jueves, 13 de octubre de 2011

4919.- MARIÁN BÁRCENA


MARIÁN BÁRCENA. Nacida en Santander Licenciada en Derecho

por la Facultad de Derecho de la Universidad de Cantabria.
Diplomada en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional
de Educación a Distancia. Periodista, escritora y editora.
Ha obtenido los siguientes galardones:
Premio José Hierro(1985), Premio Nacional Jesús Cancio(1988),
Premio Nacional José Luis Hidalgo (1989), Premio Internacional
Fray Luis de León (1989), Premio Consejo Social Universidad de
Cantabria(1989), Premio Internacional Gerardo Diego (2000), ha publicado:
El sueño devorado, Santander, 1985
Santo y seña, Torrelavega, 1989
Los mares sospechados, Comillas, 1990
El silencio de la edad, Santander, 1990
Mar de fondo. Antología de poesía última en Cantabria, Colección
La Sirena del Pisueña, Cantabria, 1996
Signos inestables, Pretextos, Valencia, 2001
Cuando va a ser la hora. Fundación Gerardo Diego y Aula de Cultura La
Venencia. Santander, 2002.
Repentino de luz, Son de Sirena. Pliegos de la Sirena del Pisueña,
Ayuntamiento de Santa María de Cayón (Cantabria), 2004.
Nociones del Imperio. Ediciones Reino del Aire. Santander. 1ª edición
(castellano/ italiano), Santander, 2005. 2ª Edición junio 2005,
1ª edición inglés/castellano, agosto de 2006. En el año 1989 obtuvo
una beca a la Creación Literaria concedida por el Ministerio de Cultura.
En el 2002 obtuvo una Beca de Estancia en la Academia de España en Roma,
concedida por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Ha sido recogida
en diversas antologías y ha publicado en revistas especializadas.
Ha escrito y dirigido anuarios de Prensa y libros de divulgación
y ha diseñado colecciones literarias, catálogos de arte y cuentos infantiles.



I

Devolvedle la llama al que procura.
Dadle al pan, con su pan, su cielo blanco.
Felicidad idéntica a sí misma
en el bien que ella sola restablece, daros, grande,
que el espejo conozca en la sonrisa
lo que gana al compartir promesas.
Conceded al vencido vuestro amparo;
su frontera, al que arde; su utensilio,
al que piensa en quietud; al que concibe
una altura distinta y más valiente,
porque sueña los nidos
llenos de amor, dádselo todo.
Lleva en sus hombros
el irrepetible prodigio del mundo.

Alcance el tacto de cuanto ha sido llamado
a habitar en los riscos
vuestro cielo sobre las frentes. Ame en ellas
la bondadosa suavidad de un pensamiento. Brille ese fuego
sobre los cuerpos imprevistos con que se cruza nuestra vida.
Acariciad la nuca por la que se desliza mi memoria de niño.
Sorprendedme, silvestre, entre unos brazos que se ahorman
para que me contagie de luz. Parecédmelo frágil,
pero servidlo intenso, el horizonte.

Llegad a cualesquiera, siemprevivas.
Porfiad con claror, prístinas manos.









Remordimientos del Tribuno

Todos los rostros se volvieron.
Bellos, horribles,
indiferentes, siniestros, inquietantes.
La luz del mediodía filtró aquellas palabras
que, en medio del tumulto, al tumulto dijeron
cuanto temía oír: ” La diferencia
entre verdad y realidad, ¿quién la conoce?”
Sé que su violencia coincide con mi ira, también que su piedad
es mi lástima,
y en mi sangre encuentro que los ojos
de quienes me miráis
traen el amor y el odio con señales
que atan. ¿Ha de expoliar,
con furia, la belleza el amor?
¿Ha de admirarlo?
El mundo entero lucha afuera, y ruge,
mientras estáis callados y triunfa la derrota.
¿Morir por unas manos
que combaten la abundancia
con la pobreza, la esperanza con ansias?
Un puñado de dueños gobierna un imperio
de millones. La diferencia
entre verdad y realidad, ¿quién la conoce?
¿El sirviente que vale su sal?
¿El que respira, no demasiado tarde, cada palmo
de una tierra más justa? ¿El que vive dos veces
y vibra cuando su corazón pone música
al enemigo? Viendo
pasar el único camino,
entre verdad y realidad, nosotros
elegimos morir. En los lugares
donde hay tiempo aún es posible
saber la diferencia, alcanzar
su corona, ir
más lejos. Mientras por la tierra
cruza, como un huracán, la vida
ante el escaso corazón de un príncipe.










Summertime

Oh ser una princesa de once años:
dulce y esbelta majestad
el balbuciente y trémulo corpiño hilado en oro.
La claridad, en todo lo que existe, y yo amo.
Los felinos de ébano, vigilando las olas.
El tumulto, los libros, muchas cítaras de ámbar.
Mis hermanos pequeños, más mayores que yo, regalándome estrellas.
Una rueca, mi madre, sus manos, un mohín.
Collares de cerezas que mi padre dibuja con orquestas plateadas.
En un baúl de musgo, las prendas de los peces.
En el agua, los grillos se ponen antifaces.
Las mariposas llueven, casi a cámara lenta.
Las luces. Arde el tiempo. Los niños guardan nubes,
que dejan en la orilla rubíes y esperanzas.
Una proa de un ala, el carcaj con las flores,
las ballenas nocturnas, el cristal de una voz,
los hechizos celestes, el misterio del búho,
un cascabel: latidos de un corazón ligero.
Tatuajes de ríos: su perfume en las ánforas.
Espejos venecianos, que esconden sus secretos
bajo el tronco de un tilo.
El babuino y las frutas, el coco, los arándanos.
El colibrí: mi nombre embridado en su nido.
Las aves de colores, en balcones exactos.
La flauta desde el bosque, convocando jirafas.
Los corceles más blancos, las ardillas más dóciles.
Un acuario de besos, la sirena del viento.
Azúcar, horizontes que salen de teléfonos.
El castillo encendido, las libélulas verdes,
la leña del naranjo, las hormigas, la arena.
Los juegos, el delfín, el armiño, un caballo.
El guante, que saluda, convidando al bullicio de una fiesta de máscaras.
El mundo entero: anillo de vidrio fulgurante.
Los mares, amaestrados, del color del futuro,
y el mago aceptando mis trenzas, en el trueque.
Quién sabe cuánto crece un árbol y este olvido.
Después de este verano ya nada será invierno.
Una campana rubia da las doce.
Si pierdo la memoria, qué pureza.








Cerezas

Si alguna vez de noche alguien te ofrece
con las manos abiertas la encarnada tentación
de un cesto de cerezas;
si alguna noche admites
que ha podido traerte su contemplación
claridad, que ha podido
volverte más preciso su pícara presencia:

no olvides que debajo
de su brillo y su aroma, escondido
más allá de tus ojos, que entonces querrán ver
lo que eres en ellas, allí donde
no lo alcanzan palabras ni diluvios, vive el tiempo

que transcurre entre el gesto de atrapar una cereza
y el acto de devorarla:
el tiempo, que es la fruta
más delicada del cesto.

Esa noche sabrás todas las cosas
que pierdes al aceptar el cesto, y que cualquier cereza
de las que escojas
es el deseo de vaciar el cuenco y descubrir,
en el sueño que sobreviene al festín,
otro cesto repleto de cerezas,
desafiante y tierno, ofrecido
sin las manos
aquellas que te dieron
cerezas para hurtarte el tiempo de desear las que ahora
te hacen dormir
perfectamente a salvo: al amor del amor.

(de 'Signos inestables')






del libro: NOCIONES DEL IMPERIO, Ediciones Reino del Aire.



Delirios de un soldado moribundo

Ejércitos negros... Seis lanzas de plata... Antorchas
de tea... Morirme
entre tus brazos, mi estatua, mi diosa...








Lo que miro morir es un imperio.

Lo que miro morir no es el cansancio
de todas las mentiras posibles, lo que miro
morir es cuanto muere,
a despecho de todo, conociendo
lo que llegó a ser la avaricia
antes de que compareciesen las dávidas;
lo que fueron los juegos, los manjares, la música;
lo que fue del tumulto.
Los Libros Sibilinos exhortan
a buscar presagios
un clima que propicie
cruzar los horizontes, abastecer los templos
de estatuas sediciosas,
o encontrar al que anuncie
una tierra distinta.











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