jueves, 19 de agosto de 2010

540.- ALDO OLIVA


Aldo Oliva es uno de los grandes secretos de la poesía argentina. Nació en Rosario en 1927 y murió en la misma ciudad en 2000. Maestro de maestros (Juan José Saer reconoció reiteradas veces su influencia), Oliva publicó su primer libro a los 59 años: "Cesar en Dyrrachium". Luego siguieron "De fascinatione" (1997) y "Ese General Belgrano" (2000) y "Sutura" (2000), luego reunidos junto a inéditos por la Editorial Municipal de Rosario (2003). En todos, la combinación indisoluble de lo alto con lo bajo, de los clásicos con los tangos cantados por Edmundo Rivero, generan una poesía insólita y singular que comienza de a poco a iluminar la producción de los nuevos poetas argentinos. (Sergio Raimondi).



CARTA FINAL A NOEMÍ ULLA

Espérame una vez más.
La última.
Mientras andamos
vendrá otra noche asolada, tal vez,
por todo aquello que no supimos evitar.
Dueño aún de los terrores
con que usurpé tu vida
me he convertido humildemente en ellos,
y así me fortalezco
con mil debilidades y un oriente.

Pero no es eso
sino un pasaje
—que de algún modo abarcará sin duda mi existencia-
de doloroso tránsito y secreto sentido
lo que diré.

Nada te me recuerda.

Ningún aroma
de los que ardían en tus labios
me circunda.

Nadie me acerca
ni una fugaz versión
de los dulzores de tu piel.
Nuestras noches
se han perdido en la noche.

Toda la claridad que huía
de tus manos a tus ojos
ya no tendrá regreso.

Y el ademán equívoco
que en la pasión y en la angustia
nos deparó tormento
se remansó en sus viejos cauces.

Y sin embargo
blanca y mortal como una espada
tu ausencia me preside
¿cómo explicarlo?

Fuiste la dura legitimidad de mi fiebre.




FÁBULA BARRIAL: PRIMAVERA

Un hombre joven (EL PIANTAO
lo llamaban en el barrio),
matarife en un pulcro frigorífico del sur,
cayo en el hábito de soñar, en
los atardeceres de los perturbados equinoccios,
que tenía relaciones carnales con equívocas
flores que hubieran desertado de
consabidos bellos jardines (a quienes
él consideraba impúdicos
antros de clausura).

Los pétalos acariciantes lo amaron,
entonces; era un roce fluido como la brisa
que aleatoriamente se desliza en esta zona.
La violencia de la penetración sexual
fue abolida; sólo la perduración de
una tibieza epidérmica lo elevaba
de su fervor encelado, de su
cruenta tarea, de su abusivo fumar.

Las constelaciones fueron ignoradas.
La Cruz del Sur fue mera resonancia
de palabras; el viraje ritual, en el
sortilegio que octubre emana
de esplendor floral y su lenta extinción
lo instalaron en el círculo de la magia
obsesiva de lo Único.

Cuando fue acusado por el Sindicato
de los Republicanos Anestesiados
y por la Asociación
Progresista de Argentina Machista
(APAM), fue condenado a ser
recluido entre las rejas de un poema:
ominoso ostracismo del que no se vuelve.

Pero, en prisión, forjó el sentido
de su muerte; la procreación
de la danza de las imágenes en
la emersión fulgente de la niñez,
en la explosión florida, y de sus contemporáneos,
los agitados, pálidos seres;
en la altiva petalización de los actos;
en la insurgencia del óvulo del limo,
levemente violenta, de la historia,
donde somos todos en lo Único.



VIEJA LAVANDO ROPA

a mi madre, i.m.

No son sólo las manos
(la hoja, apenas perfilada,
del plátano, en la fronda,
sería lo mismo)
sino sus idas y venidas
¿a qué?
Camisas y bombachas,
trapos sanitarios, mierda:
¿y qué? Un pífano
podría
arrojar locamente todo
a una tierra elevada,
melódica, de unívoco
limo,
(Ah!, tropos de epifanía!).
«Pour moi, nerveux...» cundo
la destrucción; amo el perfil
evanescente del estruje
ceñido de las telas
miserable en las manos
poderosas que oprimen,
exprimen, drenan la muerte.
No la vida, su límite.
La manzana, ya comida
¿paladeada?, muerta
en sangre final, consanguínea
-tenacidad del gris-.

El dolor
sometido en la obra.




RESPONSO

Esas rocas rizadas en un
ciclo de mar, tenues de violenta
sepultura del violeta
son tus manos, son mis manos
labradas en el trabajo del sueño.
Pero son, sobre todo, los cúmulos
de la altura que perdí, el pasaje
hacia la maravilla ausente
de la eminencia de la tierra
que socavé con uñas líricas,
un heliotropo engendrado en el dolor,
un amor deslizado en una patria,
enzarzado de ternura y de furia.
Esa madera enhiesta, decaída
en mi carne, floreciendo en el
derrumbe de mi sangre.




SUEÑO DE NAVEGACIÓN

Navego en una piedra azul, bajo las aguas;
la proa está amarrada a una materia incógnita
que hace cimbrar las bordas —que, por otra parte,
no existen— impulsándolas, con sobresaltos, hacia
contrapuestos mundos vacíos de palabras, sometidos
a los colores caprichosos de los truenos que
entrechocan en un inmenso ámbito donde
navego sobre una piedra azul.
Incipiente va naciendo la excrescencia
del cromo; comienzan a desgajarse las
cuadernas: por otra parte, erosiones
de los violentos juegos del viento
trastornado de ira.
Sientan el temblor de la vibración
del nacimiento, la saturación
del ser en breves orbes antagónicos.
La destrucción sobrevuela, la
colisión está por elevar su grito de
guerra en los grandes y pequeños
circuitos en que se enmarañan
las contraposiciones donde bulle
la borraja de la vida social.
¿Somos prójimo del crimen?
¿Quién navega en una roca azul
bajo las aguas?





ESE GENERAL BELGRANO (un poema)

CUADRO I

CONSULADO

En un principio fue la imagen, doliente
en las esquivas oscilaciones de la visión.
Era, entonces, caso de cercar el foco, que,
a través de la ventana, insinuaba una
semiluz vacilante, en la esfera exterior,
renuente por la tenacidad de la tiniebla.
Era, entonces, la ocasión temeraria
de translucir esas viejas paredes
dinásticas, quizá, de las escasas
mutaciones urbanas del coloniaje.

Sírvanme, entonces, el elixir, en copa,
por favor,
de cristal ceñido a esta hora impenetrable.

Poca cosa, al fin: el barrunto del perfil
de un hombre:
cabellos claros, ojos tenues, esclarecidos
sobre un tomo incierto y un sinuoso
leve temblor de labios insinuando palabras
en la pieza nebulada de gris.
No nos concedamos
un viaje, en placentero travelling, a
la calidez de la ensenada de penumbra
que colma la cámara: una puerta
cerrada, un hálito lábil en las flexiones
de la vigilia en pensamiento,
contraponiéndose, hablándose.

Ahora, Manuel Belgrano, funcionario
de mano fértil en el Consulado,
sentado frente a su mesa,
enciende una vela; la mezquina llama
exhibe la dorada inscripción
de la tapa pulcra del libro:

Dupont de Nemours



DEL ORIGEN Y DE LOS PROGRESOS
DE UNA CIENCIA NUEVA

(1768)

Las palabras vuelven, luminosas
y agitadas, a su mente desde la intensa
lectura de la víspera.
Nombres ilustres, François Quesnay,
Mirabeau, Mercier de la Riviére,
Le Trosne, danzan en la coreografía
de la seducción del movimiento crítico.


Antes de cultivar hay que talar
los bosques, hay que desbrozar el terreno,
hay que extirpar las raíces, hay
que procurar una salida a las aguas
estancadas o que corren entre
dos tierras, hay que preparar edificios
para amontonar y conservar las cosechas,
etcétera, etcétera.

Al emplear su persona y sus riquezas
mobiliarias en los trabajos y en los gastos
preparativos del cultivo, el hombre adquiere
la propiedad territorial del terreno
sobre el cual ha trabajado. Privarle
de ese terreno sería arrebatarle el trabajo
y las riquezas consumidas en su
explotación, sería violar su propiedad
personal y su propiedad mobiliaria.
Al adquirir la propiedad del fundo,
el hombre adquiere la propiedad de
los frutos producidos por ese fundo.
.............................................................
Sin ellas nadie haría esos gastos ni esos
trabajos, no habría propietarios territoriales
y la tierra permanecería yerma con gran
detrimento de la población existente
o por existir.

Magnífico, Dupont (se dice Manuel con registro
agudo, entrecortado y cauto), usted sostiene
la trinidad hipostática de la propiedad
en la esencia del hombre. Un rosario de
cuentas coordinadas como en la voz
omnicreativa de Dios: como si la viera.
¿Quién se negaría a aspirar
el embriagante aroma imaginario
de esta certeza conjetural
de lo que fue?
Pero las multitudes de hombres,
de pueblos, excluyen al Hombre.
¿Los romanos, los hombres que fueron
sus procónsules, sus legiones,
no excluyen al hombre íbero?
¿Los señores de la propiedad feudal
no excluyeron al siervo Hombre?
¿Dónde y cuándo se instala
la unicidad humana
en la sustancia de la propiedad territorial?
¿Cómo ensamblar, entonces,
en un proceso de esfuerzo iluminante,
ciertos testimonios, que algunos
exhumaron y que cursan
el sobresalto de la historia?
Buenos Ayres es una lucecita
que, iluminando, apenumbra el duro
ajetreo contra el monopolio.
Mas, ¿qué son las vastísimas tierras
de estas colonias? Sus desiertos;
sus selvas insondables; sus desmesuradas
médulas de casi inconcebibles emergencias
de rocas que eternizan sus hielos y sus nubes;
sus aguas, que sólo ellas, parecen
conocer el intrincado desborde
de lo infinito?

Intentar generar la matriz de un país
cuando sólo puedo escribir: tal es el caso.

Sé que pagaré por ello.





Rasgo fugaz

Lo que está debajo de la línea
urdida en la invención geológica,
violentamente quebrada en
inmensas aguas y dislocadas masas
de tierra es una magnitud
que se eleva como un cielo
de terrorífico misterio:
real como un sueño,
futura como la infinitud,
como la generación del
más remoto, insondable principio.

Pero un tablón de andamio,
cayendo con su obrero
o, tal vez, una azalea,
pisoteada por la torpeza (o la furia)
de un buen hombre,
abre la sospecha de que la
conjetura de un límite se ha derrumbado,
de que la línea se ha borrado,
de que son sólo espanto y exaltación,
de que la muerte y el saber son,
apenas, un ensayo de vida.


Fresno

Arrodíllate, Fresno: serás ejecutado;
profusas, humildes ramínculas,
tajeadas cortecitas, apagada flor,
retorcido recato
vedan tu médula corrupta
y sabotea lo natural la justicia.
Ya lo cantaban los azahares desde el alba:
“muerte a quien no da vigor
al amo de la renta sometida.
Te enmascaras Fresno, y simulas
tejerte en la bondad de las horas
que pasan; tienes astucia.
Pero la exhibición productiva
te arrasará. Lo simple caducará”.
¿Mienten, cantando, los azahares
desde el alba?

Poesía completa,
Editorial Municipal de Rosario, 2003





Verano

Para la ascensión de mis ojos,
déjame apenas
la violencia solar.

Mi fe se llama
azulamiento atroz que canta:
cielos que ciñen
la sumisa tierra de oro.

La sombra velocísima del fruto
que sostengo quebrándome
me alimenta de pájaros.

Para el prestigio de mi destrucción
déjame apenas
los alcoholes frenéticos del aire.

Por mi sangre descienden
a su único sueño,
reunido, fervoroso, que se tumba
y muere.

Suben entonces mis niños ágiles,
destruyendo, a tu vientre.

Mucho más lejos, una vibración entre dos saltos,
-esta lejanía es todo mi pecado-
la ulterior población dulcemente desnuda
danza en la luz.

De Fascinatione, Poesía completa, 2003



Heliotropo

El acto de piedad del heliotropo
en la niebla cerrada -instilar alucinado-,
ocultándose en el magma gris,
combate con saetas amarillas
la obsesión del giro de su propio fuego
y sesga de violento candor
la saña de su verde foliación hacia
la inmensidad de los cielos hostiles
que hollan la humillada tierra solar
para renacer en la especie.


Busquen la verdad

Bajo un circuito de ébanos
está enterrado un secreto,
ceñido por caballos de hierro
que oprimen con saliva circular
y ávida y temblorosa y agria
la zona críptica que esconden
violentas sectas hermeneutas, en necróticas
voces lanzadas a la revuelta.

Húndanse en esa sima límpidamente
oblada de añejos huesos,
solo allí hallarán el camino
vacío que gira drenando alucinado
la implosiva expansión
de la Nada.




ALCOHOL

Pétalos que huyen en el fuego
es la más pura construcción de la noche.
Su sistema progresa en una dolorosa combustión de silencio.
Es lo que va pasando a través de mi cuerpo,
ardiendo lo que me deja solo,
la mano ávida extendida, desdeñada en la sombra,
vibrando entre máquinas consagradas y motivos solemnes.

Sin embargo, los ojos que prevén la razón
de este exilio,
la ira que pasa y retorna, pasa y retorna
vadeando el castigo y es la más pura
construcción de la noche
estallando en la mano extendida como un conocimiento,
los ojos ávidos de la ira,
su punzante síntesis vadeando el castigo,
urden la irremediable destrucción de la noche,
la absoluta extinción de las tumbas vigentes
de tierra inútil
y conciertan las sangres laterales
en la patria de leche endurecida
y el mero sol y un canto.

Los teléfonos definitivos propagan la leyenda.


CAZA MAYOR

La verdad nunca tuve entera fe en los pájaros.
Quedé niño de honda en tensión testimoniando
festivales y duras conjeturas,
asedios, pedradas e iluminaciones
en el berretín de la tiniebla.

Las palabras trocadas, fuego del juego,
su constelación bajo las constelaciones,
voces altivas que confundí con el amor.

No tuve fe en los pájaros.

Antes que la estrategia azul me desolara
gemí muy hondo esquinando en la furia de mis nervios,
bajé al río a beber
maldije la decencia,
sangré tristes criaturas de alcohol irrestañable,
construí un mundo, era de ceniza, contra el poniente lo aventé.

Cada mañana salgo de la tumba y reinicio este canto.

En: “De Facinatione”, 1997


FRENTE AL BALCÓN

¿El alba es el renacimiento o
la promesa del futuro en limo
de tinieblas eternamente en calma,
redimida?

Meramente, una madrugada clara,
me acerqué al magno vidrio del balcón del ámbito
en que se come; donde, profusamente,
se lee, fraternizando se abren las palabras
y, a veces, se escribe.

De ello, nada en mí estaba ausente,
pero ahora estaba solo con sus
cálidas sombras; atento a los regueros
que el frío matinal pudiera
irrigar los cristales.

Fuera, la alborada sutil parecía
implorar urgencia lumínica,
un apremiante prodigio de certeza;

pero no fue de fuera: breves pasos,
como rasando tierra celeste, gráciles
y postreros, acercaron a mi padre a mi lado:
tenue sonrisa, como esbozada por un pincel
matizado en el cromo de la gracia,
me veló, la velada trama sanguinolenta
de sus ojos.
Sólo dijo: “Esa plantita
(que él había hincado
y nutrido)
está oscura,
pero de un rato va a amanecer”.
Ajeno a las metáforas, sólo quiso decir:
“Esa plantita
(ese Jazmín del País)
está oscura,
pero de un rato va a amanecer”.

Yo confirmé, sin hablar, como
ratificando una profecía angélica,
y vi sus ojos plenos de un rojo de amor
y, tal vez, de plácido perdón.

Luego, cayó levemente en mis brazos,
oscilando entre vida y muerte su cuerpo,
ya consagrado por la asunción del Límite.

Así, sin lamento, sin duelo,
sin rencor, sin gritado dolor,
vi, entre las cribas del follaje
próximo al ventanal, hacia el oeste,
resplandecer el oriente de la aurora.
En mi íntimo espejo me vi:
cerniéndome en la ingénita visión,
viví.


“LES SANGLOTS DE LA LYRE”

a Aldo José Beccari

El sumo dolor
puede ser el momento
excelso
de la celebración de la verdad:
la elevación feérica
de la consumación de un canto.
El zumo de la vida
en un sorbo de altura,
que la historia
(y jamás lo sabrás)
le llamará final
de una vana
congregación de instantes.
Esto: simplemente un muerto,
materia indolora,
una subsumida anécdota de sí,
son ablaciones de férvidos
cuerpos de palabras
que, locamente se amaron
y se extinguieron.



MOVIMIENTO

La desobediencia debida

Tal vez algunos, que se decían
solidarios de la Revolución,
marcaron mi ruta, como
un plural designio de este diagrama
de corpúsculos que mi ser asumió.

Así, ¿nada sabían de sus
asechanzas de poder, que, en el vértigo
demencial de mi itinerario,
era un orden y no una orden de
las fantasías del Poder? A eso obedecí.
La Revolución que, algunos pensamos
fundaría una Patria, fue iluminándose
de la furia (a veces tácita) de
tenebrosas contraposiciones.

¿Cuál, de los polos, entonces,
obedecer?
De ahí que la desobediencia,
una vez discernido el sentido
de la lucha,
esté cerniendo la certeza
de la fuerza troncal del sector,
que en múltiple unicidad,
y aún sin saberlo, impulsan los
pueblos.

De ahí: reverdecer o asumir la muerte.
De ahí, la creación de un poema
que lo escriba y lo diga.
De ahí la historia de un poema
sin historia. De ahí la grandeza
de los que abdicaron de la Grandeza.

En: “Ese General Belgrano y otro poemas”, 1999




SIBARITA

(Bar y Restaurant)

Alguien aquí, en secreto,
sueña con la lluvia
que nos ampare en la tibieza a todos.
Quita, tal vez,
su tierno y dulce afán
que solloza en la risa y en la música.
Luis, que quizá alcanzará
un lunes de piedad, un agujero silencioso
en el estruendo de la semana
ahíta, espantosa, pegajosa, incestuosa.
Ricardo,
cuyo silencio
cae o sube o vibra
o es la piedra lanzada
que ocupa las roturas del agua
que tal vez cante.
O Alberto, cuya sangre caerá,
a corto o largo plazo,
gota de cognac en el café,
para probar contra lo que siendo
lo natural __quizás__
daña.
Y yo __y la que vive
en mí__ y todos
en los que existo,
como quien dice,
me zafo sin fin al infinito;
donde alcoholizo y festejo
la piedra y la miel
que nos ahoga
en el giro total
de la borrasca.

En: “Poemas Discontinuos”


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