martes, 11 de enero de 2011

JUAN MIGUEL LÓPEZ MERINO [2.819]


Juan Miguel López Merino 

(Madrid, 1973)
He publicado el poemario El invierno metido en los pulmones (Oviedo, Línea de Fuego, 2002), el ensayo Roger Wolfe y el neorrealismo español de finales del siglo XX (Zaragoza, Pórtico, 2006) y la edición crítica conjunta de los poemarios Días perdidos en los transportes públicos y Hablando de pintura con un ciego de Roger Wolfe (San Sebastián de los Reyes, Universidad Popular, 2004).
He publicado en revistas traducciones de poemas y relatos de autores como el ruso Vladimir Vysotsky o los norteamericanos William Carlos Williams y William Saroyan.
He sido incluido en las antologías Poemas para cruzar el desierto (ed. Ángel Sierra, Oviedo, Línea de Fuego, 2004) y Poesia Espanhola, anos 90 (ed. Joaquim Manuel Magalhães Lisboa, Relógio d’Agua Editores, 2000).
Desde hace más de un lustro vivo en países de la ex Unión Soviética.



Los frutos de la nada


HOY VOY A SER FELIZ

Hoy voy a hacer algo hermoso de mi vida.
Hoy voy a dar sentido a cuanto haga.
Contemplaré estupefacto el mundo.

Voy a mirar el universo sin prejuicios.
Haré que la entropía se detenga.
Será todo de nuevo la primera vez.

Voy a silbar bajo la ducha, emocionado
daré los buenos días al vecino,
trabajaré con mimo y alegría.

Hoy voy a maquillarme las ideas.
Hoy besaré el aire aun sabiendo
que está contaminado… Hoy

va a penetrar en mí la dicha
de estar una vez más aquí,
otra mañana, vivo.

Aunque el gobierno esté tomado por canallas
y yo tenga estos ojos al espejo, esta triste
mala baba, hoy voy a ser feliz.




Hierros invisibles — 2010


Flor en la rama

Tan sólo eres un siervo 
aventajado 
de la naturaleza. 

Y no puedes 
ser más: flor 
en la rama.

La vida,
esa tirana dulce,
te tiene a su servicio.

En ti, que morirás,
se encuentran la semilla
y la hojarasca.

Todo el futuro
y el pasado
son flor ahora en ti.

No puedes
más
que ser.



Tierra animada

Ahora soy feliz; en realidad 
lo he sido siempre sin saberlo.
(La clave es aceptar sin fe la muerte;
eso es lo que hace hasta un ratón.)

¿Qué es más capaz de dicha limpia
que un cuerpo sano y satisfecho? 
En él llevo alojado, en él soy hombre,
desde el momento en que salí

del vientre de mi madre. Treinta y cuatro
esplendorosos años, primero a su resguardo,
después a la intemperie, en soledad,
perdido pero en marcha, enfebrecido,

sufriendo plenamente por amar 
a ciegas y sin causa, pereciendo
en pos de la agonía de otros cuerpos,
en pos de información y de delirio,

caído en ocasiones pero alerta,
incrédulo y oscuro pero riendo...
Porque la vida es un milagro y es terrible
y no hay fuerza mayor que la alegría.

Mi cuerpo es más valiente que mi mente.
Mi sangre vale más que estas palabras.
La plenitud está en mi carne, aquí 
en mi epidermis, que es porosa.

No busco nada que no tenga,
por fin lo sé. Y seguiré buscando. 




Ante el espejo, recién duchado

Miras tu pecho pálido,
tus brazos y tus piernas flacos.

Miras tus nalgas blandas,
tu espalda débil y encorvada.

Miras tus genitales relajados,
tu mano izquierda, tu mirada…

Qué duda cabe: sigues siendo
ese animal acorralado.




$©@®$ :-(

Nacido en un lugar que ya no existe,
como una piedra propulsada 
cuyo objetivo han retirado.

Había allí una mano y un sentido. 
Había por delante una pedrada. 
Espacio había allí. Y tiempo.

Pero es otro el lenguaje de los hombres. 
Yo escribo en una lengua muerta;
digamos que en latín contemporáneo.

Hoy la memoria es una momia oculta
y la palabra un fósil. Mejor guardar silencio
por escrito.

Si de alguien es la culpa yo estoy mudo. 
En estos tiempos desbocados
la roca es invisible y todo es nube.

Tengo nostalgia viva del presente. 
No son las 18:00; son las seis. 
Y todo lo que pasa ya es pasado. 

Es otro el mundo ya. Yo soy un viejo
de treinta y cinco años.




Los zapatos

que anoche arrumbé
en un rincón de la cocina,
atropellada y torpemente, antes
de orinar dando tumbos y acostarme,

ahí están todavía, abiertos y vacíos
en el suelo,
sucios y descascarillados,

vestigio de otro ataque infructuoso
a la soledad.



Hierros invisibles

Hoy lo dicen, otra vez,
los periódicos:
miles de millones de sufrientes.
Pero estás
tan divertida
esta mañana.



de El invierno metido en los pulmones— 2002

Suena el despertador y es el mundo

...lleno de mí sitiado en mi epidermis
una mañana más mis ojos se abren
sumisos a los ciclos naturales
miran o ven la luz y entonces soy
un fardo que contiene una conciencia
y siento el peso lento de esta carne
que se hace yo otra vez y que recobra
el apelmazamiento de mis huesos
mi barba mi halitosis mis legañas
mi tierna y torpe miopía el cálido
dulzor de mis olores. Ahí está
el mundo, su amenaza y su promesa.
Y bostezo. Y me pongo en pie enfundándome
en mi uniforme de mí mismo,
y doy el primer paso de este día
en el que volveré a amar un poco,
en el que volveré, con inocencia,
a odiar, a equivocarme, a ser injusto,
y luego un paso más, y luego otro,
y entonces llego al baño y abro el grifo,
mis manos se hacen cuenco, el agua fresca
se me acumula en ellas y, por fin, 
una vez más me abismo entre bufidos
en el tortuoso afán del universo.




De perdidos al río

Amar una idea en alguien,
volcar toda mi pasión mental
en una mujer de carne y hueso

sé que sería otro engaño, pero saberlo
ya que no intensidad, al menos
le confiere humanidad al intento,

irremediablemente abocado 
al más estrepitoso fracaso
mucho antes de empezar;

pero pase lo que pase y cuando pase
de una cosa no cabe duda:
no defraudará a nadie.

Quedarme en cambio en mí mismo
es tan engañoso como no hacerlo
pero con el añadido siguiente:

los solitarios siempre 
terminan llamando sabiduría 
a su delirio.




Es sólo lo de siempre, ya lo sé

Sé que no sirve de gran cosa
(es más, que normalmente trae problemas), 
pero enciendo un cigarrillo a la vez
que me tomo el café y no puedo
ni quiero evitarlo: así que miro,
me planto en el balcón y miro
el tiempo y el espacio inmediatos
en los cuales resido, aquí
y ahora, en Madrid y en mayo
de mil novecientos noventa y tantos,
acabo de comer y son las cuatro.

Ahí está el mundo, el trozo
de realidad diaria, una ventana
y en ella una mujer que piensa,
el cielo claro encima, el sol, los bancos
de un pequeño parque de barrio, 
los críos, los columpios, las farolas;
con suavidad el viento se hace música
en las cuerdas de los árboles.

Es sólo lo de siempre, ya lo sé,
a quién le importan estas cosas,
la eterna cantinela de las horas,
el cuadro cotidiano de la vida.
Son sólo nimiedades, no lo niego,
pero hay en ellas algo en este instante
–algo intangible pero que se palpa–
que sobrecoge y es eterno.




Si pasara de golpe un siglo

Si pasara de golpe un siglo
ahora que cierras los ojos
y te agarras a mí y me besas
antes de quedarte dormida,

el montón de polvo y de huesos
y los dos cráneos juntos
que yaciesen en esta cama
se seguirían abrazando.




Nicho viviente

                           El tedio,
en estado puro
y en grandes cantidades, puede
llegar a reducir a un hombre
a ochenta kilos de vacío.
Cualquier tipo de oposición
resulta inútil. Una vez 
que te pone la mano encima
estás perdido. Es tocarte
y te transforma en cosa. Luego
te abre un boquete en el pecho,
penetra hasta el fondo y te deja
completamente hueco, lleno
de lucidez y hastío, tieso
como una momia que respira,
apelmazado, duro, inmóvil,
único espectador del tiempo.

Solo, así te deja el tedio;
terriblemente solo y vivo,
sepultado en ti mismo.




Juro que esto no es mística

La noche densa, su silencio.
Mirar la música nocturna
y encontrarla. Sin más deseo 
que una piedra, 
pasivo, 
neutro, 
condescendiente 
con el transcurso de la inercia.

Y que de pronto 
el cuerpo se ensanche, 
que se haga poro y reconozca
que existe, 
que está ahí, 
que ocurre.




Acto de presencia

Qué soledad,
qué lucha
perdida de antemano.

Cuánta vida,
cuánta muerte
igualmente inservibles.

Qué maravilla,
qué inutilidad
el universo.

Y qué proeza,
qué nimio es
estar aquí para contarlo.





Parece que fue ayer, en el 90

A más distancia de la que concibo 
brilla el sol, como si nada
del otro mundo. 
                             En la radio
un hilo de palabras agradable
cuyo significado ya no importa.

Hemos comido bien. Estoy fumando.
Observo el espectáculo del cielo
desde el balcón de un quinto
del extrarradio de Madrid. El tráfico
es un rumor sin procedencia fija
en el silencio sucio de la tarde.

Entonces oigo a Marta, que se acerca,
me da el café con leche y –sin porqué,
sin más razón que la que tiene un árbol 
para nacer en un erial, un perro
para mover el rabo, un terremoto
para sembrar el pánico en Turquía–
se acerca más, se inclina, sonriente

(han pasado diez años desde esto)

y me besa.



La importancia de llamarse Carlos

Suena el teléfono. Se trata
de una mujer; una mujer
preguntando por un tal Carlos.
Su voz es agradable y finjo
no haberla entendido, lo cual la obliga
a repetir sus palabras. Esta vez
aprecio un acento extranjero
muy suave y que me gusta. Le digo
que no es aquí, que aquí no vive
ningún Carlos. (Y estoy a punto de añadir
que si le vale un Miguel.) Entonces ella
se disculpa con un «lo siento»
sencillamente irresistible, y antes
de poder yo evitarlo 
ha colgado.

Y una vez más
y por primera vez
la pierdo.




The withness of the body

Ocurre a veces: uno
se palpa el propio cuerpo,
se toca, se recorre
la cara con las manos

y siente todo aquello
ajeno a sí, extraño,
como si sólo fuese
la cosa en la que está.




Nada

Son cerca de las siete de la tarde
y no sé qué hacer.
En realidad, no quiero
hacer nada en absoluto.
Y no es que esté cansado 
o con sueño, es sólo
que no tengo motivos o deseos
que me inclinen a lo contrario.
No tengo ganas de leer.
No me apetece salir.
Tampoco me apetece escuchar música
o ver una película en el vídeo.
No pienso levantarme de esta silla
ya suene el timbre o el teléfono.
Si tuviese la oportunidad de echar un polvo
no lo echaría (aunque con estos temas
uno nunca sabe). Ni siquiera reúno
el suficiente ánimo
para coger el tabaco y el mechero
y encenderme un cigarrillo.
Aunque el reloj siga moviéndose
parece que no pasa este segundo.





Como si el mundo funcionara

¿De qué, de dónde saca fuerzas
para echarse a andar y andar tan convencida
e ir moviendo el culo así 
esta quinceañera? 

Que me dé la fórmula, 
que me lo diga, por Dios, que me lo diga
y que esta noche comparta conmigo
alguna cosa más que su sonrisa.

A ver si puedo yo también
cruzar la calle así, como si el mundo 
funcionara.





-

No hay comentarios:

Publicar un comentario