martes, 6 de marzo de 2012

LILIANA DÍAZ MINDURRY [6.044] Poeta de Argentina


Liliana Díaz Mindurry 

(1953), escritora argentina, nació en Buenos Aires en 1953. Estudió derecho no obstante la literatura ganó sus afanes dedicándose a ella desde la creación y la docencia.
Desde 1989 coordina talleres literarios en diversas instituciones y desde mediados de los ochenta viene publicando en forma constante apoyada en una narrativa personal de fuerte tono poético.
Ha obtenido varios galardones: Premio Juan Rulfo (1993 y 1994), Primer Premio Municipal de Buenos Aires (1990/91), Primer Premio de la Embajada de Grecia (1990), Premio Fundación Antorchas (1991), Primer Premio Fondo Nacional de las Artes (1994), Premio Planeta (1998) y Premio Centro Cultural de México.
Ha sido traducida al alemán y al griego. Algunos de sus poemas han sido publicados en Medellín, Colombia y Salzburgo, Austria.
Obra: Buenos Aires, ciudad de la magia y de la muerte (1985)
La resurrección de Zagreus (1988), La estancia del sur (1990), Sinfonía en llamas (1990), Paraíso en tinieblas (1991), En el fin de las palabras (1992), A cierta hora (1993), Retratos de infelices (1993), Wonderland (1993), Lo extraño (1994), Ultimo tango en Malos Ayres (1998), Lo indecible (1998), Pequeña música nocturna(1998), Summertime (2000).




EL GUITARRISTA CIEGO


Se nos habló del ojo como del único sentido para construir el sentido,
las líneas de significaciones.
Algún francés nos habló de la evidencia.


Un español hizo del ojo el único sentido para construir el sentido,
sin buscar claves ni líneas de significaciones evidentes,
juntó casi burlándose
la ceguera y la música
como si la música fuera una cuerda rota,
como si la música fuera por fin
un dejar de ver las formas del mundo,
como si nada,
no quería entregar ninguna llave:
una simple música en un azul de ojos cerrados.


(Y por favor,
que no se espere nada de los colores de una tela
ni aunque sea azul y un joven Picasso haya inventado a un guitarrista ciego).


Como si no sucediera nada hay quien la mira en un azul de ojos cerrados,
como si la ceguera fuera una cuerda rota,
un viejo que toca una guitarra ciega en un vacío.


O sólo eso: nada,
una música que como la muerte,
cierra los ojos.


Parece que hay dos,
una pareja, dicen,
parece que es un hombre ciego, enfermo y una música ciega, enferma
y parece que es sentarse y llorar la ceguera del hombre, la música que no quiere ver nada,
y no parece pero la música se come al hombre
y el hombre sangra.


Y no parece pero hay una muerte por asomar la cabeza
en alguna parte. Y no parece pero también hay una muerte
ciega
por aplastar a la música,
por aplastar al hombre.
(O la misma música es la muerte).
Y no parece pero es el amor,
o una forma de amor al menos,
una música rota,
la ceguera de dos que no se encuentran nunca.


Nada de importancia, por supuesto, entonces,
ese hombre ciego puede ser cualquier hombre, de esos que andan en los trenes,
de esos que tienen ojos pero no miran porque alguna música les estalla en las sienes.
Cierta locura.


Cierta locura, dije, cierta locura fría
de mosca que sueña paraísos;
nada de importancia, entonces,
cualquier hombre,
cualquier muerte asomada en una música.


Cualquier forma de no mirar el mundo.


Es posible que la música
sea una forma ciega de tomar las cosas,
una astilla en el ojo,
la astilla de un ojo que no quiere ver más.




O al menos una forma de guardar la noche,
esa noche donde nada es seguro.


Es posible que la música
sea una forma ciega de verificar las relaciones,
y el ojo abierto,
apenas una trampa desde lo virtual.


Una pequeña bofetada a las ilusiones de este mundo.


Ya se sabe:
la música lo dice:
Estamos hechos para la muerte.


Si el ciego sabe que la oscuridad es una luz que no espera,
si el ciego sabe que los sonidos son una forma de guardar la extrañeza en el oído,
el ciego sabe
que la música habla de una especie de universo ya extinguido.


Fue cuando los hombres no quisieron ver más la rotación de los días y las noches
y se llagó la piel de la fotografías
y desapareció el tan dulce engaño de las cosas.


El ciego no sabe
que también la música ha dejado de servir
para los ciegos.


Dice la música:
ya no hay nada que hacer.
El peine al peinar arranca pedacitos de cerebro,
hay una araña escondida en los cajones.


(En los cajones aguarda
el temor de los ciegos,
el miedo
de la música).


O es la enorme tristeza.


Debe haber en el ojo de los ciegos
una sórdida luz de pasillo donde avanzan los bastones blancos,
un pobre pez que se pudre en el agua del mar sin que nadie lo advierta,
una zona sin defensa,
el vientre de las noches sin luna. Se sospecha:
una minuciosidad oscura,
un detalle
que se escapa del cuadro.


Y la música no cura.
Cerrar el ojo e inventar sonidos no inventa
otra luz. Ni siquiera una luz oblicua.


Debe haber un cielo roto de antemano.


No hay fe.


Ya es tarde para ahuecar aún más el hueco de los ojos
e inventar la música.


Peor aún para juntar
desechos de palabras.


¿Y si detrás de los ojos
se pudiera
mirar
a la música?


¿Ver el color y la forma del sonido?


Como si las imágenes fueran otra cosa que el silencio,
como si las imágenes fueran otra cosa que una hierba
para que devore
un ojo
triste.


Con la mitad del ojo de Picasso
habrá medio ciego azul, media guitarra.


Con la mitad de la música de medio guitarrista ciego
aún es posible abrasarse.


Abrasarse es imaginar algo más que un silencio.
Todavía medio amor
es más fuerte
que cualquier forma
de muerte.


Tal vez la muerte no sea música
ninguna música,
ni siquiera
una música pintada
o escrita.


Tal vez la muerte sea
un ciego que partió hace mucho de una tela de Picasso
y se le quebró la guitarra
y el azul.


Tal vez Picasso muerto
sea una tela con un guitarrista
que ya no significa;
el azul, el color de una mancha de pintura,
y el ciego,
una teoría sin demostración.


Todo el cuadro:
la irregularidad de un ojo de vidrio que se rompe.
Los pedacitos volando en el espacio,
un vestido de novia comido por hormigas.


Tal vez ese cuadro que alguien mira haya dejado de existir,
porque sólo existía para Picasso.


Es que ese guitarrista de los poemas
ya no es el mismo guitarrista del cuadro.


Es un guitarrista de un azul de palabras
y su ceguera
son unas cuantas letras


para desfigurar el vacío
de la hoja en blanco.














LA FILOSOFIA DEL CAMARIN


Cuando nadie los ve
cuando nadie los oye
los vestidos guardan deseos de otros como heridas abiertas, como sangre
/expuesta,
las ajenas miradas de la desdicha, las voces roncas, las fracturadas noches,
las alegrías futuras como perros por nacer.


Los zapatos reflejan el universo, ese Dios que guarda en los cajones
toda la /infelicidad del mundo,
las nostalgias que caen del cielorraso
y los pasos que llevan al placer en los dedos y en la punta de los labios.


Les queman los días pasados y los por venir,
tontos de sueños, de esperanza y de hambre,
ellos,
puestos en el lugar de lo viejo,
juegan dulcemente a las trampas.


Hablan a veces con voz de agua jabonosa,
hablan a veces
del perfume de las cosas estancadas, del espejo que los guarda en sus aguas.


Así lastimados
son eternos. No sonríen ni dejan que nadie les sonría.
Recuerdan que es mejor olvidar y como filósofos no creen en lo que se ve,
beben tranquilos las luces de la sombra,


y hasta entienden


por momentos


esa música sin freno


de la muerte.












el país no se sabe si existe fuera de la palabra fuera del ruido fuera de los signos…

A la memoria de mi primo
el doctor Guillermo Díaz Lestrem, víctima de la dictadura



Hay un país simulado
un nombre simulado un tiempo simulado
un viejo país detenido en agujeros negros
el país simulado al fondo
(como un pozo)
oscuro
fabricado en el pozo de los sueños
(ese fondo del fondo)
En un mundo asimétrico lo que está por suceder no termina de suceder
porque es posible que no haya suceso
en un mundo asimétrico donde hay carceleros
el carcelero no permite la entrada
aunque dice que la permite y hasta guarda una sonrisa en la pantalla
(Y hay un hombre de negro que mira desde lejos en un hueco del tiempo)
el carcelero dice: el país está cerrado dice: el país es puntual
en decir que está cerrado
dice: no
no dice
o está y dice con su presencia
o no está pero es fácil imaginarlo
algo que no termina de suceder
aquí hay marcas y preguntas y zumbidos y ultrajes y perfumes antiguos
y hay cosas que llaman el país y el país no se sabe si existe fuera
de la palabra fuera del ruido fuera de los signos
fuera del país con pantallas vacías y celulares rotos
fuera del país donde las niñas cibernéticas saltan a la soga
no contestarán las máquinas del sueño
ni los que escriben al departamento de tejido literario
ni los que leen
ni los que escriben a los que leen ni los que leen a los que escriben
y después eso: la repetición de marcas y preguntas y ultrajes y zumbidos
y perfumes antiguos y cosas que llaman el país que no se sabe
qué es o si existe fuera del movimiento de lengua o de los signos
Un país en blanco y negro donde el futuro parece una mala copia del pasado,
un revival extraño
no hay Ley que una estos sangrientos pedazos
un pedazo y otro
sueltos
vacíos
y sin embargo unidos perfectamente en una pantalla
con virtuales páginas de seda
que siguen después de “todavía estamos en la Argentina”
y nunca terminan
hacer entonces como si hubiera mundo
como si el viajero de las sábanas fuera inmortal
como si hubiera un hombre de negro
un resplandor
dentro del pozo de las cosas
como si el pozo de las cosas
no fuera el pozo de las cosas
como si las cosas no fueran un pozo
como si el pozo contuviera cosas
como si hubiera cosas
como si hubiera pozo
como si la palabra por sí misma
diera existencia al pozo de las cosas
a la Ley que ordena las cosas dentro del pozo
o el pozo dentro de las cosas
entonces como si hubiera país
en la noche del país
la Ley abre la boca y dice en la boca de las pantallas
dice
no lo que está bien
sino que está bien lo que ella dice
porque lo que dice está bien porque lo dice
porque el decir es belleza
porque es la posibilidad de seguir viviendo
de llevar el traje de los recuerdos
como si existieran los recuerdos
hace frío aquí
aunque los Poderosos no quieran
hace pánico
el país hace creer que es
hace creer la fe
hace creer que la palabra es
hace creer algo atrás de un ruido
hace creer en un ruido
simula caminos de buena hierba
un país hace creer en un orden
que desgarra la noche
como si hubiera caminos
como si hubiera algo que simulara caminos
y no parece
y hasta se ve la silueta de un carcelero atrás del carcelero
y hasta parece que se inclina y habla
y hasta parece que habla de otros carceleros uno en cada puerta
otros carceleros que dicen que no dicen que simulan decir
que ni siquiera nombran o que nombran la escritura
para desintegrarla en balbuceos sílabas letras desunidas letras
que ya no forman ninguna palabra marcas en el papel rumores
en la selva del silencio
y hasta parece que es una infinidad de mundos de simulación de mundos
cada uno con una puerta y un carcelero como una infinidad de espejos
de simulación de espejos cada uno con una puerta y un carcelero
y en los sueños
hay épica y sufrimiento
hasta que llega dulcemente
la gratuidad
el sinsentido
hasta que algunos borrados se levanten de la inexistencia
son como si no hubieran sido nunca
una brisa olvidada
una brisa entre dos intentos de brisa
hace pánico
digo
pienso en los que borraron en pantallas blancas
la mandíbula que guarda mi lengua
tiembla
se cierra
se cae
hace pobreza
hace dolor aquí adentro de esta pantalla donde vivo
los Poderosos no me guardan del frío ni del miedo
de mala hierba los caminos de la muerte
hasta la tentación de decir injusticia iniquidad
una vez desaparecidos los carceleros
me acuesto
sueño
las posibles palabras que contienen otras puertas posibles
sueño un país
donde la rabia
me devuelva los muertos)


Del libro “Resplandor final”; Ruinas Circulares, 2011)



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