lunes, 20 de septiembre de 2010

1188.- ROBERTA HILL WHITEMAN




ROBERTA HILL WHITEMAN nació en Estados Unidos en 1947. Poeta de herencia Wisconsin Oneida, tribu que fue forzada a diseminarse a través de varias porciones de tierra en los Estados Unidos y Canadá. Autora de Philadelphia Flowers: Poems 1996 y Star Quilt (1984), una colección de poesía que integra a su cultura ancestral con aproximaciones Europeas al verso. Un sentido de desarraigo engendrado por la migración forzosa ha sido durante mucho tiempo parte de la cultura Oneida, y esta actitud es evidente en la poesía de Whiteman. Los escritos en Star Chile están centrados alrededor de seis direcciones básicas: norte, sur, este, oeste, cielo y tierra. Whiteman le da crédito a la influencia de otros escritores Nativos Americanos contemporáneos así como su padre músico y su ilustrada abuela por inculcar en su trabajo con sus propios ritmos y confianza. Whiteman indicó: "Por la mayor parte de mi vida sentí una especie de exilio y enajenación y un miedo.... Pero hay una sensación de hogar y de completación que también siento. Pienso que de alguna manera parte de mi ejercicio de escritura es dejar las cuentas claras -para mí, para explicar cosas a mí misma como si siguiera siendo una niña adentro." Sus poemas tejen a la naturaleza con la experiencia humana, realzando en el lector el respeto por y la identidad con la naturaleza. Su estilo de relacionar cosas pequeñas con grandes es una característica del trabajo de Roberta que atrae al lector y lo conecta con la temática del poema. Whiteman escribe y habla con una honradez profundamente conmovedora acerca de sus experiencias como mujer americana nativa, las experiencias que son inseparables de las luchas de su gente. La poesía de Whiteman captura el movimiento lento de experiencias dolorosas del racismo y cólera hacia una visión de la esperanza, un diálogo con un futuro más positivo.



LA TIERRA Y YO SOMOS UNO

I.


Desde las capas estelares
un astro, cuya fragancia llena el vacío,
viene bailando,
Desde las capas de aire
vuela el sol, hermano nuestro.
Estamos envueltos en sus alas.
Su mirada dorada nos echa a girar
por el espacio,
por el tiempo,
por la oscuridad.
En la luz del amanecer caminamos agradecidos
en un mundo vivo.
El mundo vivo nos respira,
entra y sale,
da vueltas y sube
por espacios celestes,
por espacios donde las estrellas moribundas todavía tiritan.
Las sombras se alargan y se vuelven osadas.
El día se suelta el cabello
y emprende un viaje por el camino abierto.
Cada día, una nueva visión,
nubes y barrancos,
vientos azules y retoños.


II.

Ahora yerbas azules, yerbas verdes
nos dan un sobresalto por su alcance,
impulsadas a temblar por las hojas descompuestas
con la energía urgente
de sus cantos suaves
y tiesos.
Estas yerbas seducen a los gansos
hacia el norte, hacia el norte.
Ahora, descansemos en su tacto difuso.
Que su deleite brille sobre nosotros
hasta que nos desperecemos también
en este mundo vivo.

Bajo una llamarada de arces,
bajo abedules que sacuden sus amentos,
bajo la firmeza masiva del pino blanco,
sobre fresas maduras,
sobre cerros que resuenan
con ráfagas lluviosas y retoños,
caminemos agradecidos en este mundo
vivo otra vez.
Traducción de John Burns




LAS 3:15 DE LA MAÑANA

Otra vez, no te puedes dormir cuando la luna en la ventana,
agarra las persianas y corta la luz en rebanadas
que son letras. Sus palabras llegan sobre las paredes
y el techo. En la oscuridad violeta y verde
No te preocupes, escribe la luna.
Lo que hay debajo de ti
es un enorme corazón cálido
plegando tus deseos y tu alegría
en flores nuevas.




Una nación envuelta en piedras


Para Susan Iron Shell


Cuando las sombras de la noche se deslizaron por la planicie, 
vi a un hombre junto a su caballo,
durmiendo donde ningún hombre o ningún caballo lo han hecho. 
He rezado a una estrella que mintió. Los espíritus cerca del techo 
de tu cuarto, ¿salieron a caballo convirtiendo en hilos el rocío 
por el brillo de la luna?
En la prolongación salvaje de los días, no temiste las cenizas o llorar.
Nosotros, los abandonados
no podemos calentar la luz solar.
Isaac, te fuiste con el viento.


El árbol de moras crece lento. Sostuve a tu esposa que se estremecía y las ventanas de tu casa se sacudieron en los cuartos del norte.
El arroyo carcome los restos de la nieve. Nuestra sangre corre pálida.
Nos enseñaste a ser buenos con los demás. Ahora, despertamos cuestionándonos nuestros sueños.
Halcones de la noche en la neblina caliente. 
Una nación envuelta en piedras.


¿Qué saben las enfermeras sobre la hierba,
de aromas que flotan rotos entre cañones, 
del coraje en una cara enrojecida?
Sollozas amor, no muerte.
Había búhos alrededor de tu cama.


Los vientos del norte nos persiguen con su música, 
suficiente dolor para encender
las viejas praderas.
Los vientos del Este gruñen alrededor de Parmeele.
Las desiguales y oscuras colinas serán propicias para las heladas.
A diferencia del polvo, no podemos morir por llorar. 
Descansarás en una colina tranquila. Ojos cubiertos 
por los matorrales nos dan la razón para sostener esta pesada 
corteza. 
Nos dejan con pena y tiempo para mirar la lluvia 
empapando los árboles


Traducción de Moisés Villavicencio Barras









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