viernes, 29 de octubre de 2010

1654.- FRANCISCO DÍAZ DE CASTRO

De izda. a derecha, Francisco Díaz de Castro, Luis Antonio de Villena, Vicente Gallego, Ángeles Mora y Luis Alberto de Cuenca.

Francisco Díaz de Castro nace en Valencia el 7 de enero de 1947. Se licencia en Filología Moderna en la Universidad de Valencia en 1969 y se doctora en 1975 con una tesis sobre la poesía de Miguel Labordeta. En 1973 entra como profesor en la Universidad de las Islas Baleares, de la que es catedrático a partir de 1986. Ha sido profesor en varias universidades europeas y americanas y es miembro correspondiente de la Real Academia Alfonso X el Sabio, de Murcia. Ha ejercido la crítica literaria en diversos periódicos y revistas y ha codirigido las colecciones de poesía El cantor (con los poetas Antonio Jiménez Millán y Pere Rovira) y Poesia de paper (con Perfecto Cuadrado y Albert Ribas), ambas de Palma de Mallorca. Empezó a publicar sus poemas en 1982.

- POESÍA:
Isla VI (1982).
Inclemencias del tiempo (1993). Plaquette.
El retorno (1993).
El mapa de los años (1995).
Navegaciones (1997).
Utilidad del humo. Antología 1987-1997 (1997).
La canción del presente (1999).
Sol de niebla. Antología 1987-2003 (2003).
Envejecer (2003). Plaquette.
Hasta mañana, mar (2005).


NOCTURNO

Estos recuerdos
no pueden ser los míos.
Son recuerdos de otro, de cualquiera.
Habrán llegado
mezclados con la brisa del otoño.
Esto que pienso ahora
habrá turbado sueños en otros dormitorios.
Yo no fui tan mezquino
ni traicioné por cosas tan triviales.
No es mío este rencor
que me roba los sueños verdaderos.
No puede ser verdad tanto fracaso.
Yo sé que este pasado no es el mío.


CONTESTADOR AUTOMÁTICO

Esta cinta gastada que conservo
entre fotos y cartas
y el olvido creciente de tu voz.

No volví la cabeza ni mis ojos lloraron
cuando te abandoné,
tú sin ti para siempre.

Luego lo más preciado se borró de las cintas.

Y te buscaba
en la masa de instantes,
en el eco de voces superpuestas
que llamaban para qué sé yo qué.
Pero tu voz, la broma,
tus retrasos, los besos
o el te quiero en susurro,
esa voz de fantasma que yo busco
es ya sólo el silencio que se graba
cuando pasa la cinta
y nadie dice.



PRIMAVERA

Soy un no muerto de momento,
un no muerto que aún no se despide
de una caja de música con medias,
de todos los recuerdos que dejaste.
Un no muerto feliz porque hizo suya
la fatiga de carne de tus ojos,
el dulce atormentar de tu rutina,
aquella mancha oscura de tu cuerpo.
Un no muerto que quiere no morir
para seguir echándote de menos.


MATERIAL PARA NUNCA

Imposible saber, ahora mismo,
en este interminable minuto de los labios
en que juegan las manos
y tus ojos se pierden en su sombra,
cerrados, la saliva, piel caliente,
un resto de perfume, la fuerza de los muslos
y las cinturas, desatadamente,
qué capricho de la memoria
salvará esta pasión:
el sonido de voces en la calle,
el contraluz violento de la tarde, el ángulo
aquel de la ventana abierta, o las fugaces,
chillonas golondrinas persistentes
que cruzan entre tu hombro y el espejo.


AL PAIRO

Contra un alto tejido de nubes que varían,
la rosada quietud que tiembla entre los barcos
se parece a mi contemplación,
calma y abandonada a lo que veo:
la espesura del aire que las sombras adensan,
el brumoso perfil oscurecido
de la ciudad enfrente, ajena y muda,
algunas luces ya, que traen la noche,
la belleza monótona, ese gris de las aguas
que vienen sin espuma hasta las piedras,
los azules oscuros, las últimas gaviotas,
los blancos persistentes de las naves
que oscilan mansamente, tesas jarcias,
su vibración discorde, los agudos
de unas voces que llegan de la playa,
más allá de las rocas.
No hay deseos,
los pensamientos quedan para mucho más tarde.
No hay más que olvido y abandono ahora,
y el prohibido placer de ver morirse,
completamente míos, y sin pena ninguna,
unos cuantos minutos de mi vida.

(De El mapa de los años)




EL TROPEL

Es posible borrar de ciertas calles
la atmósfera especial que en otro tiempo
el amor o el deseo alimentaban.
Uno puede arreglarle al calendario
ciertas fechas remisas, olvidar
cuál era su teléfono de entonces.

Aunque el cuerpo es más terco recordando,
yo sé que sobrevive aquel que aprende
a aplicar la memoria como lija
sobre el eco tenaz que se resiste,
el brillo enamorado de unos ojos,
el diferente tacto de una piel,
el ritmo de otros cuerpos, o un olor.
¿Qué fija la verdad de lo sentido?

Con los trucos que aprende la conciencia
el pasado se vuelve impredecible.
No basta, sin embargo, la pericia
que la vida forzosa nos enseña:
falta por aprender cómo se acalla,
cómo se manipula, mientras duermes,
este tropel de sueños insumisos.



SÓLO LA VIDA

Si después de ese día ya no importan ni cábalas,
ni cálculos, ni afanes, ni prisas, ni embelecos,
vamos al abordaje, que la muerte no existe.

Y si a veces existe la de algunos que importan
y surge como un barco fantasma entre la niebla,
que rompa nuestra nave contra su viejo casco,
que incendie nuestro brío su cubierta sin nadie,
porque es humo la muerte
y ese día una trampa.

Privilegio la vida, en cualquier caso.
Mientras llega ese día nos regala
mareas y derivas, lentas navegaciones,
la ocasión renovada de sus puertos,
la suerte de unas noches,
y el haber conocido, ya sabéis.

Suficiente botín, que esplende entre cenizas
y desafía al cielo, al deterioro.


LEGADO

Al verde de la hiedra una lluvia muy lenta,
al mar cuando anochece mi mejor homenaje.
A la calma del sur la paz de mis cenizas,
al ritmo de las noches mi rutina feliz,
a las rosas mañanas y rocío.

A los años perdidos un trozo de balada,
a la caja de ébano el rumor de mis sueños.
Al que quiso engañarnos un año de mentira,
al que duda en la noche la justa dignidad,
a los que alimentó la ira nada.

Al que alentó el rencor telarañas de olvido,
a quien deseó mi muerte larga decrepitud,
a aquel que nos envidia un saco de razones,
al dueño del tesoro mi desprecio.

A los gloriosos cuerpos de las calles mil gracias,
a mis pocos amigos el brillo de un espejo,
a ti mi aliento fiel sin que lo notes.

Yo me llevo tus ojos para incendiar la nada.


LAS PIPAS

Con el paso del tiempo impone la experiencia
la creciente y extraña sensación
de que es sólo presente cuanto ansías.
No nutres ilusiones y asustan cualquier cambio
y cualquier novedad que el futuro proponga.
Basta con dominar las situaciones.

Hasta dejas de ser coleccionista.
Por poner un ejemplo convincente,
la colección de pipas la das por terminada.
Todo el que fuma en pipa,
aunque vaya ampliando el repertorio,
es más asiduo de las conocidas.
Las pipas nuevas de barniz intacto
son siempre imprevisibles
a la hora de atacarlas:
ni dimensión, ni forma ni dibujo
permiten que calcules cómo van a tirar.
Por eso la costumbre recomienda,
para que no te amargue su sabor,
no prodigar esfuerzos,
centrarse en unas pocas que sean suficientes,
aculotarlas bien, hacerlas a tu boca.

Se ha pactado con ellas en silencio.
Ellas dejan pensar mientras van consumiendo
la mezcla que se aviene a cada una.
Sabes cómo respiran, conoces sus caprichos
y el aroma que emanan al usarlas.
Para la intimidad prefiere el brezo:
las de espuma deslumbran a la gente
pero son más bien frías y tienden a apagarse.
Las pipas bien tratadas te permiten
una promiscuidad que no las daña
si sabes alternarlas con el ritmo adecuado.
Acaricias tranquilo sus curvas conocidas,
responden a tus manos con calor,
te miran con sus ojos
quemados por el fuego que alimentas,
y cantan para ti sus almas que crepitan.

Están todas marcadas por tus dientes.
En cuanto las enciendes cada una te pide
la fuerza de succión que necesita
para hacerte feliz. Y cuando tú te mueres
nadie te sustituye:
las pipas de los muertos no se fuman.


LA ALHAMBRA, PUERTA DEL VINO

“... gran escultor”
M. Yourcenar

Cruzas bajo los arcos que te acogen,
tan cálidas sus piedras, su luz rosa,
que parece que estaban esperándote.
El tiempo ha ido grabando su canción:
un buril emboscado en resplandores,
en rendijas de azul, desmoronando
la materia sobrante de los muros
para que afloren musgos e intemperie.

Pasas entre arrayanes e inscripciones:
“Mármol y agua parece que se funden”.
Tú ya has estado aquí aunque no recuerdes.
Y no preguntas nada, ya conoces
en la luz de los muros carcomidos
que cuanto permanece es erosión.


TORMENTA DE VERANO

La lluvia repentina vacía las terrazas,
sacude el viento toldos y palmeras.
Hace un instante crepitaba agosto
en las matas ardientes, en las rocas.
Imponía su amnesia a los cuerpos de arena
y su compás monótono al mar reverberante.
Tan sólo unas gaviotas confusas y estridentes
inquietaban el aire con sus giros.

La lluvia arrecia y revoltea el viento.
Tintinean los cables de las embarcaciones,
rechinan las amarras,
y fulge el chaparrón en las piedras del muelle.
Se ha expandido el olor de la tierra mojada
como el anuncio raro, equivocado,
de una consumación antes de tiempo.
Dentro de unos minutos
la cala urbanizada recobrará su ritmo:
volverán los turistas al paseo
y los escaparates a su oferta estival.
Durará un poco más el incidente
por debajo del agua,
como un naufragio cierto hacia su fondo.

A punto de acabarse
este fresco regalo inopinado
corren los pensamientos como nubes.
¿Cómo vendrá la muerte un día?
¿Súbita y compasiva, igual que esta tormenta,
o costosa, penosa, interminable
como el extenuante hastío que el verano
instituye en la isla, entre brumas y ardor
y gentes abrasándose al sol indiferente?
Ni lo sé ni me importa, de momento.
Apuro los instantes de espuma y alboroto
en que el agua y el viento apresurados
dan redobles de fiesta y ponen velos
al fulgor inclemente de la luz.

Volverá el sol a calcinar el aire,
se evadirá el perfume de la tierra mojada,
y habré soñado el ruido de la lluvia,
sordo, sobre la arena.
Sobre la arena ansiosa que comercia con todo.
La arena estéril que la mar alisa.


LA PEDIGÜEÑA

Son hermosos aún esos ojos azules,
perdidos en su niebla, que apenas sí me ven
cuando me solicitan,
no sé con qué pretexto, unas monedas.

Se seca la belleza en su cara quemada
por el sol del semáforo.
Con lengua estropajosa y lenta
un soniquete estúpido repite.

Ropas de basurero, roña, llagas
en el brazo que apoya contra la ventanilla.
Por la camisa sin botones
los pechos se le asoman, duros, blancos.

Advierte mi mirada, y me sonríe
bobamente, con una boca gris
que me ofrece una chapa o cualquier otra cosa
por lo que quiera darle.

Arranco muy despacio y no sé lo que pienso.
Me miran fijamente los políticos
desde las vallas alquiladas.
Agita las palmeras un viento repentino.

(De La canción del presente)

ABRIL

Flotan unas gaviotas por el aire.
No suena el mar, se brinda
sosegado a mis pies, como inocente,
en su momento de mejor presencia,
ese que en superficie y resplandores
apacigua certezas y recuerda a quien mira
que son uno vivir y haber vivido,
cuerpo y conocimiento.

Suenan entre las rocas unas risas
a juventud confiada, como si fuera eterna
su eternidad. Siento, imagino,
las caricias, los labios, la porfía
de manos y de muslos.
Y no existe el instante porque ellos nada saben.

Yo olvido y amo ahí, con esos cuerpos.
Me rozan sus cabellos, o es la brisa,
como un escalofrío del placer
que contagia este aroma de ansia joven.
Y nuevamente soy el que espiaba.

Bebo con la mirada
la paciencia del mar ajeno al tiempo,
el turquesa imposible de la hora,
estos ruidos de amor, esta luz limpia,
la plenitud hiriente de los cuerpos.

Y tú estás junto a mí, y a mi lado caminas.
En el olor salobre de estas piedras
estallas, juventud. Estás conmigo,
te tengo porque fui, mas no me perteneces,
y ya no sé buscarme en tu promesa
si no es para encontrarme en extravío
por tu propia belleza hacia mi sombra.

(Inédito)

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