miércoles, 27 de octubre de 2010

1626.- JORGE DE ARCO


JORGE DE ARCO (Madrid, 1969). Licenciado en Filología Alemana por la Universidad Complutense. Ejerce como Profesor universitario de Literatura Española en la capital de España. En Junio de 1993, le fue concedida por el Ministerio de Cultura una Ayuda a la Creación Literaria con la que publicó su primer libro, Las imágenes invertidas. Posteriormente, aparecería Lenguaje de la culpa, “Premio Ciudad de Alcalá” y en 2000 De fiebres y desiertos, “Premio Comunidad de Madrid de Arte Joven”, editado por Visor. En 2007 vio la luz La constancia del agua, y en noviembre de 2009, su quinto y último libro La casa que habitaste, Premio Internacional de Poesía “San Juan de la Cruz”, 2009 (Rialp. Colección. Adonáis).
Está incluido en diferentes antologías como La voz y la escritura, Un siglo de sonetos y Los 33 de radio 3, Los jueves poéticos, etc.
Ha traducido poesía alemana, inglesa e italiana. Ejerce la crítica literaria en muy diversos medios. Es Director de la Revista Poética Piedra DEL Molino. Es Hijo Adoptivo de Fontiveros, tierra natal de San Juan de la Cruz.

-POESÍA:
Las imágenes invertidas(1996).
Lenguaje de la culpa(1998).
De fiebres y desiertos(2000).
La constancia del agua (2007).
La casa que habitaste (2009).








LA PIEL DEL PARAÍSO

La dicha es el recuerdo de lo que no se tuvo,
de las palabras idas
en tardes de azoteas solitarias, sumido en la constancia
que vuelve una proeza la vida y su conjuro.
Ahora, cuando entretienes
los días de la nada bajo la certidumbre
de lo que fue deseo, memoria más feliz, mar tan azul y en calma,
vas borrándole al tiempo las manchas del dolor,
las huellas de la lluvia
ligera entre los ojos.
El resplandor del mal ya no cabe en los párpados,
ni el tránsito lábil
de las horas que aguardan el vértigo primero del inmenso crepúsculo.
Sumido en el reflejo
que devuelven las luces tibias del corazón,
rota un día la voz que mordiera el pecado,
la voz de la venganza
queda el olvido mismo, los lugares soñados, la piel del paraíso.

(De Fiebres y desiertos.)





LUZ SEDIENTA

Crepitan esta noche entre mis manos
la luz sedienta,
el verbo amante,
la desnuda madeja de tu cuerpo…,
y a resguardo del sueño, resucito
la súbita avaricia de tu carne,
los jirones de luna diurna y nuestra.

Ahora,
la soledad reclama su lugar y su instante
y la misma agonía que respiran
las ruïnas recientes de mis párpados,
recorre los cimientos de este hogar,
de esta conciencia
de cal y llanto.

Me asomo al ventanal de la memoria
y la lenta alborada me devuelve
el río ardiente de tus pies descalzos.
Entonces, el pasado, pareciera
no haberse ido,
no haber disuelto
la amante ceremonia del gozo en nuestros labios.
Pero ya sin remedio tus palabras golpean
los resquicios del alma,
y el eco de tu voz
se derrama en la sábanas del tiempo
desde el instante aquel en que dijiste
”Mi corazón ya late en otra casa”.

(De La casa que habitaste, 2009)







MORADA DEL OTOÑO

Con un verso de José Hierro

Anclado en el amargo
verbo de este Noviembre y su acedura,
mientras la luz morada del otoño
se hace cristal, aliento, madrugada,
memoro el fantasmal hechizo de tu ausencia,
el clamor en tus sílabas de ayer.

Aún nos queda un zumbel de pesadumbre,
una peonza pálida,
la seda de un ciprés,
el oro de los muertos,
las cenizas cautivas en las playas,
los trenes de marfil y sin destino,
las heridas abriéndose a la luz,
las sombras que tan lóbregas disuelven
los gélidos paisajes del adiós.
Porque ya son tus labios
cicatrices, el luto impenitente
de los días futuros,
ardiente corazón,
donde fingir los cóncavos
espacios de la frágil existencia.

Pronto, el amanecer
sostendrá su mirada al horizonte
y manchará mis ojos de nostalgia.
Tu boca resucito en esta hora en que
el aguardiente tiene sabor a nunca más.

(De La casa que habitaste, 2009)





LA CONSTANCIA DEL AGUA
Prólogo de Enrique Badosa
Ilustración de cubierta: Mandy Healey
La Garúa Libros | colección La Garúa, 18



EL TIEMPO EN TUS PUPILAS

Para Almendra

Me preguntas por esta vana entrega
que transparenta el alma y la desviste.
El día huele a ti y a lejanía
porque el sol nos traiciona
cuando sepulta el tiempo
en tus pupilas
y te me escapas, calle
abajo,
camino de otra claridad sonora.
Me preguntas por este amor a medias
tan embridado y a contracorriente,
por esta incertidumbre del podría
ser, del tibio pudiera tan futuro.
Mientras, la luz derrama entre tus párpados
un rumor de deseos y violetas
y yo, envuelto en tu más limpio destello,
me asomo a los perfiles de esta ausencia constante
y me pregunto,
cuando sueltas la tarde de mi mano,
cómo sería ver
el mar desde la playa de tus ojos.








ALONDRAS DEL PECADO

Esta lumbre silente en mi garganta,
esta febril memoria de tu carne,
es el fugaz abismo que me asoma
a la sed de tu lengua.
Me golpea la noche porque no estás aquí,
en este helor de viento que derrota
cuánto soy, cuánto tengo.
Tan lábiles mis ojos, ya ves, no se acostumbran
a la retina del ayer posible,
al latido del alma que desata
los mastines ardientes de mi acucia.
Pues yo, que fui testigo
del delirio que almendra
tu piel más tentadora en el invierno,
me digo si estaremos del lado fiel y mismo
que surcan las alondras del pecado,
o si quizá sabremos
del tacto desvelado de las lunas
en donde la traición brilla sin gloria.






ABANDONARSE AL AGUA

Abandonarse al agua, a su corriente,
ceder a su mudanza cristalina,
a su piel de corceles y guadañas,
hacerse cómplice
de su virtud y su condena.
Perplejo, la divisa
el hombre,
la sabe inabarcable, opalescente,
anuente en su delgada transparencia,
en la contienda, cruel,
distal y sanadora,
necesaria enemiga,
amante celestial.

Abandonarse al agua, a su diluvio,
a su cara y su cruz,
al lenguaje oceánico
de su sólito enigma,
para saberse eterno
al dorso de la sed.

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