miércoles, 14 de julio de 2010

238.- TERESA MELO


Teresa Melo Rodríguez, (Santiago de Cuba - 1961), Poeta y editora.
Es graduada de Filosofía por la Universidad de La Habana. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), fue directora-editora de la Revista Cúpulas del Instituto Superior de Arte (ISA). Miembro del Consejo de redacción de la Revista SiC de la Editorial Oriente, del Consejo Editorial de El Caimán Barbudo y de La Jiribilla. Actualmente es Directora y Editora de Ediciones Santiago.

Ha trabajado como jurado en numerosos premios, entre los que se encuentran: Loynaz, Revista Revolución y Cultura, Premio de la Ciudad de Santiago, Siete primeras villas, Botti, Premio de La Gaceta de Cuba, Premio Bienal de Literatura, Premio José María Heredia, Premio El Caimán Barbudo, Premio Nacional Nicolás Guillén.

Recibió la Distinción por la Cultura Nacional en el 2002, la Placa Heredia 2003, y el Sello XX Aniversario de la AHS, de la cual es Miembro de Honor. Obtuvo una beca de la UNESCO para el estudio de la poesía escrita por mujeres desde 1959 a la fecha.

Ha publicado los poemarios: Libro de Estefanía (Ediciones Caserón, 1990) El vino del error (Ediciones Unión, 1998) - Premio de la Crítica 1999. Yo no quería ser reina (Ediciones Santiago, 2001). El mundo de Daniela –poesía para niños– (Centro de Ediciones de Málaga, España, 2002; Ediciones Cauce, 2006). Las altas horas (Ed. Letras Cubanas, 2003) - Premio Nacional Nicolás Guillén 2003 y Premio de la Crítica 2004. También ha publicado las plaquettes: Los poemas de Estefanía (Ediciones Vigía, Matanzas, 1988); El tiempo sólo engaña a los suicidas (Ediciones Hoguera Roja, AHS, Santiago de Cuba, 1989); Respirar en la oscuridad (Eds Vigía, 2005).

Antologadora de las siguientes selecciones de poesía: "Mujer adentro", Ed. Oriente, 1999; "Incesante rumor", Islas Canarias, 2002; "Soy el amor, soy el verso. Selección de poesía de amor en lengua española", Ed. Oriente, 2004; "Silvio: te debo esta canción", Eds Santiago, 2005; "Para cantarle a una ciudad. Poemas a Santiago de Cuba", Eds Santiago, 2005; "Estos otros argumentos. Poesía de Nancy Morejón", Eds Santiago, 2005; "Algunas fatigas y fulgores. Poesía de Farruco Sesto", Eds Santiago, 2006.

Su obra ha sido publicada, además, en numerosas antologías poéticas a nivel mundial y en diversos idiomas, en publicaciones seriadas y revistas en internet.

Premios y menciones obtenidas: Premio Jacques Roumain 1987 (Casa del Caribe, Santiago de Cuba). Mención Julián del Casal 1987 (La Habana, UNEAC). Premio Día de la Cultura Cubana 1987. Mención David 1988 (La Habana, UNEAC). Premio de la Crítica 1999 por "El vino del error". Premio-Beca Dador 2000 del Instituto Cubano del Libro por el proyecto de poesía “Las altas horas”. Premio Nacional Nicolás Guillén 2003 y Premio de la Crítica 2004, con el libro "Las altas horas". Premio Integral La Rosa Blanca de la UNEAC 2004.



-Bukowski-

No tuve que dejarles mi hermoso cisne
pues no había invierno ni lagos congelados
donde mueren los cisnes.
Y es lo único que no he tenido que dejarles.
Los mismos que arrastraban sus zapatos de polvo
y echaban su distracción sobre los seres vivientes
pidieron para sí todo lo que tenía:
gatos de mirada equidistante
haciendo equilibrios sobre las alambradas
pájaros comunes que anidaron en mis árboles.
Los vi desde el cercado
ya no tenían ese brillo en la mirada
y morían contemplados por las miradas sin brillo
de los que hablaban de la comida y el verano
y uno me miró
para que lo pusiera a morir a salvo en mi corazón
pero fui cobarde y lo dejé allí
como tú les dejaste tu hermoso cisne
y nadie me ha vuelto a mirar con la misma necesidad.



-El Alto-

Cubierto el rostro con el pasamontañas
me sigue: tengo neutro
y señala el cuero animal de los zapatos.
Bajo el tejido se adivinaba joven.
Es lo más que recuerdo de lo alto de El Alto.
Entonces me dijeron que los indios aymaras
se cuidan de la muerte alejando los árboles.
Vi los cerros reverberar desnudos.
Vi sus tumbas protegidas por rectángulos verdes.
Ajena simetría ponía otros colores entrando unos en otros
y sobre ellos más color en cajas y etiquetas:
materia que la tierra no puede masticar.
Niños que balbuceaban sujetos a la madre
hubieran podido tragarse con los ojos
a cada transeúnte que se detenía revolviendo el tejido
pidiendo unos refrescos / escupiendo semillas de manzana.
Aquellos caracoles en la oreja de todos
aislando a la extranjera.
Es lo más que recuerdo de lo alto de El Alto.



-Donde serrano cree que puedo detener el salto-

para Edurman Mariño

Él cree, yo lo dejo creer.
También me gustaría atrapar
la palabra capaz de detener el salto.
Él cree que podría. Nadie puede.
Tengo esta manía de repetir los mismos argumentos
pero de esos pocos, ninguno sirvió
para detener saltos que ni siquiera presencié.
Escribo cosas que describen a los suicidas
colgados de mi cuello como adornos navideños:
siempre retornan en sus fechas
siempre se piensan en otras parecidas.
Tuve a Karim tendido en una acera fija
y ha transcurrido todo, menos lo que era él
tendido allí: repaso esa película
en que él grita un estúpido nombre de mujer
y salta con el grito todavía sonante.
No regresé al piso 23 de F y 3ra.
no alcé los ojos hacia él:
nada gané con esas omisiones: en mí
hay un piso elevado desde el que sigue lanzándose.

Tuve a Ignacio, muerto tiempo después de estar ya muerto
abrazada de Ariel en las escaleras
que bajan al San Juan
donde es probable que Ignacio
no estuviera nunca.
No volví a ver el río desde esa perspectiva.
De nada me sirve si él muere
desde el balcón que eligió y muere en mi escalera.

Cuento lo mismo. Él cree. Yo lo dejo creer. los muertos míos
que no me pertenecen tienen otros nombres en la muerte de
otros. Ninguna palabra les evitó saltar. Saltó Belkys Ayón al
encuentro de la avispa de metal saltó Raquel, abandonando
el tabaco en un parque de New York saltó a las aguas contaminadas
Ángel Escobar escribo estos nombres que mastico
con dificultad, envueltos en arena. No sé los otros. No sé el del
que acaso lee esto con la sonrisa desviada del que cree saber.
A ti que piensas que podrías saltar ¿qué puedo decirte si sólo
puedo contarte fracasos como éstos? ¿Un discurso asumiendo
que la vida es bella? La vida es bella, querido mío, y es
terrible saberlo, y no saber otras muchas cosas de la vida que
borrarían saber cuánta belleza echamos a perder o tiramos a
medio usar al basurero. La vida es bella, más que el hombre
que esperas te ordene si debes pensar que La vida es bella.

Un hombre no es suficiente para ello, no es culpable
ni inocente la belleza. la vida es bella, y tú duermes sobre
la funda de almohada con remiendos y lo último que creíste
ver antes de dormir fue el cable eléctrico de la única luz de
esta habitación. La vida es bella, tarareable y silbable, lo
crees cuando apagas esa luz e imaginas una vida más bella
que la que crees es la de esta habitación. Pero yo no soy el
durmiente. Yo sólo atestiguo lo adormecido. Yo sólo veo la
vida bella, dejando las vegas. Yo sólo quiero encontrar la
frase que lo señale de una forma que acaso te convenza, que
detenga el salto, el impulso del salto, la memoria del salto,
la frase que obligue a no saltar.

La sé instintivamente. No sirve para ti.
La tuya la sabes o la ignoras instintivamente.
La vida es bella, querido mío
es siempre mejor que el salto a solas
cuando en el último instante

querría asir tu mano

detener el grito
hacer retroceder lo que no me sostendría
y es muy tarde.



-Pez peleador virtual pez-

para Axel

Nevada la pared que oculta el pez
detiene el roce con que podría ser reconocido.
Deseaba un pez acariciable.
Si algo tornó leve un instante el rictus de la boca
fue ese lugar impreciso que emerge veloz
desde las aguas
y veloz escurre y se evapora.
Difuminado pez en el cristal nevado.
Si algo pudo quedar puesto de pie sobre la tierra
fruto iba a ser de la ascensión nocturna:
tiempo de respirar y dar la cara oculta
como un aletazo cortando la superficie líquida
tiempo de asomar los ojos transparentes


y de reconocer.

Para el oído del pez hubo palabras de aceite
por las que resbalaba inofensivo el mundo
hubo el reflejo de la casa posible días de tregue.


Del pez acariciable el rictus
el aletazo breve.


Ya no puedo confiarlo de la mano a la orilla
aunque tuvo el vientre tierras feraces lo que fue.
Allí quiso ver la casa del espejo enemigo virtual
pelea contra nadie.
No puedo ya contra el hermoso pez
detenerlo aceitar palabras nuevas
que reinventen la casa y transparenten la pared nevada.

Si algo iba a quedar de pie sobre la tierra
fruto del vientre sería y no del juego
de la casa de espejos.
Acariciable pez que desconoce la sangre semejante
la vena cristalina que le anuncia
que no hay enemigos ni guerra ni perdedor alguno.



-La breve duración-

Leí un largo poema de William Carlos Williams
sobre el amor y los asfódelos. Entre lo que ignoro,
tampoco sé qué cosa es el asfódelo. Otras flores tuve
y de otros poemas gusté y también tuve otras ignorancias.
Es cierto que los poemas colocan cosas sobre el mundo
y que hay personas que no gustan de ellos
ni del mundo,
aunque serían mejores si tuvieran
aquello que tienen los poemas.
¿Qué tienen los poemas, William Carlos Williams?
Provocan la desazón de lo desconocido,
el deseo de asir el humo que emana
de lo que creemos conocido.
Tuve esta flor, por ejemplo, hace años,
sobre la pared de una casa en la que estuve viviendo;
en su patio las orquídeas cubrían el lugar
donde antes estuvo la caseta de madera;
en la caseta de madera, el padre de mi amigo,
una mañana nada especial
amaneció colgado de las vigas.
Las orquídeas luego cubrieron el lugar
pero no borraron su aura de tragedia.

De entonces acá estas flores no perdieron hermosura,
pero igual son materia del suicidio.


Otra flor tuve que vi crecer bajo mi agua
—el lirio perenne descrito por Ariel—;
tenía pocas cosas, paredes alquiladas me servían de hogar:
todavía me sirven.
No tuve asfódelos, tuve éstas para mí.
Y de mí ellas no guardaron memoria.
Es vanidad de los poemas fijar los deseos del otro
y es vanidad de los poetas
creer que sus versos se fijan en el otro
como no lo hace la flor más que el tiempo
que le corresponde.
Si acaso guardaré algo para mí será lo mismo
que di a los otros que se me acercaron:
la breve duración de los asfódelos,
las orquídeas suicidas, los lirios de agua.





-La isla-

Isla mía no quiero hablar de isla.
Te hemos explicado y no aprendemos de ti:
agua en canasta es nuestro conocimiento.
Negamos la orilla y en tierra firme
echamos a caminar buscando el límite
la línea protectora que nos libre del susto
de lo inmensurable.


Eternos habitantes en la sajadura del agua
en el temblor rumoroso
necesario al pie como otro precisa
la superficie lunar.


Isla mía islas
en cada uno el resplandor
de la hora finita de la tarde
que saca a pasear
como el humo de los años felices
el rostro particular transformado en máscara.


Isla mía no quiero hablar de isla
y soy rodeada de mar y miro al mar

como miran los pájaros comunes
los mudables colores
la marea circular inalterables.

Los altoparlantes piden el hermoso sacrificio.
Ya no vivimos cercados por las aguas
somos el agua misma agua elemental
graciosos líquenes
animales minúsculos que se cruzan
con los hermosos ahogados
sin nadie que nos vista y acaricie
para descansar en tierra.



-Los hermosos ahogados-

I

De los mares de todas las islas ahogados
hermosos ahogados emergen para desandar
los trillos que sus propios pasos
abrieron en la hierba.
Fueron al mar
arrastrando sin saberlo la maldición del agua
y como agua dócil sus cuerpos
se abatieron frente a los elementos:
no reposan no duermen.

Ladrones de cuerpos toman sus huesos
los pasillos del cráneo y de los ojos
y parecen animar en breves lapsos
lo que las aguas ya tomaron antes
y fue tributo al espacio de la hierba trillada.

Hermosos ahogados de las islas
sin un pedazo de isla para los huesos
cansados del vaivén.

Es posible verlos a la luz del faro
como bañistas despreocupados de lo que agita
las ciudades y las oficinas

y simula vida
lejos de las pequeñas luchas
de los insectos breves.
Encima de las aguas
no hay aliento ya para los hermosos ahogados.
Ellos son nuestro pueblo submarino
lo que acaso dejemos al minucioso azar
como una pieza suelta el eslabón perdido
hasta la ocasión de entrar resueltos a las aguas.






II

Sostienen la isla y la socavan.
Ignoran nuestro peso en ella
si peso damos a tanta levedad.
Pequeños habitantes no nos miran
y les pertenecemos.
Esperan el naufragio el inevitable
choque la caída veloz:
imanes nos atraen a nuestro destino de agua.
Me pongo allí
en el imaginario tentador de la cama flotante
por nuestras hundiduras, alter ego
las hundiduras.


Lento es lento despeñarse.
Rocas abajo.








III

En la lechosa alfombra
donde descansa a tramos de la ruta marítima
el ahogado hace su propia ruta de sal
ruta de sedas presentidas en los animales vivientes.

El ahogado busca el punto de reposo
pero sólo en el movim
es capaz de mantener el recuerdo de su objetivo.


Ahogados de las islas.
Su hermosura es la desnudez
de nuestras vanidades.
Ahogados de la tierra.
Su hermosura no existe.

La creamos a voluntad
para sentirnos a salvo de un destino semejante.
Pero las aguas escriben su libro inalterable
en caracteres invisibles para el ojo del sol.
Ahogados de las islas
descifran en el libro la ruta venidera
como otros antes fijaron la suerte de las caravanas.

Debajo y encima de las aguas.





-Dios es amor danger hay perro-

Con la misma eficacia que el cartel de aviso
hacerte decir que lo comprendes. No dejo que me afecte.
El desmembrado cuerpo entra al iris espejeante, al violeta.
La sin cabeza entra con cabeza prestada.
Es fuera de programa. No dejo que me afecte.
Los clarinetes bajo el agua no cantan su reclamo
ave de cacería sálvate.


Tiene gestos humanos, por lo tanto cobardes
por lo demás comunes, por exceso gratuitos.
También ofrezco gestos. Donde la flor búlgara
se exhibe démodé. Y por amor cometo
los interesantes crímenes. Danger Hay perro.
Es decir trampa de agua para el ave
pared acolchada
caja de resonancia con salidas ciegas.


Yo te quiero dormir en la trampa de agua.
En el centro del corazón del pájaro
donde la profecía del insomne

donde la flor búlgara se exhibe démodé.
Y es fuera de moda estremecerse en la plana belleza
donde el misterio sea perdurable.


No dejo que me afecten los carteles de aviso.
Cuídate. Hay perro listo para morder
hay bestia entrenada para soplar la llamada patética
hay cuerno de caza sin sonido bajo el agua.
Cuídate dios será amor
pero yo ave de cacería
sé salvarme.




-Las altas horas-

El día de mi padre me decía al oído:

be careful, its my heart

Louis Armstrong dictaba en el oído
lo que nunca cantó.
Otro hombre perfecto fue su dueño.
Cantores, militares, ya no viven aquí.
Vive Daniela
el eterno retorno de la canción que pide
cuida mi corazón de alturas y cemento.
Y por la suerte cuido.
Levísima es la suerte a la que doy memoria.


Hija mía. Sé libre
ama con esperanza con ingenuidad.


Una taza de té empecé a tomar hace años
y hace más tiempo removía la carne temblorosa
que tomaría el té. Desde ese temblor
escribí, escribí:
ahora cuento las palabras
que quedan sin contaminar.

Dentro de mí el piso 23 la escuela
el corazón que cae.
Tú eres ese cuerpo sin fragmentar intacto.
Hija mía soy libre
te amo con esperanza con ingenuidad.
Quédate cerca de la puesta del sol:
quien la fragmenta y disecciona
no puede hacer que el sol se ponga para ti.
Quien diseca la palabra
no puede hacerte vibrar con palabra alguna.
Eso te doy las puestas de sol que fueron
las sobre mí
las que te inquietarán y aquietarán
y esta palabra sin contaminar
para que la bebas con fruición
como la leche de las altas horas
la acunes, aprendas y mastiques
y te haga luz en la hora violeta
cuando el sol se ponga sobre mí.




-Compacts (fragmento)-

I

No creo haber sido la única en la Plaza de Armas que hacía
sus palabras. Turistas levemente atentos, con las piernas cruzadas
hacia lo alto y los pies desnudos, dejan ir las notas de la
flauta. La plaza está pensada. Mujeres de Botero en camisas
azules barren hacia el recogedor las hojas de laurel que caen
despaciosas.

El obrero que pinta unos adoquines de madera recién puestos
había recogido un pájaro raro: desconocido para mí.
Aquel pájaro trataba de agarrarse con las patas delgadas al
borde del vagón de arena. Allí quedó: por momentos no
podía saberse si estaba vivo. Hasta que el pájaro movía un
poco el cuello y giraba los ojos. Era un detalle terriblemente
humano. Y también estaba pensado para turistas. Ellos
gesticulaban como si hubieran encontrado la belleza y aprisionaban
la belleza en el ojo de sus cámaras de video y una
vez logrado el testimonio se iban sin mirar de nuevo al pájaro
patético, a buscar algún otro detalle especialmente bello

o especialmente humano.
Un obrero retocando la fachada de piedra no desentonaba.
Fue pensado también para turistas. Mujeres arrastrando sus
vestidos de intención colonial, cestas, cestas con flores de plástico
o papel y sonrisas marcadas de una comisura a otra, apretaban
en el hueco de la mano, bajo la cesta de flores, billetes
arrugados. Una niña con un bolso de nailon sacaba unos jabones,
los olía sobre el papel y los pasaba por su cuerpo.

Yo también fui pensada para turistas esta mañana. Intento
regresar de mano de los trenes. Soy la escucha mientras tanto.
Coches infantiles. Los destinos de un niño. Algún rostro
fijo que no refleja las ideas. Y también lo contrario.

Mirada mientras miro. Turista desechable. Esto es común.
Pero lo escribo.




-Luz ciega-

para Belkys Ayón

La punta aguzada dando contra la superficie
el grafito. El vuelo de la mano forma los rostros ciegos
pera reconocernos. Otros ruidos.
La vi entonces asomarse a ellos
como veré mañana, en los ojos de Ilsia, las torres del tarot
convertidas en polvo. Otros ruidos
pueblan con insistencia nuestro mundo mudo:
la punta aguzada del disparo penetra el rostro ciego.
Ni lienzo ni piel resistirá.


Vi cosas que olvidé porque estaban ahí
y eran recias o débiles según como se mire
otros ruidos:
la punta del labio sonriente dando contra el ladrillo
contra una cúpula cercana
contra los muros del Country Club.
Y el rostro ciego se hacía permanente.


No sé lo que recuerdo como no sé dónde está lo que
no permanece. Sólo los otros ruidos: lo que fue la punta

aguzada dando contra los rasgos de cartulina
punta del labio que da contra los muros
y es estriada punta contra piel.


Otros ruidos no supe guardarlos para mí.
Otra luz ciega
donde asomar nuestra impotencia.

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