viernes, 13 de agosto de 2010

EIRA STENBERG [421]


EIRA STENBERG


Eira Stenberg, nació en Tampere, Finlandia, en 1943. Se graduó como Licenciada en Letras en la Universidad de Helsinki en 1968. Ha publicado las colecciones de poemas: Kapina huoneessa, en 1966 (Revuelta en el cuarto); Rakkauden pasifismit, en 1967, (Los pacifismos del amor); Vedenalainen silta, en 1979, (El puente submarino); Erokirja, en 1980, (El libro de la separación); Parrakas madonna, en 1984, (La madonna con barba); y Halun ikoni, en 1997, (El icono del deseo). También ha publicado las novelas Paratiisin Vangit, en 1984, (Los presos del paraíso); Häikäisy, en 1987, (El deslumbramiento); Kuun puutarhat, en 1990, Los jardines de la luna) y Gulliverin tytär, en 1993, (La hija de Gulliver). Ha ganado el Premio Erkko por su primera obra Kapina huoneessa (Revuelta en el cuarto), en 1967; y el Premio del Estado para Literatura por su novela Paratiisin vangit (Presos del paraíso), en 1985.



LA VOZ DEL ÁRBOL

¿Por qué no hablan los árboles?
¿De dónde proviene su mutua paciencia?
¿Cómo nacieron las raíces, esa obstinación
que quebranta un ataúd?

Alguien se levanta y se sienta en el fondo de la tierra,
se restriega el barro de sus ojos, ve:
un abedul como un relámpago blanco
ilumina la puerta.
Giran las goznes del verano
y una muchacha
aparece en el umbral.

En el árbol hay una cavidad de donde se puede caer,
una glorieta, y en la cabaña unas cajas chinas,
la más pequeña con la llave del cuarto
donde se encuentra la voz del árbol,
tan alta y profunda que ningún oído la llega a escuchar.



NOSTALGIA

El idioma de la leche se justifica en sí mismo,
corre caliente hasta que se enfría, uff
no es agradable.
Se forman charcos, un poco melosos.
Nutre.
Había una vez un jardín, érase una vez un manantial,
ahora todo es agrio, así es la nostalgia.

(Traducción de Inka Korhonen
y Renato Sandoval)


En el hombre hay una cueva

En el hombre hay una cueva
de la que él ha salido.
No lo sabe.
No es un útero, es de piedra,
un lugar a donde vuelve
para protegerse de la mujer
que acurrucada duerme en sus entrañas.
Ahí él guarda armas,
uñas y dientes,
la imagen primera de su sexo;
allí va para ver sus sueños,
enroscado como una oruga
con su barba en las rodillas.
Cuando la mujer despierta, el hombre da un respingo,
no sabe a dónde ha ido a parar.
Ve los pechos y el útero,
el ícono del cuerpo como una ventana al cielo
y los cremosos pantanos de su seno,
el desdentado misterio de la sed
y el hambre con su perlada sierra,
dientes y sangre.





Juicio

Él le dio un nombre a la pena,
en la tierna trampa del cuerpo gimotea
el herido.
En la noche me despierto pensando en él.
Él existe, tiene materia,
en principio,
es un largo trecho como un océano
o un silencio.
Es todo lo mudo
arraigado en las graves fosas marinas
o una brizna flotante viviendo
sin raíces.
Me lo ha dado el cielo
-diabólico regalo-
para que yo pueda hablar de esto.
¿Por qué no la ternura?, pregunto.
¿Por qué estas nubes nocturnas en los ojos?
¿Por qué un juicio final cada vez que despierto?
En una ciudad fría y lluviosa
En una ciudad fría y lluviosa escribo un poema
sobre él, que no me quiere ver.
Malhadada alternativa.
Con el viento a los charcos se les pone la piel de gallina,
los mares son fríos y asesinos.
Las esferas erigen ya blancos palacios
y el ruido de cristales rotos le llega al sueño
como una sonaja que se le cae a un niño.
El dolor no se aplaca.
Quien busca amor
está a merced de sí mismo.
Quien a sí mismo se busca
está a merced del amor.
La sombra danzante del árbol es la memoria del cuerpo.
El verano ha terminado y los arbustos chillan en el patio
arrancándose su íntimo verdor.
Llegan la estación de la herrumbre, la penumbra.
¿Adónde se fugan todos los días encendidos?
Al fondo arenoso de la eternidad, amor,
hacia allí nos dirigimos con la cabellera en llamas.




Divina Comedia

Perdida en el camino al mediodía de mi vida
por el largo corredor de un gran hotel
con sus suaves alfombras acallando mis pasos
y su pista de baile invitando al bamboleo,
abrí tal vez la puerta equivocada,
bajé los peldaños que no debía,
llegando a un corredor cuya salida no pude hallar.
Caminé como en un sueño
guiada por una música lejana
tanto que me extenué
y sólo mi cuarto me hacía falta.
Fue entonces que lo vi,
la oscura silueta del portero nocturno,
sus cabellos, negras alas de cuervo
pegadas a su cabeza,
sus dos ojos azules de trueno
y su hosca cabeza de toro.
Oh, señor de las llaves, le dije,
en este palacio
el número de mi cuarto es el 444.
No respondió,
se quedó mirando mis pechos y los tocó con sus dedos,
sus manos se deslizaron por toda la curva de mi cuerpo.
De esa forma lo encontré
sin conocerlo,
nadie ha tomado mi rostro como él,
asido mis orejas,
jalado mi pelo
y se ha deslizado así entre mis piernas.
Las lagartijas irguieron sus cabezas
bajo el terciopelo de mi vestido,
se abrieron las puertas del laberinto.
No sabía quién era,
ya que no hay otro como él
que lleve su cabeza como una corona negra.
Lo tomé de la muñeca
y lo llevé afuera,
y ahora, loca de deseo, estoy buscándolo.

Traducción del finés de Irma Siltanen
y Renato Sandoval




HABLAR DE AMOR


Hablar de amor,

de lo que no se puede hablar -
de ese callejón sin salida que es el espejo
de donde alguien pende de cabeza
en un árbol invisible
con las piernas atenazando una rama
como si luchase contra la gravedad
y abriese la boca
sin emitir sonido alguno.


O hablar

como si el amor fuese una puerta
y el pesar su llave
y detrás de la puerta un árbol en llamas
ahora visible,
un feto estirase las piernas y emergiese
a la superficie,
y te hablase, juglar
que arrojas tu cabeza de una mano a la otra
como un dado,
y te tendiese una hoja fresca
acabado el diluvio.


Traducción: Renato Sandoval






La libido de la tierra y otros poemas
(traducción de Inka Korhonen y Renato Sandoval)


La libido de la tierra

La libido de la tierra te hace más pesado, la gravedad de la tierra.
Es una balanza cuyo contrapeso es una lápida,
y en el fondo de cada sed se asienta un desdentado
y habla el idioma de la leche, balbucea liebe lobe.
Es un duende de azúcar, un dulce misterio en lo profundo
donde una piedra de sal desata un hilo punzante,
no lo recuerdas.
Te ha empujado desde lo oscuro hasta un deseo tan vasto como tu historia,
te aferra entre sus garras.
Duermes la mitad de la vida y corres lo que falta,
te cepillas los dientes, te cortas las uñas, te portas bien.
A veces los huesos crujen contra la carne, la piel se consume
y algo asciende a la superficie.
Perfora la piel y huye.
Se oye el grave flujo de la vena cava, los días se hunden hasta el fondo,
lamen la piedra y sienten la succión de la tierra.



En Benín (África occidental)
(fragmento)

1.

Una noche de Cotonou en un hotel destartalado.
La habitación es un cubo sin ventanas,
la cara inferior, verde clara; la superior, blanca,
una figura donde el sueño es callado y profundo.
En el techo el ventilador gira tan rápido
como para elevar un avión hasta las nubes,
abajo una cama desvalida y sin mallas.
La frágil sombra de un mosquito pasa por la pared,
un acompañante, el miedo cede a la compasión:
su papel es pues nacer
en un cuerpo tan pequeño y miserable
sin que nadie le pida permiso
ni el mío para huir,
para protegerme de su deseo,
que sin preguntarle ni explicarle a nadie
lo conduce hacia el murmurante lecho de mi cuerpo,
sin contar por qué la sangre es el objeto del deseo,
la fiebre y la fecundación.


2.

Las ruinosas casas coloniales,
improvisadas chozas de cemento y arcilla, techos de calamina
retenidos por bloques de piedra.
Y en la nube azul de los escapes, las mototaxis atascadas,
los habitantes de la Costa de los Esclavos pasan en el trono de sus bicicletas
con sus trajes recién planchados como si fuesen a una fiesta,
sonriendo como si el mundo les perteneciera.
Así es.


3.

El ecuador corta en dos las veinticuatro horas,
las parte como una fruta.
El sol aparece a las siete y se oculta a las siete,
un niño corre por la orilla del amanecer
con su mochila en la espalda
cuando al mar aún lo cubre la niebla
y parece ligero
y solo el fragor de la olas traiciona el peso del agua
en la playa donde la última nave portuguesa de esclavos partió
al Brasil en 1885, tal como lo cuenta un libro
escrito en el idioma de los conquistadores.


4.

El Atlántico suda por debajo de su peso, se impacienta y enfurece.
La mesa está húmeda, las hojas de la agenda se han ablandado
y envejecido.
El lapicero se hunde en ellas como si tatuase una piel.
En la noche las hormigas se deslizan entre las páginas,
pequeños milímetros amarillentos,
corriendo por las redes del escrito.
Así se encuentran aquí la palabra y la realidad.


5.

Al amanecer ocho lagartijas aguardan bajo la ventana
cuando tiro hacia afuera un pesado postigo de madera,
sin moverse, ocho pares de ojos redondos
me miran.
Cómo podría resistir esa mirada,
cuando esos pecho inflándose vigorosamente se ponen a hacer planchas
para exhibir la fuerza de sus patas delanteras, machos ágiles y pequeños
esperando el desayuno, pedazos de manzana
que son un raro manjar importado.
Han aprendido esta costumbre mía, esperan en fila,
no dejan de mirarme cuando sus hocicos rosados mastican
la cáscara verde de la fruta.
He aprendido su costumbre, engaño al líder
arrojo comida al más débil.
Este engaña a todos cuando puede.


6.

Las campanas de una iglesia católica truenan
llamando a la misa de las seis y media,
al amanecer las aves empiezan a trinar
como un cesto de luz bajando del cielo.
Yvette llega a su trabajo por un rojo camino de arena
y seduce a su público:
los árboles y los nidos se mecen al compás
de sus miembros,
en la escuela un coro de niños entona una canción
y un gallo canta apasionadamente por el nuevo peinado de Ivette,
que ágiles dedos urdieron ayer durante cinco horas.
El abanico de negras trenzas danza
en torno al rostro de la muchacha,
cuando llega con el gorro coquetamente ladeado
para preparar el desayuno
con sus diecisiete años y en la flor de su juventud.


7.

Dicen que los africanos son flojos: bailan
mientras barren el suelo.
Mi amigo trabaja en un hotel, en la mañana el trabajo
se inicia a las siete,
hoy se trabajó doce horas,
mañana serán nueve.
El lunes es día libre.

Ahora está cansado y hambriento,
pero mañana el trabajo recién es a las diez,
entonces podrá pasar para dejarme
un coco de regalo.

En la noche estalla una tormenta y no se puede subir a la palmera.
Pero al día siguiente todo es posible.


8.

El tiempo del ecuador pasa lentamente,
sus piernas son negras y delgadas; su paso, tranquilo.
En un acceso de ternura Dios moldeó
una catedral de miembros frente al azul del Atlántico,
imprimió en sus labios una sonrisa con la yema de los dedos.

Cada vez que lo veo me espanto de su belleza,
su manera de moverse sin prisa
como si cada milímetro de su cuerpo esperase una caricia.

El encanto se condice con la ternura, la poesía con los sentimientos amenazados.
El tiempo se desconcierta pensando en su misión
próxima a él.


9.

El clima es cálido y húmedo como la piel,
durante la siesta un mosquito descansa en la red de la cama
y espera.
En alguna parte se abre una tumba, la cierran, se abre
y los ancestros ascienden
y tocándose el cráneo preguntan:
¿Qué piensas, niña?

Pienso lo que pienso.
Afuera llaman los tambores del vudú,
unas mujeres van de blanco por el rojo sendero
hacia la fiesta,
las cabras y las ovejas avanzan a tropezones,
en un arbusto un chivo berrea por su madre, las gallinas corretean,
todos los sagrados animales
libres felices ofrendas que comparten
el ágape con los ancestros y vecinos.

En un restaurante un europeo niega la idea de un sacrificio
en su plato coq au vin
come su regalo sin compartirlo ni agradecerlo,

ni dedica una idea
a lo que se quiere decir cuando aquí se habla de
que en el trance todo el cuerpo reza.


10.

Gildas está en la orilla y habla del futuro,
sus ojos resplandecen como si cada aliento
la llenara de alegría.
Tiene once años y está por acabar la escuela,
juega al voleibol, quiere estudiar y viajar.
Hablamos de idiomas y deportes, de religión
así como se habla aquí, todo es importante.
Contempla el mar, explica y señala con las manos
cómo Dios está
en todas partes, allá, aquí
en el mar, en el cielo y en la tierra,
y yo no sé muy bien a cuál de los dioses se refiere.
Hay tantos dioses como idiomas, es un alivio,
aquí nadie insiste en que es el único.
La cola de Mami Wata se menea.
Con dos idiomas europeos es un poco complicado
penetrar en el secreto.

(**)Poemas de Siksi seurustelen varkaiden kanssa (“Por eso trato con ladrones”) (2002)





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