miércoles, 26 de enero de 2011

CRISTÓBAL ZAPATA [2.921]



Cristóbal Zapata



(Cuenca, Ecuador, 1968). 

Escritor, editor y curador de arte. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento “Joaquín Gallegos Lara” del Municipio de Quito. Actualmente, es Director ejecutivo de la Fundación Municipal Bienal de Cuenca. Ha publicado los poemarios Corona de cuerpos (1992), Te perderá la carne (1999 y 2013), Baja noche (2000), No hay naves para Lesbos (2004), Jardín de arena (2009), La miel de la higuera (2012) y El habla del cuerpo (2015); así como el libro de cuentos El pan y la carne (2007 y 2013).


Ha editado la antología de relatos de Huilo Ruales Hualca Historias de la ciudad prohibida (1997) y la poesía reunida de Roy Sigüenza Abrazadero y otros lugares (2006), ediciones precedidas de exhaustivos estudios introductorios. Es además autor de numerosos ensayos sobre arte y literatura, y curador importantes exhibiciones dedicadas a artistas ecuatorianos. Actualmente se desempeña como coordinador académico del Certamen de Poesía Hispanoamericana “Festival de la Lira”, y director de Proceso/Arte Contemporáneo, galería de la Casa de la Cultura, Núcleo del Azuay. Reside en Cuenca.



LECCIÓN DE ASTRONOMÍA

Sobre el rostro de la madre
con la punta del dedo
la hija traza las constelaciones:
del mentón a la frente,
del pelo a la boca
dibuja Orión, la Cruz del Sur
la Osa Mayor.
En la cara amada el padre lee
una noche de cifras
una mañana de estrellas.





GEODESIA

Tan pronto la memoria
empieza a recordar
el cuerpo recién amado
como si apenas volviese del amor
ya fuera visión, o sueño, o sombra.
Del tuyo me queda
la curva negra de tu frente
la suave estribación de tus costillas
la cordillera ósea de tu espalda
la cavidad salina de tu vientre.
Me queda también
la línea azul que has dibujado en tu cintura
como aquella otra
que imaginaron los geodésicos
para dividir el mundo en dos.
Pongo mi mano sobre tu línea
y la Tierra es mía.

(de No hay naves para Lesbos)




STONE

El gesto dura unos segundos
(destello y obturación de la luz)
Sharon desmonta
para volver a montar
su pierna brillante de seda
sobre la otra, briosa de sed.
Pero en ese centelleo del aire
en esa ráfaga de tiempo,
desnuda debajo de su falda diminuta,
ha dejado entrever el bosque
y la noche,
la misteriosa piedra revelada
sobre la que los hombres edificarán su templo.

(de Te perderá la carne)




AQUÍ REINA UNA EMBRIAGUEZ MUY GRANDE

Aquí reina una embriaguez muy grande,
una locura del porte del mundo.
Cuando cae la tarde del páramo
o el sol imperial,
brindamos copitas de sake
o hirvientes traguitos de caña,
para olvidar la razón.
Vamos a hacerlo otra vez:
Yo soy Kichi San, tú Sada.
Esta vez nos estrangularemos de veras
sin más preámbulos ni simulacros.
¿Quién algún día osó llamar decadente a nuestro imperio?
Come de mi sexo
despacio, despacio.
Aprieta mi cuello
lentamente, lentamente.

(de Baja noche)




Pórtico

Una mano se abre sobre la crispación del vientre
Otra mano se cierra sobre el sexo
hasta que los labios musiten la primera vocal
la que inicia el gozo.


Mientras posa, la modelo reflexiona
Y aquel que no sea Ofelia,
comprenderá su fortuna porque yace enterrada y no,
como en la leyenda,
ahogada en un río.
Félix de Azúa, Las lecciones suspendidas.
¿Será eterna esta flotación esta mojada laxitud del cuerpo?
"Son tus manos
las que han de mostrarte inerte"
-dijo el Maestro-, y así me hallo
pretendiendo insinuar con los dedos
el ademán revelatorio,
la cabeza levantada de la superficie inmóvil
observando el lento valseo de las ramas.
¿Son la muerte este río imperturbable, estas aguas que no descorren mi vestido? Mi boca tiene un rictus de agonía pero la agonía es tan solo víspera.
Para hacer de Ofelia, no debió elegir a una mujer de la vida; cada vez que mínimos flujos de agua llegan hasta mis muslos




La niña en el charco

Desprevenida, con su falda corta
veo andar a la niña sobre el charco
ignora que el agua es un azogue
donde se refleja su slip blanco.

Descubierto su secreto más tierno
en ese turbio espejo de agua
solo quiero volver a encontrar su imagen
entre las ondas que deja a su paso.

Pero es tan repentino y fugaz el misterio
más súbito y veloz que el deseo o el aire.
Cuando torno a abrir los párpados
sobre el opaco cristal ya no hay nada.
Apenas consigo con mis dedos
acariciar la suave ondulación del agua.




Jordán

En la tibia tarde
del pueblo han bajado hasta el río
y sin decirse nada
han entrado en él,
desnudos.


Juan observa cómo el sol ilumina y abrasa
el pecho de Francisco,
cómo el agua que fluye tan munidamente
ciñe sus caderas
-esa poderosa conjunción de huesos
que la piel endulza y ablanda-.


Francisco, que advierte el brillo de los ojos
el inequívoco temblor del cuerpo bajo el río
lo abraza como protegiéndolo de él mismo.
Juan se refugia en su torso
y al hacerlo derrama,
sobre el hombro de Francisco,
un puñado de aceite sagrado, cristalino.

(Para Roy Sigiienza, poeta tutelar)




Las muchachas de H. H. (o Balada de las damas de antaño)

Qué se hizo Alana Soares
la muchacha de los punzantes senos
estudiante de ciencias políticas;
dónde está Susy Scott
la bronceada rubia de Boston,
que con tanta gracia sabía
correr su prenda;
qué fue de Cristina Ferguson
la hermosa colegiala de Liverpool
la que "eventualmente" pensaba
"tener varios hijos y ser una buena madre";
díganme dónde se halla Tracy Vaccaro
la de piernas lisas y largas
(columnas jónicas coronadas de acanto);
qué se hizo Carina Persson
la niña mimada de Estocolmo
tan holgada de carnes;
qué fin tuvo Penny Becker,
a quien le gustaban las cerezas,
el champagne y la luna llena,
la que tenía entre sus fantasías secretas
"convertirse en una vagabunda profesional
y recorrer por todo el mundo".

Qué se hicieron todas ellas,
las grandes agasajadas en el invierno del 84
las reinas de aquel Holiday House Party
que el abnegado Hugh Hefner ofreció
como cada diciembre
en el trigésimo aniversario de la empresa,
las que mi padre se llevó
(despegándolas de la pared de su estudio
con la misma acuidad que puso en adherirlas)
el día que se fue de casa.

Dónde, en qué país, en qué ciudad
encontrar a las adoradas playmates de mi padre
aquellas que hicieron dichosa mi infancia
la que quisimos tanto.



Cristóbal Zapata y la botánica del cuerpo que habla 

Comentario crítico y selección Aleyda Quevedo Rojas


La poesía del Ecuador tiene en la ciudad de Cuenca tres magníficos nombres que todo lector de poesía debería devorar: César Dávila Andrade, Efraín Jara Idrovo y Sara Vanegas. Y pensando en los contemporáneos: Galo Alfredo Torres, Cristóbal Zapata y María de los Ángeles Martínez. Desde hace años, quería escribir sobre la poesía de Zapata y de nuestra devoción en común, por Eros. Luego de releer sus cinco libros de poesía afirmo que en Cristóbal Zapata y su zona de escritor, asistimos a un espiral dialéctico de amor-cuerpo-erotismo, que tiene un sonido y un sentimiento distintos, por el lugar que Zapata le otorga a las palabras… las palabras como actos exactos, pues en sus poemas breves o largos, todo cuenta y cada palabra parecería haber sido tallada desde las herramientas de la cultura, el cine, las artes visuales y cierto conocimiento de la fragilidad humana.

Las palabras deseo, carne, mujer y sexo, se mueven en la poesía de Zapata, al menos en sus cuadernos: “Baja noche” y “La miel de la higuera” hacia esa búsqueda de la energía creativa que solo la otorga la fiebre del amor y el estado único del enamoramiento. Con Zygmunt Bauman, desde su necesario e implacable ensayo: “Amor Líquido”, pienso que la belleza y crueldad del amor solo son posibles acariciar con más texturas en la poesía. Bauman señala: “La naturaleza del amor implica –tal como lo observó Lucano dos milenios atrás y lo repitió Francis Bacon muchos siglos más tarde- ser un rehén del destino. En todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la ecuación del otro”.

De esos dos seres cambiantes, de la experiencia del amor que salva y de la imaginación como un vehículo del sexo nos habla el poeta Cristóbal Zapata, en gran parte de su trabajo poético. Desde luego, también están los versos que evocan al cuerpo: femenino y masculino, a los cuerpos en plena comunión para salvarnos de las distancias, para dejar ver los pliegues del goce, del placer como búsqueda de la belleza; eso lo podrán confirmar en ésta breve selección de siete poemas que he preparado para los lectores de Vallejo & Co., y corroborarlo en la siguiente entrega, en la que aparecerá la entrevista que mantuve con el escritor Cristóbal Zapata.

Recientemente se publicó en España, bajo el sello Renacimiento que dirige el poeta Abelardo Linares, una notable Antología Personal de Zapata, bajo el sugerente y significativo título El habla del cuerpo, y ahora, me resulta indispensable reflexionar del habla del cuerpo porque considero que la poesía de Zapata es un idioma mutante tejido y unido por la imaginación y la historia del arte, por la prolongación de su zona de curador de arte y su zona de habitante de la noche, un habitante provocador y arriesgado.

Luis Antonio de Villena, anota en el prólogo de El habla del cuerpo: En Cristóbal Zapata se mezcla con lúcido y elegante hacer la pasión poética del cuerpo, tocado y gustado sin tabúes y los naturales correlatos literarios o culturales propios del poeta docto, para quien (lógicamente) la cultura, la lectura, nunca está ni puede estar separada de la vida misma. Esto resplandece en la obra de nuestro poeta. Claro que hay evolución y variantes dentro de un timbre propio como es normal en todo poeta de voz y altura. Poemas en verso o prosa, siempre buscando la elegante nitidez retórica y la dicción que alce la pasión y la letra.

Que éstos 7 poemas de Zapata los lleven a la comunión plena de Eros y que les sea leve el viaje hacia la botánica de éste escritor que enriquece con su poética la poesía ecuatoriana e hispanoamericana.


El poeta Cristóbal Zapata Foto por Xavier Caivinagua






Oral lust

Ahora que tus labios se posan
en el más elevado de los cirios
ese que tus dedos miden y agitan
que tu lengua y tus dientes perfilan

veo tus pómulos enrojecidos,
como si la hostia iniciática
volviera a encontrarte de rodillas
ante la alianza granate del oficiante

como si la luna de sangre quemada
reflejara en el marfil de tu faz
su sinuosa y esquiva textura

como si supieras, nínfula
que cuando tu boca emerja
estará inundada de esperma.



Courbet

En una orilla del Sena
ellas aguardan ansiosas
la caravana feroz de los adolescentes.
Mientras tanto
ejercitan un cotilleo obsceno:
piensan en falos como faros
como peces, como espadas.

La brisa que se cuela
entre sus faldas
eriza las piernas, su vello dorado
hasta depositarse en sus oquedades
como brasa, como agua.

¿Llegarán los mejor dotados?
¿Vendrán erectos, cuerpos de brindis?
Vale guardar discreción en la espera, se dicen.
Pero ¿cómo esconder la voluntad,
la piel, su intención?

Apostadas a la sombra de la arboleda
jamás podrán ocultar
(en la fatiga y el sopor del estío)
la impaciencia que prevé
el arribo de la caravana.
Por ellas lo hará Courbet
que bamboleándose entre los árboles
no ha dejado de observarlas.






Mapamundi

El papel, el mantel y la sábana,
ríos hondos, blancos
entre cuyas orillas corren
los placeres y los días:
la tinta, el vino y el cuerpo,
los flujos de la vida
los trazos de la muerte.




La miel de la higuera

Bajo el follaje de tu falda
mi mano busca el fruto oscuro y fragante
tal una promesa nocturna,
y tus muslos se abren complacientes
para que mis dedos lo hagan estallar
como a una granada vegetal.

Chupan mis labios la pulpa encarnada
hasta embriagarme con su miel negra,
mi licor secreto, mi jarabe eficaz.



Eucaliptos

Los eucaliptos tañen la música del campo
con los acordes de su follaje.
Acordes que son aroma y melodía,
melodía y memoria.
Olorosas, glaucas,
coriáceas, lanceoladas,
sus hojas son las notas donde vibran la infancia
como una sinfonía inconclusa.




Jardín de arena

En este espacio desnudo
cabe la tierra y sus misterios:
el amor y la muerte
el dolor y la dicha
el deseo y su sombra.
Quince piedras parpadean sobre su piel de arena:
ojos
            aberturas pétreas
                                               signos de notación
                                                                                    e interrogación.

Por eso el montaje rastrilla prolijo
la suave graba de su jardín elevado
como el escriba cultiva paciente
los vastos dominios de la página en blanco:
para afinar las preguntas que se hace nuestro asombro.



Kyoto, primavera de 1939

(Jorge Carrera Andrade)

“Zen: mira mi mano flácida. Soy un hombre de Zen.
No tengo otro cuenco de arroz que la luna”
J.C.A.

Un camino de cerezos en flor
me ha traído hasta Ryoan-ji.
el “Templo del dragón apacible”
donde la naturaleza y la geometría
se han reunido en el jardín.

Extraña armonía y concisión de este paisaje:
islotes de piedras
sobre un mar de arena,
a su modo un microcosmos,
a su manera un micrograma.

Como los monjes rapados
me recreo en el silencio y medito:
Yo, cuyo otro nombre es “Nadie”
(Odiseo sin odisea ni epopeya),
Puedo también acceder a la Nada.

http://www.vallejoandcompany.com/cristobal-zapata-y-la-botanica-del-cuerpo-que-habla-bonus-track-7-poemas/







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