jueves, 23 de junio de 2011

3997.- SANTIAGO VIZCAÍNO



Santiago Vizcaíno Armijos (Quito, Ecuador 1982). Es licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Ha sido supervisor de estilo del diario Hoy, director editorial de Superbrands Ecuador y editor de la Dirección de Publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión. Actualmente es corrector de estilo y redactor de diferentes publicaciones. Textos suyos ocupan las páginas de revistas como Letras del Ecuador, Rocinante y Retrovisor. Su primer libro de poesía, Devastación en la tarde (2008), y otro de ensayo, Decir el silencio. Aproximación a la poesía de Alejandra Pizarnik (2008), han sido premiados y publicados por el Ministerio de Cultura del Ecuador.






Poética

La soledad no es cuerpo violentado por el poema que no atrapamos que apenas atisbamos esa grieta sobre el hemisferio de la lengua esa desolación antigua ese resquebrajamiento en el que pensamos a veces cuando el universo derrama su flujo hirviente hasta el final como en un cóccix ese sacrificio al que llegamos tarde porque no somos más que una luz intensa detrás de la pupila enceguecedora sinuosidad de los faros a lo lejos más arriba del asfalto donde confluyen la sordidez y la noche así concebimos al poema desde la penumbra un dictado endiablado o parco sobre la mesa como el movimiento de una mosca así se escribe por convicción por contagio por desesperación o por melancolía se llega hasta la orilla y el silencio mella la posibilidad de salvarnos de recuperar el tono la víscera la metáfora nuestro dolor del instante porque mentimos a perpetuidad somos esto esto que se acumula que se corrige que se resquebraja y se vuelve lugar común muralla donde tatuamos lo que queda del gozo o la tristeza esa sensación de caída el letargo de la arena tocada por la ola una hormiga que mira el horizonte y ya no sabe si es ella o la que sigue o la que la precede o es ella misma sin sentido hasta la copa del último árbol que mastica la tierra y bebe el sorbo final como un niño muerde el pezón de la noche y duerme como nosotros saciados pletóricos estúpidos demonios sin límites

bienvenidos todos!…








El agua parda

V

Hoy no tengo imágenes sangrientas en mis manos.
Por eso resuelvo el ejercicio pálido de tu vientre.
Por eso resuelvo olvidar tu mueca sobre la página,
carcomer la seña que descuelga de tu boca como un crucifijo demoniaco.
Por eso resuelvo consagrar el vino que te baña
y dar la espalda al muro de tu cabecera.

Hoy no tengo que corregir este dolor de mundo.
Por eso resuelvo quedarme,
por eso resuelvo espantarte con la voz del tartamudo,
esa que es como un silencio entrecortado
—no un lenguaje entrecortado, sino un entrecortado silencio—.

Quiero decir que hoy no tengo con qué lavar tus pies,
que no tengo márgenes.
Por eso resuelvo.
Porque no sé decir,
porque este dolor de mundo se hace dolor de carne.
Quiero decir un dolor de pez o de pulpo.

Por eso resuelvo…
Quedarme y corregir el muro,
esa horrible pintura sobre tu pared.


De Devastación en la tarde, Ministerio de Cultura del Ecuador, 2008










De profundis

A Kevin Carter


He venido del lugar donde el fuego es como el triste movimiento del tilo.
He caído como el guijarro que tenía dirección de tórtola.
He dormido bajo la sombra de un algarrobo yermo.
Y ya no tengo la amargura del primer día.
Ya no tengo la visión del vagabundo sobre la arena.

Mi antigua habitación me espera con su vientre como una caracola.
Hay abandono hasta en el agua que bebo,
pero no puedo olvidar mi promesa,
mi ambición de retratar el dolor del loto.

Tengo miedo de esta ciudad como un niño abandonado en el parque,
como el último lobo del páramo que mira la madrugada y se acuesta.

Tengo miedo de las mujeres y sus lunares como ojos.
Tengo miedo de pedir perdón al caminar.

He venido con la piel pegada al hueso de mi nuca.
Llevo el hambre como el canguro a su cría.
Me alimento de venados descompuestos.

He venido desde un valle árido que se acalambra con la luz del día.
Juego a ser un habitante más,
un refugiado del sol.
He venido con el murmullo de mi juventud a cuestas,
pero tengo miedo de los rostros que se acumulan
para mirarme como un animal exótico.

Estoy tan solo que ni el suicidio sería un gran acontecimiento.
Solo como un búho herido,
como la yegua que se muere al parir,
como el buitre que mira a su alimento que es una niña,
como la niña que no mira al buitre.

He venido.
Y tengo el consuelo de los desesperados.

Inédito










Imperativo

Olvida que soy yo el habitante que sonríe.
Asimila la virtud del horizonte que se acuesta.
Acompaña esta mañana con los guijarros
que se descuelgan de la risa.
Mírame, soy yo quien acumula tu trajín,
tu torpe y angustiosa necedad.
Acuéstate y dormita,
soy yo el que se regocija con el soplo de la arena.

Olvida que soy yo el habitante que sonríe.
Prueba tu amargura como el que sostiene al ahogado.
Dime que es cierta la tristeza de los peregrinos
de rodillas

bajo la noche
cuando la antorcha mide el ritmo del dolor.

Asegura que no llegará tu mano fría
a acompañar mi caminata.
Mírame con la compasión del bosque cuando muere el mirlo.
Olvida que soy yo el habitante que sonríe.

Acuéstate,
son tantas las pocilgas en que he dormido.
Haz de mí el dedo que se agita
con la turbia mirada de esa niña.

Acompáñame,
sé que mi padre ha muerto,
que me desnudo con la misma complacencia,
que soy tan natural como el aullido del lobo,
que olvido que estás sobre mí
y que te acuestas
y haces todo lo que yo te diga.

Olvida que mañana sabrán que estoy solo,
que rezaré, bajo la Virgen, y diré:
«Haz de mí el animal que ríe mientras mira el horizonte».

Inédito




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