viernes, 12 de noviembre de 2010

1837.- ULISES VARSOVIA


Ulises Varsovia. Nací el 2 de julio de 1949 en Valparaíso (Chile), cuyo mar y sus tempestades marcaron definitivamente mi persona y mi poesía.

Estudié varias asignaturas humanísticas, y trabajé en tres universidades, tanto en historia como en historia del arte, al mismo tiempo que escribía poesía. En 1985 salí a doctorarme a Alemania, y como mi mujer es suiza, pude trabajar y quedar-me en San Gall, ciudad en cuya universidad hago un par de lecciones.

He publicado 28 títulos de poesía, cinco de ellos en Chile, y tres dedicados a Valparaíso, el último: Hermanía: La Hermandad de la Orilla, en Apostrophes de Santiago (www.apos.cl). El libro más antiguo que he publicado es Jinetes Nocturnos, de 1974, pero tengo otros inéditos más antiguos. En 1972 publiqué un cuadernillo, Sueños de Amor, que circuló sólo entre amigos.

Me han publicado más de 70 revistas de literatura de todo el mundo, en varios idiomas, y repetidas veces, y estoy en numerosas páginas web.

En agosto del pasado año salió a la luz en Sevilla, España, mi libro de poemas Anunciación. Ángeles y Espadas, publicado por la Asociación Cultural Myr-tos. Esta misma entidad acaba de publicar mi Antología Esencial y Otros Poe- mas (1974-2005), que incluye dos poemas de cada poemario publicado, es decir, 52 poemas "esenciales", y tres poemas de 12 libros inéditos, lo que hace un total de 88 poemas. Lo último mío aparecido es Vientos de Letras, también antológi-co, en colaboración con el poeta andaluz Alexis R. , editado por Myrtos.

De los 28 poemarios publicados, sobresalen Jinetes Nocturnos, de 1974/75, Tus náufragos, Chile, de 1993, Capitanía del Viento , de 1994 , El Transe- únte de Barcelona , de 1997, Madre Oceánica, Valparaíso, de 1999 , Mega-lítica, de 2000, Ebriedad , de 2003, y la Antología Esencial.
http://ulisesvarsovia.tripod.com
www.ulisesvarsovia.ch




A TRASPIÉ

Quienes seamos los que a traspié
por el sendero de los penitentes,
bajo el peso de la resaca
de decenios de intemperie
por travesías y búsquedas,

quienes seamos, seamos, sí,
quienes nos interroguemos, órigo,
y quienes a las puertas hoscas,
pidiendo limosna y gimiendo
con los ojos en extravío,
y el morral de la casa materna
lleno de un pan inconsumible,
lleno de ratas y de murciélagos…

Ocurra, y seamos ahuyentados,
seamos irreconocidos,
y los mismos perros ládrennos
en el vecindario en pánico,
destruyéndonos para siempre
de páginas y de vestigios.

Tarde, entonces, delante del sitio,
frente a las ruinas humeantes,
y ya los pasos de mamá
no sonando, no reuniéndonos,
ni póstumos ni rescatables.

A traspié, pues, por el sendero,
con una resaca de convicto,
llorosos de inútil aflicción
en torno y en torno, girando.






BAJO SAGITARIO

Ya numeroso de edad,
lejos de aquí, y de cualquier parte
en el azar de las esferas,
y bajo sagitario según la Elíptica,
resistiendo en las serranías
de un país a sangre y fuego
en la cartografía de las razas,

detente un minuto en ti mismo,
pastor de indóciles vocablos,
y arráncate a sacudones
el tú que dormido en la hypnosis
de tu psiquis obnubilada.

Fuera las agujas del frío
clavándose armoniosamente
en la contienda del aire,
y dentro el animal humano
con un crucifico hebreo
rezumante de sangre fresca,
y la imagen de Nuestro Señor
mirándole desde el espejo.

Tal vez el idioma alimento,
pasto de vocablos díscolos
incitando a la insurrección,
y cuando el pastor abúlico
reunido con su rebaño
en el eje de los domicilios,

entonces diáspora del juicio,
y ya numeroso de edad,
en la Elíptica de sagitario,
¿hacia qué punto en fuga volver
en la rotación de las esferas?






CARGA DEL AZAR

Pura conciencia de augur o chamán,
pura facultad de vaticinio,
con un ojo celérico montado
al atisbo sobre las edades,
desatando con su luz numínica
el vuelo de las incógnitas
fluyendo desde el caos pristino,
y maduro de substancia tutelar
en los entrecruces órficos,

¡qué pesada, Dios, la carga del azar
sobre mis hombros de pobre mortal
nacido en la fatal confluencia!,
¡qué inquisitorio el hado tutelar
domiciliado en mí con sus secuaces
de estremecimiento gnóstico!

Vate el omnisciente polizón
con sus lechuzas chillonas
sobre las ramas de mi destino,
decodificando las cláusulas
testamentarias de los difuntos,
hurgando en los sueños de los vivos.

Vate tus horas de desdicha
en la vela de los espíritus
y de los manes reverenciales,
manifestándosete la deidad
en la hora de sus emisiones,
macilento de dicción órfica.

Y vate en la estricta obediencia
del horario de las ánimas,
con tu ropaje talar cruzando
los pasillos de enunciación virtual,
los aposentos propiciatorios,
el fuego astral de los sacrificios.






Los adioses

(A mi mujer Claire)

Algún día
de los días de la tierra,
algún día
del tiempo terrestre,
cruzaremos la niebla
por última vez,
por última vez
seremos pasajeros de la luz
en la luz enceguecidos.
Por última vez
miraré tu humanidad,
mirarás el misterio
destruyéndose conmigo
y conmigo permaneciendo.
Y nos diremos adiós,
y continuaremos,
y nos diremos adiós,
y seguiremos siendo,
indestructiblemente temblando
en los pétalos de esta flor
desafiando el tiempo terrestre.







Naufragios

De noche caen al mar las vidas
de los habitantes apretados a los cerros,
y luchan allí su espuma, su sal corrosiva,
desperezan su naufragio circundante
gritando en el desvarío de la marejada.
Mar océano, tus súbditos nocturnos,
la población de seres hipnotizados
que giran sin rumbo en tu efervescencia,
tus extraviados hijos de la orilla
se prosternan y aúllan de obediencia
en tu catedral de cristal azul desatado.
Por tu espuma envolvente vagan sus vidas
arrastradas sin fin sueño adentro,
y desde inaccesibles islas negras
envían señales los nautas perdidos
haciendo sonar caracolas marinas.
Piélago tumultuoso, profunda madre
a cuyo seno salobre mariscadores,
navegantes de tormentosas derrota,
pescadores de atávico destino caen,
devuélvenos tu sangriento botín de guerra,
devuélvenos las arrebatadas presas,
el tributo de sangre que tus súbditos
reclaman revolviéndose en su propio naufragio.
Porque de noche descendemos a ti temblando,
de noche es la dimensión del extravío,
y en la red salobre de tu omnipotencia
sacuden nuestros gritos tu demencial navío.
Mar océano, tus subditos nocturnos,
los que descienden de noche a tu templo iracundo
y desvarían columbrando islas,
prosternan ante ti su febril obediencia
y te arrojan los nombre de sus seres muertos.

(De: Capitanía del Viento)










Poema para Claire

Un poema de amor
como una ecuación de luz y aroma
fija en la eternidad del cosmos,
irradiando su materia insigne,
un poema de amor una flor,
una rosa de color carnal
detenida en su adolescencia,
pleno su cáliz de rocío,
frescos sus pétalos para siempre.
Vendrán las lentas edades,
pasarán los largos decenios,
y allí estarás, incorruptible,
airoso y sublime sobre el papel,
ataviado como una novia
para sus bodas con lo eterno.
Un poema de amor para ti,
para tu amado rostro, Claire,
para tu cuerpo de clara alborada,
para tu vida de luz y arom

(inédito)







Tutela oceánica

Hogar las húmedas evocaciones
de la sal en el aire construída,
en el aire su formidable alcázar
de indestructible vaho marino.
Una irreprimible ola de vapor,
una irreprimible marejada azul
rodeándome de sus ruidos quebrados,
rodeándome de sus alas exhaustas
cayendo de bruces contra la costa,
y recogiendo su vuelo tutelar.
Tutela oceánica para el desvarío
de mi sueño convulso sacudido
de láricas emanaciones de sal,
del lárico aullido del viento tribal
persiguiendo en el aire el agua prófuga,
elevando y rompiendo su alcázar de sal.
Un madero de olorosos bosques,
una nave silvestre de alta mar,
sin velamen, ni jarcias, ni timón,
para éste, tu delirante náufrago,
para éste, tu vástago de la sal
zozobrando entre arrecifes nevados,
encallado en su arrecífica prisión.
Hogar las evocaciones del nauta
sumido en el tiempo de nunca pasar,
de pie bajo el espacio inaccesible,
golpeado de ráfaga y sal procelosa,
húmedo de lárica linfa tribal.

(Inédito)









Bruma materna

De entre la bruma asome una mano,
asome un rostro inconfundible
lleno de indelebles cicatrices,
asomen las fotografías
de niños clavados en el tiempo,
y la silueta de una mujer
de indefinibles rasgos, llorando.
Nadie más que tú, desconocido,
anónimo viajero en camino
por las páginas de las vidas,
nadie más que tú los indicios,
las llaves, los escondrijos,
el aroma de los ausentes.
Tú el mismo el que allí, detenido
en medio de brumosas formas,
tú mismo el que soplando, hinchados
los carrillos de tempestades,
tú el único, hijo, que en lo alto
con tu mirada pura tendida,
mirando acercarse a los difuntos.
Déjala levantarse, siquiera,
déjala proferir, llorando,
las palabras del perdón, siquiera.
Déjame, hijo, llegar a tu vera,
y acariciar tus amados rasgos,
y decirte adiós por vez postrera.
(Pero has de seguir asomando
por entre la materna bruma,
con tu inconfundible rostro
lleno de indelebles cicatrices,
y la silueta de otra mujer
de indefinibles rasgos, llorando).









El fantasma de Isla Negra

En Isla Negra el mar,
su embate de espuma rizada,
su reclamo en olas, su gritos,
su vaho salobre arrojado
contra un puñado de casas calladas,
silenciosas como muertas.
Nadie por las calles solas,
por las calles que el mar fragoroso
llena de húmedos ruidos,
sepulta con su peso insostenible,
hace retumbar con su estallido.
Pueblo litoral, mágico poblado
donde tus náufragos, Chile,
tus hijos ciegos en el exilio,
donde los sueños de tus poetas
desvarían tactando el vacío,
como sonámbulos de otro mundo.
¿De dónde viene la voz,
de dónde la lluvia del sur
que canta aquí su quejumbre,
su atroz poesía de sueños muertos?
No sólo el mar sus sonidos,
no sólo el trueno quebrado
de sus olas desbordadas:
¿de dónde la voz, madre,
delgada patria, de dónde
la lluvia austral, su gorjeo,
su reclamo gutural insistiendo?
No mientan las calles solas,
no mienta el mar con sus ruidos,
no mientan las casas dormidas:
una voz espesa canta,
una voz de violas rotas,
la lluvia del sur aquí anclada.

(De: Tus náufragos, Chile)











Lautaro El ángel del sueño

Un jinete de niebla e intemperie, Por Valparaíso pasa
un jinete de exhalación y fulgor el ángel del sueño.
con su séquito de águilas y pumas,
por las secretas rutas sin rastro Por Valparaíso, ahora,
de la desgreñada Araucanía. cuando todos los relojes
llegados exhaustos
Un jinete de iracundas tinieblas, al punto cero.
un jinete de congregadas centellas;
de irreductible corazón latiendo Algo, algo me ciñe,
el mismo latido que la tempestad, algo apaga mis ojos,
el salvaje latido de la lluvia. y me sumerge en su abismo
de dulces besos.
Por las desamparadas comarcas
de los bosques cruelmente violentados, Es una ola, un ruido
por las vejatorias cicatrices de espuma chisporroteando,
con saña exterminatoria inferidas, quebrando sus blancas alas
por los matorrales de ruda trama contra el cielo.
sosteniendo aún el embate homicida,
Un ángel implacable,
un jinete de iracundo rostro un ángel con una espada
galopando sin freno en el viento, de fuego.
erizado de gritos y espinas,
lleno de volcánicas hostilidades Pasa sobre racimos
en la madrugada de niebla fantasma. de casas apiñadas
contra el suelo.
Del Bío-Bío a la depresión central
de precipicios en la mar encallados, Algo, algo sacude
de la dentadura granítica mis párpados de espuma,
a la costa de arrecífica amenaza, y suave los deposita
sobre su lecho.
una sombra de niebla e intemperie,
un fantasma de siglos transcurridos Es una melodía
soliviantando aún sangre tribal de pálidas sirenas
en su reducto de arcilla congregada, arrullando mis cuerdas
trémula bajo el hierro fulgurante. con su beleño.
Un jinete de implacables lanzas,
un guerrero de proteica aparición, Todas las horas señalan
Lautaro, joven caudillo araucano, el punto cero.
Lautaro, antorcha de la insurrección.
Va pasando por Valparaíso
el ángel del sueño.

(inéditos)








Persigo tus huellas

Por los mercados bullentes de idiomas,
a través de los bosques poblados
de vuelos, murmurios y raíces,
en el silencio ensordecedor
de los cementerios y museos,
sobre las islas desperdigadas
por océanos, lagos y mares,
en cada porción del espacio terrestre
persigo tus huellas, poesía,
sigo tu rastro invisible dejando
un reguero de púdico perfume.
En el huerto irisado de pétalos
abrí los brazos para atraparte,
y ya habías huído, poesía,
en las playas del atardecer
trace tu nombre sobre la arena,
y te borró el mar lleno de voces.
¿Adónde irán mis pies infatigables
en pos de tu deidad ubicua
que llena el mundo de música sublime,
y callas oculta en la flor y el remanso?
Divina doncella desnuda,
a tus senos desnudos acerco
mi boca sedienta de ambrosia,
pero antes de apretar los labios
ya no estás, o estás y no te toco.
Novia fugaz de mis febriles sueños,
seguiré tu rastro invisible
hasta que la edad me arroje su manto,
y quiebre la muerte mi perseverancia.

De:Esperando a Claire (inédito)




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