viernes, 21 de marzo de 2014

ABÍLIO MANUEL GUERRA JUNQUEIRO [11.316]



Abílio Manuel Guerra Junqueiro

Abílio Manuel Guerra Junqueiro (Freixo de Espada à Cinta, Trás-os-Montes, 17 de septiembre de 1850 - Lisboa, 7 de julio de 1923) fue un político, diputado, periodista, escritor y poeta portugués. Fue el poeta más representativo de la llamada «Escola Nova».
Estudió Teología y Derecho en la Universidad de Coímbra. En esta época participó primero en el grupo que se conoció como generación del 70 y luego en el llamado Os Vencidos da Vida. Su poesía tuvo una gran influencia del romanticismo, aunque su poesía más popular fue la que escribió para apoyar la causa revolucionaria republicana.
Los simples (1892) es tal vez su mejor composición poética y en ella evoca su infancia en la provincia de Trás-os-Montes. Fue diputado en varias ocasiones.
En 1890 fue elegido diputado por la circunscripción de Quelimane (Mozambique) aunque fue sustituido en la legislatura siguiente y dejó la política.
En 1911, un año después de la revolución que instauró la República Portuguesa, fue nombrado embajador en Suiza.

Obras

Viagem À Roda Da Parvónia
A Morte De D. João (1874)
Contos para a Infância (1875)
A Musa Em Férias (1879)
A velhice do padre eterno (1885)
Finis Patriae (1890)
Os Simples (1892)
Oração Ao Pão (1903)
Oração À Luz (1904)
Gritos da Alma (1912)
Pátria (1915)
Poesias Dispersas (1920)
Duas Paginas Dos Quatorze Annos
O Melro





LA LÁGRIMA 

El día es de fuego. Colina escarpada, 
árida y desnuda, corta la calzada. 
Crece allí el arbusto triste y macilento, 
se queman los soles, el polvo y el viento. 
En la áspera hoja de una higuera brava, 
mendiga que vive de cascajo y lava, 
destiló la noche, benigna y divina, 
lágrima celeste, grande y cristalina. 
¡Y cuán delicada, cuán pura era ella! 
De cerca diamante, de lejos estrella. 

Pasa un rey y síguele cortejo imponente, 
lanzas y trompetas, pendones al frente. 
Al pasar exclama: "De mi gloria emblema, 
diamantes y zafiros tengo en mi diadema;
rubíes de oriente, cual sangre, dorados, 
cual besos de fuego ya cristalizados; 
perlas que son lágrimas dc agonía inmensa, 
que la luna llora y la mar condensa. 
Pues, brillantes, perlas, záfiros trocara 
porque esa luciente lagrima brillara 
en esta corona soberbia y suprema, 
viendo el globo abajo desde su diadema."
La celeste lágrima, dulce y luminosa, 
oyó, rió y luego quedó silenciosa.

Cubierto de hierro, soberbio y brillante, 
en su corcel pasa caballero errante. 
Y dice a la lágrima así el caballero: 
"Ven, y en la cruz brilla de mi fuerte acero. 
Yo haré que reluzca siempre en la victoria, 
en la Tierra Santa, por la fe y la gloria.. 
Y al volver, mi novia, la estrella amorosa, 
te pondrá en-su sena de alabastro y rosa. 
Así habrán bañado tus nobles fulgores 
mil luchas heroicas, mil sueños de amores." 
La celeste lagrima, dulce y luminosa, 
oyó, rió y luego quedó silenciosa. 

Montado en su mula va por el camino 
un judío viejo, mugriento y mezquino. 
En pos de él los siervos llevanle el tesoro, 
en cajas de cedro toneladas de oro. 
El vejete enjuto, calvo y descarnado, 
de mirar inquieto, de pico afilado, 
ve la estrella y dice: "¡Dios! ¡Qué maravilla! 
¡Cómo resplandece, centellea y brilla! 
Con mis cerros de oro muy fácil me fuera 
comprar los imperios de la tierra entera. 
Pues bien, mi tesoro con gusto trocara 
por ese diamante de belleza rara." 
La celeste lágrima, dulce y luminosa,
oyó, rió y luego quedó silenciosa. 

Bajo de la higuera vive un cardo agreste, 
que habló así a la hermosa lágrima celeste:
"La tierra que nutre la lila y la yedra, 
para mí tan sólo tiene alma de piedra. 
Si, mirando el cielo, me lamento acaso, 
el cielo me envía fuego en que me abraso. 
Nunca vi a mi lado almas enlazadas, 
cantando sus noches puras y estrelladas. 
Nunca en torno mío juegos y cariños, 
en alegres voces gorjearon los niños. 
Lejos de mi vuelan pájaros y amores, 
pues ni sombra esparzo ni produzco flores. 
¡Oh divina lágrima, astro, gota fría, 
cae en mi y alivia mi horrible agonía!" 
La celeste lagrima, dulce y luminosa, 
tembló, y en él, luego, cayó silenciosa,. 

Después, ese cardo triste y macilento 
dió una flor exótica de color sangriento; 
de color de heridas que lanzas hicieron, 
como las que el pecho de Jesús abrieron.
Y en el caliz virgen de la flor bermeja 
va a libar sus mieles, zumbando, la abeja. 

(Traducción de Isidoro Errázuriz.)





La morena

Yo ya sé, no niegues,
que tú tienes pena
de que las rapazas
te llamen morena.

Yo no... Pero, en fin,
¿qué te importo yo,
ni que las morenas
me gusten o no?

Mira las violas,
tan negras corolas
y oliendo tan bien.
Pues ve lo que fuera
si Dios las hiciera
morenas también.

Niña, hay rosas dobles
y las hay sencillas,
las hay encarnadas,
las hay amarillas,
color de azucena,
quebrada color;
empero, morena
no hay más que una flor.

Morenas han sido,
y estaban muy bien,
las mozas más lindas
de Jerusalén.

La Virgen María,
no sé, mas sería
morena también.
Moreno era Cristo;
ya ves por qué insisto,
porque no quisiera,
moza, que te diera
tantísima pena
de que las rapazas
te llamen morena.



Fiel (poesía de Guerra Junqueiro)

En la luz de su mirada tan lánguida, tan dulce,
Había un no sé qué
De íntimo disgusto:
Era un perro ordinario, un pobre perro callejero
Que no tenía cólera ni pagaba impuesto.
Acostumbrado al viento y acostumbrado al frío,
De noche recorría barrios de miseria
Buscando qué cenar.
Y al ver surgir la etérea palidez de la luna,
El viejo can aullaba una canción funesta,
Triste como la tristeza oceánica del mar.
Cuando llovía demasiado y el frío era inclemente,
Iba a abrigarse a veces a los portales;
Y cuando se le mandaba irse, partía humildemente,
Con resignación en sus ojos virginales.
Era tranquilo y bueno como las mansas palomas;
Nunca ladró ni a un pobre con su capa en harapos:
Y, como no mordía a los mozalbetes temerosos,
Estos entonces, le corrían a pedradas.

Una vez, casualmente, un pintor miserable
Un bohemio, un soñador,
Encontró en la calle al perro solitario:
El artista era un alma heroica y desgraciada,
Viviendo en una oscura y mísera buhardilla,
Donde sobraba genio y faltaba pan.
Era uno de esos que aman la gloria con rojas llamaradas,
Este gran amor fatal,
Que unas veces conduce a la victoria fastuosa,
Y otras veces lleva al cuarto de hospital.

Y al ver, sobre el lodo a este esquelético can plebeyo,
Le dijo: -“Tu destino es semejante al mío:
Yo soy como tú, un proletario hecho pedazos,
Sin familia, sin madre, sin casa, sin abrigo;
¡Y quién sabe si hallaré en ti, oh perro viejo de cloaca,
A mi primer y verdadero amigo!…”

En el cielo azul brillaba una luz etérea y calma;
Y se veía en el perro vil, en sus ojos misteriosos,
La desesperación y el ansia de un alma,
Que está prisionera y no puede hablar.
El artista supo leer en las brasas de esa mirada
El elocuente silencio de un gran corazón;
Y le dijo así: “Fiel, vayamos para casa:
Tú eres mi amigo, y yo soy tu hermano.”

Y vivieron después así durante largos años,
Leales compañeros, heroicos puritanos,
Dividiendo por igual privaciones y dolores.
Cuando el artista infeliz, exhausto y miserable,
Sentía morir la llama del genio inquebrantable
De los fuertes luchadores;
Cuando, incluso acudía a su mente la idea
De quebrar con un disparo su ultérrima esperanza,
Poner un punto y final a su destino atroz;
En ese instante los ojos buenos, serenos del can,
Murmuraban: “Sufro, y la gente sufre menos,
Cuando se ve sufrir también a alguien por nosotros”

Mas un día, la Fortuna, diosa millonaria,
Entró en su cuarto, y dijo alegremente:
“¡Un genio como tú, viviendo como un paria,
Prisionero con la lúgubre cadena del hambre!
Yo debía haberte dado ya hace mucho esta sorpresa,
Yo debía haber venido aquí a buscarte;
¡Pero vivías tan en la altura! Y te lo digo con franqueza
Me costaba subir hasta el sexto piso.
Acompáñame; la gloria ha de arrodillarse a tus pies!…”
Y así fue: y al día siguiente las bocas de las Frinés
Para él abrieron su risa encantadora;
¡La gloria deslumbrante iluminó su vida
Como bella alborada espléndida, nacida
A toques de clarín y a redobles de tambor!

Era feliz. El perro
Dormía en la alfombra a los pies de su lecho,
Y venía, por la mañana, a besarle la mano,
Gimiendo con un aire alegre y satisfecho.
¡Pero hay! El dueño ingrato, el ingrato compañero,
Sumergido en pasiones, en gozos, en delicias,
Ya poco toleraba las festivas caricias
De su leal sabueso.

Fue pasando el tiempo; el perro, el desgraciado,
Ya viejo y abandonado,
Fue muchas veces golpeado y castigado
Por la simple y sola razón de ir tras su dueño.
Como andaba nauseabundo y se le cayera el pelo,
Finalmente, hasta el dueño sentía asco al verlo,
Y mandaba cerrarle la puerta del salón.
Le metieron después en un cuarto frío y oscuro,
Y le daban de cenar un hueso blanco y duro,
Cuya carne sirviese a los dientes de otro perro.

  Y era él como un andrajoso, abyecto asesino,
Condenado a un calabozo, a grilletes, a galeras:
Si comenzaba a gemir, llorando su destino,
Los criados, brutales, le daban puntapiés.
Corroyera su cuerpo la negra lepra infame.
Cuando al sol exhibía sus podredumbres obscenas,
Se le posaba en el lomo el cáustico enjambre
De las moscas de gangrenas.

Hasta que un día, al fin, sintiendo que moría,
Dijo: “No moriré aún sin verlo;
A sus pies quiero dar mi último gemido…”
Entró en su cuarto, como un bandido.
Y el artista al entrar vio al sabueso inmundo,
Y gritó, violentamente:
“¡Aún por aquí este sórdido animal!
Es preciso acabar con tanta impertinencia,
Que esta bestia está podrida, y ya huele mal!”
Y, posando en él la mano, cariñosamente,
 Le dijo, con aires de muy buen amigo:
“¡Oh, mi pobre Fiel, tan viejo y tan enfermo,
Aunque te cueste, ven aquí conmigo.”
 Y los dos salieron. Todo estaba desierto.
La noche era sombría; el muelle estaba cerca;
Y el viejo condenado, el pobre leproso,
Aquejado de dolores inmensos
Sintió, junto a sí, como un presentimiento
El hondo sollozo monótono del agua.
 ¡Comprendió al fin! Había llegado al borde
De la corriente. Y el pintor,
Agarrando una piedra la ató en su collar,
Fríamente, cantando una canción de amor.
Y el sabueso, sublime, impasible, sereno,
Miraba las negras sombras mudas 
Com aquella amargura ideal del Nazareno
Recibiendo en la faz el ósculo de Judas.
Se decía a sí mismo: “Es igual, poco importa.
Cumplir su deseo, ese es mi deber:
Fue él quien un día abrió su puerta:
Moriré, si con ello le doy algún placer”

Después, súbitamente,
Lanzó el artista al perro en las frías aguas.
Y al darle la patada cayó en la corriente
El gorro que traía,
Un nostálgico y adorado recuerdo
Otrora concedido
Por la criatura más gentil y caprichosa,
Que amara, como sólo una vez se ama en la vida.

Y al recogerse en casa, exclamó, furioso:
“¡Y a causa de este perro he perdido mi tesoro!
¡Bien mejor habría sido envenenarlo!
“¡Maldito sea el perro! Montes de oro daba,
Riqueza, gloria, vida, futuro daba,
Para volver a ver tan precioso objeto,
Dulce recuerdo de aquel amor tan puro.”
Y se acostó nervioso, alucinado, inquieto.
No podía dormir.
Hasta que al nacer la viva claridad de la mañana,
¡Sintió que a la puerta llamaban! Se levantó para abrir.
Retrocedió con espanto: era Fiel, el perro,
Que volvía jadeando, exánime, encharcado,
Trémulo y aullando en su último estertor,
Cayendo de su boca, al tumbarse fulminado,
El gorro del pintor!

Traducción: José Carlos Fernández





GUERRA JUNQUEIRO
A VELHICE DO PADRE ETERNO


Á MEMORIA
DE
Guilherme D'Azevedo

A
Eza de Queiroz


AOS SIMPLES

Ó almas que viveis puras, immaculadas
Na torre do luar da graça e da illusão,
Vós que ainda conservaes, intactas, perfumadas,
As rosas para nós ha tanto desfolhadas
Na aridez sepulchral do nosso coração;
Almas, filhas da luz das manhãs harmoniosas,
Da luz que acorda o berço e que entreabre as rosas,
Da luz, olhar de Deus, da luz, benção d'amor,
Que faz rir um nectario ao pé de cada abelha,
E faz cantar um ninho ao pé de cada flor;
Almas, onde resplende, almas, onde se espelha
A candura innocente e a bondade christã,
Como n'um céo d'Abril o arco da alliança,
Como n'um lago azul a estrella da manhã;
Almas, urnas de fé, de caridade, e esp'rança,
Vasos d'oiro contendo aberto um lirio santo,
Um lirio immorredoiro, um lirio alabastrino,
Que os anjos do Senhor vem orvalhar com pranto,
E a piedade florir com seu clarão divino;
Almas que atravessaes o lodo da existencia,
[10]Este lodo perverso, iniquo, envenenado,
Levando sobre a fronte o esplendor da innocencia,
Calcando sob os pés o dragão do peccado;
Bemdictas sejaes, vós, almas que est'alma adora,
Almas cheias de paz, humildade e alegria,
Para quem a consciencia é o sol de toda a hora,
Para quem a virtude é o pão de cada dia!
Sois como a luz que doira as trevas d'um monturo,
Ficando sempre branca a sorrir e a cantar;
E tudo quanto em mim ha de bello ou de puro.
―Desde a esmola que eu dou á prece que eu murmuro―
É vosso: fostes vós o meu primeiro altar.
Lá da minha distante e encantadora infancia,
D'esse ninho d'amor e saudade sem fim,
Chega-me ainda a vossa angelica fragrancia
Como uma harpa éolia a cantar a distancia,
Como um véo branco ao longe inda a acenar por mim!
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Minha mãe, minha mãe! ai que saudade immensa,
Do tempo em que ajoelhava, orando, ao pé de ti.
Cahia mansa a noite; e andorinhas aos pares
Cruzavam-se voando em torno dos seus lares,
Suspensos do beiral da casa onde eu nasci.
Era a hora em que já sobre o feno das eiras
Dormia quieto e manso o impavido lebréu.
Vinham-nos das montanhas as canções das ceifeiras,
Como a alma d'um justo, ia em triumpho ao céo!...
E, mãos postas, ao pé do altar do teu regaço,
Vendo a lua subir, muda, alumiando o espaço,
[11] Eu balbuciava a minha infantil oração,
Pedindo a Deus que está no azul do firmamento
Que mandasse um allivio a cada soffrimento,
Que mandasse uma estrella a cada escuridão.
Por todos eu orava e por todos pedia.
Pelos mortos no horror da terra negra e fria,
Por todas as paixões e por todas as magoas...
Pelos míseros que entre os uivos das procellas
Vão em noite sem lua e n'um barco sem vellas
Errantes atravez do turbilhão das aguas.
O meu coração puro, immaculado e santo
Ia ao throno de Deus pedir, como inda vae,
Para toda a nudez um panno do seu manto,
Para toda a miseria o orvalho do seu pranto
E para todo o crime o seu perdão de Pae!...
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A minha mãe faltou-me era eu pequenino,
Mas da sua piedade o fulgor diamantino
Ficou sempre abençoando a minha vida inteira
Como junto d'um leão um sorriso divino,
Como sobre uma forca um ramo d'oliveira!


Ó crentes, como vós, no intimo do peito
Abrigo a mesma crença e guardo o mesmo ideal.
O horisonte é infinito e o olhar humano é estreito:
Creio que Deus é eterno e que a alma é immortal.

[12] Toda a alma é clarão e todo o corpo é lama.
Quando a lama apodrece inda o clarão scintilla:
Tirae o corpo―e fica uma lingoa de chamma...
Tirae a alma―e resta um fragmento d'argila.

E para onde vae esse clarão? Mysterio...
Não sei... Mas sei que sempre ha-de arder e brilhar,
Quer tivesse incendiado o craneo de Tiberio,
Quer tivesse aureolado a fronte de Joanna Darc.

Sim, creio que depois do derradeiro somno
Ha-de haver uma treva e ha-de haver uma luz
Para o vicio que morre ovante sobre um throno,
Para o santo que expira inerme n'uma cruz.

Tenho uma crença firme, uma crença robusta
N'um Deus que ha-de guardar por sua propria mão
N'uma jaula de ferro a alma de Lucusta,
N'um relicario d'oiro a alma de Platão.

Mas tambem acredito, embora isso vos peze,
E me julgueis talvez o maior dos atheus,
Que no universo inteiro ha uma só diocese
E uma só cathedral com um só bispo―Deus.

E muito embora a vossa egreja se contriste
E a excommunhão papal nos abraze e destrua,
A analyse é feroz como uma lança em riste
E a verdade cruel como uma espada nua.

[13] Cultos, religiões, biblias, dogmas, assombros,
São como a cinza vã que sepultou Pompeia.
Exhumemos a fé d'esse montão de escombros,
Desentulhemos Deus d'essa aluvião de areia.

E um dia a humanidade inteira, oceano em calma,
Ha-de fazer, na mesma aspiração reunida,
Da razão e da fé os dois olhos da alma,
Da verdade e da crença os dois polos da vida.

A crença é como o luar que nas trevas fluctua;
A razão é do céo o explendido pharol:
Para a noite da morte é que Deus nos deu lua...
Para o dia da vida é que Deus fez o sol.


Mas, ai eu comprehendo os martyrios secretos
Do pobre camponez, já quasi secular,
Que vê tombar por terra o seu ninho de affectos,
A casa onde nasceu seu pae, e onde os seus netos
Lhe fechariam, morto, o escurecido olhar.
Comprehendo o pavor e a lividez tremente
De quem em noite má, caliginosa e fria
Atravessa a montanha á luz d'um facho ardente
E uma rajada vem alucinadamente
Apagar-lh'o c'o'a aza athletica e sombria,
Deixando-o fulminado e quazi sem sentidos
A ouvir o ulular das feras e os bramidos
Do ciclone que explue rouco do sorvedoiro
E se enrosca furioso aos platanos partidos
A estrangulal-os, como uma giboia um toiro.

[14] Comprehendo a agonia, o desespero insano
Do naufrago na rocha, entre o abysmo do oceano,
Vendo rolar, rugir os glaucos vagalhões
Como uma cordilheira herculea de montanhas,
Com jaulas collossaes de bronze nas entranhas,
E um domador lá dentro a chicotear trovões.
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............................................................... 
O vosso facho, o vosso abrigo, o vosso porto,
É um Deus que para nós ha muito que está morto,
E que inda imaginaes no entretanto immortal.
Vivei e adormecei n'essa crença illusoria,
Já não podeis transpôr os mil annos da historia
Que vão do vosso credo absurdo ao nosso ideal.
Vivei e adormecei n'essa illusão sagrada,
Fitando até morrer os olhos de Jesus,
Como o ephemero vão que dura um quasi nada,
Que nasce de manhã n'um raio d'alvorada,
E expira ao pôr do sol n'outro raio de luz.
Eu bem sei que essa crença ignorante e sincera,
Não é a que illumina as bandas do Porvir.
Mas vós sois o Passado, e a crença é como a hera
Que sustenta e dá inda um tom de primavera
Aos velhos torreões gothicos a cahir.
Sim, essa crença é um erro, uma illusão, é certo;
Mas triste de quem vae pelo areal deserto
Vagabundo, esfaímado e nú como Caim,
Sem nunca ver ao longe os palacios radiantes
D'uma cidade d'oiro e marmore e diamantes
No chimerico azul d'essa amplidão sem fim!
Quem ha-de arrancar pois do seu piedoso engaste
[15] O vosso ingenuo ideal, ó tremulos velhinhos,
Se a chimera é uma rosa e a existencia uma haste,
Rosa cheia d'aroma e haste cheia de espinhos!
Quem vos ha-de cortar a flor da vossa esp'rança,
Quem vos ha-de apagar a angelica visão,
Se essa luz para vós é como uma creança
Que guia n'uma estrada um cégo pela mão!
Quem vos ha-de acordar d'esse sonho encantado?!
Quem vos ha-de mostrar a evidencia cruel?!
Ah! deixemos a ave ao ramo já quebrado,
E deixemos fazer ao enxame doirado
No tronco que está morto o seu favo de mel!
Ó velhos aldeões, exhaustos de fadiga,
Que andaes de sol a sol na terra a mourejar,
Roubar-vos da vos'alma a vossa crença antiga
Seria como quem roubasse a uma mendiga
As tres achas que leva á noite para o lar!
Oh, não! guardae-a bem essa crença d'outrora;
É ella quem vos dá a paz benigna e santa,
Como a paz d'um vergel inundado d'aurora,
Onde o trabalho ri e onde a miseria canta.
Guardae-a sim, guardae! E quando a morte em breve
Vos entre na choupana esqualida e feroz,
A agonia será bem rapida e bem leve,
Porque um anjo de Deus mais alvo do que a neve
Ha-de estender sorrindo as azas sobre vós.
E vós conhecereis em seu olhar materno
Que é o anjo que emballou vosso somno infantil,
E que hoje vem do céo mandado pelo Eterno,
Para sorrir na morte ao vosso branco inverno,
Como sorriu no berço ao vosso claro Abril.

[16] E ao pender-vos gelada a vossa fronte alabastrina
Irá levar a Deus o vosso coração,
Tão manso e virginal, tão novo e tão perfeito,
Que Deus ha-de beijal-o e aquecel-o no peito,
Como se acaso fosse uma pomba divina,
Que viesse cahir-lhe exanime na mão!







A VINHA DO SENHOR

I


Existiu n'outro tempo uma vinha piedosa
Doirada pelo sol da alma de Jesus,
Uma vinha que dava uns fructos côr de roza,
Vermelhos como o sangue e puros como a luz.

Inundavam-n'a d'agua os olhos de Maria,
E os virgens corações dos martyres, dos crentes
Eram a terra funda aonde se embebia
A mystica raiz dos pampanos virentes.

Produzia um licor balsamico, divino,
Que aos cégos dava luz, aos tristes dava esp'rança,
E que fazia ver na areia do destino
A miragem feliz da bemaventurança.

Aos mortos restituia o movimento e a falla;
Escravisava a carne, as tentações, a dôr,
E transformou em santa a impura de Magdala,
Como transforma Abril um verme n'uma flôr.

[18] Bebel-o era beber uma virtuosa essencia
Que ungia o coração de perfumes ideaes,
Pondo no labio um riso ingenuo de innocencia,
Como o d'agua a correr, virgem, dos mananciaes.

Dava um tal explendor ás almas, tal pureza
Que nos Circos de Roma até se viu baixar
Diante da nudez das virgens sem defeza
Ao magro leão da Nubia o curuscante olhar.





II


Mas passado algum tempo a humanidade inteira
De tal modo gostou d'esse licor sublime,
Que o extasis christão tornou-se em bebedeira,
E o sonho em pezadello, e o pezadello em crime.

Nas solidões do claustro as virgens inflamadas
Co'as fortes atracções da mistica ambrozia
Torciam-se febris, convulsas, desvairadas,
Meretrizes de Deus n'uma piedosa orgia.

É que no vinho antigo ia á noite o demonio
Lançar co'a garra adunca uma infernal mistura
De mandragora e opio e helleboro e stramonio,
Verdenegro e viscoso extracto de loucura.

Quando uivava de noite o vento nas campinas
Via-se pela sombra, obliquo, Satanaz,
Colhendo aos pés da forca ou buscando entre as ruinas
Hervas, vegetações, prenhes de essencias más.

[19] Era o filtro subtil d'essas plantas de morte
Que fazia da alma um derviche incoherente,
Uma bussola doida á procura do norte
Uma céga a tatear no vacuo, anciosamente!...

E a taça do veneno estonteador e amargo
No funebre banquete ia de mão em mão,
Produzindo o delirio, a syncope, o lethargo
E em cada olhar sinistro uma cruel visão.

Uns viam a espectral sarabanda frenetica
De esqueletos a rir e a dançar com furor
Em torno á Morte podre, impudente, epileptica,
Com dois ossos em cruz rufando n'um tambor.

Outros viam chegado o pavoroso instante
Em que um monstro do fogo, um dragão areolito,
Dava na terra um nó c'oa cauda flammejante,
Arrebatando-a, a arder, atravez do infinito.

E então para fugir ao desespero e ao panico
Bebiam com mais ancia o filtro singular.
Até á epilepsia, ao turbilhão tetanico 
Do sabat desgrenhado e erotico, a espumar!

E á força de beber o tragico veneno
Tombou por terra exhausta a humanidade emfim,
Como em Londres, de noite, ao pé d'um antro obsceno
Cáe sob a lama inerte um bebado de gim.






III


Mas n'isto despontou a esplendida manhã
D'um mundo juvenil, robusto, afrodisiaco:
A Renascença foi para a embriaguez christã
A excitação vital d'um frasco de amoniaco.

E na vinha de Deus ainda florescente
Começou a nascer por essa occasião
Um bicho que enterrava escandalosamente
Nos pampanos da crença as unhas da razão.

Propagou-se o flagello; o mal recrudesceu;
A colheita ficou em duas terças partes;
Chega o oidium Lutero, o verme Galileu,
E cai-lhe o temporal de Newton e Descartes.

Em balde Carlos nove, Ignacio e Torquemada,
Catando esses pulgões das bíblicas videiras,
Os entregam á roda, ao cadafalso, á espada,
Ou os queimam por junto aos centos nas fogueiras.

O estrago cada vez era maior, mais forte;
Apezar da realeza, o throno e a sachristia
Andarem sacudindo o enxofrador da morte
No formigueiro vil das pragas da heresia.

Por ultimo Voltaire―filoxera invade
Essa encosta plantada outr'ora por Jesus,
E das cepas ideaes da escura meia idade
Ficaram simplesmente uns velhos troncos nús.






IV


Mas como havia ainda alguns consumidores
D'esse vinho que o sol deixou de fecundar,
Uns velhos cardeaes, habeis exploradores,
Reuniram-se em concilio afim de os imitar.

E é assim que Antonelli, o verdadeiro papa,
O chimico da fé, um grande industrial,
Fabrica para o mundo ingenuo uma zurrapa
Que elle assevera que é o antigo vinho ideal.

Para isso combina os varios elementos
Que compõem esta droga: o nome de Maria,
Anjos e cherubins, infernos e tormentos,
Bastante estupidez e immensa hypocrizia.

Põe isto tudo a ferver, liga, combina, mexe,
E, filtrando atravez d'uns textos de latim,
Eis preparado o vinho, ou antes o campeche,
Que a saúde da alma hade arruinar por fim.

Mas como o paladar de muitos europeus
Quasi prefere já (horrivel impiedade!)
Á falsificação do vinho do bom Deus
O vinho genuino e puro da verdade;

E como já por isso, (assim como era d'antes)
A Igreja não nos queime e o rei não nos enforque, 
A curia procurou mercados mais distantes,
O Japão, o Perú, a Australia e Nova York.

Em cada igreja existe uma taberna franca
Para impingir a tal mixordia, o tal horror,
Ou secca ou doce, ou velha ou nova, ou tinta ou branca,
Segundo as condições e a fé do bebedor.

Para Hespanha vão muito uns vinhos infernaes,
Um veneno explosivo e forte que produz
Um delirio tremente―o General Narvaes,
E um vomito de sangue―o cura Santa Cruz.

Portugal quer vinagre. A Italia quer falerno.
Veuillot quer agua-raz que ponha a lingua em braza.
E John Bull, por exemplo, um pouco mais moderno,
Manda ao diabo a botica, e faz a droga em casa.

Ao povo, esse animal, que o Padre Eterno monta,
Como é pobre, coitado, então a Santa Sé
Fabrica lhe uma borra incrivel, muito em conta,
Um pouco de melaço e um pouco d'agua-pé.

A fina flôr christã, a flôr altiva e nobre,
O rico sangue azul do bairro S. Germano,
Para quem o bom Deus é um gentil-homem pobre
A quem se dá de esmola alguns milhões por anno.

[23] Essa como detesta os vinhos maus, baratos,
Como é de raça illustre e debil compleição,
Mandam-lhe um elixir que serve para os flatos,
Ou para pôr no lenço ao ir á communhão.

De resto ha quem, bebendo essa tisana impura,
Sinta a impressão que outr'ora o nectar produzia.
São milagres da fé. Ditosa a creatura
Que no ruibarbo encontra o sabor da ambrosia.

E eu não vos vou magoar, ó almas côr de rosa
Que inda achaes neste vinho o esquecimento e a paz!
Não insulto quem bebe a droga venenosa;
Accuso simplesmente o charlatão que a faz.






A CARIDADE E A JUSTIÇA

No topo do calvario erguia-se uma cruz,
E pregado sobre ella o corpo do Jesus,
Noite sinistra e má. Nuvens esverdeadas
Corriam pelo ar como grandes manadas
De bufalos. A lua ensanguentada e fria,
Triste como um soluço immenso de Maria,
Lançava sobre a paz das coizas naturaes
A merencoria luz feita de brancos ais.
As arvores que outr'ora em dias de calor
Abrigaram Jesus, cheias de magua e dôr,
Sonhavam, na mudez herculea dos heroes.
Deixaram de cantar todos os rouxinoes,
Um silencio pesado amortalhava o mundo.
Unicamente ao longe o velho mar profundo
Descantava chorando os psalmos da agonia.
Jesus, quasi a expirar, cheio de dôr, sorria.
Os abutres crueis pairavam lentamente
A farejar-lhe o corpo; ás vezes de repente
Uma nuvem toldava a face do luar,
E um clarão de gangrena, estranho, singular,
Lançava sob a cruz uns tons esverdeados.
Crucitavam ao longe os corvos esfaimados;
Mas passado um instante a lua branca e pura
Irrompia outra vez da grande nevoa escura,
E inundavam-se então as chagas de Jesus
Nas pulverisações balsamicas da luz.

No momento em que havia a grande escuridão,
Christo sentiu alguem aproximar-se, e então
Olhou e viu surgir no horror das trevas mudas
O cobarde perfil sacrilego de Judas.
O traidor, contemplando o olhar do Nazareno,
Tão cheio de desdem, tão nobre, tão sereno,
Convulso de terror fugiu... Mas nesse instante
Surgiu-lhe frente a frente um vulto de gigante,
Que bradou:

―É chegado emfim o teu castigo
O traidor teve medo e balbuciou:

―Amigo,
Que pretendes de mim? dize, por quem esperas?
Quem és tu?―

―«O Remorso, um caçador de féras,
Disse o gigante. Eu ando ha mais de seis mil annos
A caçar pelo mundo as almas dos tiranos,
Do traidor, do ladrão, do vil, do scelerado;
E depois de as prender tenho-as encarcerado
Na enormissima jaula atroz da expiação.
E quando eu entro ali na immensa confusão
De tigres, de leões, d'abutres, de chacaes,
De rugidos febris e de gritos bestiaes,
[27] Fica tudo a tremer, quieto de horror e espanto.
Caim baixa a pupilla e vai deitar-se a um canto.
E quando em summa algum dos monstros quer luctar
Azorrago-o co'a luz febril do meu olhar,
Dando-lhe um pontapé, como n'um cão mendigo.
Já sabes quem eu sou, Judas; anda comigo!»

Como um preso que quer comprar um carcereiro,
Judas tirou do manto a bolça do dinheiro,
Dizendo-lhe:

―Aqui tens, e deixa-me partir...

O gigante fitou-o e começou a rir.

Houve um grande silencio. O infame Iskariote,
Como um negro que vê a ponta d'um chicote,
Tremia. Finalmente o vulto respondeu:

«Judas, podes guardar esse dinheiro; é teu.
O oiro da traição pertence-lhe ao traidor,
Como o riso á innocencia e como o aroma á flôr.
Esse oiro é para ti o eterno pesadello.
Oh! guarda-o, guarda-o bem, que eu quero derretel-o,
E lançar-t'o depois caustico, vivo, ardente,
Lançar-t'o gota a gota, inexoravelmente
Em cima da consciencia, a pudrida, a execravel!
Com elle hei de fundir a algema inquebrantavel,
A grilheta que a tua esqualida memoria
Trará, arrastará pelas galés da Historia,
Durante a eternidade illimitada e calma.
Essa bolsa que ahi tens é o cancro da tua alma:
[28]Já se agarrou a ti, ligou-se ao criminoso,
Como a lepra nojenta ao peito do leproso,
Como o iman ao ferro e o verme á podridão.
Não poderás jámais largal-a da tua mão!
És traidor, assassino, hypocrita, perjuro;
A tua alma lançada em cima d'um monturo
Faria nodoa. És tudo o que ha de mais vil,
Desde o ventre do sapo á baba do reptil.
Sahe da existencia! dize á sombra que te acoite.
Monstro, procura a paz! verme, procura a noite!
Que o sol não veja mais um unico momento
O teu olhar obliquo e o teu perfil nojento.
Esse crime, bandido, é um crime que profana,
Todas as grandes leis da vida universal.
Esconde-te na morte, assim como um chacal
No seu covil. Adeus, causas-me nojo e asco.
Deixo dentro de ti, Judas, o teu carrasco!
És livre; adeus. Já brilha o astro matutino,
E eu, caçador feroz, cumprindo o meu destino,
Continuarei caçando os javalis nos matos.»

E dito isto partiu a procurar Pilatos.

Vinha rompendo ao longe a fresca madrugada.
Judas, ficando só, meteu-se pela estrada,
Caminhando ligeiro, impavido, terrivel,
Como um homem que leva um fim imprescriptivel
Uma ideia qualquer, heroica e sobranceira;
De repente estacou. Havia uma figueira
Projectando na estrada a larga sombra escura;
Judas, desenrolando a corda da cintura,
[29] Subiu acima, atou-a a um ramo vigoroso,
Dando um laço á garganta. O seu olhar odioso
Tinha n'esse momento um brilho diamantino,
Recto como um juiz, forte como um destino.

N'isto echoou atravez do negro céo profundo
A voz celestial de Jesus moribundo,
Que lhe disse:

―«Traidor, concedo-te o perdão.
Além de meu carrasco és inda o meu irmão.
Pregaste-me na cruz; é o mesmo, fica em paz.
Eu costumo esquecer o mal que alguem me faz.
Eu tenho até prazer, bem vês, no sacrificio.
Não te cause remorso o meu atroz suplicio,
Estes golpes crueis, estas horriveis dores.
As chagas para mim são outras tantas flôres!»

Judas fitou ao longe os cerros do calvario,
E erguendo-se viril, soberbo, extraordinario,
Exclamou:

―«Não acceito a tua compaixão.
A Justiça dos bons consiste no perdão.
Un justo não perdôa. A justiça é implacavel.
A minha acção é infame, hedionda, miseravel;
Preguei-te nessa cruz, vendi-te aos Farizeus.
Pois bem, sendo eu um monstro e sendo tu um Deus,
Vais vêr como esse monstro, ó pobre Christo nu,
É maior do que Deus, mais justo do que tu:
Á tua caridade humanitaria e doce,
Eu prefiro o dever terrivel!»

E enforcou-se.







O PAPÃO

As creanças têm medo á noite, ás horas mortas
Do papão que as espera, hediondo, atraz das portas,
Para as levar no bolso ou no capuz d'um frade.
Não te rias da infancia, ó velha humanidade,
Que tu tambem tens medo ao barbaro papão,
Que ruge pela boca enorme do trovão,
Que abençôa os punhaes sangrentos dos tyranos,
Um papão que não faz a barba ha seis mil annos,
E que mora, segundo os bonzos têm escripto,
Lá em cima, de traz da porta do Infinito.








PARASITAS

No meio d'uma feira, uns poucos de palhaços
Andavam a mostrar em cima d'um jumento
Um aborto infeliz, sem mãos, sem pés, sem braços,
Aborto que lhes dava um grande rendimento.

Os magros histriões, hypocritas, devassos,
Exploravam assim a flor do sentimento,
E o monstro arregalava os grandes olhos baços,
Uns olhos sem calor e sem intendimento.

E toda a gente deu esmola aos taes ciganos;
Deram esmola até mendigos quasi nùs.
E eu, ao ver este quadro, apostolos romanos,

Eu lembrei-me de vós, funambulos da Cruz.
Que andaes pelo universo ha mil e tantos annos
Exhibindo, explorando o corpo de Jesus.







RESPOSTA AO SILLABUS

Fanaticos, ouvi as coisas que eu vos digo:

Dentro d'essa prisão cruel do dogma antigo
A consciencia não póde estar paralisada,
Como n'um velho catre uma velha entrevada.
Tudo se modifica e tudo se renova:
Da escura podridão nojenta de uma cova
Sae uma flôr vermelha a rir alegremente.
A ideia tambem muda a pel' como a serpente.
O que era hontem grão é hoje a seara immensa.
A Verdade sahiu d'esse casulo―a Crença,
Assim como sahiu do velho o mundo novo.
Recolher outra vez a aguia no seu ovo
É impossivel; quebrou o involucro ao nascer.
Como é que pòdes tu ó Egreja, pretender,
Cerrando na tua mão um box enorme―o inferno,
Levar aos encontrões o espirito moderno,
Leval-o para traz, para o passado escuro,
Como um bandido leva um homem contra um muro?!
A trajectoria immensa e fulva da verdade

Não se póde suster com a facilidade
Com que Jusué susteve o sol no firmamento.
Atirar a justiça, a ideia, o pensamento
Ás fogueiras da fé, ó bonzos, é impossivel:
Reduzirdes a cinza o que? O incombustivel!
Loucos! ide dizer ao velho Torquemada
Que queime se é capaz n'um forno uma alvorada!
....................................................... Sacristas,
Ajuntae, reuni os balandraus papistas,
As fardas sepulcraes do exercito da fé,
A capa de Tartufo, a loba de Claret,
A cogula do monge, enfim, tudo que seja
Côr da noite; arrancae o velho crepe á egreja,
Dos caixões descosei os panos funerarios,
Tisnae co'a vossa lingua as alvas e os sudarios,
E se inda precisaes mais sombras, mais farrapos,
Pedi ao corvo a aza, o ventre immundo aos sapos,
Fabricae d'isto tudo uma cortina immensa,
E tapando com ella o sol da nossa crença,
Nem mesmo assim fareis o eclipse da aurora!
A consciencia não é a besta d'uma nora.
Lembrai-vos que o Progresso é um carro sem travão,
E que apagar em nós o facho da razão
É o mesmo que apagar o sol quando flameja
Com um apagador de lata d'uma egreja.

Bonzos, podeis dizer á humanidade―Pára!―
Co'a foice excomunhão podeis ceifar a ceara
Da heresia; podeis, segundo as ordenanças,
Metter pedras de sal na boca das creanças,
Fazer do Deus do amor o Deus barbaridade,
 Chamar á estupidez irmã da caridade
E jesuita a Jesus e Christo a Carlos sete;
Vós podeis discutir junto da campa o frete,
Recoveiros de Deus, o frete que é preciso
Para irdes levar lá cima ao paraiso
A alma d'um defunto; ó bonzos, vós podeis
Ir pedir emprestado um exercito aos reis
E defender com elle o papa, o vaticano,
Do cerco que lhe faz o pensamento humano,
Pondo adiante d'um dogma a boca d'um canhão;
Podeis encarcerar dentro da inquisição
Galileu; vós podeis, anões, contra os ciclopes
Roncar latim, zurrar sermões, brandir hyssopes,
Que não conseguireis que a Liberdade vista
A batina pingada e rota d'um sacrista,
Que o direito se ordene, e que a Justiça queira
Ir a Roma tomar, contricta, o véo de freira!









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