miércoles, 25 de agosto de 2010

641.- TUA FORSSTRÖM


Tua Forsström nació en Porvoo, Finlandia, en 1947. Estudió Humanidades en la Universidad de Helsinki y trabajó durante veinte años en una editorial. Ha publicado, entre otros, los libros de poemas: En Dikt om kärlek och Annat (Poema de amor y de otras cosas, 1967); Där Anteckningarma Slutar (Donde terminan las anotaciones, 1976); Tallört (Monótropo, 1979); September (Septiembre, 1983); Snöleopard (Leopardo de las nieves, 1987); Marianergraven, ett Oratorium (La fosa de las Marianas, Oratorio, 1990); Parkerna (Los parques, 1992) y Antología poética (Endymion, Madrid, 1994). Su libro Tras pasar una noche entre caballos, recibió el Premio Nórdico de las Letras.




Hasta que te ves cogida

¡Hasta que te ves cogida
y te llevan de aquí!
Alguien llegó un día
y te llevó consigo.
Nunca volverás
a casa. Volverás como un sueño
de noche a los mismos
que quieran conservarte.
Ya no posees nada:
tus oídos, tus sandalias.
Posees tu pobreza.
Alisas los pliegues de tu ropa,
te paseas por el jardín interior
bajo los espaciados
movimientos del sol
en el zodíaco.
Es como si fueses ciega,
como si realmente vieses.




Fue en la sombra

Fue en la sombra de la estancia
verde, a la sombra de los verdes
árboles, bajo la sombra de una nube.
Y fue en uno de esos días
en que las bestias buscan agua,
como nosotros frescor
en un regazo amado o en catedrales,
en canales sombreados por nubes.
Como rasgos de un rostro conocido.
Como una imagen ilumina la noche.
Igual que un nombre nos diluye
contra el oscureciente tapiz nocturno
igual que olvida el claro día
lo que la noche sabe.
Como acercarse demasiado y quemarse
y tartamudear siempre el mismo nombre.
Como olvidar lo que se ha sido
en el seno de alguien.
Como buscar agüeros o pistas.
Como sangrar por heridas secretas.
Como una mano tan acariciada
por otras manos que vienen sin tregua
hasta tropezar y caer en el grijo.
Como nos ciega la excesiva luz
y un ansia penetra luego
durante años días y estancias.
El agua clara se enturbia en un vaso,
ya se oscurece.
Un día miramos en nuestro derredor,
y nuestros amados ya no están allí.
Un día dispersa el olvido
tus cenizas sobre las aguas.
Un vacío lo penetra todo,
una imagen ilumina la noche,
hasta que despertamos,
otoñal es la estación, y fría.

Fue en la sombra de la estancia
verde, a la sombra de los verdes
árboles, bajo la sombra de una nube.






Los peces se van a la cama

Los peces se van a la cama cuando cae
la oscuridad, se cubren de arena y yacen
quietos en la noche. Los niños entrecierran
los ojos con el dedo pulgar metido en la boca
tras cortinas floreadas. Pero los peces
voladores se ciernen insomnes bajo la luna
a seis metros de altura sobre la superficie del mar,
a once mil metros sobre el fondo del sedimento
y fango de la fosa de las Marianas.

Los muertos soplan

Los muertos soplan a través del sol y la nieve.

Los muertos ya no podrán morir más.

Los muertos tocan la flauta en el agua del mar.

Los muertos son niños olvidados en la noche.


Traducciones de Jesús Pardo





Nos es difícil...

Nos es difícil
cobrar forma con tremendas
prisas y a oscuras,
los ardientes
instantes de halógeno
contra halógeno, no consigo
distinguirte. El sol
brillaba junto a tí en el agua.
¿Fue una tarde de agosto
en un jardín del sur de Alemania
con amarillos albaricoques húmedos
de lluvia?
Nos acompañamos a nostros mismos
como a un recelo. Acopiamos
pruebas: toda piedra, una vez tirada,
ha de caer. Tú dices que
fue hace ya mucho tiempo, pero
yo sigo aquí, campo de batalla.
Triste monumento. Tendemos una imagen
a nuestro amado, una hipótesis
de uno mismo transformable
en imagen de imágenes del amado.
Llévame contigo. Vacilo
bajo el peso del cisne.





Una puerta que da...

Una puerta que da
a la oscuridad, y nos habituamos a ella.
A todo nos habituamos: casas
y preciosos ingenios de relojería. Es posible
sentarse en la escalera y pensar
en trenes que salen de las grandes
estaciones europeas. En guantes
olvidados. En olor a flox. Oigo crujidos
fuera de mi campo visual: animales
pasan al azar. Con amor recuerdo
aldehuelas de nada con eufóricos
nombres moteando el camino
en el atardecer violeta
de la pradera. Duro sol
en cuartos de motel y en la pared
avisos de seguridad: "Si está usted sordo y su
compañero de viaje ciego..." Pasé
demasiado tiempo en el bosque. Llamo mucho
a la policía, no vale la pena llamar
a la policía, las cosas son así.





De qué sirve...

De qué sirve
ser bella casa junto a la vía férrea
si no hace más que llover. Si la confundimos
con cualquier otra cosa, edificios públicos,
por ejemplo.
Si todo en torno a ella no crece nada.
Antes crecía un bosque. "Por eso da siempre
la impresión
como si un extraño velo de melancolía
yaciese sobre plantas y animales: todos son
bellos, símbolos todos de profundos
pensamientos de creación. Pero ellos no lo saben
por eso están tan tristes". Se alquilan
habitaciones para viajeros.
¿Pero qué será de mí
si me alojo aquí? Sin muebles,
con feísimos radiadores.
Ansiamos dar luz al mundo,
tornarlo claro como Monteverdi.
Pero el suelo está desierto. Polvo, huellas
de zarpas, felinos.




Todos tienen entrada aquí...

Todos tienen entrada aquí. Vuelves
a ver a los animales atropellados,
y a su hermanita, que eres tú misma.
Ténues formas se apretujan para mirarte
infantilmente con ojos como luz de luna.
Rosas de sangre revientan contra las vendas.
Tú crees reconocer la viva pieza de bravura
que tocabas otrora. Vuelves a ver los caballos.
Las frescas avenidas se reflejan en el agua fría,
pero no temblamos.





La nieve se arremolina...

La nieve se arremolina
sobre el cementerio de Ténala.

Encandemos luces
para que los muertos siéntanse
menos solos, les pensamos sometidos
a nuestras mismas leyes.

Las luces pestañean inquietas:
los muertos quizá anhelen
compañía, no sabemos nada
de sus cosas, la nieve se arremolina.

Los muertos callan como algodón.
Un tropel de niños delgados acercándose
inaudibles Nos miran
con atención un momento:

¿será que olvidan
o que recuerdan? La nieve
se arremolina
sobre el cementerio de Ténala.

Como cuando se sobrevuela
una ciudad de noche
a poca altura: las luces devienen
autopistas, faros
de vehículos, se llega
de algún sitio.

Luego conduces el coche
por una carretera, una luz
más pestañeante del remolino.





Equipamos a los caballos...

Equipamos a los caballos
con todo cuanto nos falta: fidelidad
y coraje. Les amamos por su fidelidad
y su coraje. Transcurre noviembre,
suave viento contra el rostro, fríos
chaparrones bruscos
caen de árboles copudos. A los caballos
les asustan sus propios espejismos, les asusta
cualquier cosa, y se espantan.
La naturaleza en tacaña, la naturaleza
acata estricta economía. Los árboles
siguen en la niebla, inmóviles.
Algo ha cambiado lentamente, yo
sé lo que es: mis recuerdos
nunca vuelven a mí.








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