miércoles, 14 de marzo de 2012

6146.- CÉSAR MERMET

César Mermet
(Santa Fe, 1923 / Buenos Aires, 1978)
César Mermet nació en 1923 en Malabrigo, pueblo situado al sur de la provincia de Santa Fe. A lo largo de su infancia vivió en distintos lugares del Litoral. Sus primeros poemas los escribió recién a los veinte años, estando en la ciudad de Paraná. Se casó en Mendoza, donde pasó varios años, y finalmente se radicó en Buenos Aires, donde trabajó en medios audiovisuales y en publicidad.
Con apenas un libro publicado, hoy inconseguible (La lluvia y otros poemas, publicado por la editorial de Rodolfo Alonso en 1980, dos años después de la muerte de Mermet), absolutamente desconocido para la mayoría, su poesía sobrevivió gracias a los cuidados del legendario Félix della Paolera, quien se encargó en todos estos años de velar ardientemente el legado literario de su amigo: “Abruptamente, me vi ante la afortunada instancia de tener que repetir la tarea de Max Brod, aunque en este caso debía enfrentar escritos más indescifrables y tentativos que los de Kafka”, dice Della Paolera.
A pesar de su particular ostracismo, Mermet mantuvo una amistad con Jorge Luis Borges, quien alguna vez dijo sobre él: “Su obra, que yo no sospechaba, me ha conmovido; he sentido en ella la presencia de las tierras de Santa Fe y Mendoza. No se trata, por cierto, de descripciones; se trata de experiencias de la emoción”. En su poética se pueden encontrar situaciones globalizadas en medio de una cultura de masas, pero también visiones alucinadas de espacios abiertos, camperos, todo aderezado con un humor seco, muy moderno para la época. Es como si hubiese presentido el futuro de la poesía por la presencia de una fuerte narratividad y el distanciamiento irónico que muestra en poemas como “Shopping Center”: “Gastar es delicia miserable, dolorosa y malignamente irreal, como un flotante orgasmo en el ajeno sueño./En estas submarinas galerías del mito del fasto,/en estas exposiciones de modelos mentales,/alusivos brillos y señales preciosas,/yo podría comprar cualquier cosa hasta cualquier hora”.
Murió en 1978, a los 54 años de edad.









Shopping Center


Gastar es delicia miserable, dolorosa y malignamente irreal
como un flotante orgasmo en el ajeno sueño.
En estas submarinas galerías del mito del fasto,
en estas exposiciones de modelos mentales,
alusivos brillos y señales preciosas,
yo podría comprar cualquier cosa hasta cualquier hora
mientras la luz permaneciera inmóvilmente fría
y el aire sin dolor ni memoria
ni olor a muerte ni a vida
y la música durara, funcionara,
suscitándome cielos viscerales, fosforescencia nerviosa,
pululación parásita en el vacío del espíritu.
Vagabundear, flotar, comprando,
responder dócilmente a los llamados,
entregarse culpable, oblicuamente
al poder suasorio de los objetos,
descansa de vivir, absuelve de vivir, desvive un rato.


En esta hora detenida en la plenitud cruel de la mercancía
yo no vivo, yo compro una pausa y un limbo a salvo de la vida,
yo entro gustoso a la mágica operación de la oferta,
a su liturgia abstraída, a su fijeza inexorable,
y a la proclividad de la demanda caigo
como a un vicio anodino, no de la carne sino del alma,
pecado de voluntad y de templanza.
Aquí estoy, gastando sin caridad ni amor
ni necesidad ni alegría
mi temperatura de mamífero viril, mi agresividad festiva,
consumiendo tiempo y sonido, amortiguada melopea,
música refrigerada, el sedante consuelo que segrega el aire
vibrando en los cromados como espacio suntuario,
iluminando de prestigio exacto y falso
lujosos fetiches incapaces de milagro,
la módica teofanía de los tiempos finales
exhibida y detallada en nichos deslumbrados.
Me place esta nueva droga, comprar, gastar, fácil sangría,
tobogán helado, deshielo lunar,
perder por los bolsillos mansos, por las manos laxas,
los muchos, los pesados días,
las canceladas fechas que integran la soldada.
Tras de haber repechado treinta
verdaderos ríspidos días
en contra de sí, de la sangre y de lo justo,
dejarse ir, caer desde la cumbre inútil
con sencillez suicida y aceptación justiciera,
entregándose al gasto, limpiándose del beneficio infame,
deslizándose a la compra por falta de horizonte,
por asfixia de futuro y desesperanza de la libertad.
Gastar, situarse expuesto
en el sitio de tránsito del trueque,
en la articulación del vaivén
entre objetos intocables y personas fantasmales;
repetir, renovar, reiterar un equívoco de la esperanza,
una apetencia ilusoria, un espejismo de las manos,
soñando, sin creerlo, en apresar el aura irreal,
la seducción satánica de la mercancía,
queriendo ansiosos ser
como la encantatoria apelación nos supone,
tal como nylon, metal, cristal, polyester,
nos presumen;
soñando la posesión imposible,
el misterio cálido y vivo de las viejas materias,
la hueca orfandad de madre de las nuevas,
nacidas de la cabeza del hombre
como cálculos precipitados al tiempo;
y el enigma real de la cosa cabal y desnuda
inocente de historia, anterior a marca y etiqueta.
Recorremos el laberinto amable
empobreciéndonos en el momento
en que nos anunciamos y nos confirmamos, comprando,
empequeñeciéndonos en el instante en que asumimos
gesto de crecimiento, de poder y dominio.
Con impudor cómplice y un sabor a impostura, sin embargo,
entramos al clan de los sonrientes dispendiosos,
desesperados abundosos, lujuriosos desdichados,
condenados al irónico sino de la indigencia de sí,
a la desposesión de sí, anónima y melancólica.
Aquí estamos los sonámbulos consumidores,
caminando sobre alfombras de goma,
recorriendo el juego abstracto del poder sin poderosos,
del dinero sin dueño, y del reino sin rey,
donde los amos obedecen y los servidores sobornan,
pero reina el Becerro, la maquinaria insomne,
y toda la mecánica acontece caída del Ser, a los bordes del Ser,
en la enajenada zona del valor violado.






AFORISMOS DEL MICRO (fragmento)


Hay el micro saber precario, de quien viaja en micro.
Con una diaria lentitud se aprende este oráculo urbano,
este variable modo de anunciarse lo previsto, lo cotidiano,
por alteración sutil de número, presión, estrujamiento o gracia,
combinación de azares alusivos y opacas revelaciones,
como todo el poco, el módico saber total
que corresponde a nuestras vidas,
en sus precisos tiempo y grado.
Y estos son sus viajados aforismos:
-Ya es prodigio estar entre los condenados.
Agradece. Porque quien no está en el pasaje no llega.
-Ya es buen don que en la mañana alguien atienda
tu rogatoria seña y pare.
-Quien pone un pie sobre veloz altura fugitiva
y se sostiene con aguerrido brazo demuestra fe eficiente.
Todavía es poco. Pero así se empieza.
-No pienses en tu nombre andando en micro.
Distráete del primer pronombre.
Entrégate dócilmente a un nosotros interpenetrado.
No alimentes excesiva conciencia, cólera, agravio,
orgulloso pudor, corpuscular soberbia. Fluye.
-Aprende que no hay nada personal en el tormento equitativo.
No te instales ni te instituyas ni te fundes,
indiferente o rígido. Ignórate y fluye.
-Hay que entrar blando y desprevenido al micro,
confiado, crédulo, ignorando el día anterior,
memoria y ansiedad y miedo;
anónimo y en blanco, entra ofrecido.
-Con tu prójimo inmediato
conjuga tus volúmenes, sus huesos, los tamaños.
Pero puja. Puja, pero no contiendas.
-Pujando enseña al otro, no tu poder,
sino la necesaria aceptación de todos.
-El destino es lo que importa. El cada cual llegar,
sin gloria pero sin pena, con sencillez cabal y cumplida.
-El que subió después que uno
y aparece sentado antes, ése demuestra silenciosa, descreídamente,
la mecánica infalible y antigua del empeñoso mérito.
El valor elemental del codazo, la virtud del querer firme,
la gradación fatal del propósito cumpliéndose sin uno,
en otro modo arcaico de lo impersonal:
lanzarse el uno a su designio, inapelable, como la bala.
-No vale nada apoderarse del piso en grande horqueta
ni engarfiar las manos como crucificado del poder.
Andar en micro viene a ser como bailar, como rodar, como nadar.
Cada kilo inocente; ni en vilo crispado, ni caído a descorazonada inercia,
todo el cuerpo seguro y persuasible,
las piernas inspiradas, muelles, compensadoras,
en las velocidades y en las curvas trabajando, como a caballo,
los brazos firmes, sueltos, alertas y confiados.
Toda la posición cambiante, pronta, plácida y veloz,
como el junco en la cólera del agua.
-Prodigiosa es la contención del fuerte, admirable el coraje del débil,
la pugna del decrépito, la incomprensible suavidad del joven,
la aceptación de cuerpo entero, casto y anónimo, de la hermosa,
el instante de solidaridad entregada,
el fatal fluir seguro del todo líquido, modulado, magnánimo, sin embargo,
que con todo nos solivia y conlleva, como a flote,
y quiere, con buena voluntad, parirnos hacia la salida luminosa.
-Andar en micro es como vivir, un saber lento y tácito,
pero se sabe sólo por el alcance de un boleto que pagas;
y tal vez porque pagas; porque no es un don
te aplicas y modulas con buen oído.
Ser o nacer en cambio es gratis
y desconoces la duración del trayecto y crees que viajas solo,
como en un taxi, y que te sobra vida y gran capricho.






REVERENCIA A ORFEO


Hay una raza oblicua de cantores urgidos
por escuchar el coro que su nombre clame
y ver su monumento con segura certeza.
No es la confianza la invisible matrona que los guarda
desde su inquieta cuna; no prescinden, no esperan,
y en vez de fe tienen argucias, comprobada creencia
en mecánica y facticia causación de su hora;
aquella que por gravitación natural del madurado canto
debiera procurarles fruto dulce siempre,
mas jamás tardío, porque anticipadamente goza y sabe
quien cabal segregó su honrada perla,
o talló su diamante en la hora del prolijo desvelo,
y en su Horacio aprendió severa temperancia y orgullosa espera,
que en el inevitable día un trozo de su canto
surgirá oportuno cualquiera fuese la hora, el mes, el siglo,
como tableta babilónica
de cuneiformes huellas prietas como si pájaros fabuladores
en barro caminado hubieran su Gilgamesh invicto
también para la muerte,
puesto que aquí resuena su enmudecido nombre
en cuanto un hombre de pasión y paciencia
cava olvido, para reconocerse en sus ancestros.


Hay cantores que tienen oportuno el rapto
inevitablemente, como otros triste el vino;
y otros que estadísticamente aman al prójimo
en edición puntual, de oral o escrita arenga;
quien más tiene la elocuencia, pronta y pública, de maldecir la falta
de alegría y justicia, que vocación discreta
por conquistar ardua alegría por lo pronto,
y luego generosidad de su alegría
y brazo y reflexión constantes, firmes,
para hacer en relegadas filas anónima justicia
con constructores, no con destructores.
Hay quien histriónica recitación vocea,
eficaces y efímeros entusiasmo y embriaguez procuran,
y excesiva modestia los lleva a trocar prestos
la innominada perduración de sus canciones
por la frágil memoria de su nombre.
Sólo aquel que se crea, puede y quiere creación,
no manifiesto, y sólo aquel que habla consigo
dialoga de verdad, mas quien dialoga, dialogará con muchos todos
poco a poco, ya que hay tanto tiempo para los hombres.
Sólo aquel que ama algo y alguien, aquí, ahora, ama al prójimo
como congregación de únicos, y no como la conjugada cifra magna
que el deshonesto canto invoca y suscita
con efusión abstracta y espectral caridad.
Sólo aquel que se transforma en laboriosa
o en gozosa, doliente, amante alquimia,
es capaz de cambiar -mas no él, sino su gramo escaso
de canción viviente- amor, gozo y dolor,
de aquel tal vez nacido, o quizá venidero semejante.


No prediques, cantor,
no montes publicitaria maquinara de eficaces y litigantes odios,
sé cantor y canta, sé ante todo,
y tu voz fundará invisible orden primero,
y luego el peso inerte de la imperfecta tierra
será de enérgica luz aligerado.


Entre tanto, reverencia a Orfeo, o desafíalo, pero recuérdalo,
haz que los animales hablen humano, solidario verbo,
y que las piedras sientan; mas la roca y la fauna
están no sólo entre los ignominiosos dominantes,
sino también en la servil multitud enajenada
que tu canto escucha y memoriza;
a que tu voz impúdica enardece,
halaga, corrobora, y tal vez obedece, finalmente.


Destilar tu lentísima perla,
engendrar un aro nuevo en tu viva madera, año por año,
añejar tu vino, después de acodo, riego,
cosecha y doloroso lagar,
y secreto oscuro en honda y fresca sombra y serena clausura,
ése es tu asunto.
Llegar a seca caridad no complaciente ni conmiserativa
sino eficaz, y olvidadiza, como de otro,
escuchar al transparente Mozart
una vez cada tanta tentación al júbilo estridente
o a la lamentación furiosa;
eso te pido, no te incito, te ruego.
Y no porque de ti se cuente la ardua hazaña mañana,
sino para que feliz cumplas
con ser aquello que tu índole marcaba,
haciendo don de ti a tu don
y haciendo de tu cantante don
no solamente obra conclusa,
sino creadora de tu ser interminable,
de cuyo escaso gramo de oro cierto,
un verso breve,
misterioso fragmento por mutilado hermoso y recordado,
se salvará de tanto vano diario,
diligente verso puesto al día,
y tanta noticiosa y rugidora oda.
Dios del todo te deje, para que te encuentres,
poeta, hermano, caído, semejante.
Y encarne en sangre real
tu desencarnada y desesperada necesidad de amor,
única verdad de tus apocalípticas
predicaciones de profeta perdido.








Nadador fugaz, pájaro negro


El agua huye del cuerpo que la surca,
se abre en canal melódico, concede
caricia al nadador, de cuerpo entero,
y en armónico olvido, repentina
cierra su huella en tersa, virgen luz,
cancela el suceder, concéntrico temblor disipa,
expulsa la memoria del intruso, cicatriza
impasible y celeste,
en plácida, verde, dulce calma,
otra vez víspera entera y ya por fin sin nadie.


Grande es el peso de otra vida
posada en la flexible rama blanca del cerezo.
Cimbra dócil la florida firmeza,
se curva, oscila, acepta, pero vuelve
a su invicto nivel en bailarín temblor,
y a la respiración libre y azul,
por donde negro pájaro se aleja
llevándose su sombra, su tenue demasía
de huésped excesivo.










La sandía


Flota en el río
a la hora ancha en que el agua
se abandona a su fuerza elástica, plácida,
y sus músculos líquidos ondean a compás perezoso,
ablandando la luz, balanceando la apaciguada luz,
atleta ardiente abandonado de espaldas
en la extensión verde y parda del rumor del río.


Flota, huevo de tigre de agua dulce, verde viril moteado.
Salta a unas manos muy amantes, cae a blanca acogida,
en peso profundísimo, liviano y denso y pleno,
cae a las manos atardecidas.


Ahora el cuchillo hinca y rasga su sonido
que su cuerpo virgen absorbe con serena aceptación;
una breve pirámide es primicia, sale, ilumina el aire tardío.


La hoja de acero sangra un transparente rojo pálido
y con pureza, decisión y designio y equidad,
corta el cerrado universo en dos mitades.


Es el verano,
el verano se hace visible,
en el póstumo instante del sol la sandía se revela, abierta
en dos, cargadas barcas de delicia liviana.


Aquí está el corazón del calor
contrarrestando el peso acumulado del sol en las barrancas,
el malhumor, la agresión sumada, el rencoroso
calor de la seca greda craquelada,
el vaho de las orillas, el espíritu del fuego avieso y ciego,
y el oprobio, el bochorno,
la espesura vaporosa y confusa traspasando la tierra,
cancelado, abolido por la escarcha graciosa de la sandía.


Se ve que es fiesta,
sacralidad alegre,
exaltación del rojo construido en rumor frágil,
cuando se entrega como dicha y gratitud
y prodigio fluido y traslúcido
que no exige reflexión al paladar, festiva fruta casi frívola.


Moteada, sembrada de encargos deslizados, no cargosos,
la sandía es dispendiosa de semillas,
juega, derrama, munificencia pueril y silabeo excedido y salivada siembra,
soplada por las comisuras del que oficia y muerde pero no mastica,
porque ese fruto gigante es sortilegio,
se deshace en entrega conjugada, jugosa, generosa, desapareciendo
en agua roja y en frescura rápida, dulce, como el destello del verano
absolviendo a la lengua.


El corazón es fervoroso,
el corazón de la sandía es más prieto y constituido en otro rojo adulto
entre tanta niñez iluminada y cristalitos que licúan y desaparecen,
el corazón es la hostia púrpura y pagana y cruje más oscuramente
y la boca diferencia el mensaje consagrado.


A la orilla del río, toda la boca sangra pálida,
sumergida en las barcas de la sandía como en la intimidad de una mujer ligera.


Y ahora las dos naves griegas, despojadas,
navegan épicas, danzando majestuosamente;
y alucinados ojos, alumbrados desde la dicha infantil de la boca,
miran la noche comer mansa en la mano de los boteros,
despojándose de su estofa caliente, asomando sus estrellas refrescantes.


La sandía es sencillez,
sortilegio sencillo y natural
para vivir de una manera espaciosa y serena y confiada,
para hombres que fueron suficientemente niños y arcaicos,
como para gozarla.
La sandía es un encargo, una señal jugosa, un recuerdo del paraíso
para que volviendo de nadar,
o de remar en canoas con húmedo olor a mujer,
el hombre asuma su premio y su dicha.


Los que están percutiéndola ahora mismo, escuchándola junto al oído,
no están por alimentarse ni solamente por beber.
Los que percuten con sonrisa reflexiva adivinando con los ojos en el río,
los que levantan las flotantes ballenas fluviales
y bañándose el hombro percuten en su noche prometida,
remontan diapasón, se entonan, se serenan como comulgantes;
la puñalada abrirá pronto el dulce y frío incendio nupcial
de su plétora aérea y de su muda epifanía,
en consonancia deliciosa con las estrellas que caen al río.










Muchacha en el primer ómnibus


Pálida como la temprana responsabilidad del aire,
de intemperie y destino modelas tu primera cara
tan pequeña aún para tus ojos,
demasiado frágil para soportar un nombre,
previa, frutal, creciente,
creciente fruto previo comenzando por dentro
como los blancos pormenores del naranjo.
Flor transitoria nacida momentánea
para invocar, pasando, la lentitud cabal
de un apogeo breve.


Serás. No eres. Apenas si sucedes.
Crisálida de tiempo tenue,
la voluntad te sueña como un absorto velo,
una altura te cae desde los hombros
y te silencia.
Más allá de tus manos
que suspenden y cierran el instante
en vibrante circuito y duradera calma
sobre la falda,
sigue un bajo desorden
que sólo tu belleza interrumpe,
excepción peregrina.


-Porque es difícil un goce sin imperio
las palabras te buscan en minucioso enjambre-.


Qué exactitud casual, qué comedido azar
contemplarte en tu víspera preciosa.
Cómo es puntual tu forma
y qué justa tu vida por ahora.
Sin embargo lo efímero se posa largo tiempo
en el punto de asombro de tu mirada con el mundo
y en el frío sobre tus labios.


Como la vida consumada es peso y colma
la piedra coronada ilustre y ciega,
los cónsules tallados en olvido,
como al olvido memorable, te pulimenta el frío,
en qué diverso mármol, que transcurre y florece,
en tu modo delgado lo veloz es visible.


Qué temprano se ha hecho de pronto.
Los pasajeros ya nunca llegaremos a tiempo.
Eres la única que tiene la edad del alba.
Avanzar a esta hora, da regreso.
Tú solamente viajas a favor del viaje.


Demasiado temprano para todos
-pesados y pretéritos
en la rama delgada de la hora-
salvo para quien como tú
germina rumbo inmóvil a un venidero mediodía
cuyo ardor ignora iluminadamente
con el sol a la espalda.


-Alta contra la ráfaga de las visiones
reverbera sucesión y tránsito.
Lleva sobre la frente un tiempo intacto,
un álgebra de propósitos le encrespa el pelo claro
y es su corona el tránsito-.


Tu corona es el tránsito.










Los tres caballos


Musgosamente mudo belfo
con tacto manso empuja fina sombra,
morro fofo arremanga húmedo labio,
ollares ciegos resoplan vida cálida,
enorme y descendida la cabeza busca
en ralo pasto parvo viento.
Y desde siempre por los dientes sigue
prendido a su condena,
caballo como eterno y como sueño.


Con amarilla casi risa pace
las tenues puntas de germinante noche,
zambullido hociquea una obediencia lenta,
perenne mordisquea,
agobiado y culpable del color menguante
creciente eclipse pasta,
la panza hueca abomba.


Pobre, sin gozo, grave, el hambre laboriosa
sapiente y derrotada, es su mandato gacho
que a inexorable compás cumple, masca y traga,
acendrado, distraído, ajeno
a la deglutición solemne del gañote,
sangra una baba verde sobre la negra tierra
que con miope oteo lee,
mientras sus siderales, somnolientos ojos
giran, saben, ignoran y rechazan
en el convexo fasto negro
que una lagaña miserable llora.


En la comba equidad de la mirada
espejan dos, soñados, sus prójimos remotos
en otras dos regiones del vacío
también desagotando aviesa noche.
Ve el caballo y cree verse
alguno de los dos caballos solos
en condoliente compañía
triscar mínimamente cuantioso mal raigal,
masticar con fracaso sometido
la enferma luz que duele en los confines,
mientras el retumbante nublo
rodando cúpula en morados duros
suspende tardo fin, castigo en vilo.


Vasta es la verde nada y poco
el mucho ramonear insomne de las bestias,
la tanta beatitud que nunca basta.


Nunca podrán, cómo podrán los tres,
los solamente tres
caballos para tal designio,
salvar la poca luz de la raíz sombría,
arrancar hondo trueno a tierra dura
y antes que la reptante luna roja ascienda y reine
devorar soledad, contrapesar ausencia,
transformar devoción en el que falta,
hacer luz con su víspera caída,
comulgar la llanura irredimible.


La redención, con todo, es inminencia clara
sobre el flaco alentar acompasado
del costillar de nave exhausta,
en la hondonada abrupta
entre rengos omóplatos portantes
y en la alta cruz pelada
de la que pende y pesa cuello a tierra,
de donde un tordo de la guarda vuela y queda
el aura que en la culpa
prende y obliga a los vencidos más amados
a comerse sus hambres desabridas,
la perversa limosna pululante,
la rápida gramilla pavorosa,
la aventajada luna oculta,
la falta desbordada, la cólera madura,
el rayo inevitable.










Como friolenta virgen


Toda tu astucia es noble y conforme a norma;
toda tu resistencia es don y laborioso sacrificio;
y tu avaricia previsora, y abnegada la constancia
con que aprietas las piernas como friolenta virgen
en la cumbre nocturna de los siglos.
La enredada circunvalación de tu pudor
es ideograma vivo y bendición cifrada
de recias tatarabuelas rupestres.
Agradezco humilde, digo rendidamente,
la dificultad con que a veces venzo tus senos,
la costumbre de derrota a que me unces,
pequeña remilgada de imperio tímido.
Educas grave, trabajosamente al macho dispendioso,
incitas como puedes mi pujanza, a lo alto y a lo venidero
me concitas con ciego cálculo
y con vidente tacto aciertas.
Sabes perfectamente que en este siglo
dentro de pocos días se termina el amor;
y me honras con devoción arcaica,
apretando las piernas, apretando las piernas,
como por el penúltimo sediento
que aúlla hacia la tarde.
Yo beso la enagua de tu ñoñería,
descifro tus puntillas de hinojos
untándolas de saliva hipócrita,
porque tu tienes tu consejo de brujas del pleistoceno
y yo mis cazadores de sílex mágico disfrazados de ciervos.
Yo me postro, me postro, me arrodillo, me agacho,
y gachamente espío tus bellas piernas,
en honda perspectiva
y fuga directa en sombra a tu insondable horqueta,
convertida en fetiche para siempre
gracias al rigor con que me privas,
con que aprietas las piernas,
con que aprietas las piernas,
friolenta como una virgen
en la loma de los extensos, pero idénticos tiempos.






Maneras de ausencia


De lo que me faltas crezco,
tu falta me alarga hasta mañana,
del aire de tu ausencia respiro,
del tiempo que me faltas
rejuvenezco,
del hambre tranquila de tenerte
me alimento,
tu no estar me acompaña
en la noche y el día
como el anillo de largos años
cuyo extravío ciñe el dedo
de desnudez y desconcierto.


De lo que me faltas crezco,
como las ramas hacia la luz,
imposible y nutricia.
Tu falta me alarga hasta mañana,
mañana es tu mejor nombre,
la luz futura te arregla los cabellos
y es para encontrarte al día siguiente
que consigo anochecer cada día.
Yo enriquezco de tu falta,
qué incontable esperanza
acumulas faltando,
a cada instante
es más preciosa tu ausencia
y yo el único que tiene en la mano
el monto entero de tu falta.
Porque ensayé el derroche
por festejarte presente y ausente,
desperté mis subsuelos,
encendí minas,
multipliqué cristales,
puse al oro en celo,
ayunté las gemas,
me supe inagotable.
Tender a ti, abarcar tu escándalo,
bloquearte las jugadas,
las travesuras y las coreografías,
me hizo espacial, curvo y abierto.
Me faltas como el gramo de menos
que pone en marcha el mecanismo,
como la repentina falta
del leve pájaro
pone en marcha el duraznero y cimbra
y toda la luz de la mañana parpadea.
Me faltas ahora benignamente
como la lluvia al campo
cuando las primeras gotas comienzan.
Me faltas como el regalo prometido
en el gozoso noviciado de la espera.
Me faltas como en la víspera de la fiesta
falta la música a todo el pueblo
y todos viven de la música que les falta,
y los cuchillos y herraduras del herrero
ese día se templan con la música de mañana
y tañen, cantan, cortan y galopan felizmente.
Me faltas como la posesión más querida,
como un campo en otra provincia
en la época en que la mies madura,
me faltas como una plantación de limones
al otro lado del río,
que amarilla y aroma por detrás del sueño.
Pequeña, clavo de olor, especia del alma,
me faltas necesaria simple y segura
como le falta el azafrán al guiso pálido.


Por favor, tú, mi falta,
acentúame el tiempo, oriéntame el espacio,
hazme dinámico y esdrújulo,
lánzame faltándome
por sobre el largo día,
ayúdame a vivir desazonándome,
accióname como un dulce desnivel,
como el declive que echa a rodar
el siglo inerte de la piedra,
como la diferencia de sensación
entre el tobillo izquierdo y el derecho,
de donde nace la marcha,
y como el otoño adonde fluye
toda la savia del año
hasta agolparse en los racimos.


Me gusta que me faltes,
es extraño,
estoy cómodo con mi carencia,
siento que la vida me debe,
que la luz siempre paga,
y benévolamente contemplo la calle
con sensatez y tolerancia,
como un acreedor agrario de buen pasar
y corazón sin agriura
dejo que transite en paz el día,
que el tiempo trabaje por mi cuenta,
que las horas se afanen,
que los pájaros vuelen en mis dominios,
que las palomas ilustren mi calma,
sin reclamar los dominios de mi calma.


Por favor, no dejes de faltarme,
fáltame así de suave,
fáltame suavemente,
yo saboreo tu falta como una mata dulce
nacida al borde del agua,
con sabor a transcurso y a promesa
de un gusto a mata dulce,
cumpliéndose sabrosa, interminablemente.



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