lunes, 22 de octubre de 2012

MICHAEL MEYERHOFER (8156)



MICHAEL MEYERHOFER
Michael Meyerhofer es un poeta contemporáneo estadounidense y escritor de ficción. Nació en Iowa en 1977, recibió su Licenciatura en Inglés de la Universidad de Iowa en 2000 y su Maestría en Bellas Artes en Escritura Creativa de la Southern Illinois University Carbondale en 2006. Actualmente es profesor en la Universidad Ball State .
Publicaciones y Premios de Michael Meyerhofer:   Blue Collar Eulogies, was published by Steel Toe Books. His first book, Leaving Iowa, won the Liam Rector First Book Award from Briery Creek Press. He has also published four chapbooks. He has received the James Wright Poetry Award, the Annie Finch Prize and the Laureate Prize. His work has appeared in various journals, including Ploughshares, North American Review, River Styx, Arts & Letters and Quick Fiction. 




EL PROBLEMA DE LOS MARTILLOS 

El problema cuando tenés martillos
es que en alguna parte los tenés que guardar,
colgados o sino en un cajón
o adentro de una caja de herramientas vacía,
mucho después de terminar la casa
de desmontar el circo y de plegarlo
en la parte de atrás de camiones extraños, que viajan
toda la noche desde Maine hasta Hollywood.
Quiero que me conozcan con tres nombres
distintos, igual que a los actores infantiles y a los asesinos seriales.
Mi papá guardaba sus martillos en un cajón
y una vez, cuando vino
y yo no estaba en casa, escondió uno pequeño
robado de alguna construcción,
bajo los almohadones del sofá
donde dormía yo. Yo guardo los martillos en mi armario
pero él los encontraba igual. A mí me gustaría ser
como un martillo, creo, y caer todo el día en las cabezas
de los clavos, finos y desprevenidos,
aunque no soy violento en especial y siempre tomo
todos mis medicamentos, si eso importa.
Es verdad, nunca fui bueno
con las matemáticas, desde aquel trofeo
de bronce en quinto grado, y ya sé
que uno no puede comenzar a hablar
o decir en el poema lo nervioso
que se es, pero creo que hay más clavos
que gente, y también más martillos
que gente, y ya me cansa que siempre
me recuerden que no hay nada
construido después de las pirámides
que parezca poder perdurar-
no sólo relaciones, sino también más cosas
como estantes, gobiernos,
el pacto de la circuncisión.
Se dice que el martillo fue la primera herramienta del hombre,
y me parece lógico: no puedo
imaginarme a un simio con un transportador
ni tampoco un sextante bajo estrellas mojadas.
Pero cuando golpeo, puedo sentir mi propia
cabeza soltándose del asta
de hueso barnizado, y yo sé
que una vez que salga disparada, no volverá a ajustarse nunca más.

Traducción por Aníbal Cristobo 







VERDADERO VALOR 

Yo creo que podría ser valiente
si las circunstancias estuvieran dadas. Por ejemplo
supongamos que estoy levantando unas pesas
sin camiseta, delante del espejo
e irrumpe el Hombre Lobo, precisamente
cuando me detengo a admirar mi ballesta plateada; o sino
digamos que estoy paseando en la terraza
del reloj de una torre en el momento en que un francotirador
con mandíbula de vidrio
está dudando con el rifle atascado
o un cargamento entero de hostiles alienígenas 
o una combi cargada con bombas terroristas
se detuviera en medio de un campo de petróleo
mientras yo sostengo mi encendedor, y entonces
entonces yo sería tan valiente por cierto
como el indestructible Aquiles. Posaría
para escultores, afiches para el cine, un club
de fans lleno de intelectuales fumadores de pipa, y críticos
con sus lenguas de seda y gimnastas de pechos imponentes
esperarían cada una de mis palabras y mis hechos.

Pero en el mundo real, los vampiros atacan 
sólo mientras estás en el baño sentado
o mientras te probás los zapatos de tu mamá;
los ladrones únicamente saltan desde atrás de un arbusto
cuando salís de un telo queriendo no ser visto
o del video, cargado de películas 
porno. Y si el gobierno acaso quisiera liquidarte
si te mandan un escuadrón de robots criminales
o un asesino serial te sigue al estacionamiento,
sucederá cuando estés estreñido.
No estarás afeitado ni bañado,
los paramédicos notarán tus viejos calzoncillos raídos,
un testículo ausente, el acné de tu rostro
al meterte en un coche repleto de papel de hamburguesas
y de reliquias diarias de los batidos diet,
indiferente a la caída de los ascensores
o a doncellas que huyen en caballos veloces, trenes descarrilados
y asteroides terrestres, sin estar preparado
para reunirte aún con tu creador pero ansiando acabar
sin aspavientos, arreglándotelas lo mejor que podés.

Traducción por Aníbal Cristobo 




Lincoln

When, in the thirty-sixth year of his death, 
they moved for the tenth time his casket
to where it lies now, seeded under concrete,
workmen opened it one last time
to make sure it was him—and there he lay,
pungent to be sure, but the same
stubble and mole, unruly dark hair, closed 
eyes. Behind the right where
Booth’s bullet stalled, halfway through
the gray sadness of Lincoln’s brain,
a slow mortal wound so that weeping men
carried him out into the D.C. rain,
across the street to a bed he could die in,
no amount of prayers or pleading rousing him
for so much as another last word,
his docile repose nearly then like it was
when they cranked open that casket lid
to find his face gone brown—a grace
from that assassin’s bullet, bits of bone
bronzing his cheeks with unhealed bruises. 








Our Forgotten Language

If I wrote this, no one would believe it—
that the night before we separated,
out for dinner in our favorite restaurant,
you bit down on a shaft of broken toothpick
lodged inside your food, after which
the pretty goldfish I gave you
swimming contentedly with his black
and white and red-speckled fins
was found floating face up
in the darkened water, like a sign

that something common or miraculous
but beautiful, at least, was about
to fade and disappear from the world.
And although we’re neither of us 
superstitious beyond our paper degrees,
the only thing more obvious than these signs
was our own stupidity as we grinned 
and laughed or cried and ignored them, 
parting without that Hollywood 
moment of clarity, when we look back

at each other across the new gulf
and recognize the love that is still there,
that we must fight and sacrifice
to defend it like the child it is—but the door
closes, we drive to different states
and have relationships with pretty fools
who do not tolerate our jokes, our tender
quirks like carefully drawn road maps
written in the language that can only we, 
who are forgetting, could understand.







The Other Man

For three days, such a biblical time,
I helped you move out of your apartment
on bad ankles, hefting your dresser
and a library’s worth of old books down
the stairs, reimbursed with great sex
you encouraged me to videotape,
thinking that would satisfy my heart.

You love that I write poetry and box,
that I heal quickly from heartbreak
and can carry you easily to the bedroom
where we undress like faithful
pilgrims praising each other’s divinity.
But you also love this other man 
who does theater in New York City

and shares your view on monogamy,
that intolerable fetter of the heart.
That I feel differently does not matter.
You’ve refused our world of two
again tonight, on the phone. I’ve lost
my small dream of coffee cups 
steaming from our mutual nightstand.

You call me, on the way to town.
There’s a party we’ve been invited to,
but you’re not sure if you’re ready
to see me. We only just decided
that I wouldn’t ask what he doesn’t.
But I remember your dark eyes,
perfume of cigarettes in your hair

and how strangely I love it so.
Come by and see me, I suggest lightly,
You say yes because you want to
although later, feeling guilty,
you’ll accuse me of pressuring you
and forget how you felt at my door:
in love, ready to forgive anything.


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