martes, 24 de agosto de 2010

636.- TOMI KONTIO


Tomi Kontio. Poeta finlandés. Nació en 1966 en Helsinki, donde vive. Según Cristian Di Napoli es reconocido como el poeta más sólido de los surgidos en los últimos quince años en Finlandia. Figuran entre sus libros: Bajo un cielo de salón bailable (1993), Disco del Opilo (1996), En la copa del cielo (1998) y A un palmo del cielo (2004). También relatos y una novela para niños. Ha obtenido numerosas distinciones por su obra, compuesta de una antología de novelas cortas, dos novelas y dos libros de fantasía para jóvenes. Sus poemas han sido traducidos a ocho idiomas. Fue invitado a la Feria del Libro 2006, oportunidad en que la Editorial Black & Vermelho, publicó su primera antología de poemas en castellano: "Anobium Pertinax", traducidos por Lumi Eronen.



“Hierba loca”

hyoscyamus niger en finés: hullukaali, col de la locura.

Una vez el mundo puso en lugar de cielo
hojas lobulares
y puso de estrellas vello pegajoso,
una vez el sol tuvo venas violetas
y pintó un hombre con una de sus manos-rayo
serena, pintó unos ojos donde brotó el alba,
el sol naciente hizo ver
corolas en el cielo, ¡cómo se veían los colores
colmados de besos llenos, de caricias llenas,
de suspiros que versaban sobre el tallo
del amanecer!

Y una vez el filo acariciaba con ganas a la tierra,
la tierra se elevó para apoyarse en el cielo
y la luna húmeda, luna de tela, rostro de lino,
labios de lienzo, no habló del sueño
al hombre del tamaño del sueño no lo bajó,
no lo levantó,
sino que cortó la respiración, la paró
y aún sigue parada:

es costumbre en aquella tierra viajar así.

> Extraído de Anobium Pertinax
(Black & Vermelho, 2006). Traducción: Lumi Eronen.





Aunque te vayas, no desaparecés...

Aunque te vayas, no desaparecés,
el sol no está más lejos que la mandarina
olvidada en la mesa,
ni tampoco el lápiz que se aferra a tu nombre
se mueve de su pedestal.
Me convertí en niño de vuelta,
dejé caer mi ceguera como un pañuelo
por la ventana
y vi que no cae,
que el universo no se expande,
que entre las estrellas no hay distancia,
que los vivos no están más cerca
que los muertos,
que la Tierra no es redonda
y que todo está
en un solo punto: donde el carbón se convierte
en diamante, el sufrimiento en palabra.

Anobium Pertinax,
Editorial Black & Vermelho, Buenos Aires, 2006.
Traducción: Lumi Eronen en colaboración
con Cristian De Nápoli.






Habla la luz con voz de cuervo…

Habla la luz con voz de cuervo
sobre aquel tiempo de ruiseñor
y yo sentado en la quietud del alba
frente al relieve gris del lago, frente al agua
que del sueño se repone.

En aquel tiempo: una maraña de gaviotas
y la mano a tientas del sol
sobre los restos de pescados en el muelle
y el ojo en tránsito sereno
por los recintos del espectro
como si de varios sistemas solares se tratara,
de varios astros, lunas en el paisaje.

Habla la luz con voz de cuervo
sobre aquel tiempo de ruiseñor
cuando me apoyo en mi yo temprano
y pesco con la retina un espacio bajo la superficie
del agua, un jardín de turbias galaxias.

Ahora: la mañana tiene los rasgos de aquel
que hubiera querido conocer
y todavía alguien se levanta de la cama,
todavía alguien mira su habitación,
abre una puerta lejos de su orilla.

Habla la luz con voz de cuervo
sobre aquel tiempo de ruiseñor
como una mancha en blanco y negro
donde ni el blanco es blanco o el negro negro
ni hay en el negro un sonido, una letra, una sílaba.






Sentada en la copa del cielo…

Sentada en la copa del cielo,
en tus ojos una niebla más espesa
que la tela que teje la araña.
Sentada en la copa del cielo
tus ojos ya no alcanzan a ver la ciudad
ni nuestra ventana en el suburbio
ni la luz que prendo de noche
sobre la mesa de la cocina, al lado de tu taza,
sentada en la copa del cielo,
en la nebulosa, sin la carga de tener que ver,
galopa la última llama
de luz opaca en cada establo individual
y los bordes de las formas van cediendo,
sentada, ciega, en la copa del cielo,
sin estrellas, sin espacio,
mientras alguien te pinta una cocina con mesa
y una taza que cubre la última luz, la única
que todavía ves.






De: Anobium Pertinax

Me convertí en niño de vuelta,
dejé caer mi ceguera como pañuelo por la ventana
y vi que no cae,
que el universo no se expande,
que entre las estrellas no hay distancia,
que los vivos no están más cerca que los muertos,
que la tierra no es redonda,
y que todo está
en un solo punto: donde el carbón se convierte
en diamante, el sufrimiento en palabra.







Coma Berenices

Un manojo de pelo
en la mesa camilla.
La luz sentada en el pretil
busca un transporte,
luz azulada,
ofrenda fría a Afrodita.

En la mesa camilla
hay una ofrenda, aún hay luz.
Callado
es el resplandor de tu cabello, Berenice,
callado el viaje de los muertos
al otro lado del cristal.






Mater, fons amoris

Lo escribimos en la sangre,
escribimos la tierra y todo
lo que nos venía a la lengua,
escribíamos y bebíamos sangre
como los pelícanos, encima de los párpados
la noche obscena, cascos,
algo en tu boca,
un cielo más espeso, alma Mater,
sin conocimiento y por eso tan cerca
de los dientes de la tierra, centenar de mordiscos,
una total piel
y carne, pájaros lira, flora mística, tú
tomaste el río y la barca, oíste
cómo el líquido se desbordaba, sin ritmo,
con fuerza.

El cielo anda en la hierba helada,
pisa las flores del gran frío, pierde
su ropa de estrellas bajo la nieve
y entre los sueños de los animales.
La imagen de la mujer a los ojos de la escarcha
como un ataque
de debilidad, el bosque que quité lamiendo
de tu entrepierna, para subir
por la escalera de vello, para ver
a través de tus mucosas
cómo los niños tiran huesos
al sol, Mater dolorosa,
dulce, verde y luminosa.






Eridanus

En la cuneta del desagüe hay un niño.
Los sueños de las ranas
divagan en el juncal.

En la cuneta del desagüe hay un niño,
lejos está la carroza del padre,
en otro lado, en el más luminoso.

En la cuneta del desagüe hay un niño,
salmo suave del agua,
grave, melancólico.

En la cuneta del desagüe hay un niño,
acarrea la corriente su propia sombra,
el niño tiene mil rostros.

En la cuneta del desagüe hay un niño,
dénle los arreos de la luna
y un látigo de plata.

En la cuneta del desagüe hay un niño,
es el niño de cada hombre,
es el astro que cae.






CAMINÉ

Caminé a través de dos mil años,
más de un kilo de tierra incultivable
en las botas,
en las retinas escarcha
que todo acerca.
Caminé como por un mercado,
entre el espacio de las tiendas y los cafés,
de los tenderos y pescados.
Con pasos milenarios caminé sobre la piedra
gélida,
resbalando contra el invierno
y las noches de Walborg
ya coaguladas por la aurora boreal,
en ellas se bebía helada aguamiel
desde las cuencas de unos ojos de niños.
Es sorprendente que permanezcan
todos en esas piedras
entre el mercado soñoliento que se despierta,
un paso aquí, otro allá,
mil invenciones y diez millares de asesinatos,
uno encima del otro.
Todavía hablas de lo que fue
- mi amigo, mi madre, mi maestro -
de lo que estuvo y está aquí
en un pasado convertido en estatua.
Caminé sobre dos mil imágenes,
por encima de piedras y de escamas heladas,
murciélagos gritando en mis talones.





En este instante

Con las monedas que me traían las urracas
adorné mis alas
para este instante
dejé que el día color de urraca
pasara a través de mis ojos
dejé que todo pasara a través de mis ojos
a través de mi frente
a través de aquel mundo
considerado de furia y fuerza
para llegar por fin
ante el viento arqueado
ante la vida marina
y el implacable emperador
que tiene en su poder decir
que a este instante se junte
la instantaneidad de este instante
y que de la hierba se extraiga
lo que de este instante
puede extraerse.






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