Mariana Kruk nació en el otoño de 1983 en Quilmes, Argentina. Escribe poesía desde que tiene uso de razón. En el período de 2005 a 2008 concibió poemas de amor que regaló a 72 hombres distintos en una notable muestra de altruismo. Todos le fueron devueltos por diversas razones, entre las que se destacan, lisa y llanamente, la ineptitud de los empleados del correo argentino, la miopía de los destinatarios y los amores no correspondidos. Con todos ellos y ante el temor de que se confundieran en el torbellino de nuevos desamores apilados en su escritorio, decidió recogerlos en un libro. También ha publicado “Peras al olmo” (en coautoría con Sabrina Domínguez, 2005), “De la galera y más adentro” (2006) y Hasta la última uva. Colectivo Editorial Otro Contar, Buenos Aires, 2011. Actualmente prepara “Migas”.
alguien
quiere hacerme
arder.
enciende
un verso como
quien enciende
un fósforo.
(y yo
tan empapada
en alcohol)
se te notaba Rayuela desde lejos,
se te caía Oliveira por los
bolsillos del gamulán,
tan amargo como el fernet de tu vaso,
tan obvio Oliveira, tan punzón,
lo gritaban tus lecturas,
tu pila de discos,
tu saliva Oliveira,
Oliveira tu risa,
tus sábanas, tu velador.
era tan obvio, Oliveira.
acusabas ser Manú
en busca de su Talita.
pero no, eras Oliveira,
otro Oliveira.
la piedrita nunca antes
cayó tan lejos del cielo.
no hacía falta que
se reúnan las cenizas
pero igual sopló el viento.
anunciaron las agujas
una sola llama.
desde lejos una estación
susurraba nuestros nombres,
una canción nos resumía,
una esquina nos imantaba.
rodearon tus brazos mi cintura,
rodó mi corazón en la avenida.
rodó la noche nuestra película,
como siempre,
fue un éxito en las taquillas.
final abrupto, clásico.
una mujer que se parece
tanto a mí, llora.
la calle que deshabitaste
se funde a negro.
¿y qué le voy a hacer,
si todavía quedan
tantas uvas?
ninguna nuez
pólvora fuimos,
ahora tos.
sangre hervida ayer,
piedra hoy.
todo el tiempo ruido,
ninguna nuez
buenos aires
Más allá de tu adicción
a patearme el corazón
yo empiezo a amarte
cuando empieza enero.
Pala.
hay una memoria de la ciudad sin dudas,
del espacio, de los rincones,
de las casas, de una calle
y de una numeración exacta.
por eso Buenos Aires se me hace tajo,
tan llena está de todos
que es ya un hombre nuevo,
irresistible, impredecible, hijo de puta.
que me dice que sí pero no,
que me busca y me aleja,
que es hermoso y sabe que es hermoso
y no hay cosa peor.
Buenos Aires es un macho
que se hace el macho,
que me ignora y después llora o llueve
marcando territorio.
sabe cómo
y cuándo
y dónde
pedir perdón.
conoce cierta inclinación que tengo
hacia el masoquismo,
por eso sigue y sigue,
sabe que me puede.
sabe que por más que amenace y reniegue
no me puedo ir muy lejos,
en las entrañas llevo su demencia,
sus penas, su sexo, su bandoneón.
silviocidio
llueve y cuesta la noche
sin la posibilidad de tu ruleta.
—chau —dije
cuando debí morderme la lengua.
“fin” escribí en tu buzón
como una ametralladora.
una sola luna bastó
para el arrepentimiento.
ahora resta putearme en los espejos,
morir de canciones autobiográficas
y de estupidez.
parafraseando
sería bueno que te enteres, querido,
que yo jamás llego por “b” al destino.
mi despedida es un intento malherido,
un chiste ambicioso y malo.
evitaré cada techo cuando truenes,
desperdiciaré toda oportunidad para tu olvido.
me interrogás con Sabina y te contesto,
hugo, ¡por favor!, no seas ingenuo.
mi adiós sólo maquilla un hasta luego,
mi nunca siempre esconde un ojalá.
vista
la sugerencia más conocida
es aquella de la cúpula histórica,
habrá quienes defiendan un piso
número veinticinco cerca de Retiro,
algún acróbata preferirá subirse
a una antena de esas heladas y gigantes,
otros preferirán la copa del árbol más alto
del botánico, el campanario de la catedral,
o la vieja cafetería El Molino
con sus paletas quietísimas y oxidadas.
algún pesimista optará por un sótano,
algún freak dirá que no sé cuál cruz
en el cementerio de Recoleta.
los fantasmas, por su capacidad de volar,
quedan arbitrariamente excluidos en este debate.
no voy a negar que arriba del Eladia Isabel,
desde el centro del Río de la Plata, es imponente.
cada quien con su rincón o su orilla o su terraza,
pero si me dan a elegir, para mí,
la mejor vista de Buenos Aires
está a tu lado, de este lado del balcón.
ya había percibido uno o dos signos del desastre...
ya había percibido uno o dos signos del desastre,
pero me hice la otaria y lo mismo toqué tu timbre
una noche de asfalto recién llorado.
vos abriste la cerveza y el paraguas,
porque creíste necesaria la profilaxis para arrimarte
a este corazón lleno de bichos.
y lo bien que hiciste. ahora que llueve a mares y
yo serpenteo tu nombre por el cuarto sin techo,
me falta un culpable y sólo tengo un espejo.
Tres poemas de Hasta la última uva. Colectivo Editorial
Otro Contar, Buenos Aires, 2011.
Cómo van a existir las canciones ahora
que mi corazón te envía coordenadas
y vos, ausencia tras ausencia,
prendés fuego a mi planisferio.
Que nadie pregunte ni insinúe,
que no llamen ni lamenten
que no inventen fiestas para despejar,
que no hagan ruido ni aconsejen.
No quiero manos en mi hombro
miradas de preocupación,
ni gestos gritando “Yo te lo dije”
porque yo también lo sabía.
De verdad quiero estar sola
quedarme ciega, sorda, amnésica
y morir la primavera entera.
Todavía no se sí el dios de las esquinas
nos bendijo o nos maldijo aquel día.
Todavía no aprendí a cerrar los ojos
y no verte iluminado, endemoniado,
bebiéndome, muriéndome, naciéndome.
Todavía deambulaba una canción por el balcón,
una risa, un beso y este eco tan macabro.
Todavía no me atrevo a pronunciarte,
a verte, espejo roto, reflejo de mis restos.
Todavía salpica el recuerdo,
la estúpida ingenuidad de lo intacto.
Todavía todo es epitafio.
una genia la Kruk!
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