Ramón Luis Herrera Rojas
Ramón Luis Herrera Rojas. (Yaguajay, Cuba 1956). Destacado educador cubano, dedicado a los estudios de la literatura cubana, especialmente la infanto-juvenil y su trabajo en la promoción de la lectura, lo que ha contribuido a la estimulación del trabajo creador en niños, adolescentes y jóvenes. Durante su trayectoria laboral ha ocupado diversas responsabilidades docentes y de dirección.
Doctor en Ciencias Filológicas, escritor. Profesor Titular y Profesor de Español y Literatura.
Aportes pedagógicos e investigativos
Creación de la Tertulia de Ramón Luis como extensión universitaria de la Universidad de Ciencias Pedagógicas “Capitán Silverio Blanco Núñez”, de Sancti Spíritus.
Contribución a la formación de recursos humanos en el territorio.
Autor principal de múltiples investigaciones.
Publicación de libros y artículos, por los cuales ha obtenido premios como escritor.
Impartición de conferencias en la Universidad Pedagógica de Volvogrado, Rusia.
Reconocimientos
Por su destacado trabajo como educador y escritor, ha sido merecedor de numerosos reconocimientos, entre los que se destacan:
Orden "Frank País",
Medalla "José Tey",
Distinción "Por la Educación Cubana",
Premio Especial del Ministro de Educación,
[Distinción Romance de la Niña Mala],
Distinción Majadahonda,
Como creador internacionalista,
Premio de la Ciudad de Sancti Spiritus.
Algunos títulos publicados
Literatura infantil latinoamericana.
Almendro rojo con caballo blanco.
Lindo es el sapo.
La Alfombra del califa.
Hasta que tú seas grande.
La Rosa, los zapatos.
Sonetos de alfanje y la penumbra.
La poesía y su enseñanza en la escuela: Esbozo de un mapa para recorrer el laberinto.
Magia de la letra viva.
LA MUJER DEL COLLAR
En la leve penumbra, la mujer del collar
con su vestido verde apretado y brillante
en rudo taburete vuelto un poco hacia atrás,
venida desde lejos y a la espera de alguien.
No le importaba mucho a causa de mi edad,
y así podía mirarla lentamente, a mi aire;
estremeció la imagen, como un sismo tenaz,
mis diez años de hombría, sin sospechas de nadie.
Rodeado el blanco cuello por las cuentas doradas.
Sutiles los tobillos sobre esbeltos tacones.
Volúmenes y curvas perfectos tras la tela.
El fulgor incitante a su luz me acercaba
furtivo yo y hambriento, paladeando en la noche
la mujer del collar, perturbadora y bella.
TARDES DE DOMINGO
No se termina nunca la tarde del domingo
y las calles son largas y uno es casi una brizna
de nada en el espacio, una aventura mínima,
cuando la soledad llueve su escalofrío.
Aquella eternidad aún me turba y me eriza
y el miedo de vagar otra vez tan perdido
me llega hasta los huesos, al recorrer contigo
la ciudad donde entonces era huraña la vida.
Dar calidez de fuego a las sombrías tardes,
rehacer los domingos, es tu feliz hazaña,
maga que has alejado las punzantes tristezas
y has vuelto las enormes horas dominicales
la serena ocasión para vivir en calma
los recuerdos, la piel, el musgo de las tejas.
YERBA RECIÉN CORTADA
Los zumos olorosos de la yerba
me invitan a saltar como un chiquillo,
a retozar lanzando mis papeles
y sobre el verde pasto a dar un grito.
Ganas me sobran, pero me contengo,
pues enseguida mirarán altivos
solemnes académicos, doctores,
que son los otros y que soy yo mismo.
Y en mi tiesura, felizmente cuerdo,
tal un hombre mayor que se respeta
como un poseso me hundo en el trabajo.
¿Por qué perdí, cobarde, un día mi reino?
¿Cómo es posible que ya nunca vuelva
a ser un niño, ni siquiera un rato?
LA BEGONIA
Floreció la begonia en su cacharro
con un nítido rojo sorprendente
y cuando abrí la verja, mansamente,
regalaba su lumbre desde el barro.
A ese instante de júbilo me amarro
cautivo de la llama sonriente,
pues me inunda los huesos la corriente
que mana sin parar del simple jarro.
Un minuto radiante de hermosura
me dio la modestísima corola,
bien lejos de los buitres de la guerra
y su furia sin fin, y de la impura
rutina de mirar, que la begonia
sacude, cual milagro, de la tierra.
EL SUEÑO
In memoriam
Vino a verme mi madre antes del alba,
y era tan melodiosa y transparente
que un júbilo sereno, de repente,
me anduvo de la piel a las entrañas.
De sueño en sueño llega sonriente
y es como si sutil adivinara
cuándo su niño solo más se cansa,
cuándo vivir golpea duramente.
Cada vez que la dejan, de visita,
vuela desde la más honda memoria
y conversa, y alumbra, y me acaricia.
Por cierto, se disculpa de andar lejos
y no venir alegre, a cualquier hora,
fragante de jazmín, a darme un beso.
ECONOMÍA
¿El locuaz comerciante con su precio
en las nubes, es sólo un ambicioso?
¿No es la ley económica, cual monstruo,
quien lo vuelve su títere en vil juego?
¿La anciana que a mi hija cobra el peso
de sus fragantes plátanos en oro
y mira con opaco brillo ansioso,
será dulce y mimosa con sus nietos?
¿Si salto el mostrador y mercancías
acaparo voraz e indiferente,
depósito infeliz de sombras turbias
se torna mi conciencia maldecida?
¿Moloch goloso de insaciable vientre
en desalmada, eterna, fiesta púnica?
LA BÚSQUEDA
Cernir el infinito, hallar la piedra
de toque: virgen, cósmica, pulida;
rozar, como un jazmín, pura y secreta,
la cifra, ya palpable, de la vida.
Buscar, buscar, con sed despavorida,
la Verdad y la oculta Trascendencia,
y ver, jirón de nube desleída,
la insípida oquedad tras la tormenta.
O la preñada gravedad telúrica
de lo humano, la móvil cuerda laxa
que en equilibrio frágil nos sostiene.
Como una tempestad, como una música
lo Absoluto esparcido aquí en mi entraña,
mínimo dios pensando que no muere.
LA IMAGEN
Casal visita por tercera vez a su hermana en Yaguajay, 1893
En un rincón oscuro de la casa
lo vio mi abuela, cual furtivo gato:
los ojos verdes de perenne brasa,
sabe Dios en qué simas abismados.
Con obsesión de noria, ella soñaba
la imagen sepia del recién llegado;
pues la mente, febril, le regresaba
los ojos insondables y lejanos.
―Don Julián, su merienda― cantarina
anunció una criada, y la bandeja
él apartó con leve gesto amable.
Así lo vio en penumbras, intranquila,
viajero en el País de la Belleza,
los grávidos sentidos acechantes.
LA HOJA
el hombre siempre tiene dos hambres
Onelio Jorge Cardoso
Se inclinó la viejita al ver la hoja
recién caída de incendiado almendro
y la encontró asombrosamente roja
y en sus ojos brilló como un festejo.
En la calle gocé los suaves gestos
cuando llegó la colorada alfombra
en vuelo grácil desde airosa fronda
hasta el roce imantado de sus dedos.
¿Sería el júbilo de otra temporada
en la sonora lumbre citadina
por la suerte amistosa regalada?
¿O sólo imprevisible, la hechizada
sorpresa de lo hermoso, la festiva
victoria del sentir sobre la nada?
LA MARÍMBULA
En mi casa, nada abundante en muebles,
la marímbula, además de instrumento musical,
era asiento.
Las notas que dormían en la marímbula
soñaban impacientes hasta su hora,
yo brincaba feliz y la escondida
música ansiaba su nocturna gloria.
Cuando llegaba la fragante sopa
(los fríos flejes en las pantorrillas),
decía mi madre: ―Vamos, que te cortas
y yo no quiero llanto en la comida.
Sordamente después, hería el silencio
mi padre en el turbión de la parranda
con pulso suave de sus toscos dedos.
Revuelta de parejas enlazadas
―los ojos relucientes de luceros―
gozo grande es la noche de mi casa.
EL DRAGÓN
Del gordo aparador de la cocina
—donde luce mi jarra de Provenza—
a veces creo que sensible piensa
por su conducta generosa y fina.
Cuando una taza ilustre de la China
cayó de su madera blanca y tensa,
a causa de una ráfaga asesina,
se le notó de lejos la vergüenza.
Pues lo bueno que industrian las naciones
custodia en sus repisas y en su panza,
dragón fiel de sutiles emociones.
Al mirarlo, convida la memoria
desde su familiar ternura mansa,
a una fiesta de simple, humana gloria.
LA FOTO
Mayajigua, 17 de julio de 2000
Me duele aquella foto que no hicimos
cuando estábamos todos en la casa
y la madre contenta se afanaba
entre los cuerpos grandes de sus niños.
Recuerdo con qué sólido apetito
a la mesa llegamos en manada,
mientras Celso ejercía cual patriarca
de aquel reino aromático de guisos.
En la paz del jardín tan sonrientes,
ajenos a la furia de hondo golpe
que nos pondría el corazón helado,
invictos, por felices, de la muerte
en la foto imborrable que recoge
la memoria en su inmenso desamparo.
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