Verónica Volkow nació en 1955 en Ciudad de México. Escritora, poetisa, ensayista, traductora y profesora. Es académica y profesora universitaria, tiene maestría en literatura comparada por Columbia University, New York y doctorado en literatura comparada por la UNAM con una tesis sobre Jorge Cuesta. También es maestra en Historia del Arte en la UNAM con una tesis sobre la cúpula del Altar de los Reyes en la Catedral del Puebla de Cristóbal de Villalpando. Motivo particular de interés son la relaciones que pueden entablar la poesía y la pintura en un determinado período histórico.
Es también poeta, ensayista y narradora. Escribió una crónica sobre la vida cotidiana en el apartheid: Sudáfrica, diario de un viaje, México, Siglo XXI, 1988. Está por reeditarse en el Fondo de Cultura Económica, La mordedura de la risa un estudio sobre la obra gráfica de Francisco Toledo. En 2009 apareció Los gladiadores demónicos, Editorial Renacimiento, Sevilla. En 2010 fue editado Camino de vida; ensayos de poesía mexicana del siglo XX , BUAP. De última aparición es El Retrato de Jorge Cuesta, Siglo XXI Editores, ensayo que fuera ganador del premio José Revueltas de Ensayo literario 2005. Tiene también un libro de narrativa, La noche viuda, FCE, 2004.
Entre sus libros de poesía se cuentan: La Sibila de Cumas, 1974; Litoral de tinta, 1979; El inicio, 1983; Los caminos, México, 1989. Arcanos , 1996; Oro del viento, 2003, que recibiera el Premio Pellicer 2004 por obra publicada. De más reciente aparición son Litoral de tinta y otros poemas, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2006, que recibiera el accesit al Premio Ausias March de los mejores poemarios publicados en España en 2007. De más reciente aparción Arcana, United Kindom, Shearsman Books, 2009.
Actualmente es investigadora del Seminario de Hermenéutica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, en el cual desarrolla su investigación: "Hermenéutica de las imágenes de la totalidad del cosmos en la construcción de la identidad novohispana de finales del siglo XVII".
JARDÍN
Hay en mi jardín rosas que deshojan
un corazón abierto al descampado.
Así es la flor,
su desnudez es magia.
Le pido a la rosa me guarde,
en la fragilidad, secretos dones
y a la espina me otorgue la humildad
y sus manos precisas.
Pido un techo que no tape, que recuerde
al cielo
y una ciudad que es nueva siempre
porque no agota sus caminos,
y le pido al río su fluir,
su muerte en el instante
que también es vuelo.
LABERINTO
Con mi vida escribo
la huella de una estrella,
un laberinto que encendida ando.
Sumergida en la sombra
mirada plena,
Hay un vuelo que abre
la luz en lo interno
un caminar sensible,
y cuidado
del corazón despierto.
PETICIÓN
Dame la humildad del ala y de lo leve,
de lo que pasa suave
y suelta el ancla,
la despedida ingrávida,
y el abandono al vuelo,
la cicatriz que avanza
como ala en su desierto
Dame la humildad del alma
sin cuerpo y ya sin cosas.
Ser la poesía y su luz,
tan sólo la poesía
y la región más de aire,
inaccesible al desastre.
Dame la luz sin límites
acechando adentro
y la noche que soy también y el barro,
con la estrella distante
que la sed no sacia.
Dame la humildad que suelte las cadenas,
la verdad que desnuda
el polvo, el hueso que me fraguan.
Sólo en lo que soy caigo,
me derrumbo.
Déjame andar sin equipaje,
leve,
abierta al horizonte.
LIBERTAD
A mí me gusta la libertad,
viajar rodeada de horizonte,
en el gran círculo sin muros
andar casi volando,
y desde el corazón nacerme
que en sí ya es mudo e invisible vuelo,
solitario impulso,
no sé si afuera de lo real
o en realidad adentro,
o donde ya no importa porque no soy muro
y fui abandonando mi peso en cada orilla.
Somos ave por dentro,
vuelo,
y soy -no en la tierra
o el fierro- soy un sueño,
una múltiple ala, fuego interno.
Y me gusta la soledad
y el mar y el horizonte
y ese dejarse ser
como una apuesta de pájaros
o flor o estrella en desbandada
y el amor me gusta
que a la libertad, como el de Dios, se parece.
Amo la libertad, sí,
que es la creación de las cosas
y de leves, inexplicables
razones me ilumina
EL INICIO
Estás desnudo
y tu suavidad es inmensa
tiemblas en mis dedos
tu respiración vuela adentro de tu cuerpo
eres
como un pájaro en mis manos
vulnerable
como sólo el deseo podría hacerte vulnerable
ese dolor tan suave con el que nos tocamos
esa entrega en la que conocemos
el abandono de las víctimas
el placer como una fauce
nos lame nos devora
y nuestros ojos se apagan
se pierden.
LA LAVANDERA
Siente ásperas las manos como peces,
ciegos peces que golpean contra la piedra,
incesantes contra la piedra durante años y años;
mira la noche atravesada de ojos,
húmedas miradas deslizantes,
rostros escurridizos, mudos, que se pierden,
miradas de muchachas de piel tersa,
miradas marchitas de las madres cansadas.
El día termina y las gentes regresan a sus casas
y el agua cae del grifo monótona como una canción,
el agua ha perdido la forma de los tubos,
ha perdido la memoria de su cauce en la montaña
y ha construido su camino a golpes,
cercada en sus obstáculos,
como los pies, como los ojos, como las manos.
Mira las sombras que la gente arrastra,
sombras en los muros, las esquinas, las calles,
tintas fugaces que marcan los caminos,
caminos desesperados, afanosos,
que buscan solo quizá una permanencia.
Canción para un moribundo
Agua que en tu pureza
un cuerpo eres de luz.
Tu corazón es ángel
que nos lleva por adentro
eslabón transparente
con Dios de la creación.
Renuevas el recuerdo
del paraíso aun diáfano
desnudando en la tierra,
un cielo en tu interior.
Espejo eres intacto
de hondura para el alma
que ensimismada afirma
caminos del amor.
¡Ay! Agua que entre sombras,
das luz a un corazón.
Ehecatl
a Tomás Parra
En la boca del caracol
habla el viento
como un incendio de aire, su voz,
llama al vuelo.
¿qué dice el fuego,
qué semilla es la suya,
desde donde llega y nos toca,
qué oído abre al corazón?
Voz sola,
voz que nace
y no sé qué nombra,
pero todo vibra y danza,
y en fuga arde, se desborda.
Lejana inmensidad incendia al río.
Caudal de siembra estrepitosa,
cántaros de océanos pastizales,
cien mil mimbres timbales;
ola la voz,
algomerada salpicante espiga
que en el vuelo del canto libre estalla.
Golpe de polvo alzado
y follaje en contienda, voz
veloz de acantilado,
sirena urgente, precipicio
caudaloso aullar prófugo
y yerbas sibilantes,
prisas presas.
Himno de tempestades
en mil bocas
y en mil bocas, mil bocas:
todo es voz.
gran garganta la tierra,
gran clamor.
Y los arboles, mascan, mascan,
fiera el aire,
perra voz.
En estampida llega el horizonte,
una lejana hondura nos alcanza,
agujero que es grito de distancias,
agolpada inmensidad.
Asaltante aparición
de lo invisible.
Tiempo desvistiéndose,
escapándose, tiempo muriéndose.
Tiempo que aúlla y corre por el llano.
Aire en llamas,
llamas, llamas nos despiden.
Lo que se va y se va
es el viento:
súbita potencia de lo ido.
Fiera que pueda hablar,
caracol,
decir el viento,
pequeña osamenta de un dios
sobre la playa inmenso,
lengua de ráfaga,
torbellino en su piedra,
silbo envuelto, carretel,
mirada que es un vértigo y arrolla
el cielo ensimismado,
sol hacia sí,
doblez del ojo,
carnal y sutil luz de lo que mira,
y corazón que es cuenca, abrazo.
¡Ay dolor de la tierra, caracol,
un gritar desde el hueso!
Tornillo en lo primero,
caracol, verbo yerto,
voz que se enhebra en el encierro,
y una mano calcárea que una ola imita
nace quriendo ser, vertirse,
empeñoso esqueleto,
seca ¡ay ! voluntad de monumento
mar de hueso, muñón espejo.
Cántaro urgando en sí, y extrayendo
lo que ya no ha sido,
un imposible regresar que avanza,
un puño de ola hueca en el desierto.
Manivela loca en la playa
que regresa
el mar hacia su ola,
la palma a su semilla,
a su rendija reintroduce el agua,
sorbe los astros, las montañas,
hila el viento en reversa, y la niebla.
Al amor me regresa,
sin voz, sin dientes, al abrazo.
Gran garganta de sí,
ombligo hambriento;
viruta salomónica acelera
su mezcla al precipicio-
tíovivo enloquecido, ávido,
revolución unánime, ya,
sed giratoria
espejo del eterno movimiento,
arké, vibrante arké
invisible volando
en la velocidad. . . de pronto.
Decaptiado, en las arenas,
cráneo a la vez y pensamiento,
jarro vertiendo un hueco
en esta orilla,
boca que es ella todo cuerpo,
aullar desgañitado, roto,
lobo magro,
íngrimo glifo hablando al descampado,
descarnado algoritmo, trompo abstracto,
geometría tenaz en el desierto
que sueña con el vuelco de los mares,
y giros inasibles, transparentes,
donde ocurrió una tarde el milagro de los peces.
Amanecido adentro, la voz,
nos abre a un cielo que entendemos
de cosas intangibles como aromas,
pero sentidas,
y en lo íntimo precisas,
seres de aire
como el círculo o la línea, indestructibles,
en un espacio sin tiempo,
y sin gravedad,
ese otro término y caída.
O un puro tiempo quizá
-todos los tiempos-
niebla del pensamiento, sin espacio,
íntima inagotable profecía,
ser sin estar, manar sin cuerpo.
Clavado mar la espiga en sus vaivenes,
agua que es sólo un gesto en el paisaje
pero que adentro escuchamos todos.
Fue la voz
la que inventó la boca y sus alveolos
y sus vocales y cantos
para salir del pensamiento.
Y el viento construyó sus cauces y castillos,
y cañadas que lo hablan
y ovilló espirales mnemoriosas
y llevó las semillas
y sopló las palabras
abiertas en las bocas
que florecen internas un silencio.
Sopló en la carne y se hizo el fuego
grito del pensamiento en la tierra es el fuego.
Una rosa inasible,
Prometeo entre las manos
una luz como cosa, sueño asido,
oro del viento, trajo,
capullo de astro,
una casa de luz para las noches,
una mesa,
y nos dió la palabra, su vigilia,
y el tiempo se volvió promesa;
un despertar del verbo
en carne, en sombra nueva.
La voz en espiral nos crece
igual que una semilla,
anhelo de inventarle un alma
al árbol y a la roca,
insuflarle respiro a cosas agobiadas.
Oh Rua Aelohim Aur,
un viento del reverso luz,
aire que sonó al vocablo
acuñado en su nada,
y lengua que se torna luz,
verbo preñado,
luminiscencia hermética del soplo.
Sol es el aire ensimismado,
puño de luz que asimos -un recuerdo-
las geometrías del astro y de los cielos
atrapadas en esa transperencia,
y todo el día y el sol allí sabidos,
conjuraciones consteladas del instante,
como un hondo saberse, cielo adentro,
acuñado brillante
de tanto, tanto, lo invisible.
¡Qué sople tu palabra en mí,
que prenda,
que su atajo de luz,
me de la forma,
que su frágil rigor
se vuelva fragua,
la flecha alcance de lo exacto,
de la asunción, lo ingrávido!
¡Que la conciencia me arme,
el verbo me ate!
¡Qué vuele yo, sea viento,
que me escuchen la arena, y el incendio
y la espuma, la piedra y el desierto!
¡Decirle al ala, el cielo!
Grito luz
enciendo la mañana,
en cuerpo de agua o árbol
yo despierto.
Con luz respiro,
soy aliento.
Verónica Volkow, "Ehecatl", Fractal n° 18, julio-septiembre, 2000, año 4, volumen V, pp. 135-141.
No hay comentarios:
Publicar un comentario