lunes, 8 de agosto de 2011

4406.- GIORGIO VIGOLO


Giorgio Vigolo (Roma, 1894-1983) sigue siendo un poeta casi desconocido en España. Vigolo persiguió la estela de la poesía de Sbarbaro y de Rébora, autores que habían roto con el decandentismo de Pascoli y D'Annuzio, y que no se afiliaron a los presupuestos dislocados de Marinetti. Vigolo siempre intentó conjugar en su poesía una escritura meditativa, habitada por una angustia subterránea, desolada a veces, pero siempre bien empastada, con un lenguaje poderoso y sutil, con el trazo libre de las imágenes oníricas. No lo consiguió siempre, pero sus aciertos merecen ser recordados.

Vigolo, además de poeta, colaboró en Lírica, en la Voce, fue crítico musical de la RAI y de Mondo, y traductor de Hoffman y de Hölderlin. El poeta romano reunió toda su obra poética en el volumen I fantasmi di pietra (1979), y publicó dos libros en prosa: Le notti romane (1960) y Spettro solare (1973).




TRADUCCIÓN SELECCIÓN Y NOTAS DEL POETA BRUNO MESA:
http://bmesa.blogspot.com/2009/01/giorgio-vigolo-sigue-esperando.html






La tinta simpática

Sólo brillará lo que fue escrito
en la página negra
de la fiebre y del sueño,
con signos que se borran
a la luz del día,
y que se tornan visibles
-como letras escritas con lágrimas-
sólo cuando se acercan a la llama,
sólo cuando están cerca de quemarse.
Entre muros de pesadilla
es donde pasaste el día de tu vida,
donde escribiste como un preso,
allí está escrita tu verdadera poesía,
la que has olvidado,
la que no sabrías descifrar.
Pero al anochecer dará en tu pared
un último rayo de luz,
y verás otra vez tu vida
tallada en mil figuras
y corazones traspasados
y nombres ante los que aún palideces...








Los amigos

Los amigos me dijeron:
espéranos aquí, volveremos.
Y estuve esperando solo
una hora, dos horas...
Ya es de noche,
y los amigos se han olvidado de mí:
no vendrán.

Estás solo,
definitivamente solo.
Eso quiere decir que ya estás muerto;
que olvidaron volver a recogerte.







Escribir un poema

Escribir un poema
es un golpe de mano en lo desconocido,
es penetrar despierto
en el misterio del sueño,
es apoderarse de la noche.

Una trampa, un ataque por sorpresa
contra nuestra ciudad interior:
forzar la puerta,
adentrarse entre casas dormidas,
descubrir su secreto.

Por eso un poema
se escribe a escondidas,
casi sin saber por qué se hace;
es contrabando de frontera
que desconcierta a los centinelas,
en que se arriesga la condenación
contra el beso divino.

Por eso al escribir no es bueno
ver lo que se dibujó
en la oscuridad, en el sueño ligero,
en esos límites sin forma
que son como los fiordos de la mente,
donde se penetra en mares interiores,
encerrado en los senos
de una calma divina.








Los contrabandistas

Por las calles del papa
–hundidas entre muros
de iglesias clavadas en la penumbra–
todas las ventanas están cerradas
y todas las mujeres están muertas.
Los pasos del transeúnte a medianoche
resuenan en un vacío
de grutas y de catacumbas.
Las altas velas de las cúpulas
hinchadas por el viento de Dios
desaparecen entre las nubes,
bogan por el infinito,
y arrastran de noche
estos barcos repletos de tumbas
que hacen contrabando de misterio
con la otra vida.

En los templos del universo
ángeles contrabandistas
juegan en las nubes
entre cabos y velas;
transportan sueños a los techos,
descienden de las bóvedas
a las habitaciones, a las camas,
palpan el fondo del universo,
el nimio sedimento de la vida
donde los adormecidos reposan
como ahogados en los coitos,
debajo de milenios.
La muerte fermenta con el deseo
y vuelve a la vida con formas nuevas.









Briznas de hierba

Me impresionan las briznas de hierba,
las flores de la malvarrosa
cuando despuntan al aire
en los tejados de las iglesias,
en la orilla de las cúpulas.

El espíritu sopla donde quiere,
y aquí mansamente ha soplado.
Me impresiona porque creo
que en esas plantas humildes
sobrevive alguna alma honesta
y tal vez porque espero
que una parte de mí
pueda así perdurar en esta luz.








He vivido

He vivido desde tiempos remotos
en esta ciudad de remordimientos,
de teatros quemados por el sol,
de negras iglesias vindicativas;
desde tiempos remotos se cobija en mi sueño
una fuga de siglos en la noche,
como si durmiera en el lecho de un río
y sobre mi cabeza anduviese
la ola de los muertos.

En el interior de mis sueños
diviso vastos templos incendiados
y caballos que galopan
por los puentes nocturnos de Castello
donde el hacha se presiente.

–Detén, detén la mano del verdugo,
grita la voz afónica del sueño:
pero mi cabeza ya ha caído.






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