Rafael Soler (Valencia, 1947) es un poeta, ingeniero y sociólogo español.
Nacido en Valencia, Rafael Soler lleva viviendo en la ciudad de Madrid desde hace más de treinta años. Es profesor en la Universidad Politécnica de Madrid. En los años ochenta tuvo una incesante producción literaria publicando un libro de poesía y varias novelas que le convirtieron en uno de los autores más destacados. Cuando ya se pensaba que había dejado su labor literaria ha vuelto a la actualidad con un nuevo libro de versos, ”Maneras de volver”.
Libros de poesía
"Las cartas que debía", 2011- Ediciones Vitrubio.
“Maneras de volver”, 2009. Ediciones Vitruvio. ISBN 978-84-96830-96-7
“Los sitios interiores (sonata urgente”), 1980. Colección Adonais. Ed. Rialp ISBN: 84-321-2058-8
“Maneras de volver”, 2009. Ediciones Vitruvio. ISBN 978-84-96830-96-7
“Los sitios interiores (sonata urgente”), 1980. Colección Adonais. Ed. Rialp ISBN: 84-321-2058-8
Libros de narrativa
“Barranco”, 1985. Ediciones Cátedra. ISBN 84-376-0542-3
“El sueño de Torba”, 1983. Ediciones Cátedra. ISBN 84-376-0417-6
"El Mirador",1.981. Editorial Bruguera. ISBN 84-02-08289-0
"Cuentos de ahora mismo", 1.980. Aula Cultural de Tenerife. ISBN 84-500-4163-5
“El corazón del lobo”, 1981. Institución Cultural El Brocense ISBN 84-500-5268-8
“El grito”, 1979. Ámbito Literario. ISBN 84-7457-048-4
“Barranco”, 1985. Ediciones Cátedra. ISBN 84-376-0542-3
“El sueño de Torba”, 1983. Ediciones Cátedra. ISBN 84-376-0417-6
"El Mirador",1.981. Editorial Bruguera. ISBN 84-02-08289-0
"Cuentos de ahora mismo", 1.980. Aula Cultural de Tenerife. ISBN 84-500-4163-5
“El corazón del lobo”, 1981. Institución Cultural El Brocense ISBN 84-500-5268-8
“El grito”, 1979. Ámbito Literario. ISBN 84-7457-048-4
Premios literarios
Premio Cáceres (novela), 1982
Accésit Emilio Hurtado (libro de relatos), 1.981
Premio Ateneo de La Laguna (libro de relatos), 1.980
Accésit Premio Nacional de poesía Juan Ramón Jiménez, 1.980
Premio Primera Bienal Ámbito Literario (novela), 1978
Tercera Hucha de Oro, 1978 y Hucha de Plata en 1985, 1982, y 1981.
Las cartas que debía
Ediciones Vitruvio, 2011
El amante secreto de las balas
No pierdas la costumbre de perder
dejando que borre el viento cuanto queda
de inocente brillo en tu zapato hambriento
en tanto alfiler de luz a oscuras
no pierdas la costumbre
de ser el primero en las derrotas
que aguardan tu paso con un ramo
perder es la manera de alumbrar en soledad una certeza
perder a muerte plena
a seca cimitarra en busca de tu cuello
perder a pasa rojo todo
a falta negro tanto y casi nada
al número imposible y su caballo
al doce con sus perlas
perder con empeño a pierna suelta
perder cabal seguro amargo
perder hasta la vida con sus moscas.
(Las cartas que debía)
ENSAYO GENERAL CON VESTUARIO
Un escenario extravagante y ruidoso
tan cerca del mar que todos los erizos
quepan en un palco
un escenario en todo caso
con seis batas rodeando una camilla
un cenicero pletórico de culpas
y un adverso buscando a su contrario
un escenario pues en consonancia
con la vida de estreno que hoy acaba
en el centro
una ausencia clamorosa
un presente y su mirada ausente
un extraño de paso emocionado
un pantalón vacío y una blusa con historia
un monje si procede
un suspiro en busca de su luto
todas las lágrimas que dicen ser paciente
(Las cartas que debía)
***
Conste en acta
A quien corresponda lego mi petaca
mi manual para perder al póker
y los zapatos que compré en París
y que todos los viernes me abandonan
a mis deudos el cortés beneficio del olvido
a Lucas otra ronda
al notario que hizo acta y mantel de mi inocencia
el curso de alemán de tapas verdes y contenido inescrutable
a la Bolsa disculpas
a mi orilla los pies que necesite para aliviar el luto
consuelo a mi butaca
y el nombre que no puse al río que nació conmigo
lego mi tos y mi dieta al primero que aparezca
y a mis tres hijos la lluvia
para que crucen indemnes el otoño
y sus besos de agua
repentinos
limpien de tristeza la frente de los cuatro.
Entre mis sábanas de piedra no te espero
Hubiera preferido un final con manteles desplegados
Fellini por ejemplo y un río haciendo de frontera
por pedir y poco pido
que un golpe de viento me derribara un hombro
y caer al fin honestamente al encuentro de la tierra feraz
entero el labio y haciendo las hormigas comisura
un fin como se ve
de los que bien merecen
una historia contada al salir entre murmullos
el cuello del abrigo levantado las butacas tibias
cada pie al encuentro de su lunes
y John Fitzgerald Kennedy
la voz de Marilyn en blanco y negro
Lo que queda
Antes de la calma
perder el primer tren
un empleo algo de vista
el brío que otros lucen sin pudor
perder por más perder
los cuatro puntos cardinales el hábito de hablar
y la muela sana y diminuta que por todas masticaba
perderme así el suspiro que cambiará mi vida
Hablando con Rafael acerca de la presentación de su libro y ante mi pregunta sobre el motivo de querer volver al planeta literario, él, un novelista conocido y reconocido, después de veinte años de ausencia, con un poemario, me respondió que lo hacía “para poner las cosas en su sitio” y agregó que, aún habiendo publicado un solo libro de poemas hasta el día de hoy, él se consideraba fundamentalmente poeta, aseveración paradójica que no lo es tanto si se piensa que los géneros literarios son ramas de un mismo árbol, cuyo tronco es el propio autor. ¿Y qué es Rafael Soler Medem? Un cronista de la ajenidad.
No vamos a repasar aquí su obra narrativa, pero no creo equivocarme si digo que toda ella está empapada de esa sensación sutil de pérdida de algo que nunca llegó a pertenecernos, porque realmente quisimos otra cosa, la cual nunca llegamos tampoco a definir y eso es la vida: un fluido impalpable y maravilloso que escapa entre nuestros dedos y las historias narradas sobre ella son imágenes de una película, la que necesita el director para dar un soporte de carne y sangre a sus ideas y a sus sueños, pero esas ideas y esos sueños son la poesía y por ello Rafael se considera esencialmente poeta.
En consonancia con todo ello y según propia confesión, Rafael es un hombre “muy desconcertado, muy sorprendido por lo que ocurre alrededor”. ¿No es acaso la capacidad de asombro un requisito esencial del poeta? Vemos así cómo se van aclarando las razones que explican su postura.
Pero no sólo cuanto ve le produce asombro, también opina que la literatura es soledad y la poesía un deslumbramiento que él sólo puede plasmar “cuando me encuentro en ese estado interior que la impulsa”. Ahora comprendemos que, dada su visión del mundo y su necesidad de contemplarlo desde la distancia que él mismo se impone, su retiro no fue ilógico, sino una consecuencia necesaria de sus planteamientos vitales, los cuales también suponían el regreso, tras un lento proceso de maduración, cuyo fruto ha sido “Maneras de volver”, un título que por si mismo lo dice todo. Capacidad de asombro, desconcierto ante la propia existencia y la necesidad de compartir ambos con el lector son los motores de este libro, como, me atrevería a afirmar, de toda gran obra literaria.
Sobre este telón de fondo podemos ahora examinar con más detalle la obra que aquí nos ocupa. “Maneras de volver” está estructurado en tres capítulos: el primero de ellos, “Amor kebap”, trata del amor, ese amor comparable al humo del cigarrillo que uno está fumando cuando aparece la mujer deseada y que, al extinguirse como la propia relación, deja el corazón perplejo, un amor abierto al infinito, pero con fecha de caducidad. “Vivir es un asunto personal” es una descripción y un intento de apresar esa vida que debiera ser nuestra, puesto que en torno nuestro acontece, pero se resiste a cualquier interiorización y huye de nosotros, dejándonos en la soledad del punto de partida. “La casa helada” es final de trayecto, la búsqueda de ese hogar último que a lo largo del libro se aleja del autor, como el agua de los labios del condenado en algún remoto infierno. Vemos, pues, que “Maneras de volver” es la narración de un viaje. El viaje de alguien que recorre su mundo interior con el fervor del marinero que desearía echar raíces en cada puerto, pero el mar lo llama ¿y quién puede conocer el mar?
Iniciando nuestra particular navegación por el libro y como confirmación de lo anteriormente expuesto, recalamos en el “Antidiario”, donde el autor sufre un desdoblamiento de personalidad, de tal forma que, tras enumerar las actividades y pensamientos de una cotidianeidad que no siente como suya, constata que su yo – ¿real? ¿soñado? Pero ¿qué importa si para él es el auténtico? – está “atado por siempre a tu ventana”. A una ventana que surge y desaparece con cada experiencia amorosa, pero en la cual ha quedado impresa su verdadera imagen y no la que el matutino espejo le devuelve. Y durante un instante crucial ambos yo se contemplan, antes de regresar a sus mundos paralelos en la trampa del tiempo.
Provisionalidad y permanencia mantienen, pues, una curiosa relación antagónica y sin embargo complementaria, que transcurre al margen de la voluntad del poeta, pero le conduce a un estado donde lo transitorio se ha convertido en definitivo y el pasado se ha instalado en el futuro.
“Quizá se llame Lola tiene un lunar una bufanda
y no volverás a verla nunca”.
“Yo estaba en mi camino sentado con la tarde
y tú pasaste”.
Pero finalmente:
“cuando entiendas que la vida que te falta
es entera la vida que me has dado”.
Parece que los dos yo se encuentran tras una lenta maduración, que tiene siempre lugar fuera del alcance del autor y el resultado se asemeja al final de una película donde, tras un plano general que ahora sí muestra todo, aparece el rostro del poeta que contempla, ensimismado y perplejo, su propia vida y a la mujer que había estado demasiado cerca para que su presencia resultara visible en ese espectáculo de sombras y destellos fugaces, durante el cual el amor esculpe a nuestra espalda la estatua, que perdurará, de nuestro ser en el otro. El poeta no es Dios, pero sí puede, en el instante del poema, anular el espacio y el tiempo.
Continuando nuestra singladura y puesto que nos hemos referido a la perplejidad del poeta, ¿cabe mayor zozobra que la contenida en estos versos, dirigidos por el autor nada menos que al Todopoderoso?
“Ese el que sabe líbreme.
Ese el que ignora cuídeme…
de tipos como yo
en un mundo de certezas viviendo con su Duda”.
La ajenidad del poeta parece elevarse aquí a un plano metafísico, extendiéndose a un Dios que se desentiende de su obra, un mundo de certezas absurdas donde mora el autor, un laberinto de infinitos espejos, que devuelven la pregunta sin el menor indicio de respuesta.
Así, no es extraño que el poeta ironice sobre sus años mozos y su conclusión inevitable:
“Yo escribía entonces versos falsos y rotundos…
y (era) una paloma mi única vecina
después llegaron otras…
vestían de gris eran adultas y pronto me ofrecieron
un empleo estable y una deuda letal con avalista”.
Lo que debiera ser ilusión se torna desencanto y esto mismo acontece en todos sus intentos de establecer una relación profunda con otras personas (amigos, mujeres…) o de valorar positivamente cuanto le sucede; todo lo cual queda fielmente reflejado en el último poema del segundo capítulo, donde, con el adecuado título de “Inventario”, recoge el autor sus experiencias vitales, cerrando la enumeración de las mismas con un resumen desesperanzado y lacónico: “asma…una deuda joven…un amigo antiguo…varias gafas de sol…una promesa…un buzón…un homenaje…un divorcio…odio al alcohol…dos plumas…y un día más para seguir conmigo”.
Pero no es inmune el autor a la necesidad de afecto, ni el viajero a la de retornar al hogar al fin de su periplo y por ello dice:
“día menor y sin ventura te escucho deambular
entre las cosas que amé y nunca fueron mías…
(veo) ese extraño afán que siempre me entretuvo
entre un hilo y el siguiente descuidando la vida…
y ahora quisiera enderezarme
tener la frase justa entre los dientes…”
Esa frase justa, ese momento de plenitud que da razón de la existencia, el hogar soñado… ¿Está aún a su alcance? Difícilmente, pues, poco más adelante, ironizando, pide:
“que el último en morir no se quede por favor entre nosotros…
que se vaya pobrecillo con los suyos…
hasta la resurrección dicen de la carne
el perdón quizá de los pecados y la vida eterna en todo caso”.
La frase justa se la llevan los muertos entre sus labios cerrados y eso es todo. ¿Todo? No, pues en el último poema del libro, en una imprecación final al Todopoderoso, el poeta escribe:
“resucítame
y por un instante en vilo nada cambiaré de lo vivido”.
¡He aquí la frase! Pues si cuanto le ha sucedido al autor está fuera de su voluntad, no lo está la asunción de sus consecuencias y esa asunción convierte de una sutil manera lo ajeno en propio, de ahí el título del libro. Hay muchas maneras de volver, pero sólo una que garantice la perdurabilidad del poeta por encima de los impredecibles aconteceres que conforman su vida y ésa es precisamente la elegida por Rafael: el hombre no es respuesta, sino pregunta y no cualquier pregunta, sino la que cada uno de nosotros siente que le quema las entrañas. Cuál sea la respuesta es hasta cierto punto indiferente, pero no lo es el no tirar la toalla, el asumir los frutos del azar existencial como propios, el transmitir al lector la narración de este árido, pero maravilloso viaje interior a lo más profundo de la noche.
Porque sin viajero no hay viaje y porque la noche no es la tumba, sino la morada del hombre.
José Elgarresta
Premio Cáceres (novela), 1982
Accésit Emilio Hurtado (libro de relatos), 1.981
Premio Ateneo de La Laguna (libro de relatos), 1.980
Accésit Premio Nacional de poesía Juan Ramón Jiménez, 1.980
Premio Primera Bienal Ámbito Literario (novela), 1978
Tercera Hucha de Oro, 1978 y Hucha de Plata en 1985, 1982, y 1981.
Las cartas que debía
Ediciones Vitruvio, 2011
El amante secreto de las balas
No pierdas la costumbre de perder
dejando que borre el viento cuanto queda
de inocente brillo en tu zapato hambriento
en tanto alfiler de luz a oscuras
no pierdas la costumbre
de ser el primero en las derrotas
que aguardan tu paso con un ramo
perder es la manera de alumbrar en soledad una certeza
perder a muerte plena
a seca cimitarra en busca de tu cuello
perder a pasa rojo todo
a falta negro tanto y casi nada
al número imposible y su caballo
al doce con sus perlas
perder con empeño a pierna suelta
perder cabal seguro amargo
perder hasta la vida con sus moscas.
(Las cartas que debía)
ENSAYO GENERAL CON VESTUARIO
Un escenario extravagante y ruidoso
tan cerca del mar que todos los erizos
quepan en un palco
un escenario en todo caso
con seis batas rodeando una camilla
un cenicero pletórico de culpas
y un adverso buscando a su contrario
un escenario pues en consonancia
con la vida de estreno que hoy acaba
en el centro
una ausencia clamorosa
un presente y su mirada ausente
un extraño de paso emocionado
un pantalón vacío y una blusa con historia
un monje si procede
un suspiro en busca de su luto
todas las lágrimas que dicen ser paciente
(Las cartas que debía)
***
Conste en acta
A quien corresponda lego mi petaca
mi manual para perder al póker
y los zapatos que compré en París
y que todos los viernes me abandonan
a mis deudos el cortés beneficio del olvido
a Lucas otra ronda
al notario que hizo acta y mantel de mi inocencia
el curso de alemán de tapas verdes y contenido inescrutable
a la Bolsa disculpas
a mi orilla los pies que necesite para aliviar el luto
consuelo a mi butaca
y el nombre que no puse al río que nació conmigo
lego mi tos y mi dieta al primero que aparezca
y a mis tres hijos la lluvia
para que crucen indemnes el otoño
y sus besos de agua
repentinos
limpien de tristeza la frente de los cuatro.
Entre mis sábanas de piedra no te espero
Hubiera preferido un final con manteles desplegados
Fellini por ejemplo y un río haciendo de frontera
por pedir y poco pido
que un golpe de viento me derribara un hombro
y caer al fin honestamente al encuentro de la tierra feraz
entero el labio y haciendo las hormigas comisura
un fin como se ve
de los que bien merecen
una historia contada al salir entre murmullos
el cuello del abrigo levantado las butacas tibias
cada pie al encuentro de su lunes
y John Fitzgerald Kennedy
la voz de Marilyn en blanco y negro
Lo que queda
Antes de la calma
perder el primer tren
un empleo algo de vista
el brío que otros lucen sin pudor
perder por más perder
los cuatro puntos cardinales el hábito de hablar
y la muela sana y diminuta que por todas masticaba
perderme así el suspiro que cambiará mi vida
Hablando con Rafael acerca de la presentación de su libro y ante mi pregunta sobre el motivo de querer volver al planeta literario, él, un novelista conocido y reconocido, después de veinte años de ausencia, con un poemario, me respondió que lo hacía “para poner las cosas en su sitio” y agregó que, aún habiendo publicado un solo libro de poemas hasta el día de hoy, él se consideraba fundamentalmente poeta, aseveración paradójica que no lo es tanto si se piensa que los géneros literarios son ramas de un mismo árbol, cuyo tronco es el propio autor. ¿Y qué es Rafael Soler Medem? Un cronista de la ajenidad.
No vamos a repasar aquí su obra narrativa, pero no creo equivocarme si digo que toda ella está empapada de esa sensación sutil de pérdida de algo que nunca llegó a pertenecernos, porque realmente quisimos otra cosa, la cual nunca llegamos tampoco a definir y eso es la vida: un fluido impalpable y maravilloso que escapa entre nuestros dedos y las historias narradas sobre ella son imágenes de una película, la que necesita el director para dar un soporte de carne y sangre a sus ideas y a sus sueños, pero esas ideas y esos sueños son la poesía y por ello Rafael se considera esencialmente poeta.
En consonancia con todo ello y según propia confesión, Rafael es un hombre “muy desconcertado, muy sorprendido por lo que ocurre alrededor”. ¿No es acaso la capacidad de asombro un requisito esencial del poeta? Vemos así cómo se van aclarando las razones que explican su postura.
Pero no sólo cuanto ve le produce asombro, también opina que la literatura es soledad y la poesía un deslumbramiento que él sólo puede plasmar “cuando me encuentro en ese estado interior que la impulsa”. Ahora comprendemos que, dada su visión del mundo y su necesidad de contemplarlo desde la distancia que él mismo se impone, su retiro no fue ilógico, sino una consecuencia necesaria de sus planteamientos vitales, los cuales también suponían el regreso, tras un lento proceso de maduración, cuyo fruto ha sido “Maneras de volver”, un título que por si mismo lo dice todo. Capacidad de asombro, desconcierto ante la propia existencia y la necesidad de compartir ambos con el lector son los motores de este libro, como, me atrevería a afirmar, de toda gran obra literaria.
Sobre este telón de fondo podemos ahora examinar con más detalle la obra que aquí nos ocupa. “Maneras de volver” está estructurado en tres capítulos: el primero de ellos, “Amor kebap”, trata del amor, ese amor comparable al humo del cigarrillo que uno está fumando cuando aparece la mujer deseada y que, al extinguirse como la propia relación, deja el corazón perplejo, un amor abierto al infinito, pero con fecha de caducidad. “Vivir es un asunto personal” es una descripción y un intento de apresar esa vida que debiera ser nuestra, puesto que en torno nuestro acontece, pero se resiste a cualquier interiorización y huye de nosotros, dejándonos en la soledad del punto de partida. “La casa helada” es final de trayecto, la búsqueda de ese hogar último que a lo largo del libro se aleja del autor, como el agua de los labios del condenado en algún remoto infierno. Vemos, pues, que “Maneras de volver” es la narración de un viaje. El viaje de alguien que recorre su mundo interior con el fervor del marinero que desearía echar raíces en cada puerto, pero el mar lo llama ¿y quién puede conocer el mar?
Iniciando nuestra particular navegación por el libro y como confirmación de lo anteriormente expuesto, recalamos en el “Antidiario”, donde el autor sufre un desdoblamiento de personalidad, de tal forma que, tras enumerar las actividades y pensamientos de una cotidianeidad que no siente como suya, constata que su yo – ¿real? ¿soñado? Pero ¿qué importa si para él es el auténtico? – está “atado por siempre a tu ventana”. A una ventana que surge y desaparece con cada experiencia amorosa, pero en la cual ha quedado impresa su verdadera imagen y no la que el matutino espejo le devuelve. Y durante un instante crucial ambos yo se contemplan, antes de regresar a sus mundos paralelos en la trampa del tiempo.
Provisionalidad y permanencia mantienen, pues, una curiosa relación antagónica y sin embargo complementaria, que transcurre al margen de la voluntad del poeta, pero le conduce a un estado donde lo transitorio se ha convertido en definitivo y el pasado se ha instalado en el futuro.
“Quizá se llame Lola tiene un lunar una bufanda
y no volverás a verla nunca”.
“Yo estaba en mi camino sentado con la tarde
y tú pasaste”.
Pero finalmente:
“cuando entiendas que la vida que te falta
es entera la vida que me has dado”.
Parece que los dos yo se encuentran tras una lenta maduración, que tiene siempre lugar fuera del alcance del autor y el resultado se asemeja al final de una película donde, tras un plano general que ahora sí muestra todo, aparece el rostro del poeta que contempla, ensimismado y perplejo, su propia vida y a la mujer que había estado demasiado cerca para que su presencia resultara visible en ese espectáculo de sombras y destellos fugaces, durante el cual el amor esculpe a nuestra espalda la estatua, que perdurará, de nuestro ser en el otro. El poeta no es Dios, pero sí puede, en el instante del poema, anular el espacio y el tiempo.
Continuando nuestra singladura y puesto que nos hemos referido a la perplejidad del poeta, ¿cabe mayor zozobra que la contenida en estos versos, dirigidos por el autor nada menos que al Todopoderoso?
“Ese el que sabe líbreme.
Ese el que ignora cuídeme…
de tipos como yo
en un mundo de certezas viviendo con su Duda”.
La ajenidad del poeta parece elevarse aquí a un plano metafísico, extendiéndose a un Dios que se desentiende de su obra, un mundo de certezas absurdas donde mora el autor, un laberinto de infinitos espejos, que devuelven la pregunta sin el menor indicio de respuesta.
Así, no es extraño que el poeta ironice sobre sus años mozos y su conclusión inevitable:
“Yo escribía entonces versos falsos y rotundos…
y (era) una paloma mi única vecina
después llegaron otras…
vestían de gris eran adultas y pronto me ofrecieron
un empleo estable y una deuda letal con avalista”.
Lo que debiera ser ilusión se torna desencanto y esto mismo acontece en todos sus intentos de establecer una relación profunda con otras personas (amigos, mujeres…) o de valorar positivamente cuanto le sucede; todo lo cual queda fielmente reflejado en el último poema del segundo capítulo, donde, con el adecuado título de “Inventario”, recoge el autor sus experiencias vitales, cerrando la enumeración de las mismas con un resumen desesperanzado y lacónico: “asma…una deuda joven…un amigo antiguo…varias gafas de sol…una promesa…un buzón…un homenaje…un divorcio…odio al alcohol…dos plumas…y un día más para seguir conmigo”.
Pero no es inmune el autor a la necesidad de afecto, ni el viajero a la de retornar al hogar al fin de su periplo y por ello dice:
“día menor y sin ventura te escucho deambular
entre las cosas que amé y nunca fueron mías…
(veo) ese extraño afán que siempre me entretuvo
entre un hilo y el siguiente descuidando la vida…
y ahora quisiera enderezarme
tener la frase justa entre los dientes…”
Esa frase justa, ese momento de plenitud que da razón de la existencia, el hogar soñado… ¿Está aún a su alcance? Difícilmente, pues, poco más adelante, ironizando, pide:
“que el último en morir no se quede por favor entre nosotros…
que se vaya pobrecillo con los suyos…
hasta la resurrección dicen de la carne
el perdón quizá de los pecados y la vida eterna en todo caso”.
La frase justa se la llevan los muertos entre sus labios cerrados y eso es todo. ¿Todo? No, pues en el último poema del libro, en una imprecación final al Todopoderoso, el poeta escribe:
“resucítame
y por un instante en vilo nada cambiaré de lo vivido”.
¡He aquí la frase! Pues si cuanto le ha sucedido al autor está fuera de su voluntad, no lo está la asunción de sus consecuencias y esa asunción convierte de una sutil manera lo ajeno en propio, de ahí el título del libro. Hay muchas maneras de volver, pero sólo una que garantice la perdurabilidad del poeta por encima de los impredecibles aconteceres que conforman su vida y ésa es precisamente la elegida por Rafael: el hombre no es respuesta, sino pregunta y no cualquier pregunta, sino la que cada uno de nosotros siente que le quema las entrañas. Cuál sea la respuesta es hasta cierto punto indiferente, pero no lo es el no tirar la toalla, el asumir los frutos del azar existencial como propios, el transmitir al lector la narración de este árido, pero maravilloso viaje interior a lo más profundo de la noche.
Porque sin viajero no hay viaje y porque la noche no es la tumba, sino la morada del hombre.
José Elgarresta
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