HORTENSIA CARRASCO SANTOS
Hortensia Carrasco Santos. Acatlán de Osorio, Puebla, México, 1971. Estudió periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México, carrera que ha ejercido en periódicos como El Universal Gráfico, El Nacional y el Unomásuno, entre otros, así como en las revistas México Desconocido y Desarrollo Económico. Actualmente se dedica a la promoción de la lectura en voz alta en escuelas primarias del Distrito Federal. Junto con el colectivo cultural Trajín, participa en eventos que tratan de impulsar el gusto por la poesía en Xochimilco. Ha publicado los libros Jaulas ocultas, con el que obtuvo el Premio Interamericano de Poesía Navachiste 1999, y Ciudad como seca hierba. Su obra ha sido incluida en antologías como La mujer rota de la editorial Literalia y Musa de musas, de Literal, así como Pájaro de agua de editorial Praxis.
Es lenta esta mañana que se arrima
a veces depende de tu locura torcerle un dedo al frío
no sabes si prescindir del sueño estancado alguna noche.
Aludes al goce pero sabes bien que no es placer
sino la angustia de encontrarte con la muerte.
Duelen las murmuraciones de la ciudad
y sus ecos quedan, lastimando hierro y polvo.
Curiosa tratas de escuchar en el corazón de un muchacho
esa necesidad de parecerse a las estatuas
agobiada descubres tu boca inmóvil y vacía
No es necesario malgastar un gesto amable
si es como un trozo de hojalata oxidándose.
Sentirás que no hay nadie que te ofrezca oídos y mejillas
e impotente no encontrarás cómo aliviar tanta sordera.
Nuevamente te colocas detrás de una geometría vidriosa
observas cómo se acomodan las gentes y el invierno.
No es fácil engañarse.
La mañana se repetirá lenta
el sueño será un estuche ennegrecido
no habrá ofertas de orejas ni mejillas
muecas rastreras seguirán fraguándose en el alabastro
y la ciudad murmurará otra vez doliendo.
Breve composición a una casa de lejos
Aquí habita un demonio
Con cabellos opacos
Que enseña sus dientes de cordero
Cuando quiere tocar tu boca.
Allá habitas tú,
Búfalo triste, sin demonio,
Sin dientes y sin selva
Tan solo tu cielo negro
Y el retrato de lo mismo.
Así se habita esta casa
Amarilla, con trapos solos
Y una gotera que viene de mis ojos,
Casa que tu puño rojo envuelve
Y destroza con tu ausencia.
Habitamos el uno sin el otro.
Tú, como paloma artificial
Que adorna una cama,
Yo, como enredadera
Que se lamenta sobre una pared.
Ciudad como seca hierba
Esta ciudad seca como hierba
Otoñal en su más puro recuerdo
Bebe lágrimas y guarda piedra a piedra
Su esencia conquistada
Y su horizontal paisaje de montañas
Arraigada por la memoria eclesiástica
Y el rumor lastrerino de la historia
Busca el arrabal inútil de sus calles
Y las cantinas infestadas
Por el olor mágico del sexo y el dinero
La zona mortuoria de esta ciudad
Son los olvidados cementerios de cierto barrio
Las pétreas calles atiborradas de borrachos
Ciegas, mancos, prostitutas, depravados,
Indigentes, amas de casa, comerciantes,
Transeúntes, personas, ciudadanos, gente.
De vez en vez la zona fronteriza
De perfume y puros en la boca
Monta un circo sobre Lomas de Chapultepec
Y explota al estelar de las calles
Espectáculo para comentar entre tazas de café
Y una buena dosis de bostezos.
Salgo de una casa intoxicada
lo que hay en ella son agrias sustancias.
Quien mire por las ventanas
conocerá las paredes llenas de ámpulas.
Salgo de la casa.
Imagino asnos que ríen
cuando dejo caer mi ropa
¿qué tiene mi ropa si es sólo
un conjunto de telas ajadas y simples?
Pero los asnos pasan y ríen
elevan las orejas como si quisieran escuchar
el crujir de mis entrañas o mi ropa.
No lo sé.
Ahora no puedo abandonar la casa.
Mi cuerpo se amotina cerca de la puerta
Ya no quiero repartir mis ojos
porque entonces tendré que aprender
a descuartizar los saludos de las tejas
a afilar mis uñas con los rostros quebradizos
/del concreto
a contener el canto de un gallo que desquicia
/los relojes.
Vuelvo a la casa.
La desolación se amontona en este baldío
quisiera gritar a las horas que detengan el galope
el tiempo es un caballo que cabalga
/en nuestra carne.
Quisiera admitir que deseo ser aquel gallo
o algún asno imaginario para reírme también
o ser esa mujer de húmedas facciones
que el cielo libera
aunque después un estanque despiadado
/me arranque los cabellos.
Bosquejo de una mujer en su cuarto
Una mujer rasguña espejos
y no hay sombra en que se mire,
mientras un suelo desgastado
le come los zapatos,
el líquido marino de sus lagrimales
cae en su falda triste,
en su falda de retazos de amores
descosidos, deshilachados.
La misma mujer
se quita la imagen postiza,
desenreda las horas
y las teje con agujas de impaciencia.
Atraviesa la una de la mañana
y un puñado de perros coléricos
se comen el eco de un gallo solo
como la mujer
que todavía araña espejos.
La mujer vivede un lado a otro de su casa rota
y a ratos espera algo de su lenta suerte.
está ahí,con los zapatos carcomidos
y su mal zurcida falda,
con su anatomía de múltiples desvelos,
con el odio vencido, con el perdón a cuestas.
Una mujer se sujetaa las imágenes raídas de las fotografías,
a las historias gastadas de sus propios hijos,
sostiene techos, paredes, puertas,noches, silencio.
Encuentra raíces sucias de cartas sucias,
absorbe alcohol y el perfume ingrato
de flores tuertas, de pisoteadas calles,
de ropa recién lavada
con sus recién nacidas lágrimas.
Poema XIV
Me aparto de un rostro en el que ya se forman los
reclamos
es un rostro que ve cómo mi alejamiento es miedo
el miedo es una selva donde rugen bestias
las bestias son horas deglutiendo gente
soy gente y ya no sé dónde esconderme.
No quiero que ni la mañana ni la noche me devoren
que nadie coma de mí en el plato del odio
quiero crecer en el ombligo de una campana
o hacer reventar la barriga de un florero
que un árbol alimente sus serpientes con mis ojos
que me consuma el paladar ansioso de algún río.
Debo salir y dejar que caigan mis escamas
rascar con mi saliva la hojarasca
aturdirme con los gritos de las fuentes
dejar que se quiebren las llaves y las puertas
y las tripas del lavabo y de la estufa.
A nadie le importa la sangre de los pájaros
ni que estampidas de reses arremetan frigoríficos
¿habrá quién conserve en hielo su desgracia?
Se azotan mis pies y despilfarran fango
la hierba traga la mugre arrastrada por el agua
yo me aparto de ese rostro que todavía me reclama.
Poema XVI
Un vaho áspero mancha el aire
golpea con ronco pasar cualquier objeto
cierta dejadez se observa en las fachadas
en un alambrado revolotean trizas de un plástico.
El transcurrir chilla
como un trozo de leña ante el castigo de la lumbre.
Todo es austero.
Un perro se ocupa de recoger sus propios vahos
necios vapores que se aferran a su pelo.
Nada es cálido.
Ninguna mano llega a deshelar tanta tristeza.
Existe una furia de mangas agitadas
que reside en la garganta
como un monstruo en espera de que llegue lo terrible.
¿Qué es lo terrible?
¿Los ojos de un infante sumergido en una zanja?
¿La cabeza inflamada que abandonan los sicarios?
¿El único cabello de muchacha encontrado en el desierto?
Y si lo terrible es un fardo
del que cuelga lo entrañable
lo hecho con la falsa agonía de lo malvado
un viejo maloliente que se deshace en un retrete
o la sirena que ensordeció a los marineros.
Algo nos falta.
La acumulación de lo miserable hincha las casas
interfiere en cada forma humana
estruja pelos alborota entrañas.
Por eso nos amurallamos
y dejamos que las bardas nos escondan
nos custodien y devoren con sus fauces de tabique.
Y sigue hirviendo la violencia
porque siempre hay un malintencionado
que no ha de servirla simple ni desguarnecida.
Algo se escucha.
Debe ser el frío que viene a pellizcar cerrojos
a entumecer las puertas.
RÍO BRAVO
Aquella ruta, esa en la que se descomponen imágenes de la tierra
como esas veces en que pasas cerca de un río y hay un color rojo
muchos niños caminando y señoras mirando el atardecer
no para seguir enamorándose, sino para esperar algún descanso.
Luego pasan autos y otras bestias y su ruido se esconde en el pasto.
Una niña lleva en la boca un hueso de mango y también la certeza
de que en su casa las bocas de sus padres serán frutos extraños.
Después un perro, una vereda y los dulces que caen de los árboles
y nadie los hurta.
Lame el viento a la piedra y un diálogo húmedo se acerca al oído
al escándalo de unos novios que almuerzan chuparrosas y beben aguardiente
en seguida nubes y lluvia y tiros de gracia y una cabeza sola
asomándose al cuenco tibio que le ha preparado una mujer bondadosa.
El machacar de un tejolote se escucha lejos. Te viene la idea
de buscarte una tortilla, un puño de sal, un poco de agua
para que te empujen el grito acumulado que te constipa la garganta.
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