domingo, 9 de enero de 2011

2815.- SANTIAGO LLACH


Santiago Llach nació en 1972 en Buenos Aires (Argentina). Publicó La Raza (Siesta, 1998), La verdad láctea (Vox, 1998) y La causa de la guerra (2001), entre otros libros.






Vuelvo en subte con mi madre al suburbio.
A la entrada, las puertas están abiertas
por un paro de los empleados.
Yo la presiono en el brazo para que pase por ahí, sin pagar.
Ella se resiste, mira hacia la boletería.
En la obsesión de mi madre con el cumplimiento de las reglas
están concentrados todos mis problemas con la literatura.


Poemas municipales, Eloísa Cartonera, 2009.






Mediados de la era de Bush.
Muchos de mis pares ideológicos, aquellos
a quienes con más frecuencia otorgo
el afecto de mis lecturas,
hablan de una época oscura.
Este domingo, sin embargo,
fue casi idéntico a un domingo de mis padres
en los años de Nixon, o los de Gerald
Ford. Domingo
en una quinta del sur de la ciudad:
horas en el agua con León y Benita,
mi primer lindo fulbacho con Leoncho,
conversación empática con gente
dispuesta, neurótica y generosa. Amigos
en potencia. Música:
el retorno de lo reprimido, América
by Mozz. Textos: traducción
de una primera página de Faulkner,
una entrevista en el diario
de Mitre a un hombre de conciencia límpida,
lo conozco de mi infancia pasionista, habla
de la terrible pobreza. Habiendo
tomado riesgos, soy un romántico moderado.
Si Borges forjó en gran parte
mi identidad literaria fue sobre todo
por motivos materiales: razones instrumentales
del mercado editorial. Hoy me interesa poco
Casi tanto como Cortázar, como Bioy.
Menos que Verne o Salgari, para no hablar
de Billy Faulkner, de Pavese
ni lejos de mis poetas predilectos. En todo
caso, si Hobsbawm y Halperin lo son, cosa
que dudo, puede que los escritores materialistas
despierten en mí un interés de los más vivos.
Así es como lo pienso: en los últimos años de mi juventud
la historia se puso en marcha otra vez.
El peligro de la falta de ironía
es que los años lo arrollan a uno;
el peligro del exceso de ironía
es ser recordado como un escritor barrial.
Un domingo igual a muchos otros, y diferente:
es difícil que se cumpla el 10% de mis sueños,
y sin embargo, Freud no diría
que lo mío es una patología seria.
Hoy jugaron Newell’s y Central:
todavía no conozco el resultado.
He ahí una diferencia: mi padre lo habría conocido.
A él le interesaba la política, en primer lugar,
y luego la música. A mí la política,
y luego la literatura.
Huelo una derrota, o un empate.
Central es algo de lo que podría prescindir;
sólo en teoría: en la práctica,
suelo hallarme a mí mismo pensando
en el Negro Palma. ¿De la página
de Faulkner? Los dos hombres
unidos por el cemento de una sordera común.







En un barco al que llamamos Aramburu
fuimos una tarde a pasear por el río
Nagy Emilio Ruso Tano
Carlos Andrés Tomás Nicolás
el Vasco y otros que ahora
mi tibia memoria no recuerda.
En el runrún morado de las aguas,
en el calce limpio con que el cielo y las aguas
bajaban, aquel paraíso
se vio pronto envuelto en brumas:
la bruma de la uva blanca y las burbujas
frías, la alegría del bautismo, la partida
a esa como regata olímpica, los cantos
en honor del amor por dinero.
Uno sentó a la Belleza en sus rodillas, y otro
le asestó furiosos improperios.
Otro dio en la tecla de Placer
y la obligó a arrodillarse ante su vientre.
Otros dedicaron el día
a ungir las velas, a ordenar sus reflexiones.
El día fue largo y la pesca,
fructífera. Al regreso cantábamos
viejas canciones marineras:
reparaba la tarde el corazón,
más maduro en el uso de la luz.







Eggers

Corre diciembre de 1990
Es un viernes en la noche, y en una
antigua fábrica de cigarrillos
en la que otros justifican la caída del muro de Berlín
y sus derivaciones vernáculas con ecuaciones lógicas
que en última instancia van a morir
en una modesta proposición del alemán Frege
o en un breve panegírico
del inglés Alfred Tarski, o bien
dotando a todas las interpretaciones,
exageradamente, de un tufillo ininteligible
que leídas de un modo
podrían tacharse de ejercicios literarios a la manera
de Michel Foucault, yo
escucho a Conrado Eggers Lan
Es el último ejemplar
de los filósofos de alguna especie
Uno más de los equívocos
abundantes que nos legaron los años sesenta:
ese hombre alto, refinado, etcétera
tuvo como padre y madre ideológicos
a los mismos que ese aborto
llamado Organización Peronista Montoneros.
Ah, pero ese cosmológico Max Scheler
ese amigo del magnífico
Rodolfo Mondolfo, expone esa noche
su metafísica personal
A ella recurriré cuando más tarde, a los 4,
León aún ni siquiera imaginado me pregunte
qué hay atrás de todo,
en el cielo, y yo busque algo más
que la negatividad cultural de la época
y la afirmación trascendente más banal:
ahí vive, le diré, el soporte de todas las cosas,
la suma de los deseos y lo que provoca mayor asombro
entre todos nosotros.







Ahí había una ausencia iluminada…

Ahí había una ausencia iluminada.
La canilla armada del patio
calentaba su hierro,
agua de miel

en el balde tenso
y el sol se paraba
como una parrilla que se enfría
contra la pared

de cada tarde larga.
Así que sus manos forcejeaban
en la bandeja,
el horno poniéndose rojo

mandaba su placa de calor
contra donde estaba ella
con su delantal lleno de harina
abajo de la ventana.

Ahora limpia la tabla
con el ala de un ganso,
ahora se sienta, embarazada,
con las uñas pintadas de blanco

y canillas rojas:
acá hay un espacio
otra vez, el scon se cuece
al tac de dos relojes.

Y acá está el amor
como la pala de un obrero
hundido más allá de su brillo
en la montañita de harina.








Nueva narrativa argentina
Mi novia y mi ex-mujer están en una antología
de la nueva narrativa argentina.
El editor organizó un asado en Don Torcuato
para festejar la aparición del libro.
Como los domingos mis hijos están conmigo
y la separación es más o menos reciente
ni ellos ni yo vamos a ir al asado.
Ana, mis hijos y yo
despertamos ese domingo
en el departamento hermoso y decadente
que Ana tiene en el Once.
Pero Fiona se enteró del asado
y quiere ir con la madre.
Después se entera Benicio
y también quiere ir al asado.
La combinación automovilística es compleja
pero el resultado es este:
una hora más tarde,
desde la puerta de una casa hermosa en Barrio Norte
en la que solía dormir
arrancan dos autos.
En uno van mi novia, mi hijo y tres escritoras.
En el otro van mi ex mujer, mi hija, tres escritores y una pelota de fútbol.
Mi novia y mi ex mujer son las conductoras de los autos respectivos.
Yo me voy caminando con el bolso negro
que me acompaña en mi vida nómade.
Esto es lo más importante que le pasó a la literatura actual en los últimos años,
al menos desde mi punto de vista.

(De Poemas municipales, Eloísa Cartonera, 2009)

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