lunes, 24 de marzo de 2014

JAIME DELCLAUX [11.342]


Jaime Delclaux Ortiz de Bustamante

Poeta vasco nacido en Bilbao en 1912, fallecido en plena juventud durante la guerra civil (Albacete, 1937), de enfermedad común.

Fue miembro del grupo ALEA (Asociación Libre de Ensayos Artísticos), entidad promovida por jóvenes intelectuales en Bilbao -entre los que se encontraban José Miguel de Azaola, Pablo Bilbao Arístegui, Antonio Elías, Blas de Otero y Esteban Urkiaga, "Lauaxeta", entre otros-, y amigo íntimo de Juan Ramón Jiménez, quien le distinguió a su vez con la consideración de su poesía, a pesar de su juventud. La intensidad de la relación amistosa de Jaime Delclaux y el también bilbaíno Pablo Bilbao Arístegui con Juan Ramón Jiménez, supone uno de los hechos más significativos en el sistema de relaciones exquisitas que el autor de Platero y yo sostuvo en vida. La intensidad de la relación del joven poeta vasco con el premio Nobel de Literatura, queda probada, tanto en su poesía, como en la correspondencia epistolar que mantuvieron ambos, así como las misivas cruzadas entre Bilbao Arístegui y Juan Ramón Jiménez, antes, durante y tras la guerra civil de 1936. El gran poeta andaluz selló aquella amistad con los dos jóvenes intelectuales vascos, al dedicarles a ambos su libro La estación total (Buenos Aires, 1946), con estas palabras: "A la memoria de Jaime Delclaux y a la vigilia de Pablo Bilbao Arístegui, con pensamiento acumulado". En la poesía de Delclaux, como ha señalado Iñaki Beti, se vislumbra su fondo romántico, con evidentes resonancias modernistas, pero también simbolistas.

Jaime Delclaux se encontraba en Madrid, al comienzo de la guerra civil, en julio de 1936. Su precaria salud, debido a una tuberculosis pulmonar, hizo que la vida en la capital fuera muy cruda, dado que intentó salir de ella, siendo detenido en alguna ocasión. Su amigo Fernando Aya, le ayudó a salir de Madrid hacia Aranjuez, y Albacete, en cuyo Hospital provincial fue ingresado el joven poeta, donde moriría en absoluta soledad en 1937. Dejó escritos un centenar de poemas, que han tenido sucesivas ediciones parciales, hasta su reunión completa en el volumen Obra poética (editorial Laga, Bilbao, 1995). Pedro Ugarte destaca el "corte romántico convencional" de los poemas de Delclaux, aunque reseña que algunos de sus poemas "ya apuntan hacia otras sensibilidades".

Obras

Ala fugitiva (1935-1936), Bilbao, 1941.
Poesías. Antología; Hispánica, Madrid, 1943 [Prólogo de Pablo Bilbao Arístegui].
Obra poética; Colección Gerión de Poesía, Ediciones Laga; Bilbao, 1995 [Prólogos de Carmen Aguirre Delclaux, Antonio Elías, y José Miguel de Azaola].




«¡Si vieras qué hermoso de allí se ve el cielo! 
Yo suelo sentarme en su banco de piedra, 
casi soy feliz, 
da sombra a mi cuerpo su frondosa hiedra 
y leo en silencio liras de Fray Luis. 
Y cuando la tarde sobre el firmamento 
nos cambia de luz 
leo en mi retiro con recogimiento 
el místico canto de Juan de la Cruz»





«Yo sé que he de morirme pronto... 
y no me importa nada 
¡Señor, Señor! Aunque sé que he de morirme pronto 
acorta lo que puedas mi jornada>>





«No sé, no sé 
yo quisiera 
no creer lo que me dicen, 
el médico, su hermana, todos 
los que no saben quererla: 
Que se muera, que se muera 
que se muera y lo repiten 
con una obsesión de locos, 
que más parece deseo 
de que venga lo que temo»





«apoyé con mis fuerzas la lanzada 
epitafio de odio, que abrió Tu corazón. 
Dame sufrir la muerte del amor despreciado, 
la muerte que no mata del sentimiento esquivo, 
y como a Ti me claven su lanza en el costado 
aquellos en que tengo el corazón cautivo.»





«Sigue el silencio de estrellas. 
La noche ¡Qué buena amiga! 
ha puesto sobre mis hombros 
una inmensa capa negra.»






«Yo solo quiero fundirme en el silencio de la noche 
estrellada.»10 
«¡Qué delicia! 
Vivir sin pensar, en la noche; 
cuando todo es una sinfonía azul, 
de silencio y flores. 
Deliciosamente triste.»







«Como el mar un infinito deseo, 
de besar todas las cosas, 
y, como el mar, roturas del sentimiento, 
puñalada de unas rocas, 
entre mis brazos abiertos.»





«Hacia los duendes de la risa 
Hacia la idea malva 
De la melancolía, 
Para encontrar el alma 
Que me falta 
Y presiento, 
Solitaria 
De deseos.»






«Unidas nuestras dos manos, 
y nuestras bocas unidas, 
junto a la acacia del lago 
paró un momento la vida. 
¡Ay amor!... todo ha pasado; 
siguió la vida corriendo, 
sobre el silencio del lago 
y sólo quedó el recuerdo. 
Pasa tan pronto la vida 
que aún tu perfume en mis labios, 
me parece que hace siglos 
desde aquel que nos besamos.»






«Querías una gota de rocío 
que apagase tu sed 
vaga, de cosas inconcretas. 
Nunca pude saber 
tu deseo 
lejano. 
Y un día, te di un beso 
interminable y blanco. 
Y entonces ¡lo vi todo tan claro!»





«Llora, ríe, sufre, reza, 
maldice, discute, canta, 
pide, busca, grita, espera, 
bendice, blasfema y ama.»






«¿Y dices que vives? 
Por la mañana, tu misa a las 9, 
con las mismas oraciones de tu mismo libro. 
A las once menos 20, 
el cuidado del canario, 
hoja de lechuga verde. 
Un chaleco (de punto) inacabable, 
para el ropero de pobres de San Vicente. 
Un poco de correcto cotilleo
con la vecina de enfrente>>






«Te vi cuando el camino se partía, 
y me dijiste en versos 
la segura vaguedad 
de mis deseos. 
¿Por cuál? -te pregunté-, 
y tú te sonreías de mi duda. 
Por este -me dijiste- y tus ojos 
tenían la nostalgia de dos rayos de luna.»






Textos antológicos

J.R.J.

Te vi cuando el camino se partía,
y me dijiste en versos
la segura vaguedad
de mis deseos.

¿Por cuál?, te pregunté.
Y tú te sonreías de mi duda.
Por éste, me dijiste . Y tus ojos
tenían la nostalgia de dos rayos de luna.

Y por allí me fui, gustando alegre
la divina novedad de los colores.
Pero andando, he llegado
a las puras entrañas de la noche.

Y desde aquí te llamo, inquieto.
¿En dónde? Todo es bruma.
Y tú, arquitecto de vientos,
te ríes otra vez, y me respondes:
¡En tu propia pregunta!

Poema de Jaime Delclaux dedicado a Juan Ramón Jiménez.








Canción de Jaime

Vienen alas por oriente
con las luces de los aires,
alas de gracia que vienen.

¿Son las de Jaime?
Alas que besan la yerba,
alas que cuelgan los árboles,
alas que abarcan los montes,
alas que tienden los mares.

Que, entre las mil de los pájaros,
más completas, más suaves,
hermanas de todo en todo,
lo tiemblan, lo unen, lo laten.

Llamas son que fueron ansias,
y, regadas con la sangre,
son flor del alma del cuerpo.

¡Son las de Jaime!
Me acompañan por la piedra,
me orientan el oleaje,
me serenan por el sol,
me dan cielo con los sauces.

Se vuelven conmigo a mí
cuando entro por la tarde,
y por la noche las oigo
volar cerradas librándome.

Alas que vuelven al mundo
a unir el hombre y el ánjel,
alas de iris que vuelven.

Son las de Jaime.

Poema de Juan Ramón Jiménez para Jaime Delclaux. (La Florida, 41)






Tu fugitivo cuerpo, el misterioso
acento de tu voz en primavera
constante; huidiza, loca de quimera
lejana y vaga. Oh árbol doloroso
que de ti mismo subes; armonioso
capricho, regio siempre: ¿en qué frontera
sin luz, bajo qué sol o a qué bandera
malva, os habéis quedado silencioso?
Silencio., sí. Parece que estás muerto
y te me vas de mí, y ahora golpeas
(espuma no, de niebla solamente
el salto) este abandono de mi frente.

.¿Dónde? ¿Has alcanzado, oh Jaime, el puerto,
mares que ya, tú suelto, cabeceas?.

Soneto de Blas de Otero para Jaime Delclaux. (Al leer, por primera vez, sus versos ALA 




  
Poesía arbórea

por JON OBESO RUIZ DE GORDOA


(Blanco abrazo de Jaime Delclaux)

Yo le he ganado ya al mundo
mi mundo. La inmensidad
ajena de antes, es hoy
mi inmensidad.

                       Juan Ramón Jiménez

Sin aceleración y sin detenimiento,
como los astros, gire el hombre
alrededor de su propia obra.

                               Goethe


En su Introducción a la poesía española contemporánea, Luis Felipe Vivanco hace especial hincapié en la cesura que supuso el modernismo, esa desmesura de la imaginación, en el amaneramiento de la sentimentalidad romántica; paso decisivo que habría de arrebatar la palabra a los excesos de una fantasía evasiva y escasamente vital, para, con el tiempo, una vez limpia de efectismos simbolistas y demás artificios, hacerla nuevamente cómplice de ese territorio contrario a la fantasía, hacedor y fundador de realidad, al que pertenece la imaginación.

     Encuentro en la palabra emanada

De esa exigencia de la imaginación por fundar la forma de lo real, responde sin duda la trayectoria poética de Juan Ramón Jiménez; forma desnuda, e inmediata, vívida, íntima y existencial. Entraña en la que se reconocerá el joven Delclaux.
Junto a las lecturas que acompañaron su honda formación católica, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, y la influencia romántica de corte becqueriano, fue el encuentro en la persona y poesía de J.R.J., el que con mayor calado contribuyó al crecimiento de la palabra de Delclaux.
En ocasiones los encuentros semejan eclipses. Ambos poetas se reconocieron y hermanaron en la experiencia de una poesía que es ante todo emanación, emergencia de la hondura.
Para ambos, poetas arraigados en la sustancia, el poema no es ya un constructo artístico más o menos logrado, una arquitectura erigida desde y para el ingenio. El poema es algo que sucede, precipita desde la necesidad, posibilita y se une al conjunto de experiencias extáticas en las que en ocasiones se pierde todo hombre. Arquitectura, pero esta vez decantada, noticia del sedimento de que estamos hechos, y con el que son cimentados los estratos de todo paisaje, la Naturaleza que nos mira y en secreto aguarda ser dicha, su porción de palabra. El poema es hallazgo, no de la metáfora audaz, sino de ese último resorte con el que somos capaces de poner el mundo en movimiento y reconocernos en una mutua posesión.


¡Este encontrarse nítido
del rayo ardiente de nuestra alma,
con el rayo imprevisto estraño; y este ser
uno la rosa, (¡la explosión!), la estrella,
en el punto inhuible
en que se tocan los dos rayos vivos! (1)


Tal vez el conjunto de la naturaleza responda al movimiento de un solo cuerpo, tal como a una misma creciente la voz aislada de las mareas. La palabra emanada es intuición de la respiración de ese cuerpo que nos abre a la unidad y conformidad de todos sus gestos; esa pulsión que es el mundo en nosotros.
En este sentido la poesía de Delclaux como la de J.R.J. es entrega, conciencia, “estela de plata” que orada los contornos de todo; “palabra en soledad” que no se construye, progresa y se extiende desde el sueño y la contemplación como una planta trepadora, se dilata orgánicamente siguiendo y volviendo perceptible el rostro intimo del mundo, donde poesía y vida son una misma cosa.



…Y por allí me fui, gustando alegre
la divina novedad de los colores,
pero andando, he llegado
a las puras entrañas de la noche.
Y desde aquí te llamo, inquieto,
¿En dónde?- todo es bruma –
y tú, arquitecto de vientos,
te ríes otra vez, y me respondes:
¡En tu propia pregunta!



     Pulsión de la forma

Delclaux hace suyo ese camino recorrido por la obra poética de J.R.J., que lo lleva de la ensoñación a la contemplación; de la experiencia extática en la palabra emanada, a esa otra palabra esencial que hace del poema un ámbito consciente de sus propios procedimientos en la consecución de la belleza.



El alma estaba roja de impaciencias,
y el deseo, este obrero incansable,
tenía la absurda idea de la forma
única, y trabajaba inmutable.
Pero ella,
viento tibio de la tarde,
huía loca hacia la forma,
árbol, estrella, pájaro, del instante.
Buscando siempre la armonía
de los perfiles nuevos,
en la eterna niñez
que hace al minuto viejo.
Y el deseo cansado se decía:
Si yo pudiera darle el cielo,
multiforme, que busca,
ella descansaría en su beso.
¡Este loco deseo siempre ha sido
tan soñador, que no le bastan
los alegres tesoros
de la inconstancia;
quiere unir lo mudable
a lo fijo. Milagro de nostalgias
en la fuga de las flores
y minutos del alma.
Y que nadie le diga
su imposible. Trinidad misteriosa
de la única armonía.



En esta búsqueda de lo que el propio Delclaux denominará “posesión de la belleza total”, y que pertenece al orden de una perfección inconquistable, intervienen dos pulsiones esenciales en las que se ha de resolver la labor poética. De un lado el espíritu, en continuo movimiento por lo bello; de otro, la forma, siempre múltiple y necesaria, por la que el espíritu nunca se amansa. La íntima escucha a la que obedece el proceso creativo, esa imperfecta tentativa de depuración, está siempre sometida a un movimiento continuo, dolorosa transfiguración del instante, poesía en movimiento que el deseo alimenta en una irreparable multiplicación de fracasos.

     Poesía a la intemperie

Tal como ha señalado Antonio Elías, la obra poética de Jaime Delclaux se divide en dos vertientes temáticas y estéticas. Aquella que contempla la revisión poética de sus experiencias personales: anecdotarios de seducción, vivencia de Cristo, proximidad de la muerte, indagación del Yo. Temas todos ellos tratados con singular acento romántico, sin artificios ni desmesuras, lejos del juego verbal, con palabra precisa y nítida, en limpia y abierta unción, que recoge y reconcilia al lector en un sincero y hondo testimonio.
Otra expresa una pulsión de “cosas imprecisas”, y toma íntimo cuerpo la Naturaleza avivando su tentación de abismo y misterio, donde interviene una materia poética más pura, elaborada con motivos elementales. Palabra interiorizada, palabra fundante de una nueva realidad que no excluye lo real en su apariencia, sino que es su mismo misterio inaugurado. Palabra honda, abierta y vital, de la que J.R. Jiménez dijo: “Está palpitando misterio inmanente, es decir, son poesía de la que es imposible falsificar; tienen la emoción sencilla de lo alimentado con las raíces naturales del espíritu y reflejan en su ir corriente un espacio superior, con esas fugas de sonrisa y lágrima secretas, cruzadas con vuelo delicado por el ámbito de la vida.”


Como el mar un infinito deseo,
De besar todas las cosas,
y, como el mar, roturas del sentimiento,
puñaladas de unas rocas,
entre mis brazos abiertos.


Poesía de gran contundencia y desnudez, poesía desprovista de cedazos, pura sensación hablada, poesía que asciende, arbórea, conquista la inteligencia y la desgrana. Jaime Delclaux es un poeta a la intemperie; atento a los indicios, a la vital inmediatez del instante, a la ensoñación por la que nos son perceptibles las hebras con que lo real trama sus evidencias; entregado al “cuidadoso cultivo – por los cinco incansables sentidos – de la pradera interior”; lejos de las tentativas modernistas por embellecer “las sensaciones en toda su primitiva pureza”.
Estamos ante una poesía que si bien presenta cierta inclinación a la retórica, esta se desenvuelve sin estridencias, con equilibrio y acierto; riqueza de imágenes, sencillez sintáctica, y léxico despojado de toda afectación. Palabra nutrida de elementos simples para dar cumplida cuenta de la complejidad de sus ramificaciones, el blanco temblor en que se abraza y precipita todo cuanto se nos asegura es real. Palabra sin lastres, poesía ingrávida.


Ahora todos descansamos
en el místico conjuro de nuestro amor plateado
que duerme en su cuna de algas
su inefable sueño blanco.





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