miércoles, 11 de agosto de 2010

406.- SALVADOR MEDINA BARAHONA

Fernando Sabido Sánchez y Salvador Medina Barahona en Madrid. Diciembre 2009.


Salvador Medina Barahona nació el 9 de noviembre de 1973 en Mariabé de Pedasí, Los Santos, Panamá.
Es una de las nuevas voces poéticas que se han incorporado con fuerza al panorama de la poesía panameña contemporánea. Su poesía ha ido en ascenso desde la aparición de su primer poemario, Mundos de sombra, publicado por la Fundación Cultural Signos en 1999. También cuentista, aparece incluido en la antología Hasta el solo de mañana, de Enrique Jaramillo Levi, a cuyo taller de cuentos asistió en dos épocas. Ha publicado poesía y cuento en la revista Maga , La Prensa, El Heraldo y La Estrella de Panamá. Ha hecho acercamientos críticos a la poética de importantes escritores panameños e hispanoamericanos en el suplemento cultural "Tragaluz", del diario El Universal. Ha sido miembro de la Fundación Cultural Signos y es miembro fundador del Grupo Letras de Fuego, así como coordinador de la página dominical del mismo nombre, en La Estrella de Panamá.

Su obra empieza a ser estudiada en tesis de grado de la Universidad Nacional de Panamá, capítulo de Los Santos, y ha sido incluido en el libro Cien años de literatura en Los Santos, del crítico y profesor universitario Melquiades Villarreal Castillo, como "el, hasta este momento, mejor lírico santeño".

Premio Centroamericano de Literatura "Rogelio Sinán" 2001 - 2002. Mención de Honor por su libro "Cartas en tiempos de guerra", segunda finalista entre 63 obras procedentes de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Premio Nacional Signos de Poesía "Stella Sierra" 2000. Primer premio, por su obra "Somos la imagen y la tierra".
Sendas Placas de reconocimiento a su labor poética, otorgadas por la Universidad Nacional de Panamá, sedes de Los Santos (2002) y Veraguas (2004).
Premios "Anita Villalaz" 2004. El Teatro Club de Panamá confiere Diploma de Honor en la categoría "Logros Culturales" al grupo literario Letras de Fuego por su página dominical en La Estrella de Panamá, bajo su dirección.
Becario de la Sociedad Estatal Quinto Centenario de España, para el Encuentro entre Dos Mundos; Premio Nacional por Panamá (1990): Réplica histórico - cultural del IV Viaje de Cristóbal Colón. Contacto con el Mundo Maya en el "Aula Navegante de Aventura 92". Historia, academia y deporte de la mano de destacados académicos y deportistas iberoamericanos. 45 días de expedición. Diplomas académicos por las Universidades Autónoma y Complutense de Madrid, y el Consejo Superior de Deportes de España.

Ganador del Concurso Literario Ricardo Miro 2009, en la seccion Poesia, con su obra "Pasaba yo por los dias".

Obra poética:
-Mundos de sombras (Fundación Cultural Signos, Panamá, 1999)
-Viaje a la península soñada (Fundación Cultural Signos, Panamá, 2000)
-Somos la imagen y la tierra, en el libro Premios Signos 2000 (Fundación Cultural Signos, Panamá, 2002)
-Cartas en tiempos de guerra (Panamá, 2002)
-Vida en la palabra vida en el tiempo (Universidad Tecnológica de Panamá, Panamá, 2003)
-Construyamos un puente (con Enrique Jaramillo Levi; Panamá, 2004)
-La hora de tu olvido (Panamá, 2008)
-Pasaba yo por los dias (Panamá, 2010).





Viaje a la Península Soñada

...y es entonces
cuando olvido
el mármol
con todo su hielo
y nombre
para acunarme
en la suave
curvatura de las tejas
que mueren de quietud
sobre tus techos lúgubres,
tus portales...




3.

Y cae la tarde
con su brillo de lata
milenario.
Allí donde vivimos
nos queda a las espaldas.
Una estela de humo
humedecida de ternura
dibuja su adiós,
y el camino queda atrás...
como lo hicieron
los muertos.


6.

Mientras tanto
sigamos viviendo,
porque esta ruta abierta
nos reclama sin descanso:
vayamos y crucemos
cada vía necesaria
sin miedos;
naveguemos mares
antes de que alguien diga fin;
pero volvamos luego
las raíces a la tierra
donde el cordón umbilical
perdió su uso
y el corazón de los hombres
quedó preso
para siempre.

Entremos
con el tambor al hombro,
la evasión dormida,
los sueños aún despiertos
y la pasión
reacia al límite
de querernos
entre tembleques ancestrales
y calles asfaltadas
sin pestillo,
para reconstruir
desde aquí
nuestro planeta.


9.

Huele a humo.
El tizón enciende
el pálpito inestable
de un grano
que poco a poco
convulsiona
sin conciencia...
Hay un elíxir
que nos embriaga,
luego.

Todos hemos puesto el pie
que funde el lodo
con la paja usurpada al monte,
y el hombro bajo el barro
para el esqueleto
que se yergue ansioso.
Y así veremos
-muerto el día-
paredes oscuras
levantadas con fervor
y en conjunto.

Las banderolas enhiestas
sobre la caña brava
festejan
y fustigan el cansancio.
Su soplo involuntario
agota los sudores.
Una pareja feliz
vivirá dentro.
La chicha fuerte se dispara
en flechas que bautizan.
La cópula desciende
en sus banquetes,
y el resto ya es olvido.


11.

El jinete monta su caballo.

(Esto se vive
en cualquier parte.)

Por el río
de la torpeza humana
fluye la hierra que aniquila
y el entusiasmo equívoco.
Algunas caras alegres,
demoníacas,
celebran
en los toldos adyacentes,
donde la cerveza fluye
y el miedo se desviste.

Hemos caído a veces
como la res que da vueltas
por el suelo,
el lodo cascajoso e inhóspito,
rumiando la traición
del hombre
que la avienta sin perdón,
reventándole el odio
hasta morir ensangrentada.

El tambor puja y repica
tras un dolor fugitivo
y fulminante.
Ya correr no es suficiente.
Huir es caer.
No todo es luz
en la Península soñada:
El licor nos enloquece
y lo brutal siembra su bandera
en el tumulto.

Hemos excedido la ruta.
La gente emprende su retorno.
La mirada de culpa
se pierde entre cocuyos
que alumbran el maizal
y sus espigas.
Unos pocos lloran
con el alma mutilada
volviendo sobre sus pasos
en la tarde...


12.

Esta quietud
de calabozo
asusta, porque nos vemos
solos.
Este domingo
nuestros pueblos
se han quedado vacíos.
Las iguanas
obstruyen su verde
bajo un costa distante.
De pronto
un traganíquel nos despierta
y lo que creímos hueco
se nos llena
con la música
que un viento nos trajo
sin pedirnos permiso.

El atlas resurge
y entendemos
que el designio
nos seguirá enfrentando.
No estamos solos.
La soledad es una idea.
La indiferencia es quien
nos muerde y nos castiga...

Mi rancho se incendia:
¡Algo enemigo
lo transforma!


14.

Los cristales de la noche
han caído
con su filo en punta.
Una tormenta destiñe
con su furia
la cal de las iglesias.
Allí rezan las mujeres
circuladas de tul
y escapularios.
Allí los santos lloran
objetando el tiempo
y alargando el insomnio.

Cuando amanece todo vuelve,
el dolor se esconde
bajo las sábanas,
la cazuela arde
y la ternura se calienta
en ella:

También las pesadillas
se extinguen:

¡No nos quepa duda!
¡Porque es la hora del pindín
en esta estación metálica
y violenta
que hemos llamado
vida!




EPíLOGO DE LA NOSTALGIA

Quizá la sangre
haya cesado en su trayecto
y pierdan los pálpitos
sus giros;
la orilla duerma esperando
y el caracol asalte
sus volcanes;
ocurra que tiendas tu sol
en otra parte
y que las dunas
te atisben el contorno;
suceda que renuncies
a tu nombre
y que las cosas pueblen,
por fin,
como hace siglos,
su tristeza...


(Tomado de: Salvador Medina Barahona.
Viaje a la península soñada. Fundación Cultural Signos, Panamá, 2001.





El tango del mendigo

A Rose Marie Tapia

I

Voy cruzando calles y miradas que olvidan:
Hay en cada ojo un sol nublado
y en cada mano extraña la cercanía del hambre.

II

Voy cruzando por sus ojos como por su muerte,
cargando la sospecha de algo posible:
el rostro que temen hallar un día frente el espejo.

III

Aferrado como un eco a esta hora enemiga,
me ven venir desde mi ayer de panes.

IV

Cruzo la última avenida,
sujeto con las fuerzas que me quedan
el último signo, la última interrogación,
hasta llegar a la frontera donde la pregunta sobra
y los olores ya son ascos imposibles.

V

Huelo el rumor de un desperdicio útil
entre unas garras que amenazan,
un zarpazo que hiere y no logra arañar mi dignidad.

VI

[La noche anida espantos sobre mi corazón desnudo.]

VII

Cansado, cerca de la hora definitiva,
busco el sitio en que abrigar la sed
de un día sin panes
y sin peces.

VIII

Si la red de una palabra no ha atrapado el milagro,
el nuevo día me hará saber si aún vivo.

IX

Amanece otra vez: al menos yacen junto a mí
la colcha gris de la palabra,
la foto embriagada en sangre de unos muertos,
la noticia de ayer como testigo
de que el sol
se ha levantado.




Busquemos el calor bajo los árboles

A Javier Medina Bernal

hay que emprender la búsqueda
―la indagación más honda en la butaca del silencio―
bajo la crin del ave
y el universo de las piedras

todo está surcado por objetos
por claves indecisas y armas

la alegría nacerá en el declive del llanto
y donde salte el humo se arqueará la palabra el fuego

hay que querernos entre los fracasos y las
desilusiones
las medallas y el éxodo

busquemos el calor bajo los árboles
bajo el terror de las cuevas
entre los pétalos que han caído deshojados

¡ya es hora!
no mintamos nuestra efigie
nuestro yo desposeído
no alentemos nuestros pasos al frío
ausencia última en este mundo tantas veces
miserable

nuestro anhelo se siente arrinconado
¡y hay que asirlo!
estremecerlo en su horizonte
aflorarlo en este péndulo de angustia
entre nosotros los abandonados
en medio de las instancias agrietadas
en medio del destierro que es la vida
y el llanto que es la muerte




La hora de tu olvido

A Salvador Medina Hernández

Mientras unos pálidos señores juegan a la guerra
―rondan como águilas furiosas
e invaden, hasta la consumación de los escombros,
los muros y los espacios ajenos―
mi padre recoge las esquirlas de su última escalada.

Mientras los enviados del desastre
tienden su emboscada más allá del estallido
y sus libelos, ánimas terribles,
atan la noticia de pies y manos,
mi padre abandona la ensoñación de las estrellas,
la derrota del mundo.

Todo astro reclama su oscura vastedad.
[Ya en el fondo ―padre, tú tal vez no lo sabes―
se escucha la maldición de los dioses:

“¡Llegará el día en que la sangre,
harta de sus pálpitos bajísimos, les deje de latir!
¡Ríos de plomo amargo anegarán sus casas!
¡Barro serán sus pies!”]

Me rehúso a aceptar que él, ya fuera del tiempo,
habite el mismo limbo,
la misma oquedad demoledora,
el mismo universo en ruinas
que aldearon
los enemigos declarados de la ternura.

Cuando se haya ido, cuando ya del todo se haya ido,
cuando su última palabra dé y se haya ido,
los poderosos
―lobos de la peor estirpe
asidos al rebaño desde el amanecer,
vistiendo astutamente la piel de su ovejas,
lamiendo airosamente las honduras
de las que no ultimó la dentellada―
seguirán aquí, infames, en su tutela
de infiernos.







BLUES DEL CEMENTERIO (un año después)

Cardo mi corazón
ya no volaba
tu luz...
—Miguel Veyrat

Camino al cementerio

Ese modo del azul en que elegiste quedarte
me pesa
—enormemente—
como
el agua.

Lápida

Padre,
ángel roído por el trueno,
hoy he llamado a tu puerta,
áspera y fea.


Ofrenda final

Aquí donde la tarde fue pasto comido por los cerdos,
he dejado
—desnudo—
mi piel
colgada
en
tu esqueleto.


---
© 2008, Salvador Medina Barahona
Tomado del poemario "La hora del olvido"
(Articsa, Panamá, 2008)





LA HORA DE TU OLVIDO.


Hoy
digo tu nombre
como un espejo roto
en la mitad
del olvido.

Hoy
vuelvo a tus pasos
y el sendero,
línea de polvo,
se nos parte.

Todo es quererte, padre:
Exhumar tus horas
bajo
promontorios
ilegibles.

Ahora
que no inventas
el fuego
en tu jornada
para salvarme,
soy yo quién te invent la mirada.

Quien te incendia señales
para saber
si existes.

Acaso
un canto antiguo
yazca olvidado
en los resquicios
de
tu
boca.


Trato de imaginar
los viajes a la perdición
asignados
a tus pupilas,

tus dialogos con lo inasible,

los pasaportes que sellarías
como un extraño
en la aduana
del destierro.

Pero no puedo, ¿sabes?
¡No puedo!
¡Escupo esta impotencia,
estas ganas
de adherirme
a tu oscuridad!





DE: VIAJE A LA PENÍNSULA SOÑADA


Y cae la tarde
con su brillo de lata
milenario.
Allí donde vivimos
nos queda a las espaldas:
Una estela de humo
humedecida de ternura
dibuja su adiós,
y el camino queda atrás,
como lo hicieron
los muertos.



GUARARÉ
a la hora de los sueños
tu puerto nos llama:
Algo entre mangles nos dices.
Tu voz nos incendia el rancho
con emociones fijas
como un satélite herido.

¡Nadie claudica contigo dentro!

¡Primero caería la sombra!





Huele a humo.
El tizón enciende
el pálpito inestable
de un grano
que poco a poco
convulsiona
sin conciencia.
Hay un elixir
que nos embriaga,
luego.




Hemos caído a veces
como la res que da vueltas
por el suelo,
el lodo cascajoso e inhóspito,
rumiando la traición
del hombre
que la avienta sin perdón,
reventándole el odio
hasta morir ensangrentada.








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