sábado, 16 de julio de 2011

4204.- CHARO PRADOS



CHARO PRADOS. Alcalá del Río (Sevilla).
Un poema no es una fotografía; podría definirse quizás como un lienzo en el que el poeta intenta reflejar, ahondándolo, el azogue del espejo que es su propio yo, el más íntimo. Deberá pues el poema fundir la imagen real con el tono, el color, el aroma, el ritmo, de su hacedor: creo que la poesía debe ser sensorial, sugerente, envolvente, y que el eje de esa acumulación de sensaciones ha de ser el ritmo, el tempo, que define la unidad del poema y dice mucho de ese otro ritmo personal y permanente, variable sin embargo a lo largo de las diferentes etapas vitales. Quieren ser mis versos por ello equilibrio de verdad y emoción, cumpliendo así los deberes que impone Borges a todo poema: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar.

Publicaciones
"El aire detenido". Poesía. 1997.
"Tan alta soledad". Poesía. 2004.
"La carpa de oro". Narrativa. 2009.

Premios
III Premio de Poesía Ciudad de San Fernando. 1997. Poesía. Ayuntamiento de San Fernando y Editorial Renacimiento.
Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti (Accésit). 2000. Poesía. Fundación Rafael Alberti.




LA TIERRA SOLITARIA

Como un dios inundado de deseo,
con barro y con silencio,
modelo ahora tu imagen amorosa.
Y sueño con tarántulas marinas
mordiéndome la carne. Y es muy dulce,
porque tu mano es un alga azul, violeta,
que acaricia mis pechos como flores mortales.
Estás aquí, conmigo. Eres la brisa
que me besa con miedo de doncella,
o el huracán que arranca árboles y niños
para dejar, al fin, la tierra solitaria
como testigo de su amor, y de su fuerza.









COMO UN ESPEJO ROTO

En esta casa blanca, de paredes desnudas,
te escribo sin la muerte en los labios ni el deseo.
Tan sólo tu recuerdo remoto y silencioso,
lejano y azul como aquel mar que viera
con los ojos albados de mi primera niña.
Ya no tengo tu cuerpo de almendras ni tu abrazo
cálido como el fuego en las noches de otoño,
acogedor y fuerte, terrible por lo tierno.
Tu alma se me escapa como el humo en la tarde
y todas tus palabras saben a despedida
tristísima y amarga como un viejo presagio,
lenta por imposible, y hermosa
en su cadencia de soledad serena.
En ellas yo me pierdo, sin soltarte la mano,
buscándome en tus ojos
como un espejo roto









DESPEDIDA

A mi abuelo
Nadie llore por mí.
Tan sólo, en el recuerdo, algunos versos.
Al-Mutamid


Y ahora habitas el reino de los muertos.
En el patio, ya brota el azahar y roza el aire
con su punzante olor a vida nueva
y su dulce tristeza de agua de molino.
En tu rincón,
la vieja mecedora que ya no cuenta cuentos,
la pipa quieta y fría, el aire detenido.
Y la muerte acechando.









LAS COSAS PEQUEÑAS

Vivo en la urdimbre amable de los días del limpio
Y en la leve textura de las cosas pequeñas:
Mi jazmín amarillo,
El temblor del naranjo con sus primeros brotes
Al aire azul de marzo,
La dulzura, chiquita, de las tardes tranquilas.
La piel, como un tambor, tensada y palpitante,
Abierta al tacto tenue del agua y los gorriones.
Y el corazón, humilde, quieto y agazapado.









O SIQUIERA EL SILENCIO

Si yo fuera la música o el viento,
o esa roca rojiza que en mis sueños vislumbro
vertical y desierta mirándose en un lago.

Si fuera sólo el sueño, su densidad de lluvia.

O siquiera el silencio.










SAL EN LAS MANOS

La abuela de mi madre, la que embarcó a Marruecos
tras el rastro del hijo,
rostro oscuro de sol, sal en las manos,
como una estatua observa los límites del mundo.
La madre de mi abuelo, la que hace pan y canta
amasando la harina en el calor del horno,
- “duerme, menino, duerme” –
con los titiriteros camino de Algeciras,
el corazón alegre.

Cántame, abuela, cuéntame
del color de las jarcias y el olor de la brea,
dibuja con las manos la línea movediza
del mar y el horizonte,
háblame de la guerra, del azufre quemado
y la pólvora roja, del sabor de la sangre.
Amasa el pan, no dejes
de cantarme – “ menina, duérmete” -,
cuenta, baila, ilumina mis pasos.
Danos pan y tu risa,
conjúrame el olvido











SIN MEDIDA

El cielo se desploma
en lluvia fina. Finales de septiembre.
La rutina – bendita – del trabajo
amortigua sin duda este derrumbe.
Tendremos que aprender a sentir vértigo
como si fuese sed o hambre,
y el miedo como un simple,
incómodo ardor en el estómago.
Porque sin duda es cierto que la muerte
es también habitante de mi casa,
y el desamor conozco, y la tristeza.
Alzo la voz por costumbre, como un pájaro.

Me han contado
que en algunas ciudades el otoño
se tiñe de hojas rojas, y es hermoso.
Pero aquí llega aprisa y sin medida
y se transforma en lluvia la bonanza
de las tardes gozosas del verano
como una exhalación, visto y no visto.
Por eso hablo del vértigo, del miedo,
y de mi voz de pájaro.











ROGATIVA

A José M ª Delgado

Agua indulgente del verano, riéganos.
Mójanos, llévanos hasta el borde impreciso de los mares,
hasta la cruz del mar, hasta el sabor del mar.

Danos gota tras gota la sonrisa tenaz de los sencillos.
Róbanos la tristeza del olivo.

Sumérgenos en el fondo salado del océano,
arrástranos al llanto o el grito o el silencio.

Cúbrenos la garganta, donde toda soledad se nos agolpa.

Piérdenos. Vuela el tejado
de la casa,
los árboles, las grúas, los andamios.
Llévate el edificio, el jardín, los cimientos.

Y déjanos desnudos, pequeños, abrazados
por tus hilos de plata










UN MONTE Y OTRO MONTE

A Ana Ajmátova

Yo contigo como un monte y otro monte,
un río y otro río, una ola y otra ola. Como un viento
del este y un viento del oeste, como una rosa roja y otra blanca.

Yo contigo como una lluvia y otra lluvia,
como el aire y el aire, como el fuego y el fuego.
Como una tierra roja y otra blanca.

Yo contigo como una cordillera,
como un valle regado, como el mar, como el viento.
Tú y yo como un racimo prieto, como lluvia en otoño.

Yo contigo fundida y confundida, tú un brazo y yo otro brazo,
yo un pecho y tú otro pecho.
Yo contigo en tu brasa demorada.












APENAS VIVOS

A Rubén Darío

Qué rara vida esta que llevamos,
que izamos cual bandera, que perdemos,
que como mesa propia disponemos,
que a cara o cruz cual niños nos jugamos.

A veces como dioses, con los ramos
del amor y la dicha. Así tejemos
un bordado de plata. Con los remos,
las alas, los minutos.

Adoramos
los frutos de la vid, los del olivo,
las tardes, su quietud, los diapasones
del corazón que late, aun esquivo.

A veces como sombra, apenas vivos
el cuerpo, la razón, los corazones.
Siempre fugaces, siempre fugitivos.





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