lunes, 7 de noviembre de 2011

5098.- TAKIS SINOPOULOS



Takis Sinopoulos (1917-1981)
Nació en Pyrgos de Eleia, Grecia y fue el primogénito del literato Giorgos Sinopoulos y de Rousa-Veneta Argyropoulou. Estudió medicina en la Universidad de Atenas de donde egresó y se tituló en 1944. En 1934 dio a conocer el poema “Prodosía” (Traición) y el relato “LA venganza de un humilde” en el diario de Pyrgos “Nea Himera” (Nuevo Día) bajo el seudónimo de Argyrós Poubanis. En 1941 fue reclutado como sargento de Salubridad, y durante la ocupación alemana publicó traducciones de poetas franceses así como algunos ensayos sobre poesía. En 1942 estuvo preso, un corto lapso de tiempo, de los italianos acusado de actividades de resistencia y durante el período de la guerra civil fue médico en un batallón de caballería. Con el fin de la Guerra Civil comienza a desempeñarse como médico en la capital, Atenas. En 1951 publica su primer libro de poemas con el título “Metaixmio” (Linde). Sinópoulos es un poeta que reconoce la influencia de T. S. Eliot, Giorgos Seferis y Ezra Pound. En general, podríamos decir que su poesía es lírica, epigramática y tiene marcados acentos de un autoconocimiento trágico y de pesimismo. En los últimos años de su vida se observa un giro en el uso de los recursos del idioma hacia una lengua más antipoética, agresiva y a menudo irónica.
Es autor de los volúmenes de poesía “El Canto de Ioanna y Constatino”, que fue galardonado con el Premio Estatal de Poesía en 1961, “Conocimiento de Max”, “Noche y Contrapunto” así como diversos estudios y ensayos como “Strofi” sobre la obra de Giorgos Seferis.






LA VENTANA

Bloqueamos la ventana, el viento soplaba desde el basural,
qué ganamos? qué perdimos?

Caminando taciturnos en estos difíciles descuajaringados años.

Estaba el cuarto, tanta desnudez. En el muro la lámpara y la luz
iluminando una vez el rostro, otra la mentira.

Nos rayamos durante el tiempo del recuerdo.

Sólo un pequeño río, su nombre perdido en el silencio de los arenales.

Cerramos la ventana. La tierra afuera inquieta
y el árbol delirando con la media luna.
Desde el sueño emergía, pesada con su terror, la verdadera luna.

(Traducido por Pedro Vicuña)









ORIGEN

Llegaba una luz.
Y desde el mes de marzo llegaba la primavera
al cuarto en donde hablaba con porfía Filippos.
El suelo tabla vieja sobre tabla vieja. Encima
de la mesa una vela. Y sus papeles como plumas de pájaros.
Trata de entender, gritaba. Nada teníamos.
Ni cama, ni asiento. La casa un antiguo
vejestorio. Por todas partes se colaba el aire, te acuchillaba.
Mi madre inclinada a los carbones. Mal invierno tendremos
dijo el padre su cara un pensamiento negro.
Por este hoyo mirábamos el cielo. Y por las mañanas
íbamos a los árboles. Aquí nací.
Aquí crecí. Y bueno, esto necesito
para mi ira y mi orgullo.
Para sostener y sostenerme.
No tengo dioses. Y no temo.


http://pedrovicuna.blogspot.com/2007_07_01_archive.html
(Traducción: Pedro Vicuña)







Retrato de T. Sinópoulos
por el poeta N. G. Pentzikis






Los disparates de Konstantino

Ioanna es la lluvia
que parte del mar y avanza en el anochecer.
Una neblina con raíces bajo la tierra.
Ioanna es un río.
Es una nube detrás de una voz.
Es el humo de hierba que arde.
Es un segundo de éxtasis entre dos peligros.
Ioanna es un río.
Ioanna es una ventana abierta al Sur.
Es los niños que se fueron de la plaza tranquila.
Ioanna es un rostro bajo el cielo.
Es un cielo bajo un rostro.
Es un cielo bajo el cielo.
Es un río.
La luz de la tierra y la oscuridad dibujan su risa.
Cuando la casa se derrumba Ioanna se va de su cuerpo y canta en otra
parte en la noche.
Ioanna es un río.
Ioanna es el antier el ayer y el hoy. (El hoy repetido hasta el infinito.)
El ligera como el botón soñoliento de una flor.
Es pesada como libro cerrado.
Es un continuo anuncio de la noche.
Con Ioanna te pierdes a ti mismo y te vuelves a encontrar en el sueño.
Ioanna es un río.
Ioanna es orilla de río.
Es un carrizo en la orilla de un río.
Es una sombra sobre el río.
Es un río.
Ioanna es un árbol con ojos
un sueño con boca
un sonido con oídos
una nube con pies.
Un río con el cabello dorado cuya frescura sosiega al mar.
Un río.
Ioanna es un lugar que vimos por última vez.
Una estación que alguna vez encontraremos clavando un
grito en el viaje del polvo.
Ioanna es una frontera que sin cesar se desplaza.
Es la pelusa que se lleva el aire.
Una pluma en el tiempo. Una pluma
sobre la primavera desierta.
Ioanna es un río.
Un río.

En concreto no sé deciros qué es Ioanna.



*Véase la La Jornada Semanal, núm. 659, 21/IX/2007
Tomado de El canto de Ioanna y Konstantino 1961.

Versión de Francisco Torres Córdova






CENA FÚNEBRE PARA ELPÉNOR

A Nikos Stavros

La noche aquella era pesada calurosa e inmóvil.
El aire alargaba las llamas de las velas
Hacia el cielo. Cortinas rojo oscuro
tapaban las ventanas y un Silencio riguroso
con paso silente se paseaba en la desierta
sala cerrada.

Cuando ya cansado del sabio libro
alcé los ojos vi de pronto alrededor
una multitud de caras mudas que miraban impasibles
profundo y crecían serenas mirando
sin cesar. Entonces pregunté con voz seria:
amigos a qué se han reunido y qué buscan aquí?
No respondieron sólo miraban de frente
y detrás sin cesar aumentaban como viento
que llenó toda la sala.
De alguna parte caras vistas figuras encontradas
en el rodar de la vida en los más duros años
en brumas subterráneos en sendas de asesinos
en la sangre diestra en la navaja en la violación.
Y pregunté otra vez con voz certera:
Qué aguardan en silencio cómo entraron aquí?
Y como no respondían me arrebató la furia:
Perros malditos qué buscan? Hablen.
Tú, despojo ciego, qué quieres? responde ahora
que mi mano impaciente me violenta.
Entonces respondió sereno: amigo recuerda
hace años incontables me cegaste. La luz
devuélveme que me has robado. De pronto rugió
en mis adentros una ira roja y dije: ciego
desaparece de mi vista antes de que te venza la muerte.
No habló sólo me miró hondamente con insistencia.
No resistí giré y me vi mirando a cierto Lucas
muerto hace ya cuarenta años con una horrorosa
úlcera en su cara. Más atrás a Isaac
tísico que recibió una bala amarga en Albania
al lado a Marcelo más allá a Alexandros
al que arrojé una noche a una noria oscura.
Y todos ellos me miraban inmóviles y mudos
con sus ojos hinchados según se iban juntando
y se multiplicaban alrededor dentro de la sala.
Entonces se me erizaron los pelos pero sin embargo pude
gritar con voz potente: Perros
demonios váyanse y desaparezcan de aquí. Para ustedes
no tengo nada. Y hablando entré al dormitorio
con la secreta esperanza de librarme.
Pero entonces la ira y el furor oscuro
me hincharon las narices. Incontables figuras
aguardaban allí e inmóviles miraban.
Por las ventanas abiertas el aire silente
con un murmullo sordo las acrecentaba
en derredor y se apretujaban sin cesar en el cuarto.
Y entre ellos vi, de caqui a Bilias
a ese Bilias que era tan cochino en el frente
y hesité profundamente y le pregunté con voz trémula:
Bilia, ¿qué haces aquí? ¿cómo viniste a esta hora?
No habló, sólo sonrió con dulzura
y luego taciturno se abocó a preparar la mesa
con un larguísimo mantel negro que apoyaba
sus flecos por el suelo y encendió encima tres
cirios blancos en tres candeleros de plata.
Entonces el terror me aflojó las rodillas y la memoria
moviéndose profundamente en mi existencia extrajo
así como el buzo desde el fondo de la mar una vieja
olvidada promesa al amigo muerto Elpénor.
Y de pronto, así como una luz mínima en la ciega
oscuridad de una galería se acerca aumentando sin cesar
así creció en mi turbada mente su imagen
y se alzó lleno de vida ante mis ojos Elpénor.
Sus ojos me miraban dulces e impasibles.
Sus labios se movieron y luego de nuevo se cerraron
y juraría que escuché llegar hasta mis oídos
su voz sorda cual murmullo: Amigo
hace tiempo me olvidaste. Ni una cena de difuntos
ni una misa de recuerdo ordenaste para Elpénor.
Mi amarga muerte todavía continúa
y me tortura más amarga incluso y más negra
a medida que pasa el tiempo. Libérame, amigo.
Así escuché y el remordimiento se alzó como nube
frente a mi y mis ojos se me empavonaron
de pronto de oscuras lágrimas como el río
que se hincha en invierno con la copiosa lluvia.
Y cuando ya se agotaron y enjugué
mis párpados con las palmas y levanté la vista
para mirar a Elpénor no vi nada.
Y la habitación y la sala se habían vaciado de repente.
Por las abiertas ventanas soplaba un aire cálido.
La luz acicalada y mortalmente turbia
se derramaba por doquier y el enfermero
de punta en blanco en su delantal profundamente inmaterial
aseguraba con cuidado las hierbas mágicas
una a una en la repisa superior.

(TRADUCCIÓN: PEDRO VICUÑA)






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