domingo, 5 de diciembre de 2010

2312.- FRANCISCO JAVIER TORRES


Francisco Javier Torres (Málaga, España 1962) es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Málaga. Poeta, editor y crítico literario.

Ha sido director de las revistas de Literatura: Galeote (1987-1993, editada por el Ayuntamiento de Antequera) y Bazar, revista de literatura (1994-1997, editada por la Diputación de Málaga, cuyo segundo número se dedicó íntegramente a comentar con detalle la obra de Vicente Núñez e incluía una amplia selección de sus poemas hecha por Francisco Javier Torres. Ha dirigido también las colecciones de libros: Cuadernos de Galeote, Luz de la Atención y Bazar Libros (donde han publicado, entre otros, José Antonio Muñoz Rojas, Vicente Núñez de nuevo, María Victoria Atencia, Joan Brossa, Jaime Siles o Luis Alberto de Cuenca).

En 2001 fundó en Benalmádena la editorial E.D.A., en donde han salido textos de Rafael León, Gabriel Miró, José Antonio Muñoz Rojas, Pablo García Baena, Clara Janés o Rafael Guillén, además de El suicidio de las literaturas, de Vicente Núñez, de cuyo estudio preliminar y selección de textos es responsable. Junto a estos nombres de prestigio, la editorial publica también a autores jóvenes o poco conocidos, siempre guiada por un riguroso criterio de calidad tanto en los contenidos como en la confección del libro.

Además de varias plaquettes, ha publicado los siguientes libros de poesía: Anversos (Ayto. de Antequera, 1990), Versatilidad (colección Virazón, Málaga, 1993), Los coches (Ediciones libertarias, Madrid, 1999. Este libro recibió una beca de ayuda a la Creación Literaria del Ministerio de Cultura.). En edición digital (http://www.portaldepoesia.com/Biblioteca/Francisco_Javier_Torres.htm) publicó en 2003 Más al sur y otros poemas.

Al informarse sobre los bombardeos en Afganistán escribió estos poemas, conducido por la belleza de los nombres de los lugares de la tragedia.



Hoy llovió en Peshawar.
Una lluvia intensa que me ha empapado los huesos.
Ahora me pesan demasiado, son un lastre demasiado grande
para poder llegar al valle del Panshir como deseaba.
Quisiera desprenderme de mis huesos.
Cómo es posible hacer eso, le pregunto a mi dios.
Cómo puedo desprenderme de mis huesos que me pesan tanto.
Mis huesos están limpios como el agua de lluvia,
como el agua de la lluvia que ha caído hoy
en Jalalabad también. Qué hermosa lluvia ha tenido que ser.
¿Habrá empapado allí también hasta los huesos?
¿Podrán moverse mis hermanos hacia Islamabad como desean?
El movimiento acaba siendo lo último si pesan los huesos.
Le he pedido a mi dios que me desprenda de mis huesos
y he oído palabras confusas detrás del ruido de la lluvia.
Ni siquiera se ha dirigido a mí. Se ha dirigido a todos nosotros,
estoy seguro.
¡Oh dios! Libérame de esta pesada carga,
dame valor, dame valor, dame valor.
Yo sólo quiero poder llegar hasta el amado valle del río Panshir.
Y no sé cómo puedo conseguirlo
con estas lluvias que enlodan el alma.
Me quedaré sentado, esperaré el cesar del agua limpia.
Yo ya estoy también limpio, esperaré.
Tal vez no pueda llegar al Panshir hoy.







Sé que ha llovido también en Kandahar,
pero ignoro qué clase de lluvia ha sido.
A veces la lluvia es protectora
aunque te pegue aún más la carne a los huesos,
y esa ciudad es algo casi como de mis huesos.
La oía cantar con el cielo raso,
a media voz siempre, sin querer que trascendiera.
Pero dios la oía también y le mandaba la lluvia.
Entonces toda la ciudad se inundaba de alegría
mientras achicaban el agua las acequias.
Sé que ha llovido en Kandahar.
Hasta aquí llega el olor pesado de sus lodos,
las tierras se le están abriendo
como si el agua, insistente según cuentan,
fuera un hierro que abre la carne para dejar el hueso visto.
No hay sutura al parecer para esta clase de lluvia.






Son todos estos nombres mi delicia.
Por ellos amo más a este lugar casi inundado ahora
por las aguas. Feyzabad, Meymaneh…
Ellos son el cántico que siempre entono
porque son más dulces que el nombre mismo de dios
cuando existía.
Es posible que las aguas inunden también mis labios
y no pueda ya decirlos en voz alta,
no pueda predicarlos más.
Quien encuentre mi corazón, en él podrá leerlos.
Quien piense en mí sabrá nombrarlos otra vez
como han venido a mí,
limpios y claros como antes del diluvio.

Cuando regresé, el agua lo había arrasado todo.


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