Martín Miguel Navarro
Martín Miguel Navarro Moncayo (Tarazona, Zaragoza; 6 de octubre de 1600 - ibídem, 26 de julio de 1644) fue un poeta español del Siglo de Oro.
Inició sus estudios en Tarazona. Más tarde cursó estudios de Derecho, Teología y Filosofía en Zaragoza. Allí conoce a Bartolomé Leonardo de Argensola, por quien fue influido intensamente en su obra poética. Dominó también el latín y el griego y otras lenguas modernas, como el francés y el italiano, idiomas en los que también escribió poesía y prosa. Viajó a Roma, tras rehusar estudiar con una beca en el Colegio Trilingüe de la Universidad de Alcalá de Henares, y fue nombrado secretario del virrey de Nápoles, el conde de Monterrey Manuel de Acevedo y Zúñiga. A su vuelta fue canónigo en Tarazona, donde murió, tras un periplo por la Península Ibérica con objeto de escribir tratados geográficos en verso, el Tratado de Cosmografía y el Tratado de Geografía, que comienza como un poema alegórico italiano en la línea de La divina comedia de Dante Alighieri.
Su obra se ha transmitido en el manuscrito 6685 de la Biblioteca Nacional de España y fue la poesía allí recogida de Martín Miguel Navarro fue dada a conocer por vez primera en una antología publicada por Ignacio Jordán de Asso en Ámsterdam (1781).
Su estilo es deudor del de Bartolomé Leonardo de Argensola, de quien fue su mejor discípulo, hasta el punto de que quiso publicar una edición comentada de la poesía de Bartolomé que no llegó a terminar. Así, comparte con su maestro los temas poéticos, fundamentalmente el de la filosofía moral. Escribe, como el menor de los Argensola, epístolas reflexivas y de estilo llano en tercetos encadenados. También gustó de cultivar la fábula y el apólogo en su afán ejemplar y didáctico. Asimismo, su poesía remite a los clásicos latinos y rehúye la poesía amorosa petrarquista. Fue un decidido anticulteranista como se puede observar en su «Carta en respuesta a la de un caballero que le escribía de poesía y estilo oscuro».
Finalmente, como muchos otros poetas aragoneses del barroco, tradujo a su compatriota Marcial con acierto. Muestra de su quehacer como traductor de los clásicos es su soneto basado en un pasaje de Virgilio (Eneida, libro 4, «Omnia tuta timens»):
A una mariposa en la red de una araña, con la letra de Virgilio, lib. 4, Aen. Omnia tuta timens
Cándida mariposa incierta vuela,
flor del viento que surca, iris alado,
por las delicias de un hermoso prado
y a su confín discurre sin cautela.
Crédula al sol y al aire, no recela
mortal peligro en su región librado;
¿qué mucho, si se armó con tal cuidado,
que la luz le desmiente en breve tela?
Llega a la red y la defiende en vano
su belleza infeliz de la licencia
inexorable de un rigor tirano.
No engañe más la oculta violencia,
tema sus artes el candor humano,
tema aun lo más seguro la prudencia.
Poesías de Martín Miguel Navarro
Editadas por J. M. B.
EL manuscrito 6685 de la Biblioteca Nacional de Madrid contiene las obras poéticas de Martín Miguel Navarro, discípulo de Bartolomé Leonardo, preparadas para la imprenta por su excelente amigo Fray Jerónimo de San José. Este manuscrito perteneció a la biblioteca del cardenal don Antonio de Aragón (quien costeaba la edición); pero ya en el siglo XVIII lo adquirió en la librería de Francisco de Mena el famoso helenista D. Juan de
Iriarte, cuyos herederos permitieron sacar una copia a don Ignacio de Asso, el cual imprimió una selección de poemas en Amsterdam, en 1781. También lo conoció Juan A. Pellicer, ya que en su Biblioteca de traductores españoles, pág. 135, publicó la Egloga pastoralis, vitam rusticam et urbanam comparat.
Deflet Lupertium Leonardum jam defunctum, sub nomine Tyrsis, et celebrat Bartholomem Leonardum, ejus fratrem adhuc viventem, sub nomine Daphnis. No conozco otra copia de esta égloga, y, por tanto, podemos suponer que Pellicer la tomó del citado manuscrito, con el que coincide exactamente. El códice de don Juan de Iriarte fue a parar después a la biblioteca de Salvá, y de ésta a la Nacional.
SONETO I
[f. 23 ] EN ALABANZA DE LA PAZ, SOBRE EL PROBLEMA DE UN ENXANBRE
EN LA CELADA DE UN TROFEO
Troxes de oro fabrica en fiel celada
enxambre audaz, que el néctar de la Aurora
i esplendor del verano que desflora
a su custodia con rumor traslada.
¡Cuánta más gloria adquiere jubilada,
por los fragantes robos que atesora,
que si resplandeciera vencedora,
de sangrientos laureles coronada!
Donde lidiaron bárbaros deseos
i la ambición se armó contra la vida,
se condensa hoi la miel, reinan las leyes.
Ceda al ocio la guerra sus trofeos,
viva la paz, i a la justicia unida,
triunfe de las victorias de los reyes.
SONETO 3
[f. 24 ] A UNA MARIPOSA EN LA RED DE UNA ARAÑA, CON LA LETRA DE
VIRGILIO, lib. 4, Aen. Omnia tuta timens.
Cándida mariposa incierta buela,
flor del viento que surca, iris alado,
por las delicias de un hermoso prado
i a su confín discurre sin cautela.
Crédula al sol i al aire, no rezela
mortal peligro en su región librado:
¿qué mucho, si se armó con tal cuidado,
que la luz le desmiente en breve tela?
Llega a la red y la defiende en vano
su belleza infeliz de la licencia
inexorable de un rigor tirano.
No engañe más oculta la violencia,
tema sus artes el candor humano,
tema aun lo más seguro la prudencia.
SONETO 4
[f. 24v] A UN IMPACIENTE DE LA PROSPERIDAD DE UN HOMBRE IMPÍO
Nunca ha tratado el cielo con desdenes
a Silvio, o puesto lei a la licencia
que rindió a los afectos su prudencia
i a honor profano condenó sus sienes.
Fabio, a tu indignación no le condenes,
bástale por castigo su conciencia,
i aquella luz, que tarde diferencia
los verdaderos de aparentes bienes.
Que al fin conocerá, si en él imprimes
la aversión del engaño, que le ufana,
i el amor del objeto, que veneras;
que según los indignos o sublimes
fines, que abraza la elección humana,
o son dioses los hombres o son fieras.
SONETO 7
[f. 26] A UNO QUE PERDONA LOS AGRAVIOS I BUELVE BENEFICIOS
POR ELLOS
Julio a sus fieros émulos perdona,
el odio con perfecto amor compensa,
i cultivando espinas de su ofensa,
en ellas celestial fruto sazona.
La envidia le exercita i perficiona,
i así olvida seguro la defensa,
porque, cesando el adversario, piensa
que el ocio ha de usurparle su corona.
I como es el perdón noble venganza,
la procura ensalzando al enemigo,
que con agravios su constancia irrita.
I asegura en su empresa la esperanza
de hallar correspondencia igual consigo:
porque da exemplo a Dios el que le imita.
CANCIÓN 4
EL DESENGAÑO,
A LA CÉLEBRE MUSA DE PUSILIPO
Aplica, Euterpe mía, el plectro de oro
a tu lira, en quien hallan dulcemente
prisiones la atención, leyes el viento;
el temple busca en su tropel sonoro
mi afecto, i en tu mano diligente
mis voces el compás, alma en tu aliento.
No aspira ya mi acento,
como hasta aquí, a cantar vanas memorias
(del tiempo torpe injuria),
mas verdaderas i seguras glorias
mueven mi sacra furia;
i pues las bellas flores son más bellas
entre riesgos de arados i de huellas,
entre peligros yo de injustos daños,
más dulces cantaré mis desengaños.
¿Quién en el mundo ha visto gusto tales,
que alimento no sean de las penas?
¿Qué esperanza en la vida no fué vana?
No mueren, porque enfermen, los mortales;
su achaque es el vivir, pues en las venas
entró primero la miseria humana
que la fiebre tirana.
Tal flor admira el prado, que nacida
para suertes felizes,
dando a infecundos vientres nueva vida,
retrata en sus raizes
de un cadáver la hórrida figura,
que halló en su misma cuna sepultura,
i en quien la vida temerosa advierte
la estrecha unión que tiene con la muerte.
De lo mejor se ofenden los peores;
el peligro persigue las verdades;
del castigo se burla la insolencia.
¡O mundo! ¡O vana agregación de errores!
pues repartes tan mal seguridades,
declara por delito la inocencia.
Forma mortal sentencia
contra la rectitud, cuando tropiezes
dos veces en su culpa,
porque el que vive bien, vive dos vezes;
si no es que se disculpa
tu limitado error, dando al injusto
libertad en la vida, mas no gusto;
porque ¿cómo tendrá gustosa vida
aquel que hará glorioso a su homicida?
Si aclama el pobre i cierra los oídos
el rico (que el gran crédito atropella
de Dios i sus próvidos raudales)
no den (aunque pudieran) sus gemidos
vida a las piedras, pues por no tenella
triunfan del tiempo duros pedernales;
testigos inmortales
han de ser contra bárbara opulencia,
cuando al golpe más blando
del eslabón den llamas, i obediencia
confundiendo, afrentando
mármoles racionales, piedras vivas,
que a impulsos más valientes son esquivas,
negando inobediente su dureza,
fuego de amor a golpes de pobreza.
¿En qué ha ofendido el mérito a las dichas,
que tanto huyen de él? ¿Qué espera el sabio,
si el premio no repara en sus desvelos?
No atribuye a los astros sus desdichas,
que es sacrílega ofensa, duro agrabio
achacar injusticias a los cielos.
Funde sus desonsuelos
en aspectos de humanas voluntades,
que en alto firmamento
influyen inclementes ceguedades
al claro entendimiento.
El no gobierna ya. ¡O cruel violencia,
que lo divino ofendes de la ciencia!
Pues de un necio los premios i arrogancia
hazen apetecible la ignorancia.
Estas del mundo son las tiranías:
dichoso aquel que en soledad preciosa
las contempla a la luz del desengaño.
Allí resuelta de las cumbres frías
baxa la nieve a remediar piadosa
daños comunes con su propio daño.
No reina allí el engaño;
las fuentes se lo avisan, cuando llenas
de cristal transparente
le revelan sus íntimas arenas;
la abeja diligente,
cuando inquiriendo las floridas ramas
bebe el rocío de ásperas retamas
i néctar le difunde en sus panales,
le enseña a sacar bienes de los males.
Si el arroyuelo pretendió ambicioso
ser río, su soberbia le despeña
en otro, que le quita vida i fama.
El olmo, aunque infructífero, piadoso,
cuando arrastra la vid su verde greña,
un báculo le ofrece cada rama.
Allí a nociva llama
del sol hazen los sauzes resistencia,
i amparando las flores
no temen de su rayo la potencia.
¡O cansados rumores
de turba popular! ¡O inquieto abismo!,
pues el que os sigue sale de sí mismo.
Yo aspiro a quietas soledades, cuando
por encontrarme a mí las voi buscando.
Allí todo es amor, verdad, justicia;
lición del hombre es todo. Mas, o Musa,
suspende ya la lira, que mi canto
desfallece, temiendo la malicia
del que culpado su verdad acusa.
Descansa, Euterpe hermosa, i entre tanto
que Pusilipo undoso
adora en el silencio tu hermosura,
pues la virtud agrada al más vicioso,
callemos, esperando su ventura.
[f. 63] EPITALAMIO
EN LAS BODAS DE DON FERNANDO FONSECA I DOÑA ISABEL DE ZÚÑIGA, MARQUESES DE TARAZONA
Ya con el carro de oro
surca el sol la región media del cielo,
dando a la luz i al sueño iguales horas;
ya los hermoso días son Auroras,
i el apacible vuelo
del fecundo Favonio viste el suelo.
La primavera ostenta su tesoro,
i esmaltando ingeniosa varias flores,
inventa, al parecer, nuevas colores
en la feliz campaña
que Pusilipo ciñe i la corriente
del fiel Sebeto baña.
I en estas playas solas,
invidia del ocaso i del oriente,
la bonanza del mar tiembla sin olas.
Todo es paz i alegría,
i, en fiel conformidad, todo elemento
lisongea en la gloria deste día
al general contento.
Isabela divina,
admiración mayor desta montaña,
fénix i único sol de la edad nuestra,
que hizo que el sol i el fénix no le fuesen,
i que hoi vencidos ambos lo confiesen,
el cuello hermoso inclina
al yugo conyugal, i humana muestra
su beldad a Fernando, honor de España
i ya nuevo esplendor desta ribera,
que con dignos aplausos le venera.
El cielo, que ilustró con tanto dones
no conocidos antes
los dos nobles amantes,
conformidad dispuso entre sus almas,
i hoi confirma su unión la de las palmas,
logrando en obediencias elecciones,
para que el orbe adquiera
de su consorcio cuanto dél espera.
Los cisnes del Sebeto
i las dulces sirenas
que alberga nuestro golfo en sus arenas
tributen su armonía
a la ocasión festiva deste día.
Libre el dominio de sus ondas todas
apreste el mar undoso,
en las ínclitas bodas,
al magnánimo esposo;
la tierra, sus provincias y regiones
ofrezca por teatro a sus acciones,
i a la consorte hermosa
entrambos elementos
sirvan a prevenir su gusto atentos.
Escurezca su edad siempre dichosa
todo siglo pasado,
i a la posteridad proponga exemplos
con su esquisito agrado,
i singulares méritos posean
en nuestras almas absoluto imperio;
i uno i otro emisferio
en su velocidad cumplidos vean
cuantos sucesos prósperos desean.
Por el valor i zelo de Fernando,
i de su alta progenie, que, triunfando,
nuestros sagrados templos
de trofeos corone en sus vitorias,
escediendo las glorias
de sus claros mayores,
siempre invencibles, siempre vencedores.
En tan feliz estado,
entre delicias tantas
la paz imiten de las almas santas,
que a su Autor con más clara luz conozen,
i aunque sin turbación i temor gozen
los bienes que poseen,
siempre con nuevo afecto los deseen.
Al tálamo paterno
i al suyo, augustos tálamos coronen
de sus ilustres hijos i sus nietos;
i a sus dichas, los daños
de los días, con rara lei, perdonen,
o, a lo menos, desmientan sus efetos
con esplendor eterno.
Sola, sola la fama
la noticia ocasiona de sus años
tan inportantes vidas,
i renueve la edad tan viva llama
con lazos de inmortal amor unidas.
ELEGÍA
A LA MUERTE DE DON FERNANDO EZQUERRA DE ROZAS, REGENTE DEL CONSEJO SUPREMO DE ITALIA, ESCRITA AL P. F. GERÓNIMO DE SAN JOSEF, CARMELITA DESCALZO, SU HERMANO
No estraño tu dolor, el llanto apruebo,
ínclito Ezquerra, en aflicción tan rara,
i como necesario le renuevo.
Contra la patria i la razón pecara,
contra el afecto i gratitud debida,
si con algún alivio le templara.
Cedió a la lei común la frágil vida
de don Fernando, tu inmortal hermano,
en su mayor espectación pérdida.
Cortó el regalo del linaje humano,
el honor de las ciencias, la defensa
de la virtud, inexorable mano.
¿Quién, pues, condenará en pérdida inmensa,
tuya i común, el justo sentimiento,
cuando ningún reparo la compensa?
Así al fiero rigor de airado viento,
mira el cultor en el jardín postrado
el árbol, que observaba más atento.
I entre copiosas lágrimas, frustrado,
lamenta el fruto i premio ya vezino
de sus largas fatigas i cuidado.
Pero si atiendes al favor divino,
abrazar debes, por mayor consuelo,
la ocasión, que a tu mérito previno.
Efecto de amor propio fuera el zelo
que esta prenda, que a eterna paz traslada,
la invidiará, con ciego error, el cielo.
I culpable opinión la que, fundada
en la apariencia de presentes daños,
a llorar dichas ciertas persüada.
Que el mundo se confunde con engaños,
i de la vida i de la muerte nuestra
juzga por la fortuna o por los años.
Pero la superior luz i maestra,
que es la felizidad, llegar al puerto
salvo el vaxel, no el navegar, nos muestra.
I que entre olas i escollos siempre es cierto
el peligro i temerle siempre debe
el piloto más docto i más esperto.
Tu hermano surcó el mar en tiempo breve,
pasó los golfos bravos con bonanza,
probó la tempestad cuando era leve;
i antes que le oprimiera con mudanza
repentina el océano, la muerte
aseguró en razón su confianza.
Digno suceso fué de un varón fuerte
averse consumado en la carrera
de la virtud con vitoriosa suerte.
El pisa agora la estrellada esfera
i desde el inmortal palacio mira
la turbación que lo inferior altera.
Mira seguro fulminar la ira
del sumo autor, las máquinas profanas
de la injusticia, engaños i mentira.
Nota la ostentación de las humanas
grandezas, i que un punto las encierra,
donde materia son de empresas vanas.
Nota rebelde i sin piedad la tierra,
que de su Dios ingrato se desvía,
i con sus propios dones le haze guerra.
Que a las tinieblas densas llama día
la fraude astuta, que los nombres muda,
i por medio tan vil medrar confía.
Que al fiero lobo el interés desnuda
de su piel, i que, oculto con la agena,
exerce en el rebaño rabia impía.
Que el mundo a la bondad ciego condena,
que la esperanza o el temor la humilla;
i se confunde el premio con la pena.
Que el vicio oprime a la virtud sencilla;
reina el error, la caridad se acaba,
i al interés se inclina la rodilla.
Considera el peligro a que llegaba,
i, agradecido, la piedad propicia
de la divina providencia alaba.
Que pudiera ingeniosa la malicia
contrastar su valor, si más viviera
en la tierra, o tentarle la codicia.
Que la ficción sagaz también pudiera
con ilusiones pervertirle el alma
i derribar su rectitud severa.
O la inquieta ambición trocar su calma
en fiera tempestad con sutil arte
i aventuralle la presente palma.
I como su consuelo fué el dexarte
por padre i por amparo, o dulce hermano,
dé sus prendas i más amable parte,
juzgar podemos que te mira ufano
padre dellas, amparo propio i norte,
i por tí obrando la divina mano,
cuando el honor ensalza nuestra corte
del varón justo, a Dios i al mundo grato,
con premios de sus hijos i consorte;
i que le aumenta el gozo el fiel retrato
suyo, que en ti conserva el siglo nuestro
de su ciencia, virtud i amable trato.
I más cuando te ve común maestro
el Carmelo ilustrar con la corriente
de tu prosa elegante i plectro diestro.
I llevado tal vez de zelo ardiente,
vibrar la punta del sagrado azero
contra el que de su Dios sin piedad siente;
o defender el instituto austero,
la esterior penitencia i la pobreza
del religioso en su rigor primero.
I reprobar la gravedad que empieza
a enervar la virtud con luz humana,
buscando la verdad en la corteza,
cuando el camino celestial allana
florido, i delicioso nos le espresa
i los misterios de la cruz profana.
En tanto que tu hermano es digna empresa
del clarín, por el orbe, de la fama,
que de ensalzar sus méritos no cesa,
Cantabria a celebrar allí nos llama
la estirpe de los ínclitos Ezquerras,
que en sus antiguos dueños hoi aclama.
Estirpe, que a las más remotas tierras
sus glorias dilató por su gobierno,
venerable en la paz, justo en las guerras.
Hasta que un héroe suyo del materno
suelo al valle de Soba, en las montañas
de Burgos, trasladó esplendor eterno.
Donde ilustres en sangre i en hazañas
aumentaban los Rozas los honores
a su patria i la invidia a las estrañas.
Aquí a Ezquerras i a Rozas no inferiores
juntó en tálamo noble la unión santa
que produxo feliz frutos mayores.
Así el ramo gentil de fértil planta
inserto, por el arte, en tronco ageno
más fecundo i lozano se levanta.
Trocaron la quietud del valle ameno
después algunos descendientes claros
de ambas casas, unidas en su seno.
Aragón, que esforzaba los reparos
de la Iglesia, introduxo en los planteles
de su nobleza estos sugetos raros.
Ambiciosa de bélicos laureles,
Manlia, hoi Mallén, antigua i noble villa,
uno albergó en sus muros siempre fieles.
Desde entonces la próspera semilla
conservó i propagó allí su nobleza
con menor luzimiento que en Castilla.
Pero suplió la falta de riqueza
con el valor, que opuso a la fortuna,
conservando inviolable su pureza.
I en tiempos diferentes, oportuna,
al gobierno ofreció insignes varones,
que a Manlia enoblecieron con su cuna.
Al fin nos dió a Fernando, en quien los dones
de ingenio, estudios i virtud suprema
fueron la prevención de altas acciones.
Manlia en llorarle con razón se estrema,
i el dolor le ocasiona, en daño tanto,
que aun la mención de su remedio tema.
Llórale enternecida con espanto
nuestra augusta ciudad, patria segunda,
a quien su muerte dobla el justo llanto.
Porque en su real Museo, que fecunda
los ingenios con sólida dotrina,
a Fernando imprimió ciencia profunda.
Allí esploró el metal de aquella mina,
que tributó más gloria a su tesoro
i mayor dicha a la región vezina.
La cátedra añadió esplendor al oró
de la virtud premiada; el magistrado
exercitó sus letras i decoro.
Amóle ausente, porque el bien privado
cede en su estimación a los provechos
i conveniencias del común estado.
Oráculo de ciencias i derechos,
con dignidad sublime, a su Fernando
bolvió a hospedar en sus hermosos techos.
I cuando más le veneraba, i cuando
grato al rei le aplaudía el orbe junto,
i a ella de tan feliz hijo gozando,
llegó (¡hai dolor!) el lamentable punto;
miró su sol perderse en el ocaso
i el resplandor, que la ilustró, difunto.
Con el horror de tan funesto caso
atónita al dolor cedió la rienda,
i el Ebro fué a su llanto angosto vaso.
Sírvele de motivo aquella prenda
que en su regazo maternal reposa,
para que algunas lágrimas suspenda.
El mármol que le encierra i culta losa
con su inscripción al peregrino enseña
i a observar marabilla tan preciosa.
Llórale Italia, que con faz risueña
le adoptó, i como a propio hijo le amaba,
i en un dolor sin término se empeña.
La efigie i la memoria en bronzes graba
de su Fernando, e, impaciente, llora
muerto al que su salud i honor zelaba.
Agora su fortuna acusa, agora
el tiempo i luego, atónita i confusa,
duda el suceso i la verdad esplora.
Después, severa, el desengaño acusa,
condena la aparencia que le engaña,
i a todo alivio con razón se escusa.
La ciudad que por largo trecho baña
humilde el mar Tirreno, i por un lado
el fiel Sebeto en la feliz campaña,
siente la adversidad en sumo grado,
como pérdida propia i sola suya
del bien que largos años ha gozado.
No espera que otra luz igual le influya,
i muerto el suyo i el común Regente
de Italia no hai consuelo que no escluya.
Perdió en él, padre i director prudente
i recto juez, que a la ambición se opuso
i constrastó invencible su corriente.
Pondera su atención contra el abuso,
el amor del bien público i destreza
con que el servicio de su rei dispuso.
El zelo de las leyes, la firmeza
en observallas, corrigiendo escesos,
pero siempre templando su dureza.
I admira en sus ascensos los progresos
de su bondad y singular templanza,
indicios del candor nativo espresos.
Que nunca algún afecto de venganza,
de invidia o amistad turbó su mente,
ni su igualdad el miedo o la esperanza.
I aunque con tal rigor Nápoles siente
el caso estremo del Regente caro,
que a su felicidad vacaba ausente,
la ínsula noble, que, ulterior al faro,
consultor le aclamó de la primera
curia suya, i después único amparo,
con Nápoles compite, i si antes era
émula de su dicha, aora pretende
que ni aun en el dolor se le prefiera.
I la ciudad soberbia que se estiende
sobre la Concha de oro, i en belleza
con la otra en puerto i magestad contiende,
como es del reino fiel noble cabeza,
por exemplar de gratitud propone
a los súbditos pueblos su fineza.
No hai oficio afectuoso a que perdone
en honor del difunto, a cuya eterna
memoria, nuevos títulos dispone.
Sus virtudes ensalza i a la interna
tristeza, que obstinada la ha rendido,
este solaz, para templalla, alterna.
En bronce i mármol, de laurel ceñido,
vivo otra vez i en lienzos le retrata,
invicto contra el tiempo i el olvido.
Pero es sin duda digresión ingrata
lo que el llanto de España en tan funesta
plaga a la forma i atención dilata.
Culpa cualquier demostración modesta,
desigual a miseria tan estraña,
i raudales de lágrimas apresta.
Que era gozo común de toda España
Fernando, ella su madre, i la venera
por él todo el distrito que el mar baña.
Acuérdase que, joven, la ribera
del Tormes le admiró, con causa justa,
como si algún Jasón o Celso viera.
I que, después, en la ciudad augusta,
practicó la teórica, que unido
el cetro a nuestra libertad ajusta.
Que a volar i dexar el propio nido
le obligó con imperio el noble conde
de Monte-Rei, de su valor movido.
El Conde es lapidario diestro, i donde
yaze oculto el diamante o brilla menos
le libra de la invidia que le esconde.
El fecundo vigor en los agenos
reinos, con liberal virtud, produxo
su cosecha feliz de frutos llenos.
El mismo Conde a España le reduxo,
porque el sol, que en breve ángulo lucía,
desplayara en mayor campo su influxo.
Pues tanta luz sin duda se debía,
para común utilidad, al centro
de la más dilatada monarquía.
Halló materia más difusa dentro
de nuestra corte su virtud activa,
i, aunque modesta, no temió el encuentro,
Nunca olvidó la candidez nativa
que inclinaba su espíritu al reposo,
en que un ingenio noble se cultiva.
Negábase a la fama i al penoso
favor; vivía en la quietud contento,
i sólo con sus méritos dichoso.
Estos fueron el medio más violento
con que, sin pretensión, llegó a la cumbre,
nuestras dichas logrando en el aumento.
No mudó con la suerte esta costumbre
de pretender el natural agrado,
su zelo, rectitud i mansedumbre.
Ofendido en su crédito, vengado
siempre quedó, i venganza de su ofensa
fué el beneficio, alguna vez doblado.
Cual suele Dios, que al hombre, cuando piensa
en su agravio i más ciego le procura,
para enmendalle, su favor dispensa.
Al tiempo que aplaudía su cordura
toda la corte i ensalzaba el dueño
por su capacidad e intención pura.
En la patria frustró el mayor empeño
de honor, la muerte, que a su centro hermoso
trasladó la alma justa en breve sueño.
Recibióla en la eterna paz su esposo,
i a los tesoros de inefable gloria
la introduxo con júbilo gozoso.
No llore España, pues, que fué vitoria
en Fernando el morir, como pelea
su vida i digna de inmortal memoria.
Préciese de admirar la única idea
de un perfecto ministro, i el dechado
muestra a los suyos, si acertar desea.
Temple el dolor del hijo más amado
la dicha del contento, que ha sentido
todo el tiempo, que alegre le ha gozado.
Temple la desazón del bien perdido
la fama, i supla su preciosa falta
la vida escrita con primor debido.
I pues sola tu pluma es a tan alta
empresa igual, padre i maestro mío,
con ella la virtud fraterna esmalta.
Recibe en prenda de mi afecto pío
esta demostración, confusa i ruda,
con el amor benigno que confío.
I en tanto que el dolor mi lengua añuda,
sirva a mi gratitud de fiel testigo,
en suma obligación, facunda muda.
Hasta que enprenda alguna vez contigo
en culta prosa o verso más süave
asunto, a cuyo honor mi pluma obligo.
Mas ya te espera la volante nave,
i los amigos, que sentir debemos
el desconsuelo desta ausencia grave,
otra vez a tu hermano en tí perdemos.
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