jueves, 6 de enero de 2011

2793.- MARTÍN LÓPEZ VEGA



Martín López-Vega (1975, Poo, Asturias), es un poeta español nacido en Llanes que emplea tanto el asturiano como el castellano.

López-Vega viene desarrollando una labor literaria tan extensa como profunda. Su poesía es cosmopolita y nostálgica, pero a la vez mantiene el enlace con el ámbito campesino y rural. En sus poemas hay una muestra continua de arte y recuerdos, de viajes y citas literarias, en un esfuerzo por encontrar una identidad personal que sea capaz de mantenerse en el tiempo. Sin embargo, el propio poeta se da cuenta de que este esfuerzo es vano, razón del carácter elegíaco que recorre su obra. Su obra aparece en diversos recuentos y antologías de la poesía reciente

Obras

En asturiano
Esiliu (1998, poemas)
Les coraes de la roca (1999, poemas, junto con Chechu García)
La visita (2000, poemas)
El sentimientu d'un occidental (2000, prosa)
Piedra filosofal (2002, poemas)
Parte metereolóxicu pa Arcadia y redolada (2005, prosa)



En castellano
Objetos robados (1994 de poemas)
Tertulia Oliver (1995 crítica literaria)
Travesías (1996, poemas)
Cartas portuguesas (1997, libro de viajes)
Los desvanes del mundo (1999, prosas)
La emboscada (1999, poemas)
Mácula (2002, poemas)
Árbol desconocido (2002, poemas) Premio Emilio Alarcos de poesía.
Equipaje de mano (2003, recopilación y traducción de poemas).
Elegías romanas (2004, poemas)
El letargo (2006, novela)
Extracción de la piedra de la cordura (2006 poemas) Premio de Poesía Hermanos Argensola
Gajos (2007, poemas)






Cinco poemas inéditos



ALBADA

Quieres dejarte dormir aunque sea un minuto
y te mordisqueo el culo
antes de levantarme para preparar café.

La luz entra por la ventana a escondidas,
para vernos, para que nos veamos.

Puede que esa sombra sea un remordimiento,
puede. Pero no crecerá hasta mañana,
y ya nos habremos ido.

No hagas preguntas, si tú traes ya las respuestas.
Retengamos el momento y vayámonos luego.

También hay que venir a veces
a donde no estamos seguros de ir,
oler la flor que ha crecido asombrada en la oscuridad
y marchar sin prisa.

Gracias por venir, gracias por irte.
Quería saludarte,
no más. No ha hecho falta
mucho para entendernos.

Nos hemos abrazado como quien sin miedo cruza
un puente entre dos precipicios. Ahora solos volvemos
con esta rara conciencia de no estar solos:
un manojo de humo que al desvanecerse se nos parece.







ANTÍGONA EN GRÜNERLØKKA

El mundo, lo sabes, es cada vez más una procesión
de híbridos de muertos y sus fantasmas.
Esta mañana al ver esa pequeña escultura
de la mujer que mira la puesta de sol
(en realidad, un pedazo de madera
mal pintado de amarillo) eras tú de nuevo
quien estaba allí, aquí. Si no le das a tu vida
la pendiente adecuada, decías,
no hay agua que no se estanque.

Sístole y diástole, rotación y traslación:
mi corazón es un planeta exhausto.

No viajo ya por huir de nada ni de mí,
tan sólo para poder así verme desde lejos.
Esta mañana, al mirarme en el espejo
del baño, no me reconocí:
no era un rostro lo que había al otro lado,
sino un paisaje equivocado, como si al salir
de un largo túnel me asomase por fin a la luz
y el lugar no fuese el esperado
e ignorase si tengo tiempo aún para volver
sobre mis pasos y reemprender el camino que buscaba.
En los restos de vaho intento dibujarme.
Un monigote, un pelele sin gesto,
otra cosa no consigo de mí si soy yo quien me dibujo.

Al fin y al cabo, lo trágico sigue siendo lo trágico,
por muy rotos que estén tu Yo y mi Tú.
Tú tienes tu carga y yo tengo mi carga.
¿Por qué nos encontramos hoy en medio
del mercado? ¿Si llevamos tanto tiempo juntos,
por qué ahora? ¿Qué has venido a decirme
o a que te diga? ¿Eres tú la sombra que carga
con mi cadáver o la sombra soy yo?

Cuando era niño, en las manchas de las paredes
veía mapas de islas a las que alguna vez iría:
ahora en cambio reconozco cicatrices
de heridas que ya tuve. Deberíamos
vivir como árboles y, al final,
lo que hacemos con nuestra existencia es
construir una estatua: llegado un momento
nos congelamos en un gesto, y en él nos quedamos
ya de por vida. Nunca como niños
corriendo cuesta abajo.

Hay por todas partes luces de colores y la cerveza es mala,
pero no hay una mujer que no sea hermosa.
Querrías acercarte a una, a cualquiera, pero pesa demasiado
el cadáver que arrastras. Le darías la mano, pero ninguna
de las dos tienes libre; hablarías con ella, pero tú
ya sólo hablas con los muertos. La besarías, pero tus besos
quién te asegura que no sepan a cadáver.

¿Qué hacer cuando alrededor la belleza
abunda de esta manera, y uno no encuentra
lugar en que enterrar a sus muertos en paz
y empezar de una vez la vida nueva?

Ya es de noche, Antígona, desde la ventana
puedo ver los raíles del tranvía y a los jóvenes
que siguen bebiendo en los bares cercanos.
No importa quién seas tú ni quién yo sea.
Salgamos juntos a enterrar a nuestros muertos.
Mañana será domingo, el reloj dará horas que no importen
y el sol de mediodía querrá penetrar
en nosotros a la fuerza, ojos adentro.








ZEN MATINAL

No conozco nada más zen
que tu forma de aclarar la cafetera
por la mañana, como si eso
fuera lo más importante del día:
un hilo de agua fresca
que no apague el olor de las mañanas pasadas
pero que no ocupe ni un solo segundo
necesario para facilitar la invasión del día que llega.

Mientras tanto yo, que me levanto
un poco más occidental que de costumbre,
rayo tomate, pepino y queso para las tostadas,
y confundo el nirvana
con un chorrito de aceite com ervas da Arrábida.









DEMASIADA MEMORIA

Agendas viejas. Bosques en mayo. Camisas
compradas cerca de la playa. Cicatrices, una.
Tengo demasiada memoria. El ovillo de hilo
rueda y yo le sigo, de eso se trata, nadie
querría ser el que recoge hilo sucio. También escuché
a Mozart en Nueva York, pero cuando suenan
esas notas a donde vuelvo es a aquella iglesia
de la Via del Corso. Demasiada memoria.

Tenías el colchón en el suelo. Eso lo recuerdo.
Y también la cuesta que llevaba a tu casa en aquella
calle oscura, detrás de la estación. Me grababas
en una casete tus canciones favoritas y luego
traducíamos las letras. Recuerdo más cosas,
desde luego, pero esto es lo que llega ahora,
como el olor que nos sorprende en la calle
y nos devuelve un rostro, otro paisaje, más vida.

No quiero escarbar más, recuerdo demasiadas
cosas. Se me ha ocurrido decirte: recordarás tal vez
el día que nos despedimos, las frases vagas
que se dicen en esos casos y que no evitamos,
cada uno tenemos nuestro camino, seguir buscando
es lo que toca, es lo mejor, nos quedamos con lo bueno.

Arcos románicos. Semáforos en rojo bajo la lluvia.
Una mesa puesta frente al mar. El amor sin prisa.
¿Quizás tú encontraste lo que esperabas?








WANDERLUST

Ayer me preguntaste: ¿cuánto tiempo aún?

Llovía, llovían agujas que se clavaban en la tierra
sin conseguir hilar pensamientos o caricias.
El hilo estaba deshecho de tanto intentar
enhebrarlo en vano.

Mosquitos muertos, aplastados contra la cal de la casa
inventaban un idioma de malentendidos que tú dejabas hablar.

De pronto una extraña quietud se ha adueñado del mundo:

la repisa metálica del cobertizo

está llena de balas mohosas que encontramos
la tarde que decidimos buscar el tesoro que suponías.

Pero la hierba se rebelaría si el viento dejase de acariciarla,
ella es el cabello de la tarde, y pide cariño.

Las manos me huelen a tomillo –como un cuerpo,
una vez, pero ya no recuerdo cuál.

Ayer me dijiste: el horizonte ya no tiene puertas.
Hoy sé que es cierto, pero es que se ha abierto por completo.
Aún no habías aprendido a mirar,
y yo veía a través de ti.

Sé que te has ido o me he ido,
pero nadie dirá nada.

Briznas de la tarde, sed mis riendas.








Dos poemas de Extracción de la piedra de la cordura



1,

Con una cuchilla de afeitar
hice una hendidura en el aire de la tarde

Una ciudad apareció ante mí
tan real como las uvas de Zeuxis

este poema es la cortina de Parrasio

Una ciudad de torres transparentes que eran música
alzada sobre una colina de furor magnético

No había caminos en aquella ciudad
Sus habitantes eran invisibles
formas perfectas de energía
Sentí su corazón inerte
El sufrimiento del corazón es sufrimiento del cuerpo

Una caricia en mi piel que era de otra piel
Y no había piel Sólo caricia

Este poema es la cortina de Parrasio

No había voz No era necesario decir nada
No había río El agua era alma
Ninguna filosofía
Sin cuerpo no hay preguntas

Con una cuchilla de afeitar
hice una hendidura en el aire de la tarde

Ni sangre ni aire nuevo
Sólo hendidura sin ser herida

Miré del otro lado Ya no había ciudad

Seguí mi camino
La herida conmigo






39,

¿Quién me lanzó a este viaje que no entiendo?
De un salto, abandonar la inercia.

No me mires,
Soy un horrendo pez abisal.
Todo ojos para ver,
hecho para no ver visto.
Deseoso de tener
nadie podría tenerme.

El río no se une al mar, se ahoga en él.
Las águilas no vuelan en bandada.

El cometa que en un punto del espacio
se cruza con otro cometa
¿lo toma,
aunque sólo sea por un nanosegundo,
por semejante?

Mi camino me adelanta.
El todo arrastra al yo,
un impulso ajeno a mí tira de mí
hacia lo que no decido ser
y mientras tanto
preocupado en no dejarme llevar
mi camino se esconde de mí.

Ir es tan inútil como no ir
o como detenerse aquí,
en este punto
final.

Nada
importa nada.

Todo es
irreparable.


Extracción de la piedra de la cordura,
DVD Ediciones, poesía, 102
Premio de poesía Hermanos Argensola, 2006





RETRATO DE COPISTA

Museo Czartoryski

Caminar por un museo pequeño de un país pequeño
sin saber mucho de su historia
-por todas partes los mismos romanos,
las mismas momias robadas en el mismo Egipto,
raras turistas de la eternidad a su pesar,
los mismos dorados medievales, idénticos juicios finales,
este empeño en resaltar diferencias tan, tan pequeñas...

En el extranjero debes amar a una estudiante de historia
que te explique quiénes llevaban esas armaduras aladas
mientras en la silla de la vigilante de sala
duerme el crucigrama apenas comenzado
con tres o cuatro palabras que no comprendes.

Una muchacha copia minuciosamente
un cuadro mediocre con un paisaje bucólico.
En qué pensará, pienso, mientras añade agua
al agua del arroyo, mientras desmigaja
el blanco de una nube, mientras cierra
la puerta de una casa en la que no estará nunca.

Al descubrirme mirándola sonríe. Yo no le digo
que olvide su copia, que se venga conmigo,
que vamos a ponernos las armaduras aladas
para conquistar países de dentro y de lo alto y de luego,
y me voy

dejando atrás a toda prisa paisajes, momias, capiteles,
armaduras aladas,
contagiado sin remedio de este tiempo
tan vulgar, alérgico a cualquier épica.








TRÍPTICO DE LANGUEDOC

I
Sentado a la sombra de las torres medievales del Languedoc
pienso en Ezra Pound, que anduvo por aquí
a pie, buscando las huellas de los trovadores.
Mis bendiciones de hoy son: unos jóvenes que tocan
la guitarra y la trompeta unas mesas más allá,
unos niños que saltan en la calzada romana
sin miedo a los cascos de los caballos del tiempo,
este sol después de tantos días de lluvia
y esta calma reencontrada de viajar solo
de nuevo después de tantos años.
Ayer cassoulet y vino rojo; hoy
en el mercado me reclamaron las ostras,
su olor a un secreto que, por más que penetrado,
nunca se comprende del todo. Abre mis sentidos
y ya no se cierran, no, ya no se cierran.

II
El guarda de la catedral me hace un gesto
para que me acerque a un tapiz medieval.
Señala un león primo lejano del ornitorrinco
y presume de bibliografía: “En aquella época
las otras bestias que aparecen en el tapiz
eran conocidas, pero del león quien tejió
estos hilos apenas sabía lo que había leído”.
Luego, en la capilla de Notre Dame de Betlêm,
el magnífico retablo de piedra carcomida
ante el que pasé una mañana entera:
una alegoría que hubiera hecho callar al Dante,
la charette des damnés en la que todos vamos.

III
Un sátiro, una pera, la cabeza de una gorgona,
una sítula, un centauro, un amor,
una mano sosteniendo un papiro,
media manzana, dos cerezas mordidas
por el tiempo, he ahí cuanto de los romanos
quedó en Narbonne.

Del Languedoc en mí quedan sus torres,
este sentirme abandonado por mis certezas,
volver a mí sin mis viejos mapas,

como si la tierra me diera una nueva oportunidad
hacia mí sin mí regreso.








NOCH NICHT

Es impropio de esta época
amar cuanto dura, bien lo sé;
yo mismo he ido de jardín en jardín
recogiendo los racimos más visibles
y marchando luego, yo mismo
he amado de los cuerpos su fugacidad
y en las almas cuanto en ellas había
de promesa de levedad pasajera...
¡Alma! Menuda palabra
en el siglo del cuerpo
y sin embargo –llamadla como queráis-
yo creo en ella, en que el cuerpo
segrega algo más que líquidos y heces...
Yo, lo reconozco, creo aún en cuanto crece,
en cuanto invade, en cuanto se desborda
cambiando siempre para ser –así sí- siempre nuevo...
Y con todo, así me veo, incapaz
de quedarme, de que alguien se quede,
marchando siempre de donde querría quedarme
y diciendo adiós a quien querría tener siempre al lado.

Y sin embargo en lo más hondo
soy como un árbol que lleva
sus raíces al aire,
como la absurda melena de un viejo...




Ascuchando’l canciu noruegu 

“to bnsullar etter ronnaug bilogard”

El mio corazón, que nun vió
enxamás una ñube colorada
nel cielu de les isles Lofoten,
nin el débil sol ivernal nel puertu d’Oslo,
una mañana de xineru –con esa lluz
comu de semeya retocada-,
nin entansiquiera a la muyer que pasiara un díi cincu,
de cualesquier mes pel mercáu de flores de Bergen;
que nun sintió nunca
les plumes de les que faló Herodoto
que l’aire llanza constante
a la cara del viaxeru,
nin el color azul de la ñeve nuna nueche d’iviernu,
con ñeve fasta les rodíes, lloñe de cualesquier compañía,
coles neñes dilataes pol frío;
que nun sabe lo que ye una tormenta nel Geirangerfjord,
nin anduvo nunca la carretera ente Narvik y Kiruna,
nin ascuchó enxamás la música del órgano de la catedral de Fredrikstad;
que nun recibió nunca una d’aquelles cartes
que moces anónimes escribíen a los marineros
que seguían navegando naide sabe a ónde, porque nunca nun tornaron;
el mio corazón,
que nun viera nenguna d’eses coses
y nun entiende nin una pallabra d’esti canciu
va invadiéndolu la señaldá,
el marmuriu d’un esiliu antiguu, les ganes de colar a cualesquier llugar
que nun seya esta habitación sola, nin estes pallabres gastaes.





Mañana de domingu en Braga

O sol é grande, caem co’a calma as aves…
Sá de Miranda

Calienta con inesperáu aliendu’l sol
esta mañana d’avientu; la xente
despóxase de la ropa d’abrigu cola que saliera de casa
inadvertida, ensin saber d’esti imprevistu regalu.
Y cómo s’agradez; el café puede tomase
afuera, baxo los soportales
mentes lleo nun periódicu estranxeru
que ñeva na tierra de los míos;
y sustituye la lluz inesperada
per un momentu la lluz de la mirada
d’ella, qu’hasta la nueche
nun volverá de Coimbra. Pero de sópitu
entama a llover.
Y vuelve cola lluvia’l pensamiento
non del suañu llivianu de la muerte,
pero sí de cuidaos graves.
Oh coses, toes vanes, toes cambiantes,
¿qué vanu corazón confía en vosotres?
Pasa’l tiempu –miráilu, ehí va-, pasen los díes
inciertos muncho más qu’al vientu naves…
Yo yá viera equí solombres, viera flores,
viera agua y lluz, l’amor qu’impregnaba les coses
y l’insípidu bebedizu del escaecimientu…
Too cambia, pa eso nun hai cura.
Igual que la lluz cola, volverá la lluz.
Namás que nós nunca nun volveremos.




Llugar


A Silvia Ugidos


Esti ye’l llugar al que vengo cuando marcháis toos.
Un cuartu enllenu de fotografíes, de vasos vacíos que bebió’l tiempu.
Peles nueches camino descalzu pela casa sola
con mieu a despertavos: toos dormís n’algún cuartu
y nun atopo la puerta, y quiciabes nun quiera:
quién sabe si sedréis inda los mesmos. Pero siento les vueses voces.
Decís: Vuelve, bésame otra vegada, y temo que too seya un suañu.
Y cada nueche camino otra vuelta descalzu pelos pasiellos a escures.
Alcuentro dacuando coses vuestres pela casa. Pistes segures. Ye lo mesmo.
De tolos caminos del tiempu namás podemos recorrer dos,
y los dos son el mesmu: el que lleva dica’l silenciu final
y el que nos devuelve a cada entrín del pasáu. Siento voces.
Dalgún día. Tarde na nueche. Rescátanos.
Nun puedo fiame de vosotros. Sois xente que yá nun esiste
y que poco a poco va esborrándose.




« Pueblu, d’Elías VeigaChopu, de Chechu García »
Iviernu, de Martín López Vega
abril 21, 2008 por poesiaasturiana

Xinga’l vientu la plaza vacía,
llévase los restos de la fiesta,
de los branos, de la vida.
Una muyer pasa silenciosa
con tol pesu del iviernu
sobre los hombros.
Nun falo de soledaes,
nin de tardes nes que l’alcordanza
envicia l’aire. Non.
Falo namás del iviernu.
De la lluvia. De la so infinita tristura
D’homes que dende guah.es
yá nun fueron felices.






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