jueves, 25 de noviembre de 2010

JOSÉ CEREIJO [2.101]


José Cereijo 



Nació en Redondela (Pontevedra, España), en 1957. Desde 1968 vive en Madrid. Ha publicado hasta la fecha cuatro libros de poesía: Límites (Colección Melibea, Talavera de la Reina, 1994); Las trampas del tiempo (Hiperión, Madrid, 1999); La amistad silenciosa de la luna, haikus, (Pre-Textos, Valencia, 2003);  Música para sueños, (Pre-Textos, Valencia, 2007), Los dones del otoño”, Editorial Pre-Textos, 2015 y uno de relatos (Apariencias, Renacimiento, Sevilla, 2005).



Ha sido incluido en diversas antologías. Colabora en distintos medios de prensa, tanto escrita como electrónica, en los que ha publicado artículos, reseñas de libros y otros textos literarios. Es también autor de una reciente antología de la poesía de Leopoldo Panero, titulada Memoria del corazón (Renacimiento, Sevilla, 2009).


Tarde

No las ramas desnudas de diciembre,
ni la calle mojada, ni esas nubes
que una gran mano indiferente lleva
lo mismo que las trajo, ni las luces
en tal o cual ventana, siempre lejos:
no es eso lo que ves, sino a ti mismo.
Tarde deshabitada e inclemente,
y no más que la noche a su final.






Paseo

Paseas, esta tarde de verano,
por la grata alameda de tu infancia,
buscando unas imágenes perdidas
para jugar con ellas, simplemente.
Pero otra imagen terca se interpone,
un acecho insidioso.
Te ves, y no te sientes, paseando
por esta misma tarde en que caminas.
Ya es la tuya nostalgia de ti mismo,
de tu propio presente. Mala cosa,
cuando tu mismo ser es una despedida
silenciosa y secreta.






Amanecer

Amanece otro día, y va ordenándose
todo lo que se pierde con la noche,
la insaciable riqueza de detalles
que hace al mundo real. Lentas y fieles,
todas las cosas vuelven a su sitio,
súbditas inconscientes del milagro
de ser, de seguir siendo. Únicamente
faltas tú, que prefieres a la gloria
vocinglera del mundo, la infinita
desnudez y reserva de las sombras,
lo que sabe la tierra, y su silencio.






EXEGI MONUMENTUM

Me divierte la idea de imaginar la gloria
bajo la forma de una vieja estatua
en un rincón cualquiera (deyecciones
de infrecuentes palomas, y hasta quizá la inútil
sabiduría de algún erudito local,
más oscuro aún que yo, por único homenaje):
apreciable metáfora del modo
en que nos trata el tiempo,
reafirmando con ello su antigua, y merecida,
reputación de justo.
No me divierte menos sospechar que es probable
el que no exista nunca –salvo en este poema,
que adquiere así la condición de un corte
de mangas al olvido, vanidoso
y enteramente inútil, por supuesto.
Lamento únicamente
la imposibilidad de que me inviten
no a la inauguración, tan banal y aburrida,
sino al comienzo de su deterioro
o de su muy probable inexistencia:
a eso, en cambio, sí que asistiría
–como único invitado, desde luego,
y, aunque esté mal decirlo (ya lo sé),
no enteramente a salvo del orgullo.

Las trampas del tiempo, 1999.





MATERIALES

Aprende a conocer y amar esta existencia
silenciosa, brutal, compleja, insuficiente:
con ese material –no hay otro para nadie–,
Virgilio, Dante, Shakespeare, hicieron su trabajo.

Las trampas del tiempo, 1999.



De La amistad silenciosa de la luna (Pre-Textos, Valencia, 2003)



La tarde intensa
y olorosa de Junio
te deseaba.



A mis recuerdos
les pregunté por ti.
aún discuten.



Ven: paseemos
otra vez junto al río.
Él no lo sabe.



Bajo la tierra
repetiré: "estoy muerto",
hasta entenderlo.



QUE YO NO SEA MÁS

Que yo no sea más que una fugaz imagen
que brilla en la memoria un instante, y se apaga.
Que yo no sea más que un papel olvidado,
y que tal vez contiene algunos viejos versos.
Un rincón de ti misma por el que ya no pasas;
una fotografía que ya no mira nadie.
El levísimo roce solitario del viento.
Lo que ya sé que soy:
pero que esté contigo.





TE MIRARÉ DESPACIO

Te miraré despacio,
me perderé en tus ojos,
igual que un viajero
que se pierde en un bosque
en el que vive aún
alguna antigua magia.
Conoceré el silencio,
la angustia y la belleza
que existen en las cosas
más grandes que nosotros.
Y luego, al retirar
mis ojos de los tuyos,
llenos de vida,
habrá pasado un siglo.
Que así el amor construye
su eternidad, tan breve.





EL SILENCIO

Calla la vieja muerte hospitalaria,
calla Dios en su cielo,
calla el amor si es hondo, y también calla,
como el dolor, el tiempo.
Para qué tus palabras, si todo lo que importa
pertenece al silencio.



EL AMANTE RECUERDA

No todo lo he perdido. Queda tu nombre. Queda
la hondura del silencio después de pronunciarlo.
Queda lo que no pasa ni puede pasar nunca:
lo que nunca ha pasado.




La compañía

Qué infinita paciencia. Te vigila
sin ceder al cansancio,
con un amor tenaz y siempre en vela.
En la cuna, de niño, cuando todo
en torno a ti es del miedo o del vacío,
ella toma tu mano
para tranquilizarte. Luego el tiempo
te cubre como el agua, va cambiándote,
disolviéndote en otro:
ella, siempre está ahí, sabe y espera.
Y, poco a poco, entiendes
que esa respiración, siempre a tu lado,
es algo más: está hecha de palabras,
delicadas y justas,
que forman el tejido
de una amistad secreta y perdurable.
Si alguna vez aprendes a escucharlas,
te asombrará entender que nunca mienten:
lo que tu mismo ignoras
o no sabe decirte, esa voz lo conoce,
y te lo va contando sin rencor ni impaciencia,
con el acento íntimo
y fiel de la verdad. Acaso aprendas
a respetarla entonces,
y tal vez a quererla, si es que puedes
sobreponerte a estremecimiento
que da mirarse así, tan desnudo,
frente a alguien que no oculta
ni sabe endulzar nada.
Y quizá entiendas
que nada en ti es más hondo;
que esa voz, testimonio de tu certeza última,
no ha de callar jamás sino contigo.
Que, si en verdad hay dioses, el amor de la muerte
-tan puro y misterioso, tan exacto-,
apenas puede diferir del suyo.

De: “Música para sueños”



Flor en la lluvia

La lluvia
silenciosa y tenaz de un otoño temprano
borra esta flor, la pudre.

Tú la miras, sintiendo la tristeza
de lo que muere demasiado pronto,
de su delicadeza destrozada.

Desde el cielo vacío,
la mirada de un dios tal vez sabe esta lluvia
igual que tú la flor a que destruye:

con la misma verdad en su hermosura,
con la misma evidencia.
Aprende de esos ojos, tal vez imaginarios.

Aprende de esos ojos, aunque sepas
que aquello que se pierde en este mundo
jamás vuelve a este mundo.

Aprende a soportar también la negativa.
Y a vivir junto a ella, bajo un cielo vacío:
medida, en su perfecta grandeza, en su hermosura,

de la ausencia de un dios.

De: “Música para sueños” Valencia – 2007



“Que yo no sea más…”
Que jo no sigui més… (Carles Riba)

A Marta López Vilar

Que yo no sea más que una fugaz imagen
que brilla en la memoria un instante, y se apaga.
Que yo no sea más que un papel olvidado,
y que tal vez contiene algunos viejos versos.
Un rincón de ti misma por el que ya no pasas;
una fotografía que ya no mira nadie.
El levísimo roce solitario del viento.
Lo que ya sé que soy:
pero que esté contigo.

De: “Música para sueños”



Prometeo

Encadenado a su montaña, Prometeo recibía las visitas del
águila, que se alimentaba de su hígado continuamente
regenerado. Día tras día, año tras año, el águila cumplía
su tarea, hasta que llegaba el momento en que ya no era
capaz (y no sólo por saciedad física) de seguirlo haciendo;
entonces, los dioses enviaban una nueva águila. Prometeo,
no menos saciado, no menos asqueado, tenía sin embargo
que prepararse para un nuevo ciclo de sangre y sinsentido.
Y lo hacía, pensando que, a través de aquel castigo
absurdo y repugnante, había llegado a saber más que los
dioses, había ido más allá de ellos: ahora los despreciaba.
Desde su altura inaccesible, Zeus observaba complacido
los progresos de aquel alumno atroz.

De: “Apariencias” – 2005






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