martes, 3 de mayo de 2011

3791.- CARMEN BORJA


Carmen Borja. Nacida en Gijón en 1957, Carmen Borja se doctoró en literatura española y realizó luego un máster en edición. Reside en Barcelona desde 1978, fecha en la que publicó su primer libro de poemas. Es miembro de la ACEC (Asociación Colegial de Escritores de Cataluña) y del PEN Català. Autora de trabajos críticos sobre diversos escritores españoles de los siglos XIX y XX, formó parte del consejo de redacción de la revista Hora de Poesía durante su última etapa y colaboró en el suplemento cultural de El Periódico a principios de los noventa. Alejada por convicción personal tanto de la crítica literaria como del mundo académico, su interés central desde hace años es la poesía. Ha publicado, entre otros, Libro de Ainakls (Jerez de la Frontera, Arenal, 1988), Libro de la Torre (Barcelona, El Bardo, 2000, que incluye también la segunda edición del Libro de Ainakls) y, ahora, Libro del retorno (Barcelona, Lumen, 2007). Sus poemas aparecen en diversas antologías nacionales y extranjeras; en 2006 codirigió, con Carles Molins, un singular proyecto creativo: Puzle (2006)




1

Siempre volvemos a la casa del padre.
En cualquier sitio surge el relámpago
que transforma el paisaje o la calle en conciencia:
talismán que protege del frío.
Entonces Ibn Hazm habla del amor verdadero,
aquel que no es hijo de un instante,
y de la planta arraigada que no ha de esperar la lluvia.
Porque el sentido viene de aquel viento
que llegó con el poema: sagrado ardor.
¿No ves que pasa a tu lado sin ser visto?
Sin cuerpo, sutil como un susurro.
Amor: lo que fuimos, somos, seremos,
todos los tiempos conjugados del ser,
camino de regreso a casa.


2

A tientas buscamos su mano,
el roce que indique su presencia,
una palabra. Pero sabe y calla.
Y el corazón se encoge confundido,
sin rastro que seguir, entre la niebla.
La llovizna inunda tu mirada
y aquel dolor que te rompe por dentro,
profundo y negro como pozo antiguo.
La herida que deja el desconsuelo,
con el tiempo, alumbra un gozo inesperado:
fulgor de la luz. Y el ocaso presiente
el nombre de Dios.
Siempre volvemos a la casa del padre


3

Estás sola, pero no completamente a solas.
¿A quién harás cómplice de lo que no se puede conocer?
Siente.
Sabes de las trampas de los nombres,
los mil reflejos que razonan,
los abalorios imaginados por otros.
Pero el viento nos empuja a la vida.
Más allá del cansancio
y de la piel que se cuartea con los años:
fuerza de ser a pesar de los errores.
Y la esperanza nace en desamparo absoluto,
encallada como balsa perdida.
El náufrago renuncia al auxilio
porque le han olvidado:
esperanza contra toda esperanza.
Es el viaje del hombre noble,
aquel que se va lejos
para ganar un reino y volver después.
Siempre volvemos a la casa del padre.


4

De paso, extranjeros en una tierra que no es nuestra.
El dolor enterrado en lo hondo
sale a la superficie de golpe,
cuando menos se espera. Te desborda
por los ojos, te arrasa.
Y sólo puedes mirar, muda,
con la garganta rota y el corazón despeñado,
sin rehuir zambullirte en la alberca de la muerte.
Pero hay un orden más allá de los fragmentos
y el pie que avanza devora espacio.
Que la luz te ayude a discernir
la orilla del corazón que conoce el mar
y el color de su matemática profunda.
¿Y si del otro lado sólo hay silencio?
Si no entras en el círculo,
hablarás a los que ya saben,
y el lenguaje de los símbolos
seguirá siendo sordo a oídos extraños.
Siempre volvemos a la casa del padre.

(Extraídos del Libro del retorno, de 2007)









ABSORBES LA VIDA POR LOS OJOS TODA ENTERA

Absorbes la vida por los ojos toda entera.
¿Cómo no devolver el mundo hecho palabra?
Absorbes la luz,
como si nunca más fueras a ver el perfil del árbol,
el pájaro que retorna del frío,
el mar color cobre en la tarde que acaba.
Entonces la belleza,
el trazo de la nube que dibuja el sentido,
el olor de la lluvia, el rumor del brezo,
la bendición del sol en invierno.

Expulsas la luz,
como si el silencio del náufrago fuera tuyo desde siempre,
y la ausencia de raíz,
y la nostalgia del futuro y lo olvidado.
Entonces el exilio,
la soledad del último faro,
la incerteza inevitable del límite,
el peso del abismo y la intemperie.

Hasta que, al fin, eres luz,
pasas de puntillas, llenas de aire tus pulmones
y dejas ir, deslizas tu mirada
como el aire entre las hojas
y todo vuelve a ser perfecto.







CUANDO EL AMOR SE QUEDA ESCASO

Cuando el amor se queda escaso
y un solo cristal
separa mi cara de otras caras,
salvando entonces suciedades alternas
de un invierno
y otro invierno,
de un día y otro,
vuelvo a tener en mi mano
la sensación antigua
de estar lejos, única,
sin cordón alguno
ligado a la memoria de alguien,
al recuerdo de alguien,
sin oportunidad de acabar
o de empezar nueva,
sin poder hacer nada
o, tal vez,
contemplar un cristal
que separa mi cara de otras caras,
un tiempo de otros tiempos.








LA BALADA DE BRANKO PETROVSKY

Hace años recorrí en tren
lo que ahora es un país destruído.
Vi y escuché cosas imprevistas
que me pusieron un nudo en la garganta,
y pensé entonces escribir
?La balada de Branko Petrovski?.
Cómo imaginar que ocurriría lo que todos sabemos.
Esta no es la balada que quería,
ni siquiera quizá sea una balada.
Nunca me han disparado,
no han bombardeado mi casa,
no he visto a mi familia mutilada.
Sé de la guerra por mis padres.
Del frío. Del miedo. Del hambre.
De la tristeza que anega los ojos de los niños.
Las palabras son fuego de sarmiento
cuando el ser amado ha muerto entre tus brazos.
Eso sí lo conozco. Conozco ese dolor.
Un dolor puro y acerado.
Que él sea mi único salvoconducto.
Branko Petrovski cruzó el pantano del odio,
atravesó el bosque de la desesperación
y tiró su negrura al mar.
Sólo entonces pudo ver que a su corazón
acababa de llegar la primavera.







Libro de Ainakls (Selección)

I
Yace ahora sombra entre las sombras
aquel que esclavizara tu voz y tu sentido
e hiciera de tu gesto el de una diosa triste.
No queda de su paso otra huella que la arena
y la luz de sus ojos ya no brilla entre los vivos:
sepulcro amplio que mides con tu sueño,
que rodeas y abrazas con tu sueño,
que modulas en la tarde con tu sueño de ola.
Yace ahora sin nombre en tierra ignota
aquel que en otro tiempo llegara de lejos
e hiciera de tu boca su nido y su morada.
De herrumbre y guerra es tu camino,
camino de extranjero, sendero de Ainakls.


II
Campos agostados de Ainakls,
campos febriles de punzada y escorzo,
de entraña contraída y fuegos fatuos.
Campos de sed vencidos por la escarcha,
silentes como orillas tras naufragios de nubes.


III
Es tu estirpe de la estirpe de Ainakls.
¿Oyes silbar el viento entre los árboles
y las hojas desgarradas y los setos?
Es el viento famélico y desnudo del norte
que vaga dolorido por sus campos.


IV
Mas no temas el torso bruñido del silencio
ni el seco rasguido de las copas. Fría
es la noche, noche de augurio y de derrota
y tus manos la abrazan como sueño de náufrago.


V
Repudian con furor al solitario,
al orgulloso rey de su miseria
y proscriben la hoguera que consume su carne.
Mas tu entraña es ardiente y sombría y tus ojos
se abren a la noche con pasión de moribundo.
Sueñas la noche como manto incendiado
ungido de temblores y bóvedas de incienso,
torbellino feroz, desgarro, madrugada,
fuego de junco, dolor de Ainakls.


VI
Acoge con piedad el sol,
el espanto del sol en la garganta.
Pues ¿quién podría resistir la plenitud?
¿Quién soportaría la locura de saber
eternas sus cenizas?


XVII
Desborda su cauce la vida que se yergue
tras la bruma enganchada entre hileras de cedros
y presagios en flor de cuatro mil soles.
Nada perpetúa el curso de sus días y la luz
engulle con premura la tierra que agoniza
y los caminos de sal se tornan agrios y sombríos como ecos sin velo.
Mas deja que el destino culmine su obra.
Pues habita en la derrota el poder de los hombres,
la mano que los lanza a paisajes inciertos
ajenos al tañido de campanas ausentes.


XVIII
¿Podrán acaso detener tu risa
y los flecos dorados de tu angustia? Es el alba
una historia de traiciones inconclusa
y mi cuerpo la acoge como tela de araña.
Tibia es el alba, mordaza cenicienta de hipóstasis,
reclusa de sí misma y apestada. Mas la noche?
En la noche conjuran en secreto nombres olvidados,
el recitar del viento, el latir de lo cerrado.
Tenso y terrible es el culto de la noche,
el gesto de la noche, los ojos que traspasan
el surco de la estirpe: en la noche.


XIX
No alejes a un ángel de tu puerta.
Porque todo lo que vive es sagrado,
sagrado y sin piedad bajo un sol de sangre
y el abismo del día irrumpe en mi memoria
cruel como el acecho furtivo del verano.
Llena está de gritos la luz que apagara
el recuerdo ambiguo de una tierra estéril
sin más primavera que el bullir de la muerte.


XXIII
Araña y pez es la cal del destierro.
Florecen en tu ausencia los manzanos de Evin
y sus ramas atisban horizontes de lluvia.
Lejos quedó el chillido gris de las gaviotas,
el aroma mordiente de los cirios,
el calor sagrado de tu casa.


XXXII
Lluvia de arena es la paz de los hombres.
Tu sonrisa se quiebra en la umbría del bosque,
en la fe de los tilos que cimbrean el aire.
Lluvia de arena es la paz de los hombres.
¿No presientes cercano el collar de la aurora?
Con el día agoniza la palabra y tempranea
el latido perfumado de la muerte.


XXXIII
Con el día los nombres se sumergen
bajo siglos crispados de memoria
y ocultan su poder y se traicionan. Mas tu lengua
es veraz, veraz tu canto y en Evin
los inviernos son dulces como piel de doncella.


XXXIV
Váse la noche en retirada y tu sueño
pronto será una cresta de ola en el naufragio.
Pero es tu dolor el dolor de Ainakls,
el llanto de Ainakls, la inmensa carcajada de Ainakls
y la tragedia se eleva de su espuma como vuelo de ave.


XXXV
Amanecía.
Bajo el peso metal del horizonte
inclinaba su frente el viejo mundo
resignado a morir de luz y frío.


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