HAYDÉE BEATRIZ RAZZARI
Haydée Razzari: Escritora nacida en Bragado (Buenos Aires) en mayo de 1943. Hace 24 años que vive en Concordia. Desde 1998 participa en talleres literarios, primero con Beatriz Galli hasta principios de 2000. Desde agosto de 2000 hasta el presente con Marcelo Leites. Ha publicado en el diario "El Heraldo", de Concordia. Aún permanece inédita en libro.
NAVIDAD
- Qué te pondrás esta noche para cenar ? –me dijo
- El vestido rayado con colores ocres, me encanta, el que tiene la pollera al bies –le dije.
- Ese que tiene la pollera muy corta –me dijo con el tono que anunciaba que un mal rato se avecinaba-
- Si ese –dije como si no me hubiese dado cuenta-, y ya estaré vestida para ir a bailar después de cenar.-
- No irás a ninguna parte con ese vestido. Quiero que te lo pongas nada más que para mi – su voz había subido un poco más-
- El pantalón nuevo con la blusa que me mandó mamá entonces ? - traté de apaciguarlo
- Con esa ropa parece que estás buscando –dijo apretando las palabras-.-
- Buscando qué, iré de tu brazo ! –dije-
- Igual, no quiero –dijo
- Por favor –dije-, otra vez no, no esta noche, estoy adornado el árbol, estaba feliz hasta ahora, quería tener un pino de verdad así de grande, me lo conseguiste como se le compra un regalo a una niña caprichosa y ahora ?
- Ahora –dijo- seguí feliz pero haceme caso.
- Haceme caso ! –dije- me hablás como si realmente fuera una nena y no tu mujer.
- No empeces a llorar ! me dijo con esa calma que no era calma, sino rabia contenida.-
- Dejame llorar, andate, dejame sola –dije con las palabras aguadas, entrecortadas.
- No me voy –dijo ya calmo- vamos a la cama, se te pasa el llanto.-
- Por qué mis lágrimas te incitan, por qué ? –dije con una infinita pena.-
Dejé de llorar …
-Dijo –como siempre fue hermoso, ahora salgo, yo termino de comprar lo que falta, vos quedate un rato más en la cama- Me retiró el brazo que me tapaba la cara y me beso largo y profundo.- Me dijo mientras salía - no te olvides nunca que te amo y que sos mía.-
-Antes de salir, se volvió y me dijo – busca, tenés regalos.-
Oí que cerraba la puerta, me levanté, me bañe, saqué la valija, la llene al tun tun, busqué el dinero del cajón de arriba de la cómoda, me colgué la cartera, salí sin cerrar la puerta.
LA CARTERA
La cartera cruzó la calle volando por el aire, la vi irse presurosa como si nunca me hubiese pertenecido, iba preñada de bellos y entrañables elementos amorosamente comprados o recibidos, no le importó dejarme allí sola, sorprendida.
Caminé hasta mi casa sintiendo que una mano me sobraba, como no tenía bolsillo esa mano parecía flotar liviana a mi lado, sin más destino que seguirme.-
Esas cuadras las hice en un tiempo sin medida, tarde mucho o poco ? , no lo sabré nunca.-
Frente a la puerta de mi casa me paré y busqué en un además mecánico, las llaves que estaban en un bolsillo de mi cartera, pero no estaban ni las llaves, ni el bolsillo ni la cartera.-
Entonces use los nudillos de la mano desnuda para golpear la puerta, mi madre somnolienta me abrió y entré derecho a dejar como de costumbre la cartera sobre la cómoda, pero no tuve nada para dejar.-
Hice todo lo que una persona medianamente normal hace antes de acostarse y me dormí, y en sueños vi la cartera cruzando la calle.
KAIKUS
En el agua
una garza
rompe el arco iris.
Afuera es invierno
en la ventana
el viento resiste.
Bajo el sombrero
la mirada
descubre al otoño.
Y SIN EMBARGO
Y entonces la vi. Es extraño lo que puede hacer la mente cuando el corazón le da las instrucciones. Era distinta de cómo yo me la imaginaba.
Y sin embargo. Era igual. Sus ojitos: por ellos la reconocí.
Pensé: De modo que así te envían un ángel?
EN ENERO LOS DURAZNOS rojos y amarillos iluminan el monte.
El aire es pesado de olores y la luz reverbera en las cosas.
Es la hora de la siesta.
Mis pies desnudos pisan la tierra caliente que se mete entre mis dedos, piso las afiladas agujas de pino, atravieso la higuera de hojas verdes, oscuras.
Llego al monte de duraznos, una gota de sangre se coagula en mi tobillo y me arden los brazos y las piernas cruzados por rasguños. Me detengo tapando mis ojos con la mano, separo los dedos, dejando un resquicio por donde miro el sol que cae como una rasgada tela con puntas finas que se clavan en mi piel.
Rodeo cada planta, busco los duraznos más maduros, me siento sobre el pasto ralo y seco, muerdo y el jugo me corre por los brazos, cae sobre mis muslos desnudos, hebras de pelo rubio se me pegan a los labios pegajosos y dulces.
Me acuesto sobre el pasto caliente, estiro las piernas, los brazos laxos a los costados, toda yo en contacto con la tierra, pegada a la tierra, mi cuerpo indolente como echando raíces, quieta, mis ojos siguen el vuelo de las abejas, me adormece el zumbido de esas alas levísimas, me arden las mejillas y los muslos.
Escucho voces mezcladas, algunas llaman a las gallinas que cacarean, mi madre ríe, la recia voz de papá ordena.
El silencio ha terminado, la máquina se está poniendo en marcha.
Doblo las piernas, me siento, me levanto, tengo las manos pegoteadas de miel y tierra.
Entro a la penumbra de la casa por la despensa, está más oscuro que el resto, tengo miedo, en los estantes, en los aparadores, entre las cajas apiladas, ojos me miran, todo parece tener ojos, siempre que cruzo este lugar y el comedor, me recorre un escalofrío, espero que alguien me ponga una mano sobre un hombro.
Lavo más o menos mis pies, las manos, la cara, me recuesto sobre la alfombra de tejido vasto.
Es enero y yo andaré por allí y seré Alicia entrando a otro mundo por el agujero de mis ojos cerrados.
BUÑUELOS Y ARROZ CON LECHE
Una ventana iluminada, lejos, es todo lo que veo. Si la ventana iluminada es real. A veces en el trecho que va de la huerta a la cocina aparecen los ángeles. Por esos caminos chiquitos un ángel se detiene ante mí. Además están las luciérnagas.
Estoy bajo la luz de la luna, una luz blanca, una luz mía. Extiendo las manos. Las luciérnagas y los ángeles vuelan sobre las ramas de los árboles, sobre el pasto, sobre mí. Miro el cielo mojado de estrellas. Si me quedo muy quieta, se paran sobre mis zapatillas húmedas de rocío, que no son verdes bajo la luz de la luna. Mi vestido azul no es azul, mi camperita celeste bordada no es celeste, todo es blanco o brillante o de un color desconocido.
El color es una sensación.
Mi madre detrás de la ventana iluminada prepara la cena, arroz con leche y buñuelos. Sus manos rocían con el azúcar las redondas y doradas bolas de esponjosa masa. Los granos de arroz nadan en la leche caliente y la leche se oscurece por la canela que raspa la lengua.
Detrás de la ventana iluminada, la cocina es real. La música de la radio vuela con los vapores de la leche que hierve, del aceite dorando los buñuelos. Detrás de la ventana iluminada mi padre lee y mi hermanito recorta figuras o hace torres con latas de conserva.
Sigo con las luciérnagas y los ángeles, con la luna blanca. Mi madre abre la puerta, me llama. Me cuesta moverme. Las luciérnagas y los ángeles se irán. Tendré miedo de apagar su luz. De romper sus alas. Llego a la galería y mi rubio Pastor, me mira y mueve la cola, me arrodillo, lo abrazo y no quiero entrar.
La cama deshecha duplicada en el espejo:
despojo de una crisálida.
Un soplo de brisa mueve las cortinas y veo la niebla que baja entorpecida a través de la glicina. El sol nace con lentitud.
Envuelta con la toalla y con los pies desnudos, una alegría sosegada me rodea con el frío de esta media primavera.
La oruga suspendida a la rama de la glicina por su arnés de seda, está creciendo.
Anoche mi metamorfosis llegó a su fin, soy una mariposa.
DE PASEO
Hasta llegar al puente, el camino estaba moteado de casas.
Después venía un trecho de campo liso y seco. Él aceleró, colocó la cuarta marcha y siguió mirando la angostura del asfalto. Ella engarzó contra su pecho la cabeza del niñito cubierta con un gorro de lana.
Viajaron tal vez 10 minutos, quizás menos, sobre la ruta vacía.
Bajaron al parque por un camino de tierra.
Él detuvo el auto cerca de los juegos para niños, abrió la puerta y encendió un cigarrillo. Ella miraba las piedras sobresaliendo del pasto, miraba algunos fogones tiznados, miraba los juegos para niños. El caminó por el borde del camino con las manos en los bolsillos de la campera, orinó junto a un árbol, el cigarrillo oblicuó sostenido entre los dientes. Ella seguía sentada, con el niñito recostado sobre su cuerpo. Él miró. Ella estiró hacía los puños las mangas del saquito celeste, lo abotonó hasta el cuello y bajo del auto. El fumaba. Ella acomodó al niño en una hamaca alta, ajustó la cadenita para que no cayera. Suave lo hamacó. Rozó con el dorso de la mano la mejilla rosada y volvió al coche.
Él se paró erguido, se pasó la mano por su pelo muy corto, juntó los talones por pura costumbre, miró a la mujer con los ojos vacíos, subió al coche, lo puso en marcha y arrancó despacio, ella giró la cabeza, miró por el vidrio trasero, el niño se había inclinado hacia un costado, los traslúcidos párpados semicerrados, adormecido por el balanceo. Ella vio unos brazos enfundados en mangas engalonadas que hacían los movimientos inversos a los suyos, una mano blanca, cuidada, sostenía al niño, la otra desenganchó la cadenita que lo sujetaba, lo alzó y se alejaron.
Un último rayo del sol de un atardecer inigualable, resplandeció en las botas impúdicamente lustradas.
La tristeza se estrelló en la cara de ella que cerró los ojos tratando de alcanzar el futuro que le era negado, sin razón.
Ella ya no podía llorar, estaba seca y con una sola certeza, esta noche o tal vez mañana, las aguas del río la recibirían.
Se hundió en el asiento del auto, cerró los ojos, descansó, descansaría.
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