martes, 11 de octubre de 2011

MANUEL VILAS [4.899]


Manuel Vilas

Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) es un narrador y poeta español.1 Manuel Vilas ha sido y es colaborador habitual de muchos periódicos españoles, entre los que cabe destacar: Heraldo de Aragón, ABC, El País y El Mundo, también en periódicos desaparecidos como El día de Aragón, El Sol, y Público. Igualmente, colabora en los suplementos literarios más importantes de España como ABC Cultural y Babelia. Su producción periodística es ingente, con más de mil artículos publicados, algunos de los cuales han sido recogidos en libro. Asimismo colabora habitualmente en revistas españolas como Quimera, Vanity Fair, Letras libres, Turia, Cuadernos hispanoamericanos, Mercurio, etc.

Novela

El luminoso regalo (Alfaguara, 2013)traducción al Turco de Nazh Cigdem Sagdic Pilcz, (Edit. Ayrinti Yayinlari , 2015)
Los inmortales (Alfaguara, 2012)
Aire Nuestro (Alfaguara, 2009)/ On Air (traducción al francés por Catherine Vasseur) (Passage du Nord-Ouest, Francia, 2012)
España (DVD,2008); (Edición Argentina en Mansalva, Buenos Aires 2010) (Tercera edición en Punto de Lectura, 2012)

Relatos

Setecientos millones de rinocerontes (Alfaguara, 2015)
Magia (DVD, 2004)
Libro de relatos Zeta (DVD 2002, Segunda edición Salto de Página, 2014)

Poesía

Poesía Completa (1980-2015). (Editorial Visor, Madrid, 2016)
Antología poética. (Editorial Barco de Piedra, Venezuela, 2015)
El hundimiento (Premio Generación del 27 , Visor, 2015)
Le poète de cinquante ans (El poeta de cincuenta años, Antología) Traducción al Francés por Annie Bats, (Voix Vives de Méditerranée en Méditerranée, Al Manar, 2014)
Gran Vilas (XXXIII Premio Ciudad de Melilla, Visor, 2012),Great Vilas (Traducido al inglés por Pablo Rodriguez Balbontín and William F. Blair, Song Bridge Press, 2016)
Amor. poesía reunida, 1988-2010 (Visor, 2010)Traducción al Búlgaro por Rada Panchovska, (Sofia, Bulgaria, 2012)
Poemas. Antología.(La Habana, 2009)
Calor (VI Premio Fray Luis de León, Visor, 2008)
Resurrección (XV Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, 2005)
El Cielo (DVD, 2000)
Las arenas de Libia (Huerga y Fierro editores, 1998)
El mal gobierno (Libertarias, 1992)
El rumor de las llamas (Editorial Olifante, Zaragoza, 1990)
Textos híbridos[editar]
Listen to me (La Bella Varsovia, 2013)
Dos años felices (Mira editores, 1996)
Ensayo[editar]
Arde el sol sin tiempo (artículos y ensayos), (Universidad de Valladolid, Valladolid, 2014)
MV Reloaded (Tropo Editores, 2011)
La región intermedia (Prames, 1999)
La vida sin destino (Mira editores, 1994)

Premios

2016 Premio de las Letras Aragonesas 20152
2015 X Premio Llanes de Viajes por la novela Wild Side España.
2014 Premio Generación del 27 por el libro de poemas El hundimiento.
2013 Primer Premio “Antonio Machado” de Poesía por el poema “Creo”.
2012 Premio Ciudad de Melilla por el libro de poemas Gran Vilas.
2009 Premio Librería Cálamo por la novela Aire Nuestro.
2008 Premio Fray Luis de León de Poesía por el libro de poemas Calor.
2005 Premio Jaime Gil de Biedma de poesía por el libro de poemas Resurrección.
2002 Premio Pedro Saputo de las Letras Aragonesas por el libro de cuentos Zeta.


                     
MACDONALD´S

Estoy en el MacDonald´s de la Plaza de España de Zaragoza,
haciendo la cola gigantesca,
con los ojos clavados en los carteles de los precios,
el dinero justo en la mano derecha,
billetes arrugados.

Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible.
Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano
una patata amarilla untada de ketchup muy rojo:
Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece, 
mi hermano ciego.
El niño está solo, no bebe,
no le llega para la Cocacola, sólo patatas.
Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia,
esa soledad idéntica a la mía,
¿no lo entiendes?, sólo le llega para las patatas,
y está sentado, quieto,
en su trono, la negritud y el niño,
en el trono, allá, allá, en ese trono radiante.

MacDonald´s siempre está lleno.
Es el mejor restaurante de Zaragoza,
una alegría despedazada nos despedaza el corazón:
Por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas,
de pajitas, de bandejas.
Es el mejor restaurante del mundo.
                                               Es un restaurante comunista.
Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo,
aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco,
al lado de un cartel que dice "I´m lovin´ it".
                                               Tengo una bota encima de un charco
de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota.
Una nata blanca, despedazada.
Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia.

A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete
que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro.
                                               Y ríen y tragan patatas fritas.
Y yo trago patatas fritas.
Y dos maricas están enfrente comiéndose
                                               la misma hamburguesa goteante,
cada boca en un extremo, y se manchan y
                                               se muerden.
Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan.
                                               Y se despedazan.

En Londres, en París, en Buenos Aires,
en Moscú, en Tokio,
en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga,
en Pekín, en Gijón,
somos millones, la tarde harapienta,
el dolor en el cerebro, la comida,
millones en miles de subterráneos esparcidos
por la gran tierra de los hombres.

Estoy en paz aquí con todo: barata la carne, barata la vida,
                                               baratas las patatas.
Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado,
el gran hereje, el loco supremo,
el hijo de la última mano miserable que tocó
el monstruoso corazón del cielo.
Si Lenin volviera, MacDonald´s sería el sitio,
el palacio sin luna,
el gueto de las reuniones clandestinas.

Algo importante está sucediendo
en este subterráneo del MacDonald´s
de la Plaza de España de Zaragoza,
                                               pero no sé qué es.
                                               No lo sé.
De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad:
el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas.
Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte.
                                    En MacDonald´s, allí, allí estamos.
Carne abundante por tres euros.

                      
MUJERES

No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Con el matrimonio, con la maternidad, con la viudedad, con los golpes, ellas cargan con este mundo, con este sábado por la noche donde ríen un poco frente a un vaso de vino blanco y unas olivas. Cargan con maridos infumables, con novios intratables, con padres en coma, con hijos suspendidos. Fuman más que los hombres. Tienen cánceres de pulmón, enferman, y tienen que estar guapas. Se ponen cremas, son una tiranía las cremas. Perfumes y medias y bragas finas y peinados y maquillaje y zapatos que torturan. Pero envejecen. No dejan las mujeres tras de sí nada, hijos, como mucho, hijos que no se acuerdan de sus madres. Nadie se acuerda de las mujeres. La verdad es que no sabemos nada de ellas. Las veo a veces en las calles, en las tiendas, sonriendo. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes. Amas de casa encerradas en cocinas que dan a patios de luces. Sonríen las mujeres, como si la vida fuese buena. En muchos países las lapidan. En otros las violan. En el nuestro las maltratan hasta morir. Trabajan fuera de casa, y trabajan en casa, y trabajan en las pescaderías o en las fábricas o en las panaderías o en los bares o en los bingos. No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres.




                         
LA LLUVIA

                                                    Madrid, 22 de mayo de 2004


Vimos el Rolls del año 53 con las ruedas blancas
(mil kilómetros en cincuenta años)
en las teles de los bares del barrio del Actur de Zaragoza. 
Sostenía en mi mano una copa de vino blanco fría
y ya hacía calor en España,
los hoteles del Mediterráneo estaban de limpieza general,
habitaciones abiertas con camareras esmeradas, esperando
la llegada de setecientos mil ingleses,
un millón de alemanes, cuatrocientos mil franceses,
cien mil suizos y cien mil belgas.
Estábamos con un vino blanco en la mano y los cuellos
levantados hacia el televisor.

No vino Isabel II de Inglaterra; Isabel II
sólo aceptaría ir a la boda del Rey de Francia
y, como en Francia no hay Rey, Isabel II
se queda en palacio para siempre, reclinada sobre el mundo.
Son los súbditos de Isabel II los que aman el sol de España
y la cerveza barata,
los que exhiben la bandera británica
en las terrazas frente al mar.

Crepusculares casas reales venidas
de los rincones más oxidados de la historia
el 22 de mayo de 2004 surgieron en las televisiones de España,
países nórdicos, lejanos y prósperos, fríos, alejados
de este corazón inacabable.
Rouco Varela cantando la misa.
No vino el presidente de la República Francesa.
Los arzobispos, bicolores, felices.
El nombre de Dios dicho en voz alta muchas veces.
La terca obsesión en nombrar a Dios, nombrarlo
como quien nombra el poder, el dinero,
la resurrección, la guillotina, la cárcel, la esclavitud.
El emperador del mundo se quedó en América,
ajeno a los ritos menores de sus provincias.
Los enormes paraguas azules.
                    Levantarse a las seis de la mañana
para que te maquillen, te depilen, te hagan la manicura,
qué felicidad tan grande.
Los grandes desayunos, los cubiertos de plata,
los mejores vinos y las colonias bárbaras.
Las duchas gigantescas, las suites, los bombones suizos,
las zapatillas de oro, los eslips de platino,
el zumo de naranja con naranjas atroces.
El lujo y el servicio, siempre gente abriéndote las puertas.
La sonrisa permanente.
Los profesionales de la sonrisa permanente,
esa sonrisa representa el trabajo más inhóspito de la historia.
¿Sonreír? ¿Por qué?

Y Umbral, y Gala, y Bosé, y A., y J., y Ayala, y M. M.
entrando en la Catedral de la Almudena,
recompensados, elegidos,
a la diestra colocados, los jefes de la inteligencia española,
de la subida española, de la gran crecida.
La gran subida, la gran ascensión.
Y los ciento noventa quemados vivos tuvieron su homenaje,
el absurdo pueblo mutilado, el goyesco pueblo
elemental y monárquico,
el Rolls pasó ante ellos.
Y el expresidente del gobierno bebió Rioja Reserva del 94,
todos los expresidentes de España, con su chaqué,
y sus mujeres en un segundo plano,
protectoras, devoradas, confundidas
para siempre, pero felices de haber llegado allá,
allá lejos, allá donde el aire es de oro y la mano coge el mundo,
allá donde España entera quiso que estuviesen
y la legitimidad democrática es un fulgor definitivo.

Las pamelas iridiscentes, los yugos en la cabeza,
los yugos bajo el cielo oscuro.
Y José María Aznar y  Jordi Pujol
y Felipe González, juntos de nuevo.
Y los tres se sintieron satisfechos viendo la obra bien hecha,
la sucesión de Franco, la mano europea, paternal,
sobre nuestras cabezas,
la sucesión de Franco, las mantillas del franquismo
metidas en los armarios,
chillando de envidia y respirando naftalina muy blanca.
Y Juan Carlos I cargando con España,
porque quién si no cargaría con España,
con la historia de España, el sello papal en el dedo meñique.
Y Zapatero con su Sonsoles, voluptuosa, sonriente,
su tipo le hubiera gustado a Baudelaire o a Julio Romero.
Sonsoles parecía un Delacroix:
la anatómica Libertad guiando al pueblo,
pamelas vistosas, el rito político,
la aburrida historia,
los pechos caídos.

Y socialistas y liberales y ultramontanos juntos,
la izquierda y la derecha maridadas,
las nóminas engrandecidas hasta la saciedad,
buscando lo mismo todos, un Delacroix parecía Sonsoles,
la nueva reina de España,
del reparto de los despachos, las glorias,
los largos viajes por el mundo en aviones oficiales,
los oros laicos.
Ateos convertidos bajo el fulgor de las pamelas,
creyentes con el billetero ateo.
El poder en todo tiempo siempre igual a sí mismo.
La historia humana en todo tiempo como ya fue hace tiempo.
El mismo tiempo siempre.
Repitiéndose la esencia de España, la esencia del mundo grande.

Y nosotros bebiendo en el Actur, al lado de las grúas y del Hipercor,
felices de que nos dejen beber este vino
frío en una copa medio limpia, felices
de poder pagar este vino y dos más.

Y la palidez privada de la reina Rania de Jordania.
Y la lluvia.

             
                  



AMOR

Una mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.

Fue a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
vendió su coche, anuló su plan de pensiones,
se lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.

Qué bien, dijo, qué fuerte, 
y todos los empleados y los directores querían disuadirle
pero Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.

Y luego se fue a ver enfermos,
a ver emigrantes, incluso se fue  a las cárceles.

Quería ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
tenía esa gran ilusión.
Quería ser Cristo, Lenin, San Pablo,
quería ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.

Recorrió la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
En Conde de Aranda, dio mil euros a tres árabes,
que le besaron los pies, y las manos, y se arrodillaron.

En el barrio de Delicias, en la calle Barcelona, 
dio trescientos euros a una negra africana,
y ella quería comerle el sexo al buen Vilas,
pero Vilas dijo “no, nena, hoy soy un santo,
hoy soy San Vilas,
consérvate para tu marido, él te necesita,
y yo os bendigo; anda, nena, ve en paz”.

Y Vilas se echó a reír.

Fuego, qué fuego más grande,
y siguió repartiendo, a una vieja china
de un todo cien le dio seiscientos euros,
y la vieja le hizo una foto de diez millones de megapisels
y la amplió y la enmarco y la colgó
en mitad de su tienda con dos velas debajo.
A un vendedor de La Farola, ese  periódico
de los pobres, le dio ochocientos euros.
Y el vendedor se echó a llorar y ardía
como una vela en mitad de las catedrales antiguas.

Vilas quería ser un santo, tenía esa marcha.

Toda la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.

Miró la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.

Estaba enamorado de sus semejantes.

Nunca vimos a nadie tan enamorado.


                                                      
LA ESPAÑA DE LA TRANSICIÓN

El rey Juan Carlos I está algo hinchado, 
y algo sordo, no oye a los periodistas.
Fue el dueño de un rato largo de la Historia.
Y ahora habla con los muertos mucho rato,
con su padre, a quien ya ha vuelto a ver en sus sueños.

El ex-presidente Adolfo Suárez 
se convirtió en el hombre invisible.
Murió su esposa, se entristeció para siempre,
y envejece en un lugar desconocido.
No recuerda nada porque nada hay que recordar.

El escritor Camilo José Cela se murió 
como muere la gente corriente. 
Parecía inmortal y eterno, pero no lo era.
Su viuda aparece muy de tarde en tarde 
en la prensa española, pero ya nadie la recuerda. 

El ex-presidente Felipe González
se divorció y se fue con una más joven.
Sale de vez en cuando en las televisiones.
Parece un hombre bueno, 
pero solo es un hombre envejeciendo.
Da consejos y opina de economía y de mercados.

La ex-miss del universo Amparo Muñoz
se disolvió tristemente 
en un piso de Málaga.
Dijeron que era una drogadicta y que por sus venas
corría la España de los años setenta.

El actor Fernando Fernán Gómez 
se murió de la misma forma 
que Camilo José Cela.
Cuando murió, 
murió una forma de ser español.

El gran Santiago Carrillo, el último comunista,
se morirá un día de estos, 
tal vez ya esté muerto ahora mismo. 
Resiste, porque el comunismo latió en su corazón
como una santa campana de penicilina. 

La gente se muere o está apunto de morirse.
Se murieron poetas a quienes ya nadie lee
como Gerardo Diego y novelistas oscuros
como Torrente Ballester; y Gerardo y Torrente
parecen ahora mismo el mismo muerto, 
el mismo fiambre, gemelos españoles.

El juez Baltasar Garzón ha engordado 
y está envejeciendo. 
Persigue a los fantasmas que no persiguieron
aquellos que ya también se volvieron fantasmas.
Fantasmas que no persiguieron 
a otros fantasmas más antiguos,
porque entre los fantasmas la antigüedad
en el cargo se llama Historia de España.

Me dan pena los muertos españoles.
Oh, sí, qué pena dan los muertos españoles.

¿No te parece?, hermano mío, mi compatriota.


              
LOS BORRACHOS

Hermanos que habéis muerto en la gracia
del Gran Vilas,
que es la gracia del Santo Bebedor,
volveréis a beber.

Volveréis a beber, y mucho y bueno y gratis.

Somos los grandes bebedores,
espíritus en alta combustión
y en alta alegría transformados,
bebemos por todo.

Bebimos en todos los continentes.

Qué bien se bebe en África,
en medio de los safaris, en medio de la nada.
Y gritábamos de alegría y bailábamos desnudos,
desnudos frente a los leones deslumbrados
porque el alcoholismo es luz valiente,
es heroísmo
y es fe.

También bebimos de lujo en Asia,
montados en los santos elefantes,
en una mano la copa,
en la otra el látigo o la pistola o las flores o la botella.

Y qué decir de lo que acabamos bebiendo
en Europa y en América.
Miles de bares en donde nuestras manos
acariciaron a la Virgen  de la reconciliación,
y hubo risas, y hubo amor
y hubo alguna forma de inmortalidad.

Los elegantes bares europeos
con camareros políglotas,
impecables, profesionales, sobrios.

¿Hay algún continente más?
Ya ni me acuerdo de si bebimos en el Polo Norte,
si los osos blancos nos vieron beber,
si invitamos a los pigmeos a unas copas frías.
Oh, divinos osos polares, tan blancos y enamorados,
bebimos con vosotros, a vuestra salud,
mientras el sol devoraba la nieve y el cambio
climático nos coronaba con espinas ardiendo.

Grandes bebedores,
volveréis a beber aunque estéis ya muertos.
Tened confianza.
                        Vuestra mano
volverá a sujetar el vaso de la vida.

Llegaba a los hoteles y asaltaba el minibar.

En las barras fui el César, pidiendo todo el whisky.

Amé a los camareros.

Glorifiqué a las camareras.

Nunca me marchaba de los bares.

Soy un borracho descomunal.

Soy un alcohólico clásico y moderno.

Hermanos que habéis muerto con la copa en la mano,
pedidle a San Vilas la última,
y San Vilas os la concederá,
porque os ama.



EL CREMATORIO

Les pregunté por el horno a aquellos dos tipos,
era la noche del 18 de diciembre del año 2005,
carretera de Monzón, que no sabes dónde está Monzón,
es un pueblo perdido en el desierto.
Aires de tormenta en lo Alto, sobre la nada desnuda
como una recién casada, luna abajo de las carreteras muertas.
Monzón, Barbastro, mis sitios de siempre.
Me dejaron ver por la mirilla y allí estaba ya el ataúd ardiendo,
resquebrajándose, la madera del ataúd al rojo vivo.

El termómetro marcaba ochocientos grados.
Imaginé cómo estaría mi padre allí dentro de la caja.
Y la caja dentro del fuego y mi corazón dentro del terror.
Hasta las ganas de odiar me estaban abandonando.
Esas ganas que me habían mantenido vivo tantos años.
Y mis ganas de amar, ¿qué fue de ellas? ¿Lo sabes tú,
Señor de las grandes defunciones que conduces
a tus presos políticos a la insaciabilidad, a la perdurabilidad,
a la eternidad sin saciedad, oh, bastardo,
Tú me arrancas,
amor de Dios, oh, bastardo?

Recoge a ese hombre en mitad del desierto.
O no lo recojas, a mí qué puede importarme
tu presencia heladora en esta noche del borracho
que he sido y seré, contra ti, o a tu favor,
es lo mismo, qué grandeza, es lo mismo.
El principio y el final, lo mismo, qué grandeza.
El odio y el amor, lo mismo; el beso y la nalga,
lo mismo; el coito esplendoroso en mitad de la juventud
y la putrefacción y la decrepitud de la carne,
lo mismo es, qué grandeza.


El horno funciona con gasoil, dijo el hombre.
Y miramos la chimenea,
y como era de noche,
las llamas chocaban
contra un cielo frío de diciembre,
descampados de Monzón,
cerca de Barbastro, helando en los campos,
tres grados bajo cero,
esos campos con brujas y vampiros y seres como yo,
“allí sube todo”, volvió a decir el hombre,
un hombre obeso y tranquilo,
mal abrigado pese a que estaba helando,
la espesa barriga casi al aire,
“dura dos o tres horas, depende del peso del difunto,
dijo difunto pero pensaba en fiambre o en saco de mierda,
antes hemos quemado a un señor de ciento veinte kilos,
y ha tardado un rato largo”, dijo.
“Muy largo, me parece”, añadió.

“Mi padre sólo pesaba setenta kilos”, dije yo.
“Bueno, entonces costará mucho menos tiempo”,
dijo el hombre. El ataúd ya eran pepitas de aire o humo.

Al día siguiente volvimos con mi hermano
y nos dieron la urna, habíamos elegido una urna barata,
se ve que las hay de hasta de seis mil euros,
eso dijo el hombre.

“Sólo somos esto”, sentenció el hombre de una forma ritual,
con ánimo de convertirse en un ser humano, no sabiendo
ni él ni nosotros qué es un ser humano,
y me dio la urna guardada dentro de una bolsa azul.
Y yo pensé en él, en lo gordo que estaba, en cuánto tardaría él
en arder en su propio horno. Y como si me hubiera oído
dijo “mucho más que su padre” y sonrió agriamente.

Entonces yo le dije “el que tardaría una eternidad
en arder soy yo, porque mi corazón
es una piedra maciza y mi carne acero salvaje
y mi alma un volcán
de sangre a tres millones de grados,
yo rompería su horno con solo tocarlo,
créame, yo sería su ruina absoluta,
más le vale que no me muera por aquí cerca”.
Por aquí cerca: descampados de Monzón,
caminos comarcales,
Barbastro a lo lejos, malas luces,
ya cuatro grados bajo cero.

Coja las cenizas de su padre, y márchese.

Sí, ya me voy, ojalá yo pudiera arder como ha ardido
mi padre, ojalá pudiera quemar
esta mano o lengua o hígado de Dios
que está dentro de mí,
esta vida de conciencia inextinguible
e irredimible;
la inextinción del mal y del bien,
que son lo mismo en Él.
La inextinción de lo que soy.

Ojalá su horno de ochocientos grados quemase lo que soy.
Quemase una carne de mil millones de grados inhumanos.
Ojalá existiera un fuego que extinguiese lo que soy.
Porque da igual que sea bueno o malo lo que soy.
Extinguir, extinguir, extinguir lo que soy, esa es la Gloria.

Coja las cenizas de su padre, y márchese.
No vuelva más por aquí, se lo ruego, rezaré
por su padre. Su padre era un buen hombre
y yo no sé qué es usted, no vuelva más por aquí,
Se lo ruego. Por favor, no me mire, por favor.

Tuvo un Seat 124 blanco, iba a Lérida,
visitaba a los sastres de Lérida y a los de Teruel,
comía con los sastres de Zaragoza,
pero ahora ya no hay sastres en ningún sitio,
dijo una voz.

Qué solo me he quedado, papá.
Qué voy a hacer ahora, papá.
Ya no verte nunca es ya no ver.
Dónde estás, ¿estás con Él?
Qué solo estoy yo, aquí, en la tierra.
Qué solo me he quedado, papá.

No me hagas reír, imbécil.

Oh, hijodeputa, has estado conmigo allí
donde yo estuve, sin moverte de las llamas.
He viajado mucho este año, mucho, mucho.
En todas las ciudades de la tierra, en sus hoteles memorables,
y también en los hoteles sucios y bien poco memorables,
en todas las calles, los barcos y los aviones,
en todas mis risas, allí estuviste, redondo
como la memoria trascendental, ecuménica y luminosa,
redondo como la misericordia, la compasión y la alegría,
redondo como el sol y la luna,
redondo como la gloria, el poder y la vida.

Calor, Visor, Madrid, 2008.


HU-4091-L

Adiós, hermano mío, la grúa fúnebre te conduce
al infierno del desguace.
Majestuoso, vas hacia la destrucción subido
en una grúa roja,
como si fueses Luis XVI camino de la guillotina,
y yo detrás.
Pareces un rey.
Soy el único que ha venido a tu entierro.

Te he querido.
Rezo por ti un padrenuestro y un avemaría.
Rezo por ti y me conmuevo.
Eras el mejor.
Y lo que vivimos juntos, y las ciudades que pisamos,
y las carreteras secundarias y los pueblos
y los mares que vimos,
y los párquings subterráneos y los túneles helados
de las carreteras de montaña, con afiladas
estalactitas a la entrada,
amenazando nuestra milagrosa inocencia,
y los mendigos en las avenidas,
pidiendo en los semáforos en rojo,
y lo que nos amamos en la oscuridad de las autopistas,
fundidos en un solo ser: confundida tu carne con mi chapa.
Me salvaste de la lluvia ácida y de la nieve sin ángeles.
Con tu aire acondicionado, que está intacto
después de doce años, impediste
que me quemara vivo en los veranos españoles.
Ese aire frío que me subía por la pierna, ay.
Y eras blanco,
porque la santidad y el amor industrial y la velocidad son blancos.
Y cómo me gustaba tocarte las marchas,
y cómo te ponía la quinta, eh, y qué caña te metías,
narciso, que eras un narciso.

Y ahora todo ha acabado.

Doscientos sesenta y ocho mil kilómetros hemos estado juntos.
Fuimos felices.
Fuimos grandes y definitivos.
Te doy un beso delante del chatarrero
y de un negro
que lleva un chorreante radiador en una mano.
Te he amado más que a mis amantes,
más que a mi perro;
casi tanto, pero no tanto, eh, como al dinero.

Bueno, no te enfades,
tú también fuiste dinero,
y aún lo eres,
y yo también soy dinero.

Perdona que te humille haciendo recaer
sobre tu hermosa tapicería,
sobre tus ruedas, manguitos
y válvulas que han gloriosamente ardido,
la miseria de España:
el plan Prever, 400 euros sociales
(¿os molesta que hable de dinero o de tan poco dinero?),
para la clase media,
que ama la limosna.

Tú, que fuiste mi libertad, que me llevaste cerca del paraíso;
tú, que me hablabas por las noches y me decías
“hermano, qué bien conduces; hermano,
eres el mejor de los hombres”.




EL INMADURO


Me pasa siempre, y duele, y confunde. Debe ser algo relacionado con la desesperación de vivir. Si estoy en Barcelona, me gustaría estar en Madrid. Si estoy en Zaragoza, me gustaría estar en La Coruña. Si estoy en La Coruña, me gustaría estar en la cima del Aneto, comiendo setas venenosas bajo el cielo helado. Si voy al cine, en mitad de la película me entran unas ganas revolucionarias de estar en mi casa viendo la televisión. Si estoy sentado en el sofá viendo la televisión, me gustaría estar muerto y enterrado en el cementerio, contando los días que faltasen para la resurrección de la carne. Todo me persigue, ciudades, cines, casas, cementerios. Si estoy con amigos, preferiría estar con amigas. Si estoy con amigas, me gustaría estar con enemigas. Si estoy con enemigas, me gustaría estar en casa durmiendo la siesta. Si me compro unos zapatos con cordones, en que salgo de la tienda y ando por la calle empiezo a envidiar a todos aquellos que llevan zapatos sin cordones. Y también me pasa con las camisas, las cazadoras, los pijamas, y las sandalias en el verano. Y también con las vidas: Si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma.





1977

Los pies desnudos de Patti Smith sobre el escenario, mientras su pelo esconde su anémica cara caballuna. Los labios macizos de Jimi Hendrix: un póster suyo en algún pueblo en ruinas de Aragón. La bañera donde hizo glub glub Jim Morrison en París. Las sandalias del 43 que calzaba Janis Joplin. Los cuelgues que se cogían los modernos de los pueblos de España escuchando a Pink Floyd, cuando el futuro no había venido. La peluquera deshidratada de David Bowie. La paz, la droga y la palabra de Jefferson Airplaine. La vida que nos prometió Bob Dylan mientras metía mano en los Levi´s de Joan Baez. Toda la voz de Lou Reed, glorioso Frankenstein del siglo XX. La Vespa de Roger Daltrey, con sus enormes espejos retrovisores. Sid Vicius, el más grande, el hizo una canción y se murió. Nico cantando con la Velvet Underground en el Max´s Kansas City y Warhol bebiendo una cocacola caliente. El beato John Lennon. Los Sex Pistols, eternos aspirantes al Premio Nobel de Literatura. Ian Dury, cojeando y sudando por el mundo, cantando siempre una canción de tres sílabas. Todd Rundgren, Kevin Ayers, qué habrá sido de ellos. El bigote de Frank Zappa, el miniculo de Mick Jagger, el chaleco de Jimmy Page y las lágrimas negras de Alice Cooper. Pero siempre los pelos de Patti Smith, la niña hermosa de pies largos y sucios. Semejante desfile de sombras me tuvo entretenido más de veinte años. Macarras, advenedizos, forrados y colgados. Inspirados, geniales y muertos. Estos tipos parece que no van a marcharse nunca.



ME LARGO ESTA NOCHE

Esta noche me largo. Un vuelo en primera al fin del mundo: África, Asia, América, todos los desiertos con palmeras, grandes cenas en grandes trasatlánticos. Una noche en Oslo, otra en Santiago de Chile. Una tarde en Pekín, otra en Kiev, exprimiendo este mundo hasta la última gota de vida. Esta noche me largo. Hoteles, taxis, bares, casas, ciudades de la tierra, voy a vosotras. Una mañana en Tokio, una noche en Ciudad del Cabo, el calor, el fuego, el descontento, la sed, una vuelta por el mundo; esta noche, me largo esta noche. Templos, museos, lavabos, banderas, escaleras, barrios perdidos, farolas muertas en ciudades horrorosas. Las playas, los calamares a la romana, los pobres, los ricos, la nada, el barro, el sol, la luna. Este mundo. No es inhóspito. Las faldas azules de las camareras de los hoteles. Las nubes desde la estrecha ventana del avión, Dios encima de una nube, descansando, abajo los inertes océanos con el vientre lleno de ballenas, de pulpos, de rodaballos, de sardinas tristes a la deriva, de viciosos peces transparentes. Esta noche viajaré en un avión gigantesco, a la velocidad de la sangre, quiero ver este mundo que se muere, las naciones bajo mis pies sucios, las cárceles, los gobiernos, las lenguas, las patrias, y yo arriba, al lado de Dios, al lado del sol y de las almas gastadas. Me gusta el hedor moral de este maravilloso mundo. Esta noche me largo. Mucho amor en el aire humedecido. Mucha felicidad en las manos radiantes. Mucha santidad en los ojos. Esta noche me largo.



LITERATURA

Los pies praguenses donde vivió Frank Kafka, y sus corbatas negras y sus sombreros y sus zapatos. El pelo enjuto de James Joyce, cuya mano quemó Dublín. Los amantes de Luis Cernuda, riéndose a sus espaldas. La esposa de Shakespeare, vieja y adúltera. Los ojos verdes y estrábicos de la enfermera jefe de la clínica en que murió Nietzsche. La mano de mujer que cogió los botines de piqué de Ramón Valle-Inclán y los arrojó por la ventana. La sífilis saltarina que Gustavo Adolfo Bécquer paseó por Madrid. La sífilis idéntica pero paseada por París de Charles Baudelaire. El padrenuestro que reza el fantasma de Rimbaud en una morgue de Marsella y Dios que se hace el sordo. El padrenuestro que reza Jorge Manrique antes de soltar la mano de su padre muerto. La risa de Quevedo mientras evacúa en una esquina de Madrid, en tanto rebota el mundo en su vesícula como una piedra verde. La madre con gota de Flaubert. La autopsia de Larra, su joven cerebelo. La carne de la máscara de Fernando Pessoa. La foto del padre de Dostoievsky en la billetera de Lenin. La cabeza muy grande de Rubén Darío, tan grande como su miedo. Las sopas de ajo que marea todas las noches el Manco de Lepanto con la mano buena mientras se mira con discreción la mano ausente. Los cien kilos secos que Oscar Wilde exhibe por los cafetines de París con orgullo marchito. La mano que aúlla de Pablo Neruda. El cadáver de Cela servido con guarnición de ministros. El gran desfile de la soledad de todos los tiempos, la soledad y sus palabras, la literatura.



NUEVA YORK

9

La vida es un fenómeno reciente en el universo,
la vida es la vanguardia, lo único interesante que ha pasado
en ese cielo de rocas heladas (trescientos grados bajo cero)
o rocas ardiendo (trescientos millones de grados) en los últimos
mil millones de años, esclavizadas rocas, condenadas a girar
en ese absurdo monumento, girando para nadie, porque nadie las vio.
Llevo a Walt Whitman en el corazón, en el gigantesco corazón,
dije.
Me está matando de sed.
Dormí con la ventana abierta, y como digo,
todo este poema lo dije en voz alta,
dije: el paraíso y la resurrección, demonio y fortaleza de la
resurrección.
Y no supe decir nada más pero estaba enamorado,
mucho amor, mucho poder en la cabeza, poder, poder, poder.
Las rocas universales girando allá en los cielos, vacías y criminales.
Mucho amor, amor amor, amor. Eh, estoy enamorado, eso es todo.
He sido muy feliz y os lego la vida.
Mañana resucitaré y me daré una vuelta por ahí.
Eh mira, mira ¿qué es esto? La vida. Es la vida.


*

Notas, selección y comentarios

por Leo Lobos

Nota de edición Poema 1: Actualidad, mundo contemporáneo, violencia contra la mujer, contra las mujeres. Recientemente llamado como feminicio, visionario. “Resurrección” es un libro dividido en siete partes, comienza en el Mac Donald’s de la plaza de España de Zaragoza y se cierra con nueve poemas de “Nueva York”, numerados y sin título. En medio hay muchas cosas: todo el mundo de Vilas, cargado de crítica, de ironía, de desgarro, de visiones entre complacientes y provocadoras del mundo urbano. Por cierto, un tema se impone al menos en dos ocasiones, como es “El nadador”; me gusta mucho ese inicio de “Puedes bañarte en Puyarruego”. Pero Manuel Vilas habla de muchas cosas: de las cajeras bonitas, de los bares, de un autobús urbano como el 42, de arrabales, de pueblos aragoneses, de un viaje a Venecia, de personajes que escriben una suerte de biografía como Doug Yule, "un tipo que tocó, // cuando todo estaba acabando, en la Velvet Underground"; reflexiona sobre la literatura, como se ve en “Michaud” (creo que se refiere a Henri Michaux), donde habla mucho de lo antipático que cae en España Joyce y su “Ulises”, habla de Kafka, Ezra Pound, de Cernuda (al cual le rinde un homenaje en “Alguien habla de su tierra”), de canciones, de Lou Reed, Patti Smith… El mundo que propone Manuel Vilas, sustancialmente, es conocido, e incluso ese procedimiento narrativo, que recuerda un poco –sobre todo en los poemas en verso- a los versículos extensos de Walt Whitman en “Hojas de hierba” y a Charles Bukowski poeta, por su forma de mirar y su construcción tan narrativa.

Nota de edición Poema 2: ídolos contemporáneos, Siglo XX, y nuevamente Manuel Vilas da con un tejido de cultura pop, rock and roll, y hard rock de temer, una selección internacional de la elite de la música popular inglesa y norteamericana de finales del XX y comienzos del siglo XXI. Aquí sin duda incluiría a Charly Garcia, Nito Mestre, Gustavo Cerati, y Andrés Calamaro y cuantos más de la sur América. Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, España, 1962) un poeta impecable e implacable, imprescindible, magnífico y deslumbrante, sarcástico e intenso, corrosivo, vitalista y tantas otras cosas que estas líneas pueden sólo apuntar, el personaje arrollador desde el que habla el poeta plantea en los poemas de Resurrección, XV Premio Jaime Gil de Biedma de la Diputación de Segovia, España, editorial Colección Visor de poesía, España, 2005, una sugestiva y arriesgada propuesta poética y un estado de conciencia en el que nos reconocemos.

Nota de edición Poema 3: Es interesante vernos como parte del fin del mundo al que quiere largarse Manuel Vilas, me agrada, la selección tiene que ver con esta empatia que el poema presenta. Muchos chilenos también inconcientes de esta condición de lejanía del territorio físico en el que siempre han habitado la lectura produce una serie de relaciones y asociaciones muy particulares. (Por favor ejerciten la lectura del poema en voz alta, puede ser leído a una voz mediana, no es necesario gritarlo, leerle al oído a alguien por ejemplo: sabes me largo esta noche…). Nos comenta el critico español Francisco Díaz de Castro: “Tanto en sus estampas urbanas –Zaragoza, Madrid, una Venecia nada venecianista, la Nueva York en la que desemboca el libro, etc.– como en los interminables recorridos que organizan la metáfora básica de este homo viator (“Estoy cruzando la tierra, le dice al gasolinero”), así como en su particular homenaje a la literatura y a la música de las que se ha nutrido, Manuel Vilas acierta a ser emocionante dominando una torrencialidad muy efectiva (“Toda esa gente en la que me convierto para no morir,/ para resucitar y reír y amar”); compone una crónica irónica de su generación en “vida española”, satiriza ciertas solemnidades líricas de diverso pelaje y, sobre todo, desde la celebración y desde la denuncia, afirma un vitalismo vehemente que resulta decisivo y que encuentra su más amplia y matizada expresión en los nueve poemas de “Nueva York”: “He sido muy feliz y os lego la vida./ Mañana resucitaré y me daré una vuelta por ahí./ Eh, mira, mira, ¿qué es esto? La vida. Es la vida”.

Nota de edición Poema 4: nuevamente ídolos de la literatura universal, excluyendo la literatura china, hindú, la oriental y a Ezra Pound. La fundación Pablo Neruda y este verso sobre la mano aulladora de Pablo Neruda, son imágenes que como lector vienen a mi pensamiento en asociación, en la constelación de autores a los cuales se refiere el poeta español Manuel Vilas. La soledad del trabajo creativo, serio, vital, la soledad y palabras como estas. Ante la pregunta -¿Qué significa para usted haber ganado el premio Gil de Biedma?, Manuel Vilas contesta: “Me encanta. “Pandémica y celeste” de Jaime Gil de Biedma es uno de los grandes poemas de amor del siglo XX y uno de mis favoritos. De él me interesa mucho la pasión la claridad, la representación exacta de los sentimientos, su enorme inteligencia y su facilidad para decir la verdad en cuatro palabras. El galardón me produce una gran satisfacción por el nombre del poeta, que marcó mi aprendizaje, y por el prestigio del premio, que además se publicará en otoño en Visor, en una editorial mítica”.


Nota de edición Poema 5: Y nos dice más ante la pregunta ¿Establece usted diferencias entre escribir prosa y poesía?: ”No es fácil contestarle a eso. La prosa es más analítica, puedes articular un discurso más reflexivo y a la vez más narrativo. Y la poesía es canto, exaltación, música”. ¿Ya sabe por qué escribe?: ”Intento escribir todos los días, aunque sólo sea una carta. Me falta mucha disciplina, tiendo a vaguear, pero creo que ahora, tras mucha búsqueda, tras muchas tentativas, puedo responderle: escribo por amor a la vida. Y tengo la certeza de que la gran literatura es canto a la vida siempre”.

Edición desde San Pedro de Atacama, Chile. Marzo de 2008 por Leo Lobos.
http://etcheverry.info/hoja/actas/poesia/article_1126.shtml



Biografía del silencio

Los indignos lugares en que viví,
como señor a quien el destino conduce
hacia bellezas imperfectas y antiguas alcobas,
¿no son la luz del mundo?
El poeta en su dormitorio alquilado a bajo precio,
hijo de los vientos últimos del mediodía,
orgullo de un cielo que no se manifiesta,
bajo el auspicio de hermosos antecesores
que ya murieron y que como él
pasaron por el mundo demandando
la amada sangre de la eternidad
y el misterio de retener lo amado
como dioses que en los labios llevan
un júbilo perpetuo, inalterable
más allá de la materia soñada
y de los días vividos como sombras.
Te devoran las lámparas de falsos oros
en perdidos domicilios, en alcobas
ruinosas, y tus ojos embriagados
por el indecible insomnio
de noches absolutas, y la ceremonia
de luces y cuerpos que esta falsa memoria,
de entre mis facultades la más impura,
convoca, con el mérito de la insolente insistencia,
a modo de ingrávidos testigos.
Bajo estandartes y cúpulas
y yertas juventudes,
quiero morir.







Vilas, Manuel. El hundimiento. Madrid; Ed. Visor, 2015.


FOREVER IN BLUE JEANS

Recuerdo tu pelo rubio bajo el sol del Mediterráneo.

Tú tenías quince años y me dejaste que te besara.

Vendería mi alma al Diablo, al Rey de España,
a la Reina de Inglaterra, al Presidente de los Estados Unidos,
al Papa de Roma,
por regresar indemne a ese momento.

Caminábamos de la mano, aquella noche estrellada,
al lado del mar iluminado.

¿En qué triste matrimonio vives ahora o tal vez ya estés muerta?

O no te casaste, y vives sola, o con un novio nuevo de vez en cuando.

Qué más da.

Anda, llámame, seguro que aún estás por ahí.

Preséntame a tus hijos, igual alguno quiere ser escritor
y le puedo echar una mano con las faltas de ortografía,
porque con otra cosa no.

Si volviera a verte, acabaría odiando la tierra, la vida y la luz.

No vuelvas nunca.

Que qué tal me ha ido.

Eso se te ocurre preguntarme.

No me ves: soy el hundimiento.



GATSBY

La vida tenía que ser necesariamente generosa y plena,
ese era el pacto, el pacto sobrenatural, la luz verde.

¿Quién lo incumplió?

¿Los dioses?

Aún no me he ido.

Me gustan tanto los señores que se fueron elegantemente.

Amo tanto a esa gente que dijo adiós desde una novela,
esa gran luz verde en una gran noche de automóviles amarillos.

La vida es estilo, tal vez solo sea estilo.
El estilo es amarillo.

Dios nos libre de la gente sin estilo,
esa gente que envilece la enigmática gracia de estar vivo.

Fuiste un hombre demasiado incorruptible como para ser real.



EL HUNDIMIENTO

Sí, cuando lo conocí el tipo ya estaba acabado.
Solo bebía y reía y esas cosas. Te daba besos y abrazos.
Venga, vamos a tomar una copa aquí, otra allá.
“Una aquí, otra allá”, era todo cuanto decía
pero lo decía con gracia,
con conocimiento,
como si supiese algo más, algo especial,
que callaba.

Cuando le llegaban las pruebas de su nuevo libro,
en vez de corregirlas y mejorar la novela o los poemas,
lo celebraba bebiendo, bebiendo hasta que su cabeza
de piedra caía muerta sobre la mesa de mármol.

Celebraba sus libros nuevos antes de haberlos escrito,
pero era feliz así y no le hacía mal a nadie,
solo a sí mismo, era una eucaristía, se daba por nada.

Y era un tipo maravilloso, brindo a su salud,
brindo por don Miguel de Cervantes Saavedra,
genio de España.

¿Pero así se llamaba?

Claro que no se llamaba así, cretino.
Pero cómo puedes tener tan poca imaginación.

Solo le gustaba celebrar cosas.
La pereza y la vejez prematura lo estaban matando.

Todos acabamos igual, así que hizo bien.

Y si hizo mal, a nadie le importa.
Solo a la madre tierra, que recoge nuestra podredumbre,
piel, huesos, carne corrompida,
y examina los despojos con ojos de forense iluminado o martirizado.

Intentaba que la gente sonriera, era muy buen tipo.

Aún me parece oírlo, “siéntate hermano, qué quieres
beber un whisky o un gintonic,
qué alegría verte, qué guapo y qué elegante se te ve”.

Yo pensaba en su padre y en su madre,
jamás habló de ellos y, sin embargo, lo que decía
hacía pensar en ellos, misteriosa o tal vez tristemente.



REDENCIÓN

Dime una palabra amable antes de que termine el día.

Me dijiste “cariño, tienes que ser fuerte, no puedes
depender de esa gente, estás muy cansado,
olvídalos, ayúdame a recoger el lavavajillas”,
y yo miraba la noche de octubre con sus estrellas
entrar en nuestra casa, iluminar nuestros cuerpos,
vaciar nuestras almas, y tú dijiste “cena algo,
hay un poco de arroz en el horno, cena algo, cariño,
come algo, y olvídate de todas esas ideas absurdas
sobre el odio y el fracaso, ese arroz está divino”.

Dime una palabra amable antes de que termine el día.



EL ÚLTIMO ELVIS

No fear, no envy, no meanness
Liam Clancy

Respeta siempre la destrucción de las mujeres
y de los hombres que amaron o intentaron, al menos, amar
la vida y esta les quemó o les rompió los huesos de la cara,
las entrañas y las venas y el hígado y el buen corazón,
respeta todos los sagrados y los más humildes hundimientos
de los seres humanos.

Respeta a quienes se suicidaron.

Respeta a quienes se arrojaron a los océanos.

No hables mal de ellos, te lo ruego, te lo pido de rodillas.

Ama a toda esa gente, esa muchedumbre, ese río amarillo
de la Historia de todos cuantos perdieron tan injustamente,
o tan justamente,
da igual.

Gente que aceleró en una curva.

Gente que escondía botellas en los rincones de su casa.

Gente que lloraba en los parques de las afueras de las ciudades.

Gente que se envenenaba con pastillas, con alcohol,
con insomnios aterradores, con veinte horas de cama todos los días.

Lo intentaron, pero no lo consiguieron.

Gente a quien le sobraba tres cuartas partes de su pequeño frigorífico.

Gente que no tenía con quien hablar semanas enteras.

Gente que no comía por no comer sola.

Son hermosos igualmente, te lo juro.

Resplandecerán un día.

Nombremos todo aquellos
que nos convirtió en seres humanos.

Para que no haya miedo, ni envidia, ni maldad.

Amo, celebro, y exalto todos los hundimientos
de todos los seres humanos que pisaron este mundo.

Porque el fracaso no existió jamás,
porque no es justo el fracaso y nadie merece fracasar,
absolutamente nadie.



ORANGE

Él dijo que te ayudaría a que abandonases a tu marido.
Él dijo que te amaba, te inundaba a guasaps.

Estúpida de ti, no viste que solo quería tu cuerpo.
¿Qué veía ese hombre en tu cuerpo?, te preguntas ahora,
para desearlo más que tu corazón, que se lo diste sin pedir nada.

Quedasteis en una cafetería.
Él dijo que había encontrado un piso magnífico, con mucho sol.

Llevabas en tu coche dos maletas y el portátil.

Una excitación salvaje rompía esa alma tuya, tan tuya.
Él no vino. No sabías qué pedir. Del café con leche
pasaste a tres whiskies seguidos.

La mirada del camarero, no la olvidas, esa mirada.

Llamaste mil veces a su móvil.
Una voz de la compañía telefónica “Orange”
decía que ese número no estaba disponible.

Odiaste y temiste esa palabra: “Orange”.

Todo el rato “Orange le informa que…”

La palabra Orange fue para ti una sentencia de muerte.

Volviste a casa y tu marido te rompió la cara.

Te dio una salvaje bofetada que te dañó el oído
y no oías los insultos,
eso que te ahorraste.

Aquella noche dormiste en un hotel barato del centro.

Pero no podías dormir.

Bebías más.

Te quedaste dormida por efecto del alcohol
y a las tres horas te despertaste con un ataque de pánico.

Tu marido dijo que no volverías a ver a tu hijo.

llamaste a una amiga, que no te ayudó.

Al día siguiente acudiste a tu trabajo,
y a los tres días tu jefe te despidió.

Dijo que no quería mujeres desesperadas en su empresa.



EL IV REICH

Ten en cuenta que somos tipos que nunca hemos tenido nada.
Que no somos nadie, y nunca seremos nadie, y eso nos gusta.
Somos soldados del siglo XXI, en una región infértil de la Tierra.

Yo trabajo en una zapatería, el otro es conserje
en un colegio de monjas ahorradoras y maniáticas,
y el tercero está en el paro.
Mitos, como mucho, buscamos mitos legendarios
en el hundimiento de la Historia.
Eso nos calma, nos ilusiona.

Nos juntamos las noches de los sábados
en un local a 33 km de Madrid centro,
un local de 66 metros cuadrados,
nos gusta el estúpido simbolismo de la aritmética.

Es un local asqueroso, un garaje o algo así. Hay taburetes,
un sofá con costurones,
una nevera de los setenta, que enfría más que las actuales
—un milagro de la miseria— y una pantalla.
Y un portátil, un Mac excelente, eso es lo mejor que tenemos,
lo compramos de segunda mano entre los tres.

Bebemos mucha cerveza.

Allí ponemos las pelis de Hitler y de su ascensión al poder.

Nos encanta Leni Riefenstahl, lloramos con La trilogía de Núremberg.

El nazismo parece algo, y nosotros no parecemos nada.

Compramos también un proyector
de saldo en Ebay, por cuarenta euros,
somos gente muy organizada.

Somos tres tipos: los tres tenemos tres coches de quinta mano.

A veces pagamos a alguna prostituta de los polígonos
y la llevamos al IV Reich, así se llama nuestro garito,
que se lo alquilamos al cuñado —cuyo nombre no importa,
como tampoco el mío— de uno de nosotros tres,
por veintiséis euros.

A ella no la tocamos, a la prostituta; prácticamente,
somos célibes por nuestro compromiso político
con el Führer, nuestro Dios; es simplemente nuestro
Dios porque somos pobres, gente hundida.

A veces pensamos que podríamos haber elegido a Stalin.
Stalin no tuvo una Leni Riefenstahl,
de haberla tenido hubiéramos dudado mucho.

Las películas que había sobre Stalin no nos gustaban.

Albergamos nuestras incertidumbres intelectuales.

Le ponemos los discursos de Hitler
y le pedimos que aplauda, eso es todo,
a ella, a la prostituta, que nos cobra veinte euros.

Ella aplaude y su sexo descansa esa noche, qué bien.

Ella aplaude, los discursos son en alemán,
ella es ecuatoriana, no sabe muy bien quién
demonios es el tipo del bigote y bebemos cerveza.

Nos gusta mucho otra película: El hundimiento,
los últimos días de Hitler en su magnífico búnquer,
la hemos visto mil veces, nos gusta su suicidio.
Es un suicidio de lujo, mucho mejor que los nuestros,
que están al caer, sí, porque queremos acabar ya con todo.

No le hacemos mal a nadie.

No somos proselitistas, sencillamente nos gusta el teatro.

Nos gusta ver esas películas, simplemente.

Nos gusta la marcialidad de esos tipos.

Parecen gente importante, hundiéndose.
Nosotros nos hundimos igual, pero no somos importantes,
por eso vemos esos vídeos.

Unas veces yo soy Himmler, otras soy Albert Speer,
y ellos también eligen, unas veces eligen Rudolf Hess,
otras Joseph Goebbels, otras Herman Goering.

Tenemos nuestros uniformes, y así pasamos la vida,
creyendo que la Historia fue nuestra alguna vez.



ESPAÑA, DUERME

  Me acuerdo de que todos, con dieciocho años, teníamos ganas de largarnos, irnos muy lejos, far away; me he pasado más de veinte años viendo ministros de gobiernos de España entrar en los juzgados, así pasó mi vida, viendo telediarios con ministros y secretarios de estado y diputados y alcaldes de pueblo y concejales y miembros de la monarquía entrando en las dependencias judiciales, muy escoltados, con una nube de periodistas. Esto era mi país y esto sigue siendo. Me hubiera gustado ser uno de ellos, así al menos hubiera salido en la televisión.
  Pero los españoles, anestesiados, vivíamos en los bares, y las mujeres españolas son muy hermosas y los hombres españoles son muy guapos. Bebíamos y bebemos. Se bebe mucho aquí.
  Pensaba en ese error histórico de la gente de aquí, ese gran error que consiste en abrir un abismo entre la vida que tenemos y la vida mejor que podríamos haber tenido. Para eso estaba la política y la literatura, para cerrar ese abismo, para alcanzar una vida diferente.
  En verano me voy a las playas de España, a broncearme y beber sangría y comer paellas y gambas a la plancha. Casi todas las playas españolas (alguna excepción hay, como el Delta del Ebro) son tan grotescas como nuestros telediarios. Somos una masa caliente, muy caliente de corazones suspendidos.
  Se va a parar España. Como una de esos fúnebres relojes del siglo XIX.


EL POETA DE CINCUENTA AÑOS

No sabes cómo has alcanzado a vivir cincuenta años,
la gente como tú siempre se marcha con veintiocho o treinta,
o treinta y cinco o como mucho cuarenta y uno en el mejor de los casos,
no por nada romántico, ni por destino heroico, ni nada de eso,
dios santo, esas palabras casi me enferman;
nada de eso nunca, por favor, por favor, mil veces por favor,
sino por defecto de fabricación, por falta de inteligencia en todo caso.
Defecto de fábrica, eso es todo: malos órganos,
neuronas atrofiadas, sangre vaga, debilidad mental,
pensamientos errados, equivocaciones, errores vulgares,
un excedente de chapuzas en el cuerpo y en el alma.

Bueno, eras un buen madrugador; tenías un estupendo despertador.

Ir a trabajar y madrugar orienta en la vida.

La gente te habla de libros ahora; justo ahora
cuando ya no te importan los libros,
¿a quién con cincuenta años puede importarle los libros
sino a los grandes beneficiados por los libros?

No, queridos, no me habléis de libros.
Habladme de quienes los escribieron desde la miseria.

Me importa, sí, la miseria,la humillación, el desprecio, el insulto,
el silencio, el hundimiento de quienes escribieron
esos libros de los que me habláis ahora
con tanto entusiasmo, en una fiesta literaria de verano,
con exquisita comida,
en una excelente terraza frente al mar,
con champán y vinos caros,
con gente sonriendo, con gente muy feliz,
con mujeres muy guapas y muy jóvenes y chicos atléticos.

Me importa el amor,
eso sí me importa;
el amor eternamente
no correspondido,
eso fue para mí la poesía.



TRES SARGENTOS

Me tiré quince días en Buenos Aires y Montevideo,
desayunaba una cerveza con un trozo de pizza.
Como Fitzgerald,combatía la depresión con alcohol.
Acaba a la larga siendo destructivo, pero funciona,
ya lo creo que funciona, y a quién le importa el futuro.

Era un tiempo raro de mi vida.
Todo el día estaba bebido y eso no era malo, te lo juro.
Daba prestigio, extrañamente.

Íbamos a la calle Tres Sargentos en la medianoche.

No veíamos ni siquiera a uno de los Tres Sargentos,
sería por la oscuridad, porque era de noche.

¿Quién demonios fueros los Tres Sargentos
que dieron nombre a esa célebre calle bonaerense
que tan bien conocían todos los taxistas?

“Dame lo mío”, dijo ella, en la habitación de tu hotel.

“Por supuesto”, dijiste tú, y contabas
los billetes como un banquero minucioso.

Pensaste en los taxistas de Buenos Aires, en si ellos,
tan enfangados, tan gordos, tan sórdidos, tan pobres, tan malolientes,
también se tiraban a hermosuras de veinte años
como la que tenías delante, ya medio desnuda.

Dejaste la plata encima de la cama.

Eran billetes muy gastados,mal diseñados, no eran dólares.
Eran pesos argentinos, una moneda imaginaria.

Daba igual que fuesen falsos como que no.

Te hubieras casado con ella, era tan hermosa, y era tan joven.

Te la quedabas mirando como si quisieras redimirla,
pero redimirla de qué, ella era feliz así, no tenía importancia
moral lo que hacía, y tenía un hijo.
                                                  Todas dicen que tienen un hijo.

Era guapa. Se lo dijiste, pero no te creyó.

Y le estabas diciendo la verdad, pero quién se fía de quién
en este mundo del que todo juramento ha desertado.

“No tienes conciencia de tu hundimiento, tan joven tú”,
le dijiste, “porque no tener conciencia es tener
la libertad de Dios, te admiro tanto,
mi pequeña, mi amor, mi zorra”.

A la hora ella se fue.

No dormiste en toda la noche,
y sobre todo, te fuiste al otro extremo de la cama queen,
el extremo en donde ella no había posado su cuerpo desnudo.

Porque la parte de la cama en que ella depositó
su joven culo pecoso de prostituta bien pagada,
su delicada espalda, sus bellas piernas, su vacua cabeza,
te parecía Fukushima, Chernobil, un infierno giratorio.

Debe ser hermoso redimir a todo un país.
Salvar un país entero, salvar a cuarenta o cincuenta
millones de seres humanos.

Si fuese el rey de Argentina, lo haría.
Pero no soy más que otro cliente de la oscuridad.


SEATTLE

Tampoco ocurrió en Seattle, una noche de mayo.
De bar en bar, bares elegantes y caros,
alta madrugada, pedías a los dueños
que pusieran música de Sixto Rodríguez
y en tus manos había agua, agua de todos
los felices océanos de la Tierra.

Veías a mujeres y hombres.
Hablaste con mujeres que estaban locas.

¿Estás aquí? ¿Es hoy? ¿Vendrás por fin?, le preguntabas a ella.

Habitación del hotel, con la cama abierta.

El mismo Dios dentro, allí, en la cama,
tumbado bajo forma de tigre luminoso.
“No es hoy, hermano mío”, dijo.

Me desperté a la mañana siguiente,
en Seattle, en América.

Me duché y vi la circulación de mi sangre
bajo el agua.

Nunca es, pensaste. Nunca.
Nunca vienes, hijadeputa.

“La insoportable y maligna crucifixión de tener dos mil años,
siente eso, sopórtalo, amor mío”, dijo alguien
en aquella lujosa habitación del hotel,
mientras secabas tu pelo, y tu espalda y tus piernas y tu sexo
con una toalla blanca.

“Siempre son blancas las toallas
de los mejores hoteles de la tierra,
podrían ser negras, sería bonito que fuesen negras,
radicalmente negras”, dijiste tú.



EL ANIMAL MORIBUNDO

¿Qué hace un hombre de mi edad
cuidando de una criatura de dieciocho meses,
tu hija, rubia y hermosa,
jugando con ella,
intentando
hacerla sonreír
con carantoñas?

Me he enamorado de ti, es verdad.
Pasamos las horas con tu niña,
en tu piso, en tu pequeño piso
de joven divorciada.

Los domingos por la tarde
tengo que beber para poder aceptar todo esto.

Y tú me miras, inquieta, asustada más bien.
Lo primero que pillo en tu casa:
Una vieja botella de vodka, medio vacía.

Me aburre y me da miedo tu niña,
pero es tu niña. Y me amas a mí
tanto como a ella.

No hablas de su padre salvo para insultarlo
ni yo pregunto por él; mi falta de curiosidad
debería de dolerte.

“Menudo hijodeputa”, dices tú y yo asiento
diciendo “menudo cabronazo”,
sin saber si el pobre hombre era San Pablo
o el mismísimo Jesucristo
y tú la más puta de la tierra, qué más da
y a quién le importa.

Yo ya fui padre una vez, hace tanto.

“¿Dónde están tus hijos?, amor”
tú sí me preguntas eso, dulcemente
y con miedo.

A veces me llaman por teléfono,
te contesto.
están far away te digo, sonriendo.

Fuimos felices hace años y tú tienes
que serlo ahora con tu niña.

no sabes cuánto tiempo ha pasado
desde que mis hijos tenían la edad
que tiene ahora tu niña, amor.

Mejor no pensarlo o tendré que bajar
al bar de debajo de tu casa.

Tu sexo no apaga mi desequilibrio.

Tu sexo y tu belleza y tu amor,
y tu idea heroica de que tenemos un futuro,
y tus besos largos como las sequías castellanas,
tus besos apasionados y de una entrega rabiosa
que a cualquier otro enloquecería,
no apagan esta desdicha del tiempo,
la desdicha del animal moribundo.

Tengo que decirte adiós, amor mío.

Y no, no podremos ser solo amigos,
eso yo ya lo sé.

No insistas.

¿Amigo tuyo?

No lo vuelvas a pedir ni llores.

Tú también lo acabarás sabiendo, quizá no hoy.

Desgraciadamente, lo sabrás, con otros,
con otros lo acabarás sabiendo.

Esta es la última tarde en esta casa.

Ya no hay ni una gota de vodka en esa vieja botella,
un resto de cuando vivías en pareja,
de cuando vivías con el padre de tu bebé,
“el sinvergüenza”, así lo llamamos,
cuando estamos compasivos.

Es verdad que te amo.

Es verdad que nadie me ha follado como tú.

También es verdad que nunca volveremos a vernos.

Sí, sufrirás.

Y yo más que tú, pero estoy acostumbrado.

No permitiré que nadie vea mi final.

Orgullo de samurái, mi niña.

Tu juventud, finalmente, me resulta insípida
y horrible tu perfume barato.



FRANCIS SCOTT FITZGERALD

Convertiste tu vida en un derrumbe prematuro.
Y son palabras tuyas estas que ahora cito:
“está claro que vivir consiste en hundirse poco a poco”.

Y un veintiuno de diciembre de 1940,
caíste muerto en el living-room del apartamento
de Sheila Graham, en Hollywood,
el gran favor de aquel infarto que te sacaba de la vida
porque ya no había vida en ti,
mil pedazos, mil cristales dorados,
brillando sobre el suelo.

Dime, ¿la amaste?, dime ¿te amó ella?

¿Dónde está Sheilah ahora, y Zelda, dónde?

Tú, que creaste a Jay Gatsby, la criatura más resplandeciente de la vida
e hiciste —nunca te lo perdonaremos— que ese hombre enigmático
se enamorara locamente de una mujer llamada Daisy,
la mujer más egoísta de la Historia
y la más bella y la más codiciosa del santo dinero,
de la riqueza y de las fiestas y del champán y de los coches de lujo
y de las mansiones y de los grandes viajes
a la Riviera francesa, todos nuestros amigos esperándonos
en la playa, con la copa en la mano, en veranos legendarios.

Pero aquí estás ahora, de pie, frente a mí,
como fantasma ilustre de la gran literatura
y por tanto de nuestro escaso saber sobre la vida,
con tus depresiones, con tu alcoholismo, con tu expiación,
con tu mujer, con tu amante, con tu pobreza final, con tu hija Scottie,
pagando facturas de universidades y de médicos,
y con tu conquista laboriosa, al fin, de la nada y de la muerte.

Y en 1948, Zelda Fitzgerald ardió viva en el incendio
de un Manicomio de Carolina del Norte, donde sobrevivía
como un fantasma más entre los millones de fantasmas
que pueblan este mundo
del que tú ya habías, elocuentemente, desertado.

Tu elegante y envidiable fracaso,
tu ascensión a las nubes cristalinas
del firmamento, tu penuria, tu caminar erguido
hacia la destrucción,
pero no la destrucción común a muchos hombres,
(porque vivir es hundirse poco a poco pero no todos
—tú lo sabías— se hunden igual).
No la destrucción común —digo— a miles de hombres
y miles de mujeres,
sino la rigurosa y lenta liturgia del derrumbe,
su ceremonia inmemorial,
la conciencia bajo el calor de agosto, en el Sur ardiente,
mandorla calcinada del dolor insoportable.

Duerme, duerme en paz,
hijo del viento último de la tarde áspera,
de los grandes veranos de Long Island
y de sus crepúsculos agudos.

Te beso.

Bésalas tú a ellas tres a cambio de mi beso,
a Sheila,
a Zelda,
a Scottie,
a la oscuridad,
a la enfermedad
y a la inocencia.



LA LIBERTAD

Has de saber que no todos los hombres
ni todas las mujeres somos iguales.

Has de saber que hay seres humanos ruines.

Has de saber que hay seres humanos bondadosos.

Has de saber que hay seres humanos vulgares.

Te mentirán muchas veces.

Intenta no mentir tú a cambio.

Acabarás mintiendo.

Puede ser que el tamaño de tu sufrimiento
por haber mentido sea cien millones de veces más grande
que el tamaño de tu mentira, ¿quién puede saber eso?
Solo tú, tendrás que soportarlo.

Has de saber que existen los pusilánimes:
viven y mueren bajo un extraordinario silencio
que tal vez acabes envidiando, yo no.

Intenta que nadie note nunca que sabes
que no todos los seres humanos somos iguales.

Intenta santificar tu vida, hacerla alta, rara, compleja.

Asesina sin piedad a quien se atreva a juzgarte.

No dejes vivo a nadie que intente juzgarte
ni en este ni en el otro mundo, ni dejes vivo
a quien escuche juicio alguno sobre tu identidad y tu vida.

Tu vida está fuera del juicio de los hombres
y más aún de los dioses, porque no existen.

Tu vida es un acontecimiento universal,
la única verdad desde la formación de la materia
y la única verdad que sobrevivirá al hundimiento de la materia.


THE HOLY WHO

De adolescentes escuchábamos a los Who, noches de inexperiencia hasta la madrugada azul en bares pobres de los pueblos de España, en los años setenta, intentando vivir, intentando perder la virginidad, era lo que nos habían dicho.

Solo amábamos a los Who y eso era suficiente, eso era el Todo ¿Os acordáis? Eran los reyes de la vida legendaria; nuestros héroes, la versión mil millones de veces mejorada de nosotros mismos.

Keith Moon se murió muy pronto. Pasados los años, me he preguntado si Daltrey y Townshend y Entwistle lo lloraron lo suficiente.

Hay que llorar siempre, y mucho, vasto torrente de lágrimas, cuando muere alguien como Keith Moon. Yo me habría pasado mil años llorando.

¿Llorasteis lo suficiente, hijos de puta? Treinta y dos pastillas de Clometiazol en su estómago, solo seis disueltas, con solo seis bastaba, las otras veintiséis intactas. Todo un hundimiento premeditado, qué bien. Un ataque atómico contra su pobre corazón. Un no a la vida que era un enorme sí a la vida: nadie sabe en qué momento tú te comes la vida y en qué momento la vida te come. Juega, es un juego a muerte. El final de hombres de ochenta años y el final de hombres de treinta años es el mismo. No te asustes, esos cincuenta años de diferencia son imaginarios.

¿Qué sentisteis, cuando vuestro mánager os dijo un siete de septiembre de 1978: “Keith, sí, Keith, es horrible, aún no nos lo creemos, parece todo tan irreal, parece un mal sueño, una jodida pesadilla, Keith se ha ido, nos ha dejado”?

Me gustaría saberlo antes de irme de este mundo: ¿Qué demonios sentisteis vosotros tres? ¿Estuvisteis a la altura, a la gran altura del adiós del batería más chiflado del universo? Keith, “el chiflado”, así lo llamabais.

Y, pasados los años, un 27 de junio de 2002 en un hotel de Las Vegas, apareció muerto John Entwistle, al lado de una fan desconocida que gritaba como una loca.

John, fue un gran hundimiento el tuyo, yo te celebro, te hundiste más solo que las ratas. John, hijodeputa, yo acabaré como tú, pero sin groupie a mi lado y no en un hotel de lujo como tú, sino en una asquerosa pensión de la Gran Vía, pero da igual, ¿no te parece? El que muere ya no percibe la categoría de los hoteles, es una gentileza, una cortesía del poder igualatorio de la muerte, porque la muerte es comunista, una loca comunista, ya ves. La muerte, revolucionaria ella.

¿Lo llorasteis? ¿Se os partió el corazón? Y qué sentisteis entonces, oh, holy Daltrey y oh, holy Townshend, cuando John la palmó así, tan barato en el fondo. Como no sintierais un amor perforador, un duelo inhóspito, os mataré a los dos. Os cortaré el cuello por canallas.

Y el último, ¿qué sentirá el último?

¿Estaréis a la altura del adiós?

Uno de vosotros dos es el siguiente: Tú, Daltrey, o tú Townshend. Uno de los dos. Yo sé cuál, pero no quiero decirlo.

Lo sé perfectamente.

Nada vale en la vida si no es eso: estar a la altura dorada del adiós, el gran adiós que conmueve a las estrellas, al cielo, al mar, a la luna, al desierto y a todas las ciudades de la tierra y al futuro de esas ciudades, al futuro de todos, al futuro de millones de adolescentes que viven en la pobreza, en la miseria, en la nada, que oyeron y vieron en vosotros la esperanza de una vida distinta.

Eh, escuchad a esos críos, que os escuchan en spotify.

Holy Daltrey.
Holy Moon.
Holy Townshend.
Holy Entwistle.

Los chicos están bien, siempre lo estuvieron.

Estamos bien, sí.

Siempre estaremos bien.

Somos chicos de setenta años, pero estamos bien, con ganas de pelea, con ganas de vivir, con ganas de saltar, con ganas de cantar la célebre canción de la vida, de todas las vidas.

Somos los Reyes de la Santa Tierra.

Somos los Who, tío.

Somos todo lo que existe.

Nosotros sí somos el Aleph y no Jorge Luis Borges.

La gente follaba con nuestras canciones.

La gente se despedía de sus trabajos asquerosos con nuestra música.

La gente se drogaba con nuestros gritos.

La gente se casaba con nuestro poder.

La gente se divorciaba con nuestras letras.

La gente pedía morir con nuestras guitarras.

Nosotros quemamos el corazón de todos los jóvenes del Universo.

Haz tú eso, Borges, si sabes.

Nadie ha follado leyendo un cuento tuyo.

Y si la gente no folla con lo que haces, dime, hermano,
dime qué coño estás haciendo sino el vago.



THINK IT OVER

Piénsalo, a nuestra edad ya no saldría bien.
Cada uno viviendo en su casa es mucho mejor, habrá más deseo.
Para qué quieres hacerme el desayuno, eso da igual.
Yo creo que eso no ha funcionado nunca, pero la gente
cumple años, y se dejan llevar, porque enseguida
te mueres, y si cumples los sesenta, qué más da.

Cenamos los viernes.
Nos llamamos entre semana, jugamos.
Nos mandamos fotos eróticas por el guasap.

Cómo me iba a ir con una de treinta
si son todas tontas, ambiciosas y sin talento.

Cómo te ibas a ir tú con uno de treinta
si son todos tontos, grandilocuentes y calvos.

Piénsalo, piénsatelo mientras te vistes.



A.R.

Tú, que te hundiste a propia y barata voluntad, acepta mi suicidio.

Tú, que te tambaleabas ruidosamente en las tabernas, acepta mi aullido.

Tú, que estuviste en la cárcel charlando con las ratas amarillas, acepta mis drogas.

Tú, que envenenaste a conciencia tu joven cuerpo, acepta mi hundimiento.

Tú, que fuiste pobre y miserable y torpe, acepta mi desesperación.

Tú, que tuviste los trabajos más duros y sucios, acepta mi funcionariado.

Tú, que estuviste completamente solo y sin amor, acepta mi autocompasión.

Tú, que viste la cartografía de este mundo imaginario, acepta mi desequilibrio.

Tú, que entendiste las fórmulas de las arterias solares, acepta mi sabiduría.

Tú, que del sexo hiciste una corona de fantasmas, acepta mi afición a pagar.

Tú, que le hablaste de mí a mi padre agonizante, acepta mi amistad.

Tú, que pedías limosna y sufrías de dolores inconmensurables, acepta mis humillaciones.

Tú, que tuviste un amigo que resultó ser nada y nadie, acepta mis palabras.

Tú, que te fuiste de este mundo sin haber sido feliz, acepta mi alcoholismo.

Tú, que te fuiste mucho antes de que yo llegara, acepta mi espera.



CANCIÓN CALLEJERA
(A hustle here and a hustle there)

Viajo por España, de una punta a otra.
De Santander a Sevilla, cosas así.
El baile español. Un poco harto de ir y venir.
Pero me gusta.
Me gustan los hoteles NH y los AC y los Silken.
Me gusta beberme un Faustino IV en el bar del AVE.
Me gusta conocer bares y restaurantes
en ciudades españolas donde enseguida advierten
que no soy de allí: eso, por ejemplo, me pasó en Granada,
en Oviedo, en Valencia, en Bilbao, en Barcelona,
es divertido, te tiemblan las manos cuando te tomas una cerveza.

Siempre con este maldito temblor en las manos,
en mis santas manos. Es el miedo, el miedo de vivir aquí.

Ya sé que es un país que no merece la pena,
pero es el que, inexplicablemente, me ha tocado a mí.

La culpa la tuvo mi abuelo o mi bisabuelo
por no haber tenido el valor de emigrar a los Estados Unidos,
ni siquiera a Francia o a Alemania o a Suiza.

Eligieron quedarse aquí, y yo acabé
escribiendo en esta lengua callejera.

Yo creo que hay países plenos, grandes, fuertes
y países que no valen nada, igual que los seres humanos,
los libros, las casas, los artistas,
y la razón es una razón simple: la atávica voluntad
de querer ser o de no querer ser.

Y yo soy voluntad de querer ser, plena y violenta.
Muy violenta.

Siempre hace calor en España.
Era finales de octubre en Oviedo y hacía calor,
tuve que poner el aire acondicionado de mi NH.

A mi padre no le gustaba el calor y a mí tampoco.

Estamos bien en este albañal de país: hay playas, Ok, está bien.

Ahora viajo por España.

Me hice unas fotos de carnet en Chamartín
porque me tengo que renovar el DNI y el pasaporte;
había unos críos españoles jugando con el fotomatón,
les dije “largaos de aquí, capullos”.
Sus padre vinieron a pedirme explicaciones.
Cogí al padre por el cuello, y se meó encima.

Voy al gimnasio y mi cuerpo es una máquina.

Me molesta que tarden tanto tiempo
en hacerte el check-in en los hoteles.

Me gustan las chicas de la recepción.
Son jóvenes y guapas, me gustaría follármelas
a todas, pero parece que está prohibido o algo similar.
Es un deseo mental, luego seguro que no me empalmaba.
Me gustaría tener una polla de oro, infalible.

Me cabrea perderme por los pasillos
porque no entiendo bien la indicación
de los números de las habitaciones
de lo colgado que suelo estar siempre.

Pero al final encuentro la habitación.
Me falla la aritmética.

Oh, ciudades de provincias españolas,
necesitáis que alguien os eche una mano.

El gobierno pasa de vosotras
y el Rey de España también.

Todo el mundo quiere vivir primero en Madrid
y luego en Barcelona, aunque ahora menos
en ésta última, yo qué sé, tío, política y eso.
Política y eso, no política y sexo, que quede claro, tío.

Claro que me gustaría vivir en Madrid.

Claro que me gustaría tener mucha pasta
y muchos amigos, pero ya ves dónde he acabado
viviendo, y encima últimamente tengo problemas
de todo tipo, y eso, hermano, es otra historia
que no te pienso contar ni aquí ni ahora.



SPIRITUAL

Bob Marley, que estás muerto y bien muerto y en los cielos
y en el paraíso y en el corazón de todos los mares con ballenas,
con dulces ballenas enamoradas,
ayúdame a morir.

Ayudadme a morir, ayúdame tú, quien seas,
tú que pasas por una calle de Cádiz, de Leganés, de Sagunto,
de Murcia, de Tarragona, de Alcalá de Henares,
ayúdame.

Hay que ayudar a los que no saben morir.

¿No sabes morir, hermano? Es muy sencillo:
A todos nos pasa, nos pasa a todos,
es muy sencillo, hermano mío, ya verás qué bien lo haces.

Ayúdame a desaparecer, ayúdame a no haber sido.



974310439

Quien me trajo al mundo se ha ido hoy del mundo.
Ella, que me llamaba a todas horas, para saber de mí.

Lo mal que la traté y lo mal que nos tratamos,
aun queriéndonos tanto; y lo poco que supiste de mi vida
en los últimos tiempos, ocultándote lo mal que me iba
en mi matrimonio y en todas partes
y tú sabiéndolo, porque, al fin, todo lo sabías,
me veías beber esos licores fuertes,
me veías esa sed tan rara, esa sed tan desconocida para ti,
que tanto te asustaba y tanto temías.

Ya nadie me llamará, tan obsesivamente, para saber
si estoy vivo y a quién le importará si estoy vivo o muerto;
yo te lo diré: a nadie.

De modo que el gran secreto era éste:
ya estoy completamente desamparado,
arrodillado
para la decapitación,
para el anhelado adiós de este cuerpo,
de esta existencia meramente social y vecinal que lleva mi nombre,
nuestro nombre.

No volveré a ver nunca
tu número de teléfono en la pantalla
de mi teléfono móvil; tú, que te quejabas de que no tenías uno,
de que yo no te regalara uno,
te juro que no hubieras sabido hacerlo funcionar,
lo habrías tirado por la ventana,
como yo haré con el mío esta noche del supremo delirio.

Porque eras un número de teléfono, cincuenta años
en ese número encerrados: nueve siete cuatro, treinta y uno,
cero, cuatro, tres, nueve.
Márcalo ahora,
márcalo si tienes valor y te contestarán
todos los misterios inconmensurables: el tiempo y la nada,
la ira roja
de los peores huracanes celestiales,
la árida y blanca nada convertida
en una mano negra.

Daba igual dónde estuviera: podía estar en América o en Oriente,
tú llamabas, tú llamabas a tu hijo siempre
porque yo era Dios para ti, un Dios fuera de la ley,
poderoso y sagrado, lo único real y suficiente,
siempre tu hijo fuera de todo orden, siempre reinando,
porque todo cuanto yo hacía e hice recibió tu larga aprobación,
cuya moralidad no es de este mundo.

Sabedlo.

Tú, que me amabas hasta la desesperación.
Tú, que derramaste sangre por mí y por mi discutible y oscura vida,
llena de liturgias cuyo sentido tú desconocías,
y hacías bien, pues nada había que conocer, como finalmente
he acabado sabiendo,
igualado en ese conocimiento
al más sabio de los hombres.

Y ahora, otra vez camino del Crematorio,
como ya escribí en un poema con ese título,
en el que hablaba de tu marido, mi padre,
a quien también quemamos,
unos mil grados alcanzan esos hornos.

Mi gran padre, del que tú te enamoraste —vete a saber por qué—
en mil novecientos cincuenta y nueve,
y a quién demonios le importa ya sino a mí,
el que siempre os quiso tanto y os querrá hasta el último minuto del mundo.

Te di un beso en la santa frente helada
un domingo
por la mañana
de un veinticuatro de mayo del año dos mil catorce,
lloviendo,
en una primavera inesperadamente fría,
mientras una máquina sofisticada introducía tu caja barata
—mira que somos pobres— en el fuego final,
al que mi hermano y yo
te condujimos.

Sentí tu frente antigua y acabada en mis labios
antiguos y acabados,
pero aún conscientes los míos;
los tuyos,
venturosamente, no.

Nunca pensé que el sentimiento final fuera este:
la envidia que me diste, la codicia de tu muerte,
codiciando tu muerte,
porque me dejabas aquí,
completamente solo
por primera vez
un nuestra larga historia de amor,
y solo para siempre.

Y recuerdo ahora a todas aquellas mujeres
que querían acostarse conmigo,
hacer el amor conmigo,
y eso acabó siendo mi vida,
cuando yo solo quería
estar contigo para siempre.

Vaya, mamá, no sabía que te quería tanto.
Tú sí que lo sabías, porque siempre lo supiste todo.

Qué bien que todo haya acabado,
en una culpable tarde de primavera
en donde comienza el mundo,
en donde para ti acaba el mundo,
en donde para mí ni acaba ni comienza
sino que persiste involuntariamente.

Qué bien este silencio omnipotente, aquí, en Barbastro,
donde fuimos madre e hijo, por los siglos de los siglos.

Aquí, en Barbastro, en ese sitio tan nuestro,
tan escuetamente nuestro: todo ocurrió aquí, en estas calles.

Todo lo recuerdo, y todo lo recordaré.

Te amo, finalmente.

Como no he amado a nadie: todas fueron tu réplica.

Ah, se me olvidaba: podías haber dejado algo
para pagar tu entierro,
no sabes lo mal que me va y lo pobre que soy,
mira que fuiste manirrota y derrochadora,
y lo que vale
el ataúd más económica,
como dicen ellos, los caballeros dulces de la funeraria.

Mira que fuimos pobres y desgraciados tú y yo,
ma mère, en esta España de granes hijosdeputa enriquecidos
hasta la abominación.
Y aun así, pobres como ratas tú y yo,
mantuvimos el tipo,
como dos enamorados.

Qué bien. Qué hermoso. Cuánto te quiero
o te quise, ya no sé, y a quién le importa,
desde luego no a la Historia de España,
nuestro país, si es que sabías cómo se llamaba
la solemne nada histórica en que vivimos papá, tú y yo.






Gran Vilas. Madrid; Ed. Visor, 2012.


EL ESPAÑOLETO

A ti te lo puedo decir, amor de mis amores,
sangre de mi sangre, reina testaruda de la nada en que acabaré,
—gracias demos a Dios que sabrá devolvernos,
nulos al fin,ya tranquilos, en nuestra nada—,
a ti sí puedo decirte que sueño un poco,
a veces más que un poco,
con la destrucción de España,
con la defenestración de sus élites,
con quemar su historia y a sus líderes y a sus cantantes,
y a sus futbolistas y a sus toreros y a sus nobles y a sus actores
y a sus libros de éxito y a su televisión española,
sueño con eso, con calentarme las manos en ese fuego
cuando llega el invierno y nieva mucho en los Pirineos,
mi santa tierra,
solo mía,
inocente de mí,
buena persona siempre, sabedlo, no obstante.

Sueño con el aniquilamiento
de la vida peninsular tal como la conocemos,
sueño con el delirio final de todos nosotros,
los ancianos españoles,
muertos de miedo,
solo salvaría el Tren de Alta Velocidad,
y algunas películas de Buñuel y de Berlanga,
porque soy un sentimental y estoy enamorado
y me pone a mil que me hablen en la lengua de Cervantes.

Que Vilas sea español, que le den, dijo
un sádico arcángel un 19 de julio de 1962.

A ver qué hace, dijo otro, será interesante ver eso.
Seguro que se hunde, pobre diablo, no podrá con eso.
Se matará, se colgará, se dará la bebida, beberá
hasta reventar, o delinquirá
o se convertirá en un drogadicto, en escoria barata.

Qué buena idea, sí, dijo el arcángel San Miguel
con una copa de vino de Rioja en la mano.
Apostemos fuerte por el Gran Vilas y su hispánico destino.
A ver cómo se apaña con España, dijeron todos
mientras reían y bebían y fornicaban
en la alta oscuridad del Paraíso.

Bah, hicisteis bien, colegas,
amo este país, lo amo mucho,
daría mi vida por él y no es coña,
lo amo porque en España
las mujeres son mejores que los hombres desde siempre,
hicisteis bien, hijosdeputa,
y sabed que lo mismo da España que Francia, China o Rusia,
Italia que Alemania, Suecia que Finlandia,
lo mismo da, hermanos míos,
la vida es buena y ya la misma en todas partes,
pero sí, la jodida España era mi sitio,
el lugar de mi arcangelidad
dionisíaca, veraniega y popular.
Allí estuvisteis de fábula, pequeños hijosdeputa,
reinones del celestial azar,
libidinoso y acre.

I love sweet, España.
Yo soy el españoleto, y me encanta.
Vilas, el españoleto final,
como el gran Ribera,
un hombre de infinito talento.



VILAS Y VELASCO

Un día del otoño del año 2010
Manuel Vilas abrió el ordenador y se enteró
de la muerte del poeta español Miguel Ángel Velasco,
ocurrida en Palma de Mallorca.
Vilas no conocía a Velasco,
pero le dolió esa muerte,
tenían la misma edad.
De modo que comenzó a buscar como un poseso
datos sobre la muerte de Velasco.

Temió que se hubiera suicidado.

Vilas tenía bastantes libros de Velasco en casa.

No sintió ninguna necesidad de releer esos libros.

Hizo algunas llamadas y consiguió
el número de teléfono
de la madre de Velasco.

No se atrevió a llamarla, pero fantaseó
con posibles conversaciones con la madre de Velasco.

Imaginó una mujer digna y de atractiva madurez.

Imaginó a la Virgen María y pensó en Velasco
como su hijo doliente, el mismísimo Jesucristo.

Vilas meditó sobre la fama literaria de Velasco como poeta.

Vio que era posible que Vilas y Velasco
tuviesen la misma fama.

De haber ido al mismo colegio
se hubieran sentado juntos
por la proximidad alfabética de sus apellidos.

Todo era proximidad entre Vilas y Velasco,
pensó Vilas.

Estaban juntos en un montón de fotos, inventó Vilas.

Juntos en viajes a los veinte años, fabuló Vilas.

Juntos en fiestas y en noches inmortales, volvió a inventar.

Vilas, finalmente, pensó en la clase media española
de los años sesenta que dio poetas
para la combustión de la democracia que venía.

La clase media internacional, con destinos misteriosos
para sus hijos ateridos en mitad de la tormenta.

Vilas imprimió una foto de Miguel Ángel Velasco.

Misterios de la raza.

Misterios de la clase media universal.

Democracia española, clase media y poesía.

Los chicos se mueren.

En general, la gente se muere.

Dicen los que regresan haber montado
en un gran tiovivo.
En una montaña rusa.
Estás y ya no estás nunca más.

Pero en el fondo,
debes recordar, querido Vilas,
que el mundo llevaba miles de años existiendo sin ti,
y sin Velasco.

Podéis marcharos los dos tranquilamente,
habéis cumplido.
La vida os da permiso y un bonito beso
de despedida.



LAS PALIZAS

Los libros que escribí saquearon mi cuerpo.
Me dieron puñetazos en la cara.

Muchos eligieron el cerebro.

Alguno se llevó el hígado, todos robaron.

Agotado, envejecido, deteriorado,
poco saludable,
así me dejaron las palabras bajo mi nombre.

El aparato digestivo, el sueño, los mareos,
la tráquea, las arritmias, el asma,
los huesos torcidos, la neumonía.

Mis poemas, mis novelas saquearon mi cuerpo.

Cada libro escrito era una paliza.

Daban fuerte.

Me dieron palizas de muerte, tío,
esos libros míos, esos hijosdeputa
que finalmente no valieron la pena.

Mis libros no cambiaron el mundo,
solo me cambiaron a mí.

El glaucoma, la sed, el alcoholismo,
las lumbalgias, las taquicardias,
el pánico, la bulimia,
las palizas,
ellos saqueaban,
se lo llevaban todo.

Mis libros,
mis asesinos.

Pero me gusta que me peguen.
Las palizas del amor.

Ponte una tirita en la ceja,
aún te queda un pulmón sano,
respira, pues,
deja de beber,
y adelgaza.


I LOVE WOODIE GUTHRIE

                                     This poem kills fascists

Esta tierra fue hecha para ti y para mí.
Desde las costas de Galicia hasta el mar de Barcelona,
desde Cantabria hasta la ciudad de Tarifa,
esta tierra nos pertenece.

Deberíamos querernos más y caminar por los campos
con una sonrisa inacabable en el rostro.

Desde el puerto de Somport hasta las costas de Cádiz,
esta tierra fue hecha para ti y para mí.
Desde la lujosa nieve del Aneto
hasta la luz de Almería,
esta tierra fue hecha para ti y para mí.

¿Has visto el mar de Pontevedra, has visto la belleza testaruda
del pueblo pirenaico de Gistain bajo el sol de mayo?

Todo nos pertenece. Esta tierra es nuestra.

Mi casa está abierta para ti porque te quiero.

Nuestros antepasados decidieron matarse
porque eran gente sin imaginación y no amaban a Woody Guthrie,
pero nosotros haremos el amor libre y repartiremos
las riquezas, porque esta tierra es nuestra.

Repartiremos el oro,
porque repartir el oro es fascinante.

Si te despiden en Madrid, yo te daré mi empleo en Sevilla.
Si te despiden en Bilbao, yo te daré mi empleo en Valencia.
Si te despiden en Valladolid,
yo te daré mi empleo en Santa Cruz de Tenerife.

Si nos despiden a todos, venid a mi casa,
os daré lo que tengo.

Desde las costas de Galicia hasta el mar de Mallorca,
repartiremos todo nuestro dinero, nuestras casas,
nuestros maridos,
nuestras mujeres,
nuestro plan de pensiones,
nuestros coches,
nuestros excelentes trabajos,
nuestras rentables empresas,
compartiremos todo,
porque compartirlo todo es deslumbrante y es nuevo,
la vanguardia de lo que vendrá.

Mi casa es tuya porque te quiero,
porque quererte es revolucionario y es apasionante.

Para ti y para mí, en nuestro honor, fue creada la tierra.

Desde las costas de Galicia hasta el mar de Barcelona,
desde las cimas de los Pirineos hasta los vientos de Tarifa,
esta tierra fue hecha para ti y para mí.

Desde el mar de San Sebastián hasta el mar de Málaga,
no habrá pobreza ni alienación ni humillación ni tristeza
sino hombres y mujeres libres,
haciendo el amor en medio del campo,
en medio de los ríos,
en medio de las tormentas,
en medio de las calles,
en medio de los caminos,
bajo la luna.

Y seremos felices aquí en la tierra.

Esta tierra fue hecha para ti y para mí.



NOTICIAS DE MARZO DEL AÑO 2011

El año comenzó con revoluciones en los países árabes.
Se desmoronaban Túnez, Egipto y Libia.

Parecía que la Historia había muerto y de repente
una mujer entró en el bar del tiempo y dijo “champán para todos”.

Japón volvió a beber un trago largo de veneno.
La tierra tembló y las centrales nucleares niponas
sintieron nostalgia de Dante, de la Biblia y del Apocalipsis.

El mundo volvía a estar caliente.

Gadafo, el líder Libio, no aceptó la copa de champán.

El mundo árabe se estaba convirtiendo en una banda de rock.

China seguía comprando presidentes de gobiernos occidentales
a bajo precio y convertía la vida en basura universal.

La nave espacial Cassini detectó lluvias de metano
en las dunas del ecuador de Titán,
la luna de Saturno.
Pero seguía sin aparecer ningún vestigio de vida extraterrestre
en ese descomunal y vacío cielo que nos corona inútilmente.

Hosni Mubarak y Muamar el Gadafi y Silvio Berlusconi
usaban el mismo tinte de pelo y sus septuagenarias cabelleras
resplandecían al sol de la Historia con el claro color
de los cabellos juveniles de los dioses griegos de la Iliada.

El hijo del cielo, el emperador Akihito,
habló a su pueblo desde las televisiones japonesas,
desde los receptores con la tecnología más sofisticada del planeta,
en medio de la radiación nuclear, que quema la vida del planeta.

Los reyes y los emperadores y los generales condecorados
se convierten en los grandes ídolos de la televisión
cuando llega el Apocalipsis.

Barack Obama viajaba por América Latina con la mano extendida.

Fuego, volvía el fuego, un clásico de la Libertad.

La crisis económica bailaba flamenco en España.

España se estaba calentando.

Ya nadie leía a Góngora en España
ni a Francisco de Quevedo ni a Mariano José de Larra.
Ni siquiera se sabía quiénes fueron
ni si estuvieron vivos alguna vez.
La Historia se estaba resquebrajando, caminaba, al fin.
La creíamos muerta y como Lázaro salió de su tumba.

Murieron el presidente Néstor Kirchner
y el actor Dennis Hopper y Bobby Farrell,
el cantante de Bonney M, y el escritor José Saramago
y el domador de leones Ángel Cristo.

Nació el primer bebé libre del gen del cáncer de mama,
y sus padres se sintieron fuertes, inmortales casi.

Las relaciones familiares empeoraban por culpa de la crisis.

La tierra tembló en Japón y la Historia se movía,
como un vampiro en la medianoche.

De qué sirve la vida si no es para acabar completamente muerto.

De qué sirve la vida si no es para cambiarla completamente.




THE VILAS

   John Vilas tiene 27 años. Canta en una banda de rock and roll. John vive en Detroit. Su primer disco, titulado “Vilas One”, pasó completamente desapercibido. John odia Detroit y está pensando en largarse a vivir a España, a la Costa del Sol, a Málaga.

   Hey, Vilas, take a walk on the wild side.

  Ramiro Vilas tiene 42 años. Vive en Canal de Berdún, provincia de Huesca. Es agricultor. Tiene un tractor al que llama, en broma, “Mariano”. Cuando nadie le ve, le da patadas con sus polvorientas botas —compradas en un Carrefour— a las ruedas del tractor y le dice obscenidades como “me has jodido la vida”. El tractor ni se inmuta.

   Hey, Vilas, take a walk on the wild side.

  Alonso Vilas tiene 87 años y vive en Madrid. Es sacerdote jubilado. Vive en un Seminario. Desde su habitación oye los coches que pasan por la M30. Le gustan los coches rojos. También puede verlos. Se ha comprado en un bazar chino unos prismáticos y ve los coches. Ve la cara de los conductores y se asusta y se conmueve.

   Hey, Vilas, take a walk on the wild side.

  Cristo Vilas tiene 62 años y vive en Lima. Es peluquero y homosexual célibe. Tiene cáncer de páncreas pero sigue yendo a la peluquería todos los días. A veces, en mitad de un servicio, se pone a temblar de dolor, suspira hondo y sigue peinando al cliente.

  Hey, Vilas,take a walk on the wild side.

  Clermont Vilas tiene 54 años y es profesor de autoescuela y vive en Lyon. Su padre murió hace mucho y Clermont vive con su madre. Su madre le prepara un sándwich de cuatro quesos con mortadela de Bolonia todos los días y Clermont le da un beso en la boca antes de irse a trabajar a la autoescuela.

  Hey, Vilas, take a walk on the wild side.

  Godfried Vilas tiene 29 años y acaba de asesinar a su novia en un piso de las afueras de Frankfurt. Tiene delante, atemorizado, temblando, al amante de su novia, un hombre maduro, y no sabe si matarlo también. Finalmente, decide apuñalarlo como ha apuñalado a su novia. Godfried Vilas mide 1,91 y hace culturismo. Se queda mirando a los dos cadáveres y se arrepiente de haberlos matado, pero se da cuenta de que son hechos tan irredimibles como olvidables en poco tiempo. Piensa en siete años y seis meses.

  Hey, Vilas, take a walk on the wild side.

  Rosario Vilas era una niña-mendiga que fue encontrada ayer en un sótano de la Rambla de Catalunya. Era una gitana muy morena y tenía once tristes años. Tenía el cráneo reventado y los ojos metidos en la boca.

  Eh, Vilas, que sirva este poema para que la gente recuerde que los muertos también fuimos amor.

  Hey, Vilas, take a wlak on the wild side.




THE MAN COMES AROUND

Estaba muy oscuro cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Moscú. Sin embargo, aquel fantasma estaba eufórico; eran el frío y Moscú que le ponían a mil. Vio un bar de aeropuerto y se detuvo: estoy tan feliz de regresar a Moscú, que necesito tomar un vodka —dijo el espectro.

Se sentó en una mesa.

Qué abstractos son los aeropuertos que glorifican la tierra con sus alargadas pistas de aterrizaje. Qué bonita es la palabra tierra, masculló el fantasma. A veces el fantasma sueña con que esas pistas de aterrizaje sean comestibles. Sean como serpientes, como pescados ardientes, como árboles de piedra que los ángeles contemplan desde el cielo vacío.
Cantan los ángeles canciones duras que exaltan la construcción de miles de aeropuertos en todos los continentes de la gran tierra de los hombres.
Los ángeles aman los aeropuertos. Los ángeles lo aman todo. Porque un ángel es un aeropuerto, víscera de piedra,ganas caprichosas de volar, ganas de estar en las alturas, ganas de fornicación en las alturas. ¿Has probado a hacer el amor a once mil metros sobre el mar? It’s too romantic.

Los ángeles se casarían con los aeropuertos si estuviera permitido.

El bar tenía unos enormes ventanales que permitían ver un día gris y oscuro. La grandeza de la grisácea oscuridad parecía revolucionaria. De repente, se puso a nevar.
La nieve es el mayor espectáculo de la materia, su calor, su complejo y extranjero calor. La nieve que trae la santidad a los seres humanos; la nieve, whisky del cielo.
La nieve es el amor también.

En las calles de Moscú seguía nevando. Era la alegría del cielo. Esa alegría irreal que exalta la vida. Alta oscuridad. Alta muerte. Alto amor.

El espectro no llevaba calzado adecuado para la nieve.

El espectro visitó muy caras y lujosas zapaterías de Moscú. Al espectro le fascinan las zapaterías; grandes palacios para esa misteriosa obra maestra que son los pies de los seres humanos. Recordó el espectro el pie de una mujer a la que había amado mucho y lloró a solas. Lloró en mitad de la zapatería y otra vez pidió morir. Alto pie femenino de la alta oscuridad. Mucho tiempo dedicó el espectro a probarse botas de todos los estilos. La fantasmagoría del pie de una mujer de quien estaba enamorado arrojaba al espectro hacia los campos de concentración nazis de la Segunda Guerra Mundial, en una compleja operación de martirio y amor. Judío de los pies enamorados en las cámaras de gas.

Acariciaba las botas. Miraba que nada de lo que le ofrecían fuese “Made in China”.

Al final, el fantasma se compró unas botas altas mexicanas acabadas en punta, como un cuchillo negro, como homenaje a la revolución mexicana. El espectro amó todas las revoluciones de la gran tierra de los hombres. Las botas que eligió no estaban, precisamente, indicadas para la nieve, de modo que el espectro pronto advirtió en sus botas una gran mancha de humedad.

El espectro cogió un barco moscovita en mitad del hielo. En el hielo veía su rostro y leía su nombre, su nombre aún vivo. Se acordaba de ella. Siempre de ella.

Anduvo por muchas calles de Arbat. Cenó, con sus botas humedecidas, en un restaurante llamado “La trucha negra”. Cenó carne, arenques y patatas. Rompió la estructura de las patatas con un tenedor industrial fabricado en serie, “Made in China”.

Había en la carta un texto turístico, en inglés, que decía “los arenques son buenos para la sangre, son diuréticos y alejan el espíritu de la impotencia”.

El espectro rió.

Tiene que ser muy bonito estar muerto. Pero aún no.

Solo estoy enamorado de una mujer que me olvidó.

El amor me ha convertido en una tempestad de miseria.

El amor me ha convertido en un mendigo cósmico.

Creo que soy el hombre más solitario del Universo y también el más tercamente enamorado.

Mis entrañas están maduras para la muerte, pero aún no.

Aún podría llamarla al móvil, pero estará con otro y ni siquiera contestará, y aunque contestase, ella no se acordaría, y yo tampoco.



MEMPHIS

Manuel Vilas llegó a la ciudad española de Santander
conduciendo su Audi 100, ventanillas bajadas, pelo alborotado,
alma venenosa, alma muy gastada, alma tóxica, como su coche,
tenía reservada una habitación en el Hotel Silken Coliseum.

Entró en la habitación, la 301, y sintió algo especial.

Inspeccionó la habitación. Todo estaba en orden.

Había muchas cosas en el cuarto de baño,
eso pone de buen humor siempre,
hasta los muertos se regocijan con los regalos:
Kit de afeitado, cepillo de dientes, aguja e hilo.
Había un calzador y una esponja abrillantadora para los zapatos.
Había un boli pequeño, de bolsillo, con el anagrama
de Hoteles Silken.

Puso una foto de su padre en la mesilla.
Puso una canción de Johnny Cash en el ordenador portátil.
Vilas hace esas dos cosas siempre en los hoteles.

Revisó los poemas que iba a leer esa tarde,
en Santander.

Se cansó de los poemas.
Son solo poemas,palabras.
No son personas, no son seres humanos,
no besan, no hacen el amor.
Me casé con las palabras, pensó.
Me casé con mujeres muertas.

Oh, desesperación, protégeme de las bestias
de la tristeza, conviérteme
en el gran mendigo del amor, dijo.

Se duchó. Estuvo un rato bajo el agua,
maldiciendo su soledad inacabable,
más grande que la soledad de Dios,
no oía a Johnny Cash desde la ducha,
y eso le pareció una tragedia.
Tenía que elegir entre la canción y el agua caliente.
Siempre había que elegir.

I went up to Memphis, oyó.

Con la toalla en la cintura, abrió el minibar,
consultó los precios, y volvió a cerrarlo
con un portazo fuerte, sonoro, absurdo,
goma de la puerta contra la goma de la nevera
en un choque anónimo,
innecesariamente cruel.

Bueno, se dijo, volvió a abrirlo,
y sacó una botellita de whisky.
Al rato otra más. Al rato comenzó con e vodka
porque el whisky se había acabado.

Pensó en su poema El alcohólico.

Miró la habitación: qué blancas las almohadas,
qué bonito el teléfono,
qué sensación de limpieza en el cuerpo.

Sonaron unos golpes secos y fuertes
en la puerta de la 301,
golpes fantasmales y a la vez esperados,
y Vilas abrió.

Era el mismísimo Johnny Cash, con camisa negra,
con botas y con levita y con el pelo alborotado.

Cash entró en la habitación, se sentó en la cama
y dijo “Vilas, cariño, camarada, amar a los seres humanos
no es suficiente si quieres amarlos de verdad,
estás desesperado, y no te curarás nunca,
no hay cura para esto, hermano, siempre estarás así,
violento, insatisfecho, radiante, destruido,
hermano mío, mi hijo casi”.

Vilas pensó que Johnny le había leído el pensamiento
porque Vilas ama a todos los seres humanos
que ha conocido en esta vida.
A todos los ama hasta la extenuación, hasta la cruz;
aunque solo haya hablado dos minutos con un hombre o una mujer,
Vilas lo ama.

Dios hace lo mismo.

Dios y su mismísimo hijo el Gran Jesucristo hacen lo mismo.

Más allá del beso, más allá de la fornicación.
Más allá del erotismo radiante.
Más allá de la posesión y del placer inimaginable.
Más allá de la amistad.
Más allá del matrimonio.
Más allá de la admiración, la lealtad y la fraternidad.
Más allá de todas las falacias del amor,
los fuertes comemos seres humanos,
dijo Johnny.

Vilas estaba solo en mitad de la habitación.

Debería pegarme un tiro ahora mismo,
dijo Vilas, mientras miraba la foto de su padre
encima de la mesilla, con su portátil marco de plata,
y Cash cantaba desde el ordenador I went up to Memphis.



DELIA’S GONE

Bendito sea el suicidio.

Lo mejor de nuestro amor fue suicidarnos.

Tantos suicidas en París, en Nueva York,
en Ginebra, en Londres, en Estocolmo y en Madrid.

Hombres y mujeres que se arrojan por las ventanas,
desde décimos o undécimos pisos,
intentando volar en el absurdo viento de las ciudades.

Bendito sea el suicidio, que nos iguala a los ángeles
más famosos en las rutinarias gradas del universo.

Es temperamental, la muerte por amor.

Suicídate, no significa nada, el mundo resplandecerá
aún más y no habrá tristeza alguna porque ya nadie te quiere.

Hombres y mujeres que dispararon negras pistolas
contra sus inocentes y vencidas sienes,
que castigaron su aparato digestivo
con cápsulas verdes y blancas, rojas y amarillas.

No soporté que me abandonaras, amor mío.

No soporté quedarme sin trabajo, amor mío.

No podía verte con otra,amor mío.

San Ian Curtis, San Mariano José de Larra, Santa Silvia Plath,
la santa horca, la santa pistola y el santo gas,
y el amor siempre,
el amor
tan asesino.

Di adiós a tu cuerpo, se ha quedado vacío.

Bendito sea el suicidio
que nos aleja de la mirada de todos los Emperadores.

Bendito sea el suicidio, el gran adiós de los lunáticos.

Qué bella es la muerte y su hermano el sueño,
dijo un inglés ilustre.

No podía soportar las nubes, el mar, las calles,
amor mío.

Cúbreme de tierra, estaré bien no estando,
amor mío.

Cómprame un ataúd barato, estará bien así.

No hace falta que me recuerdes, amor mío.


NOTICIAS DE JUNIO DEL AÑO 2009

Los aviones de Air France se caen del cielo,
caen en mitad de las planicies oceánicas y se hunden
a la velocidad de los peces, cuatro mil metros bajo el agua.

Los familiares buscan abogados y leyes y luz y justicia
a las gran velocidad de la desesperación,
demonio y matadero del adiós ingrávido.

Michael Jackson pesaba cincuenta kilos de viento quemado
cuando se fue de este mundo como si fuese un negro de Nairobi.
Cuerpo adentro tenía vísceras de goma.

Hay un Big Bang carnal en todo esto.

Esta fiesta idéntica a las fiestas solares, a los sacrificios
humanos, comiéndonos los unos a los otros.

El canibalismo también es moderno.

Los cerdos, humillados, inventan virus que matan a los hombres,
comedores de cerdo.

Mercedes baja los precios de sus berlinas
De creer en algo, creería en un Mercedes-Benz,
y te juro que no es broma.
Adoraría sus ruedas,
su volante final.

En un país pobre y sin historia llamado Honduras
los militares dan un golpe de estado: negros y soldados,
indios y piedras, hispanos y locos, ratas y cárceles,
hundidos en Honduras.

Una biblioteca de Nueva Gales del Sur exhibe
la lista de Oskar Schindler, fechada el 18 de abril de 1945,
la célebre lista que hurtó al III Reich
ochocientos y un judíos en trece páginas amarillentas,
el buen triunfo de la vida.
                               Y en esa lista
salimos tú y yo, que estamos vivos de milagro.

El futbolista Kaká pasa el reconocimiento médico.

No hay mensajes nuevos, dice mi Windows Mail.

Cae otro avión, de una compañía fantasmagórica,
barata y africana,
sobre el Océano Índico.

Demasiados aviones en el cielo.
Demasiada gente volando.

Michael Jackson estuvo casado con la hija de Elvis Presley.
En las noches de verano, desnudos, hacían espiritismo.
La autopsia de Elvis también fue poesía pura.

Es mucho más triste que no te hagan ni la autopsia,
como a esos desgraciados que se hundieron
en el Atlántico y en el Índico
y sus cuerpos desaparecieron
como si nunca hubieran existido.

La autopsia es un espejo moral.
La autopsia es un matrimonio con la gravedad.

La autopsia me pone a mil, desconocidos
metiéndome mano, árbol adentro,
donde ni siquiera tú has estado, y eso que eres
la más perra de la tierra, amada mía.

Pienso en los riñones (creo que tenemos dos),
en el hígado, en el intestino grueso de Michael Jackson.

No hay mensajes nuevos, dice mi Windows Mail.

Nadie me escribe.



EL ALCOHÓLICO

Era el 30 de mayo del año 2009
y estaba en La Habana.

Somos los santos bebedores esparcidos por el mundo,
grandes y últimos —y escasos en número—
corresponsales del santo oficio: dos en París,
tres en Nueva York, cuatro en San Petersburgo,
cinco en Tokyo,
uno en La Habana.

El que bebe solo espera beber con Dios un día.

Vieja piscina del Nacional,
de cuerpo entero bajo el agua.
Vieja piscina de la tierra,
y el fervor
y el santo oficio
y la alegría espantosa.

Veo la luz del sol,
pero soy más humano que esa luz.

Siempre estuvo aquí.

Vengo de allá arriba.

Si la alegría fuese
este oficio
del que bebe en gloria.

Otra vez estoy al mando del gran ejército de la desesperación.
Al mando de las altas y superiores legiones solares,
en mi puesto,
aquí en La Habana,
diseñando la estrategia final de la victoria.

Soy el César,
estad pendientes de mis órdenes.
Mañana quemaremos la Historia.




SOLOS ANTE EL PELIGRO

La nada de los perros es igual a la nada de los hombres.

Aquí me tienes de nuevo, a tu lado, como siempre.
Alégrate, alégrate porque he vuelto no más de cinco minutos.

Todos los días, los grandes días —lo sé— te acuerdas de mí.

Me ves en la cocina de tu casa mirándote a los ojos,
mientras te bebes un café.

Te gustaba tanto contemplarme:
en los parques, en las playas,
en las calles de las ciudades españolas.

Nadaba en los lagos de montaña
al lado de los árboles y sacaba
piedras húmedas de los ríos
con mi boca enaltecida por el sol.

El sol era nuestro hermano.
El sol era nuestro imperio, nuestro imperial hermano,
se dejaba besar, lo besábamos nosotros a él,
aunque ardíamos, sí, ardíamos sin notar las llamas,
pues qué nos importaba arder a nosotros
si éramos amor, porque el amor nos quiso mucho,
acuérdate.

Nadamos juntos en los altos ríos de las montañas de Huesca,
en el mes de mayo, cuando el frío aún es aterrador.
En medio del agua de los santos deshielos,
solos ante el peligro.
Los muertos venían a hablar con nosotros, viejos
muertos de las montañas de Huesca, afables y atormentados,
dulces y ensombrecidos, pero siempre enamorados.

Tú contemplabas cómo se deshacía la nieve en las alturas.
Oíamos el cántico de las alturas.
Sí, lo oíamos.

Estábamos hechos el uno para el otro,
y aún te quiero.
Te quiero mucho porque nadie te quiere ya
como tú quieres que te quieran.

La nada de los perros es igual a la nada de los hombres,
un rigor primitivo, antes del mundo,
que iguala la desaparición de la carne.
El célebre adiós de la carne.

Me llenabas de caprichos,
acabábamos comiendo lo mismo.
Me comprabas salchichas alemanas.
Me comprabas galletas danesas.
Me comprabas pollo pequinés con salsa de almendras.
Me comprabas mortadela de Bolonia.

Y me llevabas a hoteles de lujo que aceptaban mascotas.
Y nos tumbábamos en la misma cama.
Y escuchábamos juntos a Johnny Cash.
Y pensábamos las mismas cosas.

Y me alquilabas una hamaca en las playas,
durante los veranos legendarios.

Nunca volveremos a estar juntos.
Nunca, entonces, estuvimos juntos.

No volveré.
No te querré ya más.
No te veré morir.



GRAN VILAS

Cómo me gusta el dinero,
cómo me gustaría
ser uno de los hombres
más ricos del planeta.

Me gusta ese momento en que la gente te paga por lo que sea.

Creo que lo que me mataría de verdad es no tener dinero.
Eso mató a mis antepasados: no tener nada.

Me gusta recibir transferencias bancarias.

Pero no me estoy haciendo rico,
sólo me hago viejo.

Se acerca el momento final
y sigo igual de pobre que siempre,
igual de pobre que mi padre y el padre de mi padre,
raza negra de negros españoles,
y eso me mete mala y negra sangre en la cabeza.

Muy viejo e igual de pobre que todos los viejos de la tierra.

Mira que era pobre mi padre y mira que yo amaba
esa pobreza, los pobres elegantes españoles
con la frente llena del sol del Mediterráneo.
Mi padre era un Woody Guthrie de las montañas de Huesca.
Era el mejor, siempre guapo, siempre radiante.
Pero se murió, así fue, se murió.

¿Por qué no soy rico si soy el mejor de los hombres,
si soy un santo,
si soy San Vilas,
muy colega de mis colegas,
un vitalista cordial?

Pagan mal en todas partes. Pagan mal en todo el planeta.
Pronto ya no pagarán nada, y volveremos adonde siempre
estuvo la gente como yo, allí abajo, quemados, enloquecidos,
ajusticiados, esclavizados, rotos.

¿Has visto cómo bajan los ríos de la tierra,
llenos de cadáveres flotantes,
llenos de moscas que se posan en los labios
de los cadáveres golpeados por la tiranía universal?

No soporto envejecer,
dejar de ser la criatura más resplandeciente de la tierra.

Ser pobre y joven era tolerable.

Ser pobre y viejo será un martirio.
Me comeré la pobreza y la vejez con ardiente mala sangre.

Y haré milagros, partiré el mar por la mitad
y me beberé las olas, los peces
y me beberé a todo el alto mando
de la marina de guerra norteamericana.

Beberé almirantes, capitanes y delfines.
Beberé ballenas.

También me beberé al alto mando
de la marina mercante de los Estados Unidos.
Me beberé los portaviones de la OTAN.

Necesito cambiar de sangre,
de órganos,
de vísceras,
de cuerpo,
pero no de alma.

Mi alma estará bien siempre.



MI NOVIA

Vilas, dicen por ahí que tuviste padre y madre, pero yo no me lo creo. A ti, Vilas, te engendraron las ballenas, la selva, los mandriles y el vientre de la luna.

Vilas, dicen por ahí que fuiste al colegio y a la universidad y que te hiciste un hombre de bien, que aprendiste a leer y a escribir, a sumar y a multiplicar. Pero eso sí que es imposible, solo hay que verte ahora, más pobre que los chinos y los negros y las ratas. Además yo sí sé de dónde vienes tú, Vilas.

Vilas, dicen por ahí que te casaste dos veces y tuviste solo dos hijos, pero yo no me lo creo. Sabemos que te casaste cientos de veces y que tuviste millones de hijos y de hijas.

Vilas, dicen por ahí que te hiciste escritor, que escribías libros, y eso tiene gracia, eso sí es muy, pero que muy gracioso.

Vilas, dicen por ahí que eras español, bah, tío, yo no me lo creo. Eso sí que no puede creérselo nadie. A ti, Vilas, te echaron de todos los países serios, como echan a las cucarachas de las casas, pero con honor, gigantesco honor, te expulsaban con honores de estado.

Tú eras hijo de las montañas de Huesca, eso sí es verdad.

De los ibones, de los barrancos y de las praderas, del Valle de Benasque, de Monte Perdido y Panticosa, de Ordesa y Añisclo, sí, de allí eras tú, como lo fue tu padre, si es que tuviste padre.

Vilas, dicen por ahí que naciste en el siglo XX. Pero eso sí que es un decir bien tonto, pus los virus como tú contribuyeron a la creación de los huesos y de la carne y estaban aquí antes de que el sol hiciera brillar las heladas olas del mar y las azules crestas de las montañas.

Vilas, dicen por ahí que eras un hombre, pero tú y yo sabemos que eras una mujer vieja, acabada y muy promiscua, por no decir otra cosa.

Vilas, dicen por ahí que amas a hombres y mujeres, vivos y muertos, a millones de mujeres y a unas docenas de hombres buenos, y eso sí que yo me lo creo.

Eso, tío, eso es verdad. Vilas, eso sí.

Vilas, eres perfecto. El Ser, eso eres tú, y no la Nada, Gran Vilas.

Un ciego plenario.
El ciego que puso pleitos y demandas voraces a la exigua luz del mundo.

Dame un beso, hijodeputa.

Esa lengua, Vilas, quiero sentirla.

Soy yo, la tonta de tu novia, la única que te ha querido.



EL ENAMORADO

Ya sabes, amor mío, porque te lo he contado varias veces, que la desesperación de los hombres maduros ante las mujeres jóvenes y nuevas, bendecidas por la vida, es el tema de Susana y los viejos, un célebre cuadro de Tintoretto.

Te fuiste con otros tantas veces.

Qué bien que te fueras con otros, porque mi amor es más extenso en el tiempo y en el espacio que tus infidelidades y ya es decir; mi amor está más allá, en las remotas regiones de una plenitud desconocida, sobre todo para ti, tan joven y tan guapa y tan dulce.

La destrucción, el deterioro y el alcoholismo final, eso me dejaste. Tres árboles negros, con flores rojas.
xxTuyo era el poder y tuya mi vida.
xxTe adoraba.

Así que te fuiste con otros, con docenas, mejor no los cuentes, amor mío, y fuiste muy feliz con ellos. Y yo imaginaba esa felicidad y te concedía una rara bendición.

A mí me parecía que no valían nada esos chicos guapos, con los que te ibas hasta el amanecer, insípidos, jóvenes sí, pero inanes, y sí, altos, nueva raza de españoles a quienes la estatura física situó en la vanguardia de la evolución de la especie, aunque no sabían decirte nada bonito.

Eso solo sabía decírtelo tu novio maduro, o sea, yo. Las cosas bonitas te las decía yo y nunca las habías oído antes y nunca te las habían dicho esos chicos nuevos, y eso me daba pena, porque está claro que vienen tiempos feroces para el amor. Y cómo ardías en mis palabras. Mías eran las palabras, pero los besos duros se los dabas a ellos, a los otros.

Yo te exaltaba, pero a ti no te exaltaban los chicos a quienes amaste, tristemente.

Claro que envidiaba a esos chicos a quienes hacías cosas muy alejadas, pero que muy alejadas, de los abrazos casi fraternales que guardabas para mí. Y temía que te hiriesen, porque tú eres frágil, y esos chicos jóvenes, atléticos y musculosos, tienen vergas muy largas y racialmente ofensivas, y yo padecía, sufría por tu cuerpo delicado y suave. No podía soportar que te embistiesen como si fueses un animal perecedero.

Pero yo también fui un Rey. Gran Rey de mi derrota, que es un universo al que nunca estuviste invitada. Allí, planetas, continentes, soles radiantes, orquestas y bailes hasta el amanecer, océanos dorados, todo ocurre para mi solitario amor: El amor, única luz del mundo.

Y me dejabas solo en casa. Y te inundaba a sms que tú no contestabas.

Estabas con otros. Y yo quería abrazaros a ti y a ellos, porque me daba igual. La verdad es que da igual, ya acabarás comprendiendo que da igual, si el amor es grande.

Quería ver cómo abrazabas y besabas a esos chicos y hacías el amor con ellos y no conmigo, el hombre viejo.

Cuando tengas mi edad, amor mío, cuando seas vieja, cuando tus 27 años, por arte de magia, se conviertan en 72, imagínate lo muerto que estaré yo entonces, gracias a Dios y a su mismísimo hijo Jesucristo.

Qué bien no volver a verte hasta el Big Crunch, dentro de 72 mil millones de años, allí nos juntaremos todos otra vez y tus chicos serán igual de viejos que yo, será imposible distinguir nada, a ellos de mí.

Querrás besarlos, y me besarás a mí, finalmente.

Y a mí no me gustan las viejas decrépitas,
amor mío de 27 años.

Pero te quiero tanto.

Te adoro, tristemente.

Mi alma es tuya.




PASADIZO

                                                                       The Kids Are Alright
                                                                                          The Who

Amigas, mis guapas amigas, mujeres de conocimiento,
dijo Vilas a las presentes, dando un beso
en los labios a cada una, todas hermosas y sabias y fuertes;
me acuerdo de cuando era un crío
en el pueblo de Barbastro, donde yo nací,
hace doscientos cincuenta años,
—y Vilas sonrió levemente—,
es como si estuviera viendo a ese crío aquí delante,
me ardía el pensamiento, tenía tantas cosas en la cabeza.
Estaba muy flaco y era tímido.
Era temeroso y estaba pálido.

Me gustaría decirle algo a ese crío.
Es que veo que tiene dudas, el crío, digo,
veo que está sufriendo,
y me duele que ese chico sufra
porque ese chico era bueno,
era un buen chico.

Atraviesa el tiempo y dile que le quieres,
le dijeron a Vilas sus resplandecientes amigas.
Dile que era el crío más guapo de Barbastro.
Dile que era un seductor, un James Dean.
Dile que era bueno.
Dile que estás construido sobre él:
él una iglesia románica,
tú una catedral gótica.

Dile que no lo olvidarán ni el sol,
ni la luna,
ni los bares,
ni las calles,
ni las noches,
ni las chicas de Barbastro.

Vilas, el viejo, sonreía, y miraba a sus amigas.

Se concentró en un punto
y rompió las puertas del tiempo.

Te quiero, chico, dijo Vilas a la oscuridad,
eras La muerte en Venecia.

Claro que lo era, dijeron las chicas.

Dadle un beso con vuestros labios maduros,
antes de que se cierren las puertas del timpo otra vez.

Y todos rieron y se pusieron a cantar Love me Tender
de Elvis Presley en honor del joven Vilas.

No tengas miedo, chaval, estoy aquí para echarte una mano,
volvió a decirle a la oscuridad.
Todo se arreglará.

Cuidadme a este chico, cuidádmelo.

Pero no me lo cuidasteis, no.
Bien sé que no me lo cuidasteis.


LA ESPAÑA DE LA TRANSICIÓN

El rey Juan Carlos I está algo hinchado,
y algo sordo, no oye a los periodistas.
Fue el dueño de un rato largo de la Historia.
Y ahora habla con los muertos mucho rato,
con su padre, a quien ya ha vuelto a ver en sus sueños.

El ex-presidente Adolfo Suárez
se convirtió en el hombre invisible.
Murió su esposa, se entristeció para siempre,
y envejece en un lugar desconocido.
No recuerda nada porque nada hay que recordar.

El escritor Camilo José Cela se murió
como muere la gente corriente.
Parecía inmortal y eterno, pero no lo era.
Su viuda aparece muy de tarde en tarde
en la prensa española, pero ya nadie la recuerda.

El ex-presidente Felipe González
se divorció y se fue con una más joven.
Sale de vez en cuando en las televisiones.
Parece un hombre bueno,
pero solo es un hombre envejeciendo.
Da consejos y opina de economía y de mercados.

La ex-miss del universo Amparo Muñoz
se disolvió tristemente
en un piso de Málaga.
Dijeron que era una drogadicta y que por sus venas
corría la España de los años setenta.

El actor Fernando Fernán Gómez
se murió de la misma forma
que Camilo José Cela.
Cuando murió,
murió una forma de ser español.

El gran Santiago Carrillo, el último comunista,
se morirá un día de estos,
tal vez ya esté muerto ahora mismo.
Resiste, porque el comunismo latió en su corazón
como una santa campana de penicilina.

La gente se muere o está a punto de morirse.
Se murieron poetas a quienes ya nadie lee
como Gerardo Diego y novelistas oscuros
como Torrente Ballester; y Gerardo y Torrente
parecen ahora mismo el mismo muerto,
el mismo fiambre, gemelos españoles.

El juez Baltasar Garzón ha engordado
y está envejeciendo.
Persigue a los fantasmas que no persiguieron
aquellos que ya también se volvieron fantasmas.
Fantasmas que no persiguieron
a otros fantasmas más antiguos,
porque entre los fantasmas la antigüedad
en el cargo se llama Historia de España.

Me dan pena los muertos españoles.
Oh, sí, qué pena dan los muertos españoles.

¿No te parece?, hermano mío, mi compatriota.


CAMBRILS

                                                                        verano de 1975

Los Mercedes descapotables, los BMW con ojos de tigre,
los Peugeot, los Alfa Romeo, los Opel, los Wolkswagen.

Es un verano del año 1975, en el pueblo turístico
de Cambrils, en la costa de Tarragona,
—hace mucho sol y el Mediterráneo es nuestro paraíso—.
Por el largo aparcamiento junto al mar,
un niño en bañador está curioseando el cuentakilómetros
de un Porsche: 210, 230, 250, 270, 290.

El automóvil de su padre termina en 160 km/h.
Y es nuevo, y era el mejor y el más veloz,
dijo el padre.

Eso le entristece.

Esa gente tan alta y tan guapa, ¿de dónde viene?

Parecen más felices que nosotros.

Algo está pasando. Algo se resquebraja.

Esos coches, no puede quitárselos del pensamiento,
esas formas tan distintas, esas marcas raras,
impronunciables,
esas ruedas tan grandes,
esos cuentakilómetros siderales.

Acaba de ver un BMW rojo, y acerca su cara
a la ventanilla: 200, 220, 240, 260, 280 km/h.

Imagina el mundo a 280 kilómetros por hora
y sonríe como un dios adolescente.

Nadando en el mediterráneo, en mitad del agua,
seguía pensando en esa industria misteriosa
del automóvil, en esas formas calientes de la materia.

Ya supo el niño entonces que la materia es espíritu radiante.
La alegría de los motores ardiendo,
los cilindros, el volante de noble madera,
las ruedas y su espíritu militar.

Se pasaba las vacaciones mirando
con estúpida fascinación
y con inesperada humillación
los coches de los turistas europeos.

Allí, en aquellos coches, había un misterio doloroso,
también una forma de la pobreza,
y un destino.










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