domingo, 16 de octubre de 2011

4947.- CÉSAR EDUARDO CARRIÓN


César Eduardo Carrión
(Quito, ECUADOR 1976) Ha publicado los poemarios: Cinco maneras de armar un travesti (2011), Poemas en una Jaula de Faraday (2010), Limalla babélica(2009), Pirografías (2008) y Revés de luz (2006). Ha publicado los ensayos ´Habitada ausencia´: Historia y poética en la poesía de Javier Ponce (2008) y ‘La diminuta flecha envenenada’: en torno de la poesía hermética de César Dávila Andrade (2007). Editó junto a Fernando Albán el libro de ensayos Fulgor del instante. Aproximación a la poesía de Iván Carvajal (2008). Fue miembro de la revista de ensayo y poesía País secreto. Actualmente forma parte de la revista Ruido blanco.







De Poemas en una jaula de faraday,
ganador del concurso Consejo Provincial de Pichincha 2010.


“Hamlet. - Deja que la vea. (Coge la calavera.) ¡Ah pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio; era un hombre de una gracia infinita y de una fantasía portentosa. Mil veces me llevó a cuestas, y ahora, ¡qué horror siento al recordarlo!, a su vista se me revuelve el estómago. Aquí pendían esos labios que yo he besado no sé cuántas veces. ¿Qué se hicieron de tus chanzas, tus piruetas, tus canciones, tus rasgos de buen humor, que hacían prorrumpir en una carcajada a toda la mesa? ¿Nada, ni un solo chiste siquiera para burlarte de tu propia muerte? ¿Qué haces ahí con la boca abierta?...”

William Shakespeare, Hamlet, Príncipe de Dinamarca, acto V, escena I


1

¿Sabes cuántas veces aparece la palabra Amén en la Biblia del Rey Jorge?
¿Sabes cuántas de sus setecientas ochenta y tres mil ciento treinta
y siete palabras hablan de la muerte y cuántas de ellas nos consuelan
con la resurrección?
Si es verdad, como dice el Evangelio de Juan, capítulo diecisiete,
versículo diecisiete, que Dios y sólo dios autoriza y garantiza la verdad
del único Libro Sagrado,
¿por qué nos molestamos en leerlo tantas veces en voz alta y repetirlo
cada Domingo, cada Sabbat y cada fecha cercana al Ramadán?
Que se ocupe también de la llegada de la luz a las fronteras infrarrojas,
que anule, sosegadamente, la mutación de la ceguera en Efecto Doppler.
¿No sería mejor rezumar esas dudas en el silencio de alguna jaculatoria,
antes que empaparlas con tres millones quinientas sesenta y seis mil
cuatrocientas ochenta y nueve letras de pura especulación religiosa,
un poco de esperanza y, sin duda, toneladas de autocomplacencia?
¿Para qué escribimos nuevamente la crónica de la Noche Triste,
si fue dichosa,
y si Hernán Cortés se quedó de todas maneras con más de una Malintzin
y si hemos vuelto a incinerar las carabelas cada vez que hallamos dudas?
Para qué, si no es para escribir un Canto General, travestido,
que nos nombre, mejor que los legajos borroneados por las manos
de un cronista semi-analfabeta.
No te digo que no cantes, no silbes, no escupas tu verdad, de todas formas
lo harías, porque nuestras convicciones determinan la certeza y el error
en igual medida.
Apenas te pido que pongas de nuevo tus labios en el lugar donde los dejó
mi último beso, sobre tus dientes y maxilares calcinados,
casi impertérritos, que levemente me hablan.
¡Anda, Yorick, despierta! Como regresan las bellas durmientes del encanto
de la muerte, sin necesidad de conjuros, con palabras que labren el aire
con incertidumbre y terror.
Recuerda que encargamos la preparación del vino de las consagraciones
a un sacerdote,al más inepto de todo el colegio dedicado a proteger
las palabras del olvido y el silencio, al idiota de la familia, que no sabe
ni siquiera su propio nombre y duda de sí mismo todo el tiempo,
y sin embargo inventa motes y apellidos insultantes para todos
sus amigos y parientes.
Les encargamos la propagación de nuestras sombras, amado Yorick,
a los poetas, como si no fuera suficiente encargarles también el peso
muerto de sus propios cuerpos.
Algo tendremos que hacer, mi querido bufón, para librarnos de la acidia
y de su labia, tan mala compañía como el cigarro encendido en la boca del condenado a fusilamiento,
y así de redundantes y así de prepotentes y así de inofensivos estos versos,
cada vez que nacen, cada vez que habitan, cada vez que a alguien
se le ocurre recitar:
¿Sabes cuántas veces aparece la palabra Amén en la Biblia del Rey Jorge?
¿Sabes cuántas de sus setecientas ochenta y tres mil ciento treinta
y siete palabras hablan de la muerte y cuántas de ellas nos consuelan con la resurrección?
Por supuesto, no lo sabes, porque entonces, no habrías muerto y estarías provocando explosiones de risa en este íntimo auditorio,
donde sólo se escuchan bostezos y, muy de vez en cuando, alguno
que otro gemido, alguno que otro llanto…

2

Recuerdo que alguna vez, borracho, vomitaste en las faldas del Rey,
nuestro padre, como un demonio que paría por la boca a los ángeles exterminadores del Apocalipsis.

Recuerdo que aquella vez fue la única que el Rey, nuestro puto padre,
no te perdonó por haber nacido necio, por haber nacido tonto,
por haber nacido mucho más hermoso que él.

Aquella noche de juerga intensa, amado Yorick, fue tu última función
en la corte danesa.

Al día siguiente tu cuerpo pendía hinchado y sin vida de una almena
de la Torre del Desahucio.
“¿Sabes cuántas veces aparece la palabra Amén en la Biblia del Rey Jorge?
¿Sabes cuántas de sus setecientas ochenta y tres mil ciento treinta
y siete palabras hablan de la muerte y cuántas de ellas nos consuelan con la resurrección?”:
Estas letanías, bufón de la infancia fugaz, no son mías, recuerda que tú las pronunciabas como un trabalenguas infinito que nos ponía a todos a dudar
de tu aspecto de duende idiota.
“Los enanos tenemos la verga más grande que el dueño del circo”, decías
al vernos así, boquiabiertos, babeando, pensando en esa cifra imposible
de la Biblia del inglés enemigo.
A pesar de tu estatura, siempre fuiste, tú, el gran Yorick, el payaso,
el que amó a su verdugo,
como un perro de caza que aprendió a dormir en la cama de su amo
y atrofió el olfato.
¿Será que así mismo son los poetas de todos los reinos perdidos,
de todos los mares lejanos,
menudos pervertidos que enseñan a las vírgenes de las asambleas
a reírse de sí mismas y a encontrar entre sus piernas o sus senos
la condición degradante de heredar la muerte a quienes más se llega
a amar, a quienes más se aparta de dolencias, a los hijos?
Porque los hermanos diminutos de los parlamentarios, los poetas,
los ilustres inicuos, como tú, como yo, mi difunto mellizo,
somos cebo de políticos que dicen que debemos ordenar este mundo
y lustrarlo con palabras que discutan de justicia social y morales
intachables, que se puedan vender en las calles, como anuncios de humana integridad:
“Compre cerveza nacional, apoye a la patria; consuma cigarrillo local,
respire nación; lea versos y novelas que reintegren al sirviente
y al esclavo a los Estados de confort;
oiga, poeta; oiga, pintor, óigame, señor artista de nuestro ilustre país,
se lo advierto:
Si no talla el rostro del poder o la miseria que produce no le erigiré
ningún monumento”.
Sigamos riendo, lúdico animal de pene enorme, de risa estentórea
y temeraria, que nos condenen los que escriben para el vulgo,
para el analfabeta que nunca lo leerá; que nos repudien también
quienes escriben para el burgués, a quien la poesía le apesta.
Sigamos escribiendo, Calavera, para los demás esqueletos de este
bello cementerio.
¿Sabes cuántas veces aparece la palabra Amén en la Biblia del Rey Jorge?
¿Sabes cuántas de sus setecientas ochenta y tres mil ciento
treinta y siete palabras hablan de la muerte y cuántas de ellas nos
consuelan con la resurrección?
A mí, ya no me importa cuántas veces gimió el evangelista o fornicaron los
predicadores.
Mucho menos me importará, de aquí en adelante, cuántos alguaciles
de la verdadera, de la absoluta necesidad, me increparán por evadir
con mis palabras sus preguntas.
Gracias, cuerpo ausente, huesos pelados, carne reseca, postreros
nutrientes del gusano, por la libertad de no tener esperanza
y por ello no deber al misterio el sentido de mi vida.
Sigue así, tan muerto como ahora, hermano Yorick. Mañana vendrán
otros príncipes locos a vengar la memoria de su padre infame,
liquidado por la Matria puta, por la Ley del Hombre.







Epitafio del poeta

He tocado tantas noches un tambor con este nombre
que ahora dudo de los ecos que reposan en la piedra.

Aunque ignoro la precisa ubicación de tu tumba,
ambiciono lejanas semejanzas contigo.

Yo sé bien que este río no moja tu cuerpo,
siempre sordo, de granito,
escultor de vientos.








Fatiga

Si alguien lograra extender el orgasmo
por horas,
por años,
¿tendría recuerdos si volviera en sí,
podría volver,
querría?








Aquiles y la tortuga

Tictac, tictac.
Una muleta más grande que otra.
Tictac, tictac.
Y yo,
que tengo dos piernas enteras y sanas,
¡no puedo cojear!








Fábula de Narciso

Y entonces dijiste: “Hágase la luz”

El eco retumba como un balbuceo.







Mínimo latido

Estas aves que limitan con la noche
desuellan tus labios con un beso.

Me yergo del polvo, rapto tu sangre,
y apenas me queda un jirón de tu voz.

Digo cosas parecidas a tu nombre
como luz, corazón
o cementerio.







EL ÁRBOL

Pronuncias la sola palabra
árbol:
la savia hierve, las hojas supuran
canto
(canción vacía de tiempo,
Tiempo de canto vacío,
Vacío que canta tiempo).
En la raíz se agita la voz:
solamente un verso,
sólo una palabra…
Arremetes contra el papel,
y el bosque entero
calla.








REVÉS DE LUZ

Esta ventana:
un haz sin envés,
un revés de la luz atrapada
entre cuatro paredes
de agua,
un vértigo petrificado
sobre el dosel de la mirada,
un espejo sin azogue,
un abismo horizontal,
una palabra.








POLINIZACIÓN

El viento me impide mentir,
impone la ruta del polen y de estas semillas:
palabras de acentos forzados,
murmullos raídos,
saliva empeñada al abismo.







BESTIARIO

Adentro,
mortecina agazapada.
Afuera,
matarifes risueños.
En medio,
la tragedia del pulso:
una palabra
traspasa el cristal.







EXHUMACIÓN DEL BESO

Hacia el fondo abismal de tu rostro
cae mi voz,
presa del águila.
Repentina columna de alas,
trama fuego
con restos del agua.


(de Revés de luz)



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