viernes, 29 de abril de 2011

3773.- JUAN LUIS ZABALA


Juan Luis Zabala (Azkoitia, 1963).




Me rompí

Me rompí,
hace mucho tiempo,
en la infancia,
no recuerdo cuándo.
Nadie vio nada,
y tampoco yo me di cuenta
cuando me rompí.

Me rompí,
hace mucho tiempo,
en la infancia,
no recuerdo cuándo.
Nunca me he recompuesto,
pues ni yo ni nadie sabe
cuándo y cómo me rompí.

Nunca me recompondré,
y ya ni siquiera lo deseo,
porque lo mejor que he sido
lo he sido siempre roto,
porque roto me he amado
de verdad a mí mismo.






Tendencia a verlo todo oscuro

Tendencia a verlo todo oscuro,
con un filtro interno que todo lo difumina.
Mareante y placentero deseo de caer,
obstinación de precipitarse sobre el asfalto,
enfermo hasta el último extremo,
dulcemente resignado de antemano
a golpear todo lo circundante con brazos y piernas.
La belleza de lo inexpresable en las entrañas.
Menos mal que al menos nos queda
la posibilidad de guardar estas rupturas,
la garantía de la distancia,
sostén de las ventanas interiores
para el respirar del verdadero ser nosotros
en el carnaval de las sonrisas livianas.







Reunión

Se reunieron todos
los objetos rotos,
y constituyeron una asamblea irregular
para proclamar la independencia.

La cabina de un camión quemado
citó el arte y la herrumbre,
retretes y lavabos alabaron la hendidura,
se hicieron encendidas loas al lodo y a las cenizas,
las agujas de los relojes miraban a cualquier parte.

Todo consistía en quedarse allí,
interminable aprendizaje de alto nivel,
permanencia y unificación universal.
La ruptura era una nueva vida
—asamblea eterna,
solidaridad sin fisuras—,
que había de vivirse desde las entrañas,
y podía sentirse el futuro llamando
torpe y tambaleante por entre los trastos
transformado en televisor averiado.






Como el reloj en la muñeca

Como el reloj en la muñeca,
quieto en su espacio,
señalar la hora exacta y permanecer.
Estar, ser, casi casi nada.

La muñeca es espacio pacífico,
sencillo y acogedor.
Se está bien
como el reloj en la muñeca,
descansando,
tornando neutral el tiempo,
sin compañeros, sin amigos,
simple ser, matiz,
elemento visible de la muñeca
que la nada rodea.
Pero se siente el llamado de los precipicios,
los imanes que pretenden marear las agujas,
los martillos deseosos de romper el cristal.
Deseos de agarrar el tiempo por las agujas,
pellizcar la muñeca,
abrir de repente nuevos estares al ser.
Eternizar en el destiempo
el grito del reloj en la muñeca,
quizás.

Como el reloj en la muñeca,
estar, ser, casi casi nada,
profundizar en las simas vacías del silencio,
retomar fuerzas
para una pelea que no puede sino perderse.







El dolor de la felicidad breve

No sabéis bien cómo me duele
esta blanca felicidad.
¿Porque es inmerecida?
¿Imposible de repartir y egoísta?
¿Porque se basa,
con elegantes disimulos y nebuloso olvido,
en la inmoralidad de horribles injusticias?
No. Soy tan bajo como mi felicidad.
Es porque sé que es breve,
como toda felicidad,
aunque quienes de verdad merecen la felicidad
no se den cuenta de ello.





Lo que somos

Y nosotros: ¿qué somos nosotros?
¿Los que nunca somos nosotros?
Sin formar un nosotros, nosotros.

Miramos el mundo a través de la miopía,
buscamos apoyo en pequeños cantones, que suelen ser también golpes.
Nuestros pasos están entre la danza de vanguardia y la cojera torpe.

La palabra nos surge del precipicio de la impotencia,
se nos torna vacío en la boca, contrario.
Lo que decimos está entre la canción minimal y el bramido grosero.

No sabemos otra cosa, no conocemos otro modo.
Nadie puede ser lo que no es.

No cuando menos nosotros, sin formar un nosotros, nosotros.
¿Qué somos nosotros?






Ahora lo entiendo todo

Ahora lo entiendo todo.
El valor sociológico del fútbol,
el emocionante encanto de las bodas fastuosas,
el éxito de la gratuita alegría verbenera.
Camiones cargados con idéntico material
en las dos direcciones de la autopista.

Ahora ya sé qué es el fin de semana,
conozco las variadas habitaciones de que dispone para moldear el absurdo.
Sé por qué se congregan las masas de gente.
Sé, por decirlo rápida y groseramente, para qué es la Policía.

Ahora lo entiendo todo.
Cruzo los ríos sobre el puente.
Tengo abiertos los caminos para sentir cualquier cosa.

Ahora encajan perfectamente
todas las piezas de este prosaico rompecabezas.
Pero siempre me inundará de emoción
observar la coja torpeza que las caracteriza en su soledad.





Escampada

En interminable bruma nos mojan las palabras,
palabras hechas de mensaje, hablando gota a gota, H2O;
escaso cobijo, paraguas cansados,
propaganda de la humedad colgada de esbeltas y elegantes nubes.
No es difícil, por otra parte,
en la cuesta abajo de la costumbre,
aun reconociendo que hay también rosas,
vivir sin gabardina
y, en el aturdimiento de la velocidad,
juntar y mezclar todas la visiones húmedas.

A veces, sin embargo, escampa totalmente.
Escucho entonces la voz de mis laberintos internos
comparando las diferencias entre las gotas que me han mojado:
«demasiado hidrógeno, poco oxígeno», suele quejarse,
eso dice por lo menos casi siempre.

En la infinita llanura de la reflexión,
descanso, recuperación de fuerzas, paz de los ojos,
repaso sin confusión las lluvias pasadas:
en la medida en que sepa qué agua conviene a los laberintos
más fácil me será saber por dónde salir.

Eso por lo menos, si más no se puede,
no es poco, mejor que nada.


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