Valeria Meiller
(Azul, Provincia de Buenos Aires, 1985)
En su libro El recreo, la novísima poeta Valeria Meiller nos habla de su pago natal: Azul, ciudad ubicada en el centro de la Provincia de Buenos Aires. La historia se hace presente continuo, se arma y se desarma en el espacio mítico (bíblico) que propone el texto: planos simultáneos que exorcizan el pasado con sortilegios verbales. El mito del origen es la piedra de toque de El recreo: “Para obtener en propiedad las suertes de estancias del Arroyo Azul, de media legua de frente por media legua de fondo (…) se establecían las siguientes condiciones. Primera: Transportarse con su familia o gente de faena al lugar que se le señale al poblador”. Gobernar es poblar y para poblar hay que reproducirse: “Por el retoño del hermano, una punta en blanco/el blanco de la procreación desbocada. / Voy a seguir naciendo de todos mis hijos”, dice en la sección “Era Primaria”. La maquinaria humana se confunde con la maquinaria agrícola hasta transformarse en un mismo ente que no se detiene en su afán colonizatorio, fertilidad sobre fertilidad, crecimiento y multiplicación: “Las patas moliendo el barro. Pongamos un padre en las aspas,/ que gire y gire al capricho del viento”. Los ciclos de la naturaleza, las inundaciones y las sequías, la esperanza cifrada en los ritos bautismales, la maternidad como motor inmóvil y bíblica noticia, son hilvanados por la poesía de Meiller que es testimonio, viaje y profecía. Valeria Meiller tiene publicados dos libros: Tilos (Editorial La Propia Cartonera, Montevideo, Uruguay) y El recreo (Editorial El fin de la noche), ambos del 2010. Es traductora y periodista cultural.
NAGALÍ
Madre escucha un ruido, deja crecer un bosque
un hijo en el bosque
un nombre en el hijo
un archipiélago en el centro
de la luz.
Se baña en una palangana, en la gracia de Dios.
Otra mujer en patas le enjuaga la cabeza
con un balde: éste es su bautismo
UNA CLARIDAD QUE NO EXISTÍA EN ESTE MUNDO
Con la espalda ancha y el paso tibio como leche recién ordeñada, caminan entre los surcos. Son dueños de una fortaleza que le robaron al campo cuando la temporada fue buena y se grabaron a fuego la visión fantástica, indomable, hasta el cuello de hojas. Tomaron todo porque podían y después, sembraron sobre el camino y a la vera, esperando que los débiles hicieran a los fuertes, y los fuertes hicieran las leyes para una descendencia vigorosa. Un amor sobrio y justo sintieron, una alegría circunspecta. Eligieron a las esposas midiendo el hueso sólido, radiográfico de la cadera y las tomaron satisfechos porque eran calcio valioso para el parto. Entonces llegó el hijo del hombre, y cuando echó raíces, los hijos del hijo también –y una hija curva y dura, una herradura incandescente.
Diario de un naturalista (fragmento)
8 de Junio
Días soleados sobrevinieron a la nevada. Días serenos y sin viento.
Antes hubo que abandonar la casa, el tambo, el paridero.
Las madres están por todas partes. Hechas una lágrima
parecidas a sus hijos.
Compruebo el aumento
de estos últimos día tras día. Se han convertido
en una de las especies más comunes.
9 de Junio
Tierras incultas. Lugares de procreación.
Son trasparentes. Están por donde se mire. De a cientos
prendidos a la teta como un insecto chupador.
10 de Junio
Hoy nacieron dos. Un niño y una niña.
Lloraron como un barril de pólvora.
La calma llegó cuando los acostaron juntos.
Ya saben voltearse sobre la hoja que oficia de cuna.
Sus hábitos
me recuerdan a los de ciertos insectos.
11 de Junio
El padre de la niña menciona venados y toros.
Me ha asaltado una pregunta:
¿Puede una escala inferior estar dotada de ira?
12 de Junio
Esta mañana el padre escaló un árbol con la niña al cuello.
He recordado algo del libro de los profetas. Mi herencia es para mí
como un pájaro jaspeado; los pájaros en derredor están contra él.
13 de junio
Esta madrugada, el suelo parecía una laguna de sal.
Una lámina fría del espesor de un vidrio.
En el trascurso de la mañana
se erizó una escarcha picada y blanca. Los caballos
sacudieron las patas toda la noche y tres niños
intentaron patinar sobre las suelas.
14 de junio
Toda la tarde sobrevuelan libélulas.
Los niños se acodan en las ventanas para ver.
La última vez que lo vimos dormía repiten
los hermanos a la pregunta de la madre.
Un niño dormido sobre el pasto
cuando despierta dibuja
los colores que flotan en el bebedero.
Otro niño dormido sobre el pasto
cuando despierta recuerda
haber soñado que llovía.
El Último niño dormido sobre el pasto
cuando regresan los demás niños no aparece.
EL RECREO, El fin de la noche, Buenos Aires, 2010.
Durante una inundación, los más fuertes
se reúnen arriba de un árbol.
Con el agua en todas partes, la familia en el techo.
Hacer un barco de la pata de la cama. Una vela de sábana.
La primera solución es trepar. Trasparentes,
padres, abuelos y embarazos.
Los niños en el techo chupando
su ración de hueso preguntan
¿Dónde estará el sol? Y fosforecen.
Otros florecen además. Niños trasparentes nacen bajo la lluvia.
La partera a nado
asiste a las madres sin dar abasto. Un perro la sigue.
Los más chicos sacan la lengua y beben la lluvia.
Muchas gotas es varón, entonces eligen un nombre.
Algunos rezan de rodillas sobre una chapa roja. Último bebe.
Bebe de rodillas en el borde del techo, toda
la cara en el agua, la nuca al cielo.
Con la panza hinchada y el agua en la chimenea casi, el agua
en todas partes…
Pongo las manos en el agua por vos y se tira
de cabeza al campo para buscar
más recipientes donde poner el agua, las últimas
cinco cacerolas de barro, tres
grandes recipientes de lata.
Dos lecheras, un balde que no arrastró
en los estantes de la despensa la corriente.
Y se mueve por la casa como si no
nadara, con tanta soltura…
Después de una semana de lluvia, una cabeza
es cuajo amarillo. Veinte cabezas, una mina de azufre.
Tristeza de leche agria hace llorar
ni tragarse un hueso va a salvar el brillo.
Cuando la mitad del cielo es la mitad del cielo y la mitad
de la tierra la mitad, alguno
traza con una piola la línea y dice: éste es
el horizonte.
Lo que queda, de mi mitad para tener,
es un corral de cardos y dos
animales flacos no dan para comer.
Al octavo día es difícil
encontrar suficiente paja
donde posar el ojo. El agua
una ola chata solamente
se crispa cuando cae una gota.
Por eso, cuando la lluvia es dura
cortina de agua la superficie
del campo una tormenta marina.
Todo sucede por derivación:
Si madre permite me baño
la cara de lluvia al cielo y si no pasa
cuando caiga otro hermano con nombre
pesado de gota entonces
ahueco un coco para hacerle una cuna.
Un deseo:
cuando la rana deje de croar
escabullirse rápido hasta el corral soleado.
Así termina el cuento de la noche
para los niños el primer día de lluvia:
acurrucada al borde de una hoja
antes de dormirse la menor pregunta
¿Volverá padre? Y se queda dormida.
Cuando Último estira la mano, madre
apenas sabiendo nadar se arroja
por el amor del borde del árbol. Madre
de la matriz del living al cordón del piano está
hamacándose una canción de cuna.
Un anillo de rama de muérdago
hace sangrar el dedo.
Un anillo de rama de muérdago
hace sangrar el dedo y la unión
se disuelve. Después de tantos años florece
de carretel el círculo de tu panza. Un camino
va del hueso a la muela
de la muela a la primera nana. Así
se crece hasta llegar al último
arrorró con leche pegado a la tapa.
Va a dar una vuelta de barro en el fondo del pozo.
Va a poner la casa en un barco para remar lejos.
Del barro a la casa va a levantar una vela. Una llama
para escapar del monte por un hilo de agua.
Para coronarla, de flores va a ponerle en el cuello
y en el pecho el curso del río.
La orilla queda lejos en el sueño. De tanto
crecer, madre, algo sucede. De agua y de tierra.
Dios es apenas una divisa, se va a secar
en el pecho desnudo si con el viento
aumenta la corriente.
Si se inunda el fondo del aula
y en la escuela corren todos
al burro suben a mano los libros
de la pata al cuerpo, así
hasta el cuello.
El juego termina en la segunda rueda:
en la merienda, madre, quiero ser del color
de la flor que llevás en el cuello. Y si la tarde
es más larga, en la espera, subo la montaña al carro
y la mudo. Para las seis:
un montón de guardapolvos y de dientes
son el tesoro de una rata de leche.
¿Por qué las casas quedan lejos de los pozos?
– Último la tinaja
pesada en la cabeza pregunta.
Cortando camino de la casa
cuenta en silencio la cantidad de pasos.
Si se distrae, deja caer el balde,
las manos en el barro, seguro pierde la cuenta.
Si la pena es más grande se hace
a un lado madre, empieza
el niño a cepillar el pelo
larguísimo de la niña hasta que diga basta.
Del pétalo se desprende una oreja
de conejo, esas flores de durazno. Se pone
de costado la palabra, la costilla
que el primer hombre dio a la primera mujer.
Hacia dónde va, Último bien no sabe. Corre.
El aire en la panza del agua se infla.
Que todavía queda resto y no hay canal
que no se salte cuando el valiente
como el malón, como el ganado,
como la tropa sigue a la yegua madrina.
Para ser libre – se dice – hay que probar el fondo
de los pulmones exigido al máximo. Las patas
levantan polvo al camino en la seca, y en el barro
dejan la huella del propio paso un hueco.
Hay que querer llegar al fondo de las cosas – repite –
aunque el potrero termine en alambrado, la propiedad
del hacer es privada y el horizonte traza
recto siempre el mismo dibujo.
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