lunes, 21 de marzo de 2016

ÁNGELO NÉSTORE [18.270]


ÁNGELO NÉSTORE

Lecce, Italia, 1986. Desde 2008 reside en Málaga donde se dedica a la poesía, al teatro y a la traducción. Es Doctor en Traducción e Interpretación con una tesis sobre Traducción del Cómic y Teoría Queer.

Actualmente co-coordina el Festival Internacional de Poesía de Málaga Irreconciliables y colabora con el Festival Italiano de Poesía Joven Parco Poesia traduciendo a poetas españoles contemporáneos. También escribe en la revista literaria feminista Frida. En 2015 ganó el segundo premio del Desencaja (Instituto Andaluz de la Juventud) en la categoría Twitter y fue uno de los finalistas de la tercera edición del certamen andaluz Ucopoética.

En 2014 obtuvo el primer premio del certamen de creación artística No pierdas el sur de la Fundación Cruzcampo con la poesía visual Orientación interior. En 2013 ganó el segundo premio en el I Certamen Literario Mujeres (Oficina de Igualdad y Violencia de Género, Mancomunidad Tajo Salor) y en 2005 el Premio a la Mejor Interpretación Masculina en el Concurso Nacional Vittorio Gassman de Roma.

Sus poemas aparecen en antologías como Donde veas. Poetas ganadores de Ucopoética (La Bella Varsovia, 2015) o Requiem por Lolita (Lapsus Calami, 2016) y en revistas digitales (Nayagua, Ciudades esqueleto, Obituario, La tribu de Frida, MacGuffins). Ha traducido al italiano a la poeta María Eloy-García, a Isabel Franc y a Susanna Martín. Pronto editará en Col&Col.



Adán o nada

      Nuevos lugares no hallarás, no hallarás otros mares.
      La ciudad te seguirá. Vagarás
      por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
      y en estas mismas casas encanecerás.
                                                          C. Cavafis


Otra vez los mismos zapatos.
Las mismas calles.
Antes del cielo siempre hay un edificio:
el hogar de la carne tiene cáncer,
nuestra carne tiene cáncer.

Yo sé que esto no tiene arreglo,
me hago polvo una y otra vez
sin hacerme daño,
con tantas heridas
pero sin hacerme daño.

No me avergüenzo de pisar estos escombros,
¿sabes?

Después de resbalarme intento estar quieto.
Con tantas heridas pero quieto.
Luego el hueco de la piel,
la ventana abierta.

A veces,
caigo en silencio
sobre el cuerpo equivocado.

A veces,
caigo y dejo que la huella se olvide del paso.

Todo esfuerzo mío es una condena escrita.

Soy Adán y no soy nada.




Carta a un padre

Me enseñaste que vivir era eso:
deglutir, apretar los dientes, morderse la lengua.
Te dejaste la camisa tendida,
la camisa tendida, papá.
Porque para ti todo era attrezzo,
la corbata planchada,
la corbata siempre planchada,
y mi nudo en la garganta.
La caricia, papá, la caricia.
Esta mano de niño era una caricia:
ayer la palma abierta en la mejilla,
hoy el destierro metido en las uñas.
Sí, para ti vivir era eso
o una silla donde gobernar el mundo.
No me digas que para curarse
basta con leer el prospecto:
que si las náuseas,
que si el temblor,
que si el ojo cerrado.
Que cuando lo tocas,
un crisantemo tiene la textura
de la carne humana.
Pero eso ya no importa.
Ahora me pongo tus camisas.
Ahora el peso de las pinzas en mis hombros.

de Dónde veas, La Bella Varsovia, 2015




Hospital civil

Las enfermeras siempre llevan un traje blanco
para pasar inadvertidas.
Te reciben con una sonrisa atenta, piden perdón
si el colchón está duro
y te deslizan una bandeja de plástico entre las manos.

Las enfermeras limpian con un pañuelo igual de blanco
el rostro del anciano que llora a tu lado,
que solo le pide a dios una hora más
para poderle pedir a dios una hora más
para

Las enfermeras saben que en algún lugar
alguien mató a un pájaro para mi padre
cuando se llevan las sobras de su almuerzo a la cocina.
Formarán luego filas ordenadas ante la basura,
los restos del pollo hecho trizas en la mano.
Así, solo por un instante, convierten el edificio
en una extraña matrioska de huesos olvidados.

Las enfermeras se llevarán mañana uno a uno
los cincuenta años de mi padre,
de la misma forma que ofrecerán a un niño azul
una sonrisa atenta, un plato caliente
y le pondrán en secreto el nombre de un pájaro.

de Réquiem por Lolita, Lapsus Cálami, 2016




Mi madre nunca leyó a Virginia Woolf

Mi madre se apoyaría en una mesa de cristal
si su corazón no fuese de madera.
¿Qué será de ella cuando los bárbaros también saqueen su boca,
cuándo los insectos devoren sus mejillas?
¿Y qué será de mí,
Adán de nada,
Adán de todas las madres sepultadas?
Si ella dejara que el mar le enseñara el rostro,
su corazón pesaría como una piedra.
Y mi madre,
ya no mi madre,
cantaría el dolor de las uñas que se pudren.
Por eso yo, Virginia,
te veo a ti y veo a mi madre:
Ofelia sin dientes,
garganta seca
o nevera vacía.
En su pecho esconde el tiempo que le queda,
el tiempo caído,
la carne que guardaste en la nevera.
Hay una mujer haciéndose la muerta en el mar
y es mi madre,
ya no mi madre,
pobre Virginia sin Orlando,
me gusta verte tumbada
y con la boca abierta.
Cansada.
Cansada.
Abrázate, amor mío, para sentirte siempre
centro de algún mundo,
dice mi madre con una boca de cristal
mientras se hunde con su corazón de madera,
y no me extrañes,
yo ya sueño con ser un río.

de Irreconciliables 2015, El árbol de Poe, 2015





OFELIA SIN ARROYO

Somos Ofelias sin arroyo.
Beatriz Ros


Pienso en ti
como en el agujero negro
que mide su nostalgia
en masas solares,
la gravedad te cierra los ojos
y tú, sola,
satélite de carne
en un mar deshabitado,
buscas el adentro
de un recuerdo
mientras le mientes
al cuerpo
en cada espasmo,
en el silencio subacuático
donde se deshace la memoria.
Ahogada la última pasión
te preguntas cómo desaparecer
cuando el abismo
se asoma de la nada
pero la nada no es el fin
sino el comienzo.




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