domingo, 21 de noviembre de 2010

2033.- ELÍAS MORO

Foto de Jorge Armestar


Elías Moro (Madrid, 1959). Reside en Mérida desde 1982. Es autor de los libros de poemas “Contrabando”, “Casi humanos (bestiario)”, “Palos de ciego”, “La tabla del 3” y la antología “En piel y huesos”. También del libro de relatos “Óbitos súbitos” y el volumen de textos breves “Me acuerdo”, en colaboración con Daniel Casado. Una edición corregida y aumentada del mismo título, ya en solitario, apareció hace unos meses en Calambur Editorial.
Asimismo, sus poemas han aparecido en las carpetas “Bestiario” -con el pintor Luis Ledo-, y “Abrazos” -con ilustraciones de Petra Portillo-.
Colaboraciones en revistas como Espacio/Espaço Escrito, La poesía, señor hidalgo o Cuadernos del Matemático. Y en la red en Calidoscopio, En Sentido Figurado o Las razones del aviador.
Tranviario de servicio en http://www.delostranvias.blogspot.com/
Tiene en marcha el blog http://eljuegodelataba.blogspot.com/


AUTORRETRATO
(en preparación)

Veo pasar el tiempo que me falta.
He adquirido con los años
la cordura y la destreza,
huyo como de la peste
de los extremos que me cercan.

Domino el idioma y su ortografía,
comprendo la métrica del verso
y practico su rigor con un celo
que más me valiera dedicar
a otros menesteres.

Conservo principios en desuso
y, excepto en lances de amor,
soy tibio e indolente;
entonces, la pasión me puede.

Porque me declaro idealista
y me reconozco pragmático,
a veces me asalta la sospecha
de que de algún modo me engaño.

Bajo esta luz en penumbra me miro.
Soy un invierno más viejo
y este tampoco es el poema.







CANCIÓN DE AMOR EN SINES

Detrás de tu mirada, el mundo
tiene otro color, un aire a canción
que se alegra en el lamento

de qué estás hecha, mujer, qué turbio
misterio escondes en tu belleza, cómo
te explico que das sentido a mi vida
mientras trato de entenderte

ante tu corazón me arrodillo,

para tus pecados mi perdón,

para los míos tus lágrimas





ALGUIEN

alguien es aquel que camina bajo su sombrero de dudas
la mujer que arrastra un cestillo de sonrisas y alimentos
el conductor de autobús que ve en el semáforo en rojo
la operación de anginas de su hijo pequeño
y en el verde el beso cotidiano de su mujer

alguien es el feliz poseedor de las tabas de la hechicera
quien conoce sortilegios contra la mansedumbre y el frío
el que ha vivido huracanes y está indemne
el que estuvo en la ópera del horror con un triángulo cosido en el pecho
y sin saber bien cómo ha logrado sobrevivir a sus iguales

alguien es quien desprecia el peligro
el que hace reír a los demás sin dañar a nadie
el que abre un libro y despierta las caricias de las páginas
el que se viste de etiqueta para saludar a los insectos
la novia del paracaidista que le tiene miedo a las alturas

alguien es el asesino del atardecer
el detective que todo lo indaga en pos de la verdad
el juez que sentencia y condena
el reo que sueña sin tregua con la fuga y el perdón

alguien es el impúdico y el inocente
el incrédulo y el sagaz
aquella que parió tres vidas
y vio morir a las tres

alguien era yo hasta que llegaste a mi vida
y entonces fuiste lo más importante

Publicado por las afinidades electivas - España





Familia

Mi madre tenía un mandil de hule,
pálidas manos de tejedora
y una mirada líquida y azul
que depositaba en nosotros con una confianza
que al final no hemos merecido.

Mi padre era dueño de brazos fuertes,
largos silencios de nieve
que en su honor he heredado,
y zapatillas de albañil con un roto
por donde asomaba indómito
el dedo meñique izquierdo.

Un dieciocho de julio,
junto al agua de un pantano
y bajo el calor de la siesta
me hicieron.

Y por eso ahora estoy aquí
y escribo en su recuerdo.






VISIÓN DE AGOSTO

Cuaja lo cálido al perfil
angosto de los frutales

como invitación al sueño,
una música de élitros

porta el aire un sabor a agua
remota, como de noviembre.







Figurantes

A Juan Carlos Mestre

James Rufus Agee, que vivió durante dos meses con los aparceros de Alabama durante la gran depresión, escribió los guiones de La reina de África y La noche del cazador y murió de un infarto en un taxi de Nueva York.

El mayordomo de Maupassant, que nunca se recuperó del tercer suicidio de su señor.

Clarence Roberts, sicario de un gánster. Cantaba como tenor de su parroquia en el coro de los domingos y asesinaba por las noches.

Ramón Enríquez, pescador de tiburones, quien, contra todo pronóstico, murió una tarde de galerna con los naipes en la mano junto a los cestos de la carnaza.

Mario Ezequiel Brindisi, puntero derecho, virtuoso de la armónica con la que tocaba fados y boleros hasta hacernos llorar de alegría o desconsuelo.

Tom Nash, compinche de Mark Twain, patinador nocturno en el Mississippi al abrigo de los grandes vapores fluviales.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno, ese cuate escritor y fotógrafo que se hizo llamar Rulfo para que no se perdiera el apellido de su abuela por el sumidero del olvido.

Frank O’Hara, poeta y dramaturgo, combatiente naval en el Pacífico. Amante de Joe Brainard, murió arrollado por un vehículo en la playa de Fire Island, estado de Nueva York.

Ada Falcón, cantante de tango en la época de entreguerras, quien en la cumbre del éxito se retiró a un convento de clausura y se hizo monja franciscana.

José y Juan Viñals, tipógrafo y óptico respectivamente, poetas, hijos del panadero catalán que fundó el cementerio de Corralito, Argentina, allá por los años treinta, y del que fue uno de sus primeros moradores.

Pietro D’Abano, astrólogo y filósofo cuyo cadáver fue quemado por la Inquisición por haber tenido tratos con el diablo.

Mariano Azuela, escritor de los pobres, médico del ejército de Pancho Villa.

Fermina Ocaña, natural de Uclés, provincia de Cuenca. Modista privada al servicio de los Peñasco, sobrevivió al hundimiento del Titanic, peregrinó a su pueblo por cumplir una promesa, y abrió una pensión en Madrid, lo más lejos que pudo del mar, a donde no regresó jamás.

Johannes Kepler, matemático y astrónomo estudioso de las órbitas planetarias. Viudo de dos esposas y superviviente de varios hijos, murió solo y pobre en una ciudad extraña intentando cobrar una deuda para aliviar sus penurias.

Gutierre de Cetina, soldado y poeta, por este orden, autor de los más bellos madrigales, muerto en un duelo a espada bajo la ventana de su amada.

Andrés Cepeda. Anarquista y homosexual, letrista de tangos. Algunas de sus letras fueron cantadas por Gardel.

Carl Ludwig Long, saltador de longitud alemán. Aconsejó a Owens sobre cómo efectuar su último salto en los Juegos del 36. Perdió el oro frente a él y se ganó el odio de Hitler, quien lo envió a morir en el frente de Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial.

Antoine de Tounens, procurador de los tribunales franceses, masón, que se autoproclamó Rey de la Araucania y la Patagonia. Deportado en cuatro ocasiones desde la República Chilena, acabó sus días viviendo de la caridad de un sobrino carnicero.

Daniel Moyano. Escritor argentino, italiano, indio y español. De chico robaba fruta con quien luego sería el «Che» en el huerto cordobés de Manuel de Falla. Violinista en el Cuarteto de Cuerda y Orquesta de Cámara de La Rioja. Murió en el exilio.

La dirección pone en conocimiento de los señores espectadores que en caso de fuerza mayor este elenco de figurantes se hará cargo de la representación.

No se devolverá, en ningún caso, el dinero de las entradas.









Fugaz

lo que tarda una cerilla en consumirse
tras la chispa y el fulgor de la madera y el fósforo
el aleteo de tus párpados antes del sueño en que me sueñas
la mudanza de las aves y las hojas en los noviembres
del calendario
la gota de sangre y sus misterios bajo la lupa del miedo
el mugido espeso de las reses camino del matadero
el llanto salobre y a solas del navegante y el farero
el abdomen de la abeja preñado de polen
esa nube que se extingue con la tarde
el exacto vaivén de la plomada certificando lo recto
el temblor del filamento cuando concibe la luz que nos alumbra
la boca azul del alarido y las escarchas del frío

lo que siendo fugaz permanece en nosotros,
terco y ligero como este dolor
que nunca acaba
de írseme del pecho

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