Linda Pastan
Nació en Nueva York en 1932. Hija única, sus poemas se desarrollan con frecuencia en un mundo familiar en el que sus padres, abuelos, hijos, esposo y amantes son protagonistas. Son notables en su poética los temas del envejecimiento y la mortalidad. Ha publicado numerosos libros de poesía, entre ellos: The Last Uncle: Poems (Norton, 2003); PM/AM: New and Selected Poems (1982); The Five Stages of Grief (1981), y Waiting for My Life (1981). Su obra ha sido reconocida con los premios Dylan Thomas y Di Castagnola, este último otorgado por la Sociedad de Poetas de América.
Nació en Nueva York en 1932. Hija única, sus poemas se desarrollan con frecuencia en un mundo familiar en el que sus padres, abuelos, hijos, esposo y amantes son protagonistas. Son notables en su poética los temas del envejecimiento y la mortalidad. Ha publicado numerosos libros de poesía, entre ellos: The Last Uncle: Poems (Norton, 2003); PM/AM: New and Selected Poems (1982); The Five Stages of Grief (1981), y Waiting for My Life (1981). Su obra ha sido reconocida con los premios Dylan Thomas y Di Castagnola, este último otorgado por la Sociedad de Poetas de América.
¿Por qué son tan oscuros tus poemas?
¿No es también la luna oscura,
la mayoría del tiempo?
¿Y no parece inconclusa
la página blanca
sin la negra mácula
del abecedario?
Cuando Dios emplazó a la luz,
no desterró las tinieblas.
En cambio inventó
el ébano y los cuervos
y el diminuto lunar
en tu pómulo izquierdo.
O querrías decir
“¿por qué entristeces con tanta frecuencia?”
Interroga a la luna.
Pregúntale qué ha testificado.
[Traducción: Araceli Mancilla]
ÉTICA
Hace muchos años en clase de ética
nuestro profesor nos preguntaba cada otoño:
¿si se prendiera el fuego en un museo
qué es lo que salvaríais, una pintura de Rembrandt
o una anciana a la que de todos modos
no iban a quedarle muchos años de vida? Impacientes en las duras sillas
nos preocupaban poco los cuadros o la vejez,
optábamos un año por la vida, al siguiente por el arte
y siempre con poco entusiasmo. A veces
la mujer adoptaba el rostro de mi abuela
dejando por una vez la cocina para recorrer
algún museo inhóspito y solo a medias imaginado.
Un año, creyendo ser ingeniosa, respondí
¿por qué no dejar que decida la anciana?
Linda, explicó el profesor, evita
la carga de la responsabilidad.
Este otoño, casi anciana yo misma,
estoy en un museo real
frente a un verdadero Rembrandt. Dentro del marco
los colores son más oscuros que el otoño,
más oscuros aún que el invierno- los ocres de la tierra,
aunque los elementos más brillantes arden
a través del lienzo. Ahora sé que la mujer,
la pintura y la estación son casi una sola cosa
y todas más allá de la salvación de los niños.
VOCES
Juana oyó voces,
y por ello ardió.
Mientras conduzco en la oscuridad
escribo poemas.
Anoche pensando
en cómo espaciar los versos
me pasé una señal de stop.
Cuando me justifiqué
el policía asintió,
y me puso
una multa.
Un entendido me dijo
que los escritores tienen un plazo de quince años:
luego llega la repetición,
incluso la locura.
Como Midas, supongo que
todo lo que tocamos se convierte
en un poema
cuando el hechizo existe.
Pero piensa en el poeta después de ese plazo
tocando los árboles que
siempre ha tocado,
pero esta vez no ocurre nada.
Imagínatelo yendo de un tronco
a otro, magullándose
las manos con la áspera corteza.
Sólo quedan cinco años.
A veces entierro
mis poemas en el jardín,
reservándolos
para los fríos días venideros.
De todos modos
te quemas por ello.
Las cinco fases del dolor, 1975.
Traducción de Rosa Lentini y Susan Schreibman.
VOICES
Joan heard voices,
and she burned for it.
Driving through the dark
I write poems.
Last night I drove through
a stop sign, pondering
line breaks.
When I explained
the policeman nodded,
then he gave me
a ticket.
Someone who knows told me
writers have fifteen years,
then comes repetition,
even madness.
Like Midas, I guess
everything we touch turns
to a poem–
when the spell is on.
But think of the poet after that
touching the trees
he’s always touched,
but this time nothing happens.
Picture him rushing from trunk
to trunk, bruising
his hands on the rough bark.
Only five years left.
Sometimes I bury
my poems in the garden,
saving them
for the cold days ahead.
One way or another
you burn for it.
The Five Stages of Grief, 1975.
La contestadora
Llamé y escuché tu voz
en la contestadora
semanas después de tu muerte,
un fantasma inexperto todavía anhelante
de mensajes humanos.
¿Debería dejar uno, contando
cómo el tejido de nuestras vidas
ha sido rasgado antes
pero que esta lágrima repentina no
será remendada ni rápida ni fácilmente?
En tu casa vacía, otros
enrollan alfombras, empacan libros,
beben café en tu mesa antigua,
y escuchan los mensajes recibidos
en una contestadora encantada
por el timbre de tu voz,
más palpable que las fotografías
o que las huellas dactilares. En este primer día
de este primer otoño sin ti,
avergonzada y aguantando
pero urgida, marco de nuevo
el número que sé de memoria,
agradecida en un mundo reducido
por la accidental compasión de las máquinas,
después escucho y cuelgo.
The answering machine
I call and hear your voice
on the answering machine
weeks after your death,
a fledgling ghost still longing
for human messages.
Shall I leave one, telling
how the fabric of ours lives has been ripped before
but that this sudden tear will not
be mended soon or easily?
In your empting house, others
roll on rugs, pack books,
drink coffee at your antique table,
and listen to messages left
in a machine haunted
by the timbre of your voice,
more palpable than photographs
or fingerprints. On this first day
of the first fall without you,
ashamed and resisting
but compelled, I dial again
the number I know by heart,
thankful in a diminished world
for the accidental mercy of machines,
then listen and hang up.
CONSOLACIONES
Escucha:
la lengua lo hace lo mejor que puede.
Yo hablo
los perros gañen
y entre los árboles que vuelven a ser otros
zumban tardas abejas, imprecisas
como las voces
indistinguibles casi
en el cuarto de al lado.
Después
las consolaciones
del silencio.
Las noches transcurriendo, lentas.
He pasado sus páginas pesadas
una por una
humedeciéndome el índice
como mi abuelo hacía
deseando cerrar el libro del dolor.
Las tardes huelen a quemado
las hojas ya se han desprendido
de la rama
pequeños rollos de papiro, y portan
viejos mensajes
año tras año.
Tócame:
he ahí otra lengua. Nuestros pesares
casi son uno;
entre los dos los mecemos
como al niño que nos prestan por un rato
y sostiene una mano de las tuyas
y una mía
apresurándonos de vuelta a casa
mientras las farolas
florecen ya
bajo el oscuro tallo
de la tarde.
Traducción de Abraham Gragera
Lo que queremos
Lo que queremos
nunca es sencillo.
Nos movemos entre las cosas
que pensamos que necesitábamos:
un rostro, una habitación, un libro abierto
y esas cosas tienen nuestro nombre...
ahora, nos necesitan.
Pero lo que necesitamos se aparece
en sueños, lleva disfraces.
Descendemos,
tendemos los brazos
y por la mañana
nos duelen.
No recordamos el sueño,
pero el sueño se acuerda de nosotros.
Está ahí todo el día
igual que un animal está ahí
debajo de la mesa,
igual que las estrellas están ahí
aun cuando el sol brilla
A una hija que se va de casa
Cuando a los ocho años
te enseñaba a andar
en bicicleta, arrastrando los pies
a tu lado
y te alejaste tambaleándote
sobre las dos ruedas, tan redondas
como mi boca abierta por la
sorpresa cuando tomaste
la curva del sendero del parque,
esperando el ruido
que harías al chocar
corrí para alcanzarte
mientras tú te volvías
cada vez más pequeña, más frágil
en la distancia,
pedaleando, pedaleando
por tu vida, gritando
y riendo
el pelo aleteando
detrás de ti
como un pañuelo que dice
adiós.
Carnival Evening, Norton, Nueva York, 1998
Versión de Jonio González
TO A DAUGHTER LEAVING HOME
When I taught you
at eight to ride
a bicycle, loping along
beside you
as you wobbled away
on two round wheels,
my own mouth rounding
in surprise when you pulled
ahead down the curved
path of the park,
I kept waiting
for the thud
of your crash as I
sprinted to catch up,
while you grew
smaller, more breakable
with distance,
pumping, pumping
for your life, screaming
with laughter,
the hair flapping
behind you like a
handkerchief waving
goodbye.
Viento frío
La puerta del invierno
está cerrada y congelada,
y como los cuerpos
de animales extinguidos hace mucho, los coches
yacen abandonados allí
donde la fría carretera los haya llevado.
Qué ceremoniosa es la nieve,
con qué callada gravedad
convierte aun la muerte
en una disposición formal.
Sola ante mi ventana, escucho
el viento,
las pequeñas hojas que golpean suavemente
sus ataúdes de hielo.
Linda Pastan (Nueva York, Estados Unidos, 1932), Carnival Evening: New and Selected Poems, 1968-1998, W. W. Norton, Nueva York, 1999
Versiones de Jonio González
WHAT WE WANT
What we want
is never simple.
We move among the things
we thought we wanted:
a face, a room, an open book
and these things bear our names--
now they want us.
But what we want appears
in dreams, wearing disguises.
We fall past,
holding out our arms
and in the morning
our arms ache.
We don't remember the dream,
but the dream remembers us.
It is there all day
as an animal is there
under the table,
as the stars are there
even in full sun.
WIND CHILL
The door of winter
is frozen shut,
and like the bodies
of long extinct animals, cars
lie abandoned wherever
the cold road has taken them.
How ceremonious snow is,
with what quiet severity
it turns even death to a formal
arrangement.
Alone at my window, I listen
to the wind,
to the small leaves clicking
in their coffins of ice.
Lluvia de noviembre
Qué separados estamos
bajo nuestros paraguas negros, oscuros
planetas en nuestras pequeñas órbitas,
ocultándonos ante este ataque húmedo
del clima como si el agua
profanase la piel,
como si estos enarbolados toldos de seda
pudieran protegernos
de lo que sea que venga a continuación,
diciembre con sus superficies
esmaltadas de blanco; los adormecedores
silencios del invierno.
Desde arriba debemos de parecer
una familia de murciélagos:
las estriadas alas abiertas
contra la lluvia,
lanzándose sobre cualquier
refugio improvisado.
Linda Pastan (Nueva York, 1932), Queen of a Rainy Country, Norton, Nueva York, 2006
Versión de Jonio González
NOVEMBER RAIN
How separate we are
under our black umbrellas—dark
planets in our own small orbits,
hiding from this wet assault
of weather as if water
would violate the skin,
as if these raised silk canopies
could protect us
from whatever is coming next—
December with its white
enamel surfaces; the numbing
silences of winter.
From above we must look
like a family of bats—
ribbed wings spread
against the rain,
swooping towards any
makeshift shelter.
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