde el cristal


Tienes los ojos tristes y la boca
fruncida. Me pregunto a qué se debe
el pálido misterio de tu rostro,
quién estará detrás de tantas lágrimas,
por qué pierdes tus días frente a mí.



Escribiendo de noche


La noche delimita una penumbra
exacta, de contornos demasiado
conocidos. El verso te acompaña
en el profundo esquema del vacío,
como nieve de tiempo a las espaldas.

Escribes el espejo, y el espejo
te devuelve la luz hecha jirones.



El doble


The same old fears
Waters


Llevo toda la vida conviviendo
con alguien que se llama como yo,
que se pone mi ropa y mis zapatos,
abre todas las cartas que recibo,
y besa a las mujeres con mis labios.

Se esconde en mi interior tan hábilmente,
y me imita con tanta perfección,
que nadie nos distingue a simple vista.
Pero yo tengo claro quién sonríe
y quién llora en mi espejo cada vez
que me asomo al abismo de mi rostro
y no me reconozco en sus facciones.



Canción de Sagalassos


En la ciudad de Sagalassos vive
mi amor. En sus cabellos quedó el rastro,
mil veces repetido, de mis besos.
Su piel lleva tatuada la memoria
de una felicidad adolescente.

Quizás en Sagalassos vive un hijo
nuestro, un niño que tiene su mirada,
el encanto divino de sus labios,
y la lenta armonía de su voz.

Si alguna vez la brújula te guía
por las crudas montañas de Anatolia,
y llegas al Herón de Sagalassos,
arrodíllate y pídele a los dioses
que me concedan verla una vez más.

Aunque ya hayamos muerto y solamente
quede de nuestros días una hipótesis
arqueológica, el imperceptible
vestigio de que fuimos alma y carne.

(De Tras la puerta tapiada)




Nieve hasta las rodillas




A partir de este punto sólo hay nieve,un inútil océano de tiempodetenido. Si das un paso más,tus piernas van a hundirse lentamente,casi hasta las rodillas: la blancuradel páramo te obligará a seguiradelante, sin rumbo, siempre en círculos.
A sólo un parpadeo de distanciael mundo frena en seco y, de repente,la luz te ha derretido las pupilasy no posees más que la certezade estar ciego en mitad de un mapa mudo.


Ceremonia pictórica

Desata la galerna, William Turner.
Retrata el equilibrio, Botticelli.
Viérteme en los pinceles, Claude Monet.
Llora con mi pupila, Miguel Ángel.
Evapora este instante, Fragonard.
Avanza entre las sombras, Caravaggio.
Descúbreme la línea, Piotr Mondrian.
Congela los silencios, Edward Hopper.
Regálame oro y sangre, Gustav Klimt,

dame la luz del mundo, Jan Vermeer.

(De Tras la puerta tapiada)



Caronte

En más de una ocasión preferiría
Caronte ser su propio pasajero.

(De Tras la puerta tapiada)




Crónica digital de Carlos Grande, 
Francisco José Martínez Morán

por FEDERICO OCAÑA

La Chrónica digital de Carlos Grande, también conocida como Crónica digital de Carlos Grande (Evohé Ediciones, 2013), de Francisco José Martínez Morán es una de las primeras intervenciones directas del blog, las redes sociales, el espacio digital, en fin, en la poesía. Otras propuestas han ido en la dirección opuesta: ya se han recogido poemas escritos en blogs en antologías, se han incluido en libros, etcétera. La novedad de este libro extraño como la realidad misma, como la extraña, a fuer de cercana, realidad digital, radica en que es la mirada poética la que nos habla de y desde rincones virtuales. Es la peculiar mirada poética de Carlos Grande, ingeniero aeronáutico, astrónomo, “poeta sublime”, la única que puede asignar los códigos mitológicos del espacio exterior a ese otro espacio, exterior e interior, en que se ha convertido la red. Martínez Morán sabe como resignificar la realidad: lo había hecho con la herencia clásica en “Variadas posiciones del amante” (II Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande de la Universidad Popular José Hierro de Getafe, 2006) y en “Tras la puerta tapiada” (XXIV Premio de Poesía Hiperión, 2009), y ahora lo hace de nuevo, sin abandonar esa herencia, pero con una visión del presente a veces descorazonadora –Carlos Grande es máscara real de testimonios reales, sólo perceptibles en una lectura entre líneas.

“Júpiter (IV)

No es otro el ojo: el párpado es el tuyo, el iris que te sigue no le pertenece a nadie más que a ti.
   Vuelve el rostro, compruébate en sal y desencanto.”

Frente a la sensación de separación del propio ego, el aniquilamiento de la voluntad ética, poética y política que produce Internet, esta reunión de crónicas de viajes, informes y poemas puede generar una observación productiva, no la observación cómplice, ni la mirada ingenua, ni siquiera la mirada enfermiza del adicto, aunque algo enfermizo, arrebatado, como una memoria funesta, recorre sin duda estas páginas: “Como si pudiéramos hacer otra cosa distinta a observar, como si pudiésemos tener menos de cien pestañas abiertas en el explorador, como si todo el mundo al unísono olvidara que cuando pase de nuevo el Halley por aquí, estaremos todos muertos.” La muerte está presente, porque constantemente hay destrucción en nuestra vida virtual: por una especie de rito ancestral los perfiles de los muertos son condenados a permanecer ahí, expuestos, a la vista de curiosos, amigos o no, sin posibilidad de reencarnación en otro usuario; mientras otros usuarios se destruyen directamente, también en público, como el suicida encerrado su celda, ante la mirada atónita, indiferente o favorable -qué más da cómo se comporte uno ante tal espectáculo- de los que los contemplan.

“Vesta (II)

¿A qué fuego consagráis vuestra belleza?, ¿qué llamas aviváis cuando ofrecéis el rostro, vuelto a la luz incierta de la mirada ajena, a una farsa de pureza cadavérica?

Da igual que sean muros, rejas, tornos, playas o colchones en un cubículo: estáis encerradas en vida y solo podéis arañar el suelo que os absorbe para encontrar más piedra y más frío y más muerte.”

La muerte que ya no es el fin de la Historia, sino la extensión ante nuestra mirada de la Historia entera en todo su despliegue: “Una y otra vez, repetimos la ceremonia del acontecimiento planetario, del punto de inflexión, de la piedra de toque. Las imágenes del siglo se suceden, no son más que una búsqueda en Google o Bingk, no hace falta sino seleccionar una entrada entre millones […] Todos somos testigos”. El testimonio de Grande es, como el propio Grande no se cansa de repetir, cósmico, “grande”, enorme. Por eso, ante la pérdida irremediable en un océano que es olvido (Neptuno III) y acumulación de objetos -materiales- Grande bucea en esa “fabulosa Atlántida de memorabilia y coleccionismo”:

“millones de libros digitalizados o a la venta física (desde el Espejo de Marcos Martínez a las obras descatalogadas de Cioran), incunables, postincunables y retablos barrocos, clásicos de la música, el cine y la televisión a menos de un tamborileo de teclado: cajitas de muñecas, fotografías y daguerrotipos centenarios, revistas de moda de 1905, colchas de patchwork, anillos de latón, manuscritos de Fante y Corín Tellado, leikas, lámparas tiffany, sillas Le Corbusier, vinilos de Blondie, el Neufert, marionetas de Caponata, colecciones de cromos de la liga sueca de fútbol (liga 1985-1986), sujetadores art déco, algo de Pushkin (no queda claro qué), revistas guarras, consoladores sin apenas uso […]”

El recorrido por este inventario hace pensar en el lugar que ocupan esos objetos: dónde están almacenados, a la espera de quién, qué uso se les dará si no consiguen llamar la atención, o si lo consiguen. Y, junto a estas preguntas por el lugar o el uso, también, inevitablemente, el otro lado de la pantalla, el campo no menos vasto de la Ética: “¿Quién quiere ver eso?, ¿por qué y para qué? Pero, más allá, ¿tenemos derecho a denunciarlo, a censurarlo o a criticarlo como yo estoy haciendo aquí y ahora? ¿Eres tú uno de los consumidores? Y si es así, ¿cómo soportas tanto infierno, tanta carne humana mancillada?”. Quizá Grande no sólo sea entonces un fetichista de planetas y webs, como podría pensarse (¿pasar revista a internet?, ¿un catálogo poético de lo virtual?), quizá su mirada -la mirada poética- sea la única capaz de recoger todos esos objetos, de no olvidarlos, aunque sea a fuerza de sacrificar, desde dentro de la vorágine de soledad y espanto que describe, esperanzas y sueño.

“¿Cómo le digo que no puedo encontrarme? Eso ya lo sabe, pero necesito decírselo de nuevo, necesito a alguien que lo escuche.

Cinco minutos más y apago. Hasta menos cuarto y cierro el chat.
O hasta las dos: que mañana es domingo y yo soy una mierda.”

En esta crónica digital el ejercicio de estilo es lo de menos: ni la crónica, ni lo digital deben importar demasiado a la hora de juzgarla. Sumérjase el lector en sus páginas y abrirá una puerta desconocida, hermosa y terrible, a esa cara oculta nuestra, suya, en que se ha convertido internet.


Crónica digital de Carlos Grande, de Francisco José Martínez Morán. Ediciones Evohé. Colección Intravagantes, 2013.




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