Benito Mieses
Nace en 1958 (Venezuela). Pintor, poeta, diseñador gráfico. Ha publicado el poemario Trece (Ediciones Leña, 1982), Nuevas voces (CELARG, 1992), Nombrarse con las cosas (Ediciones Mucuglifo, 1995) y Alfredo, las noches y las calles (Taller Editorial Círculo Rojo, 2001). Obtuvo premio en el XI Salón Caribe. Museo Arte de Coro, MACSI. 1997, I Salón “Luisa M de Schirripa”, Coro.1998.
(Las pinturas son de Benito Mieses)
De sus versos..
la luz ha regresado tardía
a la ventana y el calor promete
arrasa toda la tierra.
Vuelve con saña cuando
todo pretendía agonizar
la serpiente huye sibilante
por el patio y los escorpiones
buscan el resguardo en la madera
sólo la sombra de un árbol
permanece en su quietud
y resiste solo, entre la ventana
el árbol fue sombra magnífica
en su sitio inmaculado
doblándose solo, ante el viento,
moviendo sus ramas en actitud
de bendición
la tarde y yo disfrutamos
de una cabellera que se mueve
al compás del viento
me limito a balbucear
algunas palabras
que ni la boca
ni el sol
pretenden expresar
sol, grano de sal,
entre mis labios.
la abeja, cuando descubre el terciopelo de su piel
nombra guardián del tesoro al aguijón...
la miel es otra cosa
Pollock
el agua se resbala
en la tela
escribiendo su caligrafía perfecta
como un río
forjado
en el espejo del agua
muestra su fluir
en el espíritu
DE: Alfredo, las noches y las calles
A Lautremont, el Vampiro
Alfredo, ¿recuerdas las viejas postales, las imágenes fijas de tu cámara, tu foto en Londres junto al viejo Marx? ¿Recuerdas el olor a plomo de las viejas imprentas, tu experiencia como editor en los vericuetos del oficio? Creíste en nuestra palabra, allí en el desalojo de un pasillo.
Alfredo, ¿Cuánto tiempo dura este suicidio cotidiano donde nos embarcamos?
Tenía que pegarle. Lo pedía con angustia, sin disimulo. No fue el gesto de mis nudillos por grabar su piel, ni el instinto guerrero que fluye entre mis venas. Tenía que hacerlo para que su sensibilidad no estallara en desechos, trozos de una historia de calles nunca caminadas.
La noche nos cobija, nos arropa y es solo el tránsito. Una mano rompe el aire, busca estrellarse en una tez que clama. Un instante marca el pacto. Otro día seré yo, estaré allí entre sombras y alguna mano restallará en mi rostro, quizás clamando por ella, anhelándola secretamente.
Solo entre sombras, mi amigo me muestra los hechos.
Somos tan parias, Alfredo, que solo nos pertenece el recuerdo. Los amores, los hijos, los cuerpos: pasaron. Solo tenemos nuestro húmedo traje que vamos diluyendo poco a poco pero con certeza para cantar el tránsito. Heredamos la estirpe de los malditos, bebemos siempre en el tiempo que huye y necesitamos la embriaguez, el vértigo, este territorio de la conciencia que todos miran de soslayo. Somos aristócratas, reyes en exilio, ángeles caídos, por eso la gente se parta al ver nuestros ojos llenos de noche.
Mi situación es insostenible. Vivo lo que me toca, aprendiendo la humildad de los místicos como el más violento de los hombres. Recorro lo bajo y lo alto. Vivo como príncipe y como mendigo. Habito en cuartos que el azar me depara y no me extraña despertar en cualquier parte. Todo lo hago sin falsedad, con resignación y nadie podrá hacerme reo de decir inútilmente. Cuento los días por las hendiduras y el desgaste de mis zapatos, por las cuadras recorridas, por la memoria de la ausencia. Miro con fascinación las cosas que me pasan: atestiguo, aprendo. Los instantes son como gigantes fugaces, las circunstancias me han aligerado el sueño. Escribo estas hojas como testimonio de un terrible milagro. El auxilio le viene al hombre en los amigos, los amores, los compañeros de viaje y en este afán de aferrarse a la libertad como un demente.
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