sábado, 9 de octubre de 2010

JOSÉ RAMÓN MERCADO [1.431]


JOSÉ RAMÓN MERCADO

Narrador, poeta y gran conversador, dramaturgo y director de Teatro. Egresado de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Libre de Colombia, donde obtuvo el título de licenciado. Nació en Naranjal (1937), caserío del Municipio de Ovejas, COLOMBIA.
Durante veinticinco años fue rector del Colegio INEM de Cartagena, desde donde desarrolló una invaluable labor en pro de la educación, la investigación y la cultura de los estudiantes. Sus poesías hacen parte de antologías de poetas nacionales e internacionales.
Es autor de los libros de poesías “El cielo que me tienes prometido”, “No solo poemas”, “Las mismas historias”, “Perros de Presa”, Agua de Alondra”, “Agua del tiempo muerto”, “Retrato de Guerrero”, “El baile de los bastardos”, “Árbol de Leva”, “La Casa del Conde”, “La Noche del Nocaut” y “Veinte poemas eróticos y una canción sosegada”, “Los días de la ciudad” (2004) y “Agua Erótica” (2005) y la Casa entre los árboles (2006).
En 1974 recibió el Premio Nacional de Cuento con el libro “Las Mismas Historias”, el que escribió conjuntamente con su hermano Jairo. Mención en el Concurso de Cuentos Biblioteca “Gabriel Turbay” de Bucaramanga. Primer puesto en el Concurso Nacional de Cuentos de la Universidad Surcolombiana, en Neiva en 1975. Mención en 1976 en el Concurso Casa de las Américas en la Habana, Cuba, modalidad poesía. Ha sido incluido en varias antologías de bardos colombianos. Fue elegido como el mejor Poeta Nacional en el concurso organizado por la Casa de Poesía Silva. Ha ocupado los cargos de Fiscal, vocal y vicepresidente de la Asociación de Escritores de la Costa.
En el prólogo a su libro Los días de la ciudad el crítico José Manuel Vergara expresa: «… Uno siente los pasos del poeta rondando por los sitios más inesperados de la ciudad, mostrándola tal cual es con sus pincelazos de luz y sombra, dejando al descubierto una realidad que no se aprecia a simple vista por la vida atolondrada que discurre por sus calles, avenidas, plazas, tabernas y murallas…» y más adelante, afirma: «…Este poeta ha escuchado solitario el paso del tiempo que todo lo corroe, desgasta y vuelve tristes a la ciudad y a los seres que la habitan, mientras la tarde languidece con su color a muerto, más allá de las murallas y del postrer canto de los pájaros. Mercado es un poeta minucioso. Le gusta desmenuzar la realidad hasta tocar fondo, compadeciéndose unas veces de su soledad; otras veces, mirando la agonía impotente de los demás, pero siempre lamentándose de que la ciudad se haya convertido en una cloaca que respira muerte por los cuatro costados…»




Cuando pasa la ráfaga

Dios sabe del cansancio que instila la guerra
El poema que queremos y que repetimos
La angustia como cuervo que grazna
Cuando pasa la ráfaga de la guerra
La voz arrastrada de la metralla
Que deja sin oficio al zapatero que cose los días
La piltrafa del basuriego de la calle
La carreta más pesada de sus sueños
Al mulero con su tienda ambulante de espejos
A la palenquera acuchillada por el sol de sus pasos
Al lotero que naufraga en su voz
El extraño concierto de incertidumbre de la cuadra
La voz de la guerra se siente en la calle

Dios sabe del cansancio que instila la guerra









Balada del forastero

Cada poeta vive la memoria de
sus ancestros
Jorge Luis Borges

Yo soy el forastero que ingresa a la ciudad
Por mis propios pasos me conozco
Soy de tan lejos como el silencio inexplicable
Como las palabras y los signos
Como la noche tambaleante
Como la tierra y la alegría que han muerto
Y la distancia de las manos que se bifurcan
Y la sazón y el pan duro que como
Y el cielo remoto que lo niega
Y el asombro que cabe en el reflejo de los charcos
Y el miedo destazado como témpano de escombro

Soy de tan lejos como el canto y los pájaros
Como la casa y el silencio y el agua que se fuga
Y el sueño y la agonía atónita
Y el cielo que sangra en contraluz
Y el sol que emigra en la última sombra del día

El regreso a la ciudad me torna forastero
En el instante justo del miedo cotidiano
Sin embargo aquí vivo sin cambiar de casa
Ni de barrio ni de música ni de talante
Soy el que abre siempre con su voz minúscula
Cada día las puertas de la ciudad
Dueño de sí mismo sin una canción antagónica






Plazoleta interior

La escobilla florecida presencia la cruz de la plazoleta
Los tomillos callados la garganta de piedra
El olor de matarratones en la siesta del mediodía
Las campanillas suben la colina
Atisba la piedra silenciosa de los quicios
Hay un sabor a marisma en la brisa quieta
Al pie de la colina está la ciudad y sus voces
-Solitaria como un pájaro muerto en el aire-
Los techos rojizos y la cruz del tiempo agonizan
La iglesia roza el cielo desde lejos
Y la luz violeta de cada tarde que huye
Corta el canto de los sangretoros de regreso
La cruz huele a rosa quemada cada tarde

El viento es una letanía misteriosa
De antiguos amores suspendidos en el tiempo







La masacre de Chengue

I

Llegaron al final de la noche
entre la sombra ciega y los ladridos de los perros
al alba a pie juntillas en vilo las hachas
Las mujeres aturdieron el cielo con sus gritos
Rosa Meriño sintió el pálpito en su entraña
María Martínez vio los muertos pálidos
Sixta Andrades Sequea volvió a menstruar
lunas después de la menopausia
Según Prasca Oviedo a su marido lo arriaron
bajo un cielo de hastíos y horror
No tuvieron tiempo para despedirse
una pasta gruesa en la saliva le atascó la voz

Primero les amarraron las manos y les taparon la boca
luego pusieron sus cabezas sobre el tronco
el tronco de hachar los huesos en el matadero
y uno por unos los fueron despescuezando
Los muertos tenían el miedo en el rostro
los perros olían la sangre de sus amos
y salían huyendo despavoridos como animales apaleados

A Manuel Mendoza lo soslayaron
con un golpe de hacha en el aire
y salió corriendo con la cabeza en las manos
creyendo que se había salvado

Néstor Meriño cayó aplastado como un racimo de plátanos
Estaban todos juntos el silencio olía a sangre
parecían, una montaña, los muertos arrumados


Ya viste una montaña alta de muertos
todos los muertos se parecen a los muertos
tienen una palidez de cadáver que los recorre en silencio
No hay llanto que a uno lo cure ante sus muertos
las oraciones no alcanzaron para los muertos de Chengue

La sangre derramada y los gritos
también rodaron por la ladera
La plaza estaba encharcada de sangre
después del bazar de la muerte

II

Al mediodía llegaron las volquetas fúnebres
con sus chazas inmensas de tártaras calientes
Las órdenes dadas estaban cumplidas

Ese día el sol fue borrado del cielo

Las espigas de maíz estaban secas
El camino parecía un cementerio
y las volquetas cargaban las bolsas
negras llenas de cadáveres
Era una carga de bolsas negras
como arena mojada
pesaban como piedras insensibles los muertos
Los alinearon bajo el sol de la tarde
a cada uno le fueron colocando su cabeza
parecían aún sentenciadas a muerte sus sombras
pero andaban lejos de sus lágrimas carcomidas de miedo
ninguna batalla consagraba su heroísmo
allí estaban bajo el sol de la tarde

A lo largo del camino hasta Ovejas llegaron los muertos
vieron por última vez el cielo borroso bien arriba

En menos de lo que un gallo canta
la noticia dio la vuelta al incrédulo mundo
pero en Chengue no volvieron a cantar los gallos

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