miércoles, 4 de mayo de 2011

3799.- ANTONIO GONZÁLEZ GUERRERO


Antonio González Guerrero (habitualmente conocido como Antonio González-Guerrero) (Corullón, León, 1954 - Madrid, 2004), fue un periodista y poeta berciano.

Cursó estudios de Filología Española en la Universidad de León, de Traducción e Interpretación en la Facultad “Lucien Cooremans” de Bruselas y de Filología Francesa en esa capital, en París y en Madrid.
En 1975 obtuvo el grado de Titulado Superior en Estudios Franceses Modernos y en 1976 fue profesor de Lengua Francesa.



Bibliografía
El peso de mi sombra (1980)
Tres estados del alma y otros relatos (1981)
No le pongas grilletes a la aurora (1982)
Amalur (1984)
Génesis del recuerdo (1985)
Memoria de la desesperanza (1987)
Poemas del corazón ausente (1991)
Bajo la agria luz de los cerezos (1994)
Carta irlandesa (1996)
Los dioses y los días (1996)
El país de la nieve (1997)
Tomaré nuevamente la palabra (1997)
Pentagrama de junio (1999)
Recurso a la memoria (2000)
Catulo en Malasaña (2003)
Si vuelvo atrás los ojos aún recuerdo (Antología) (2004)
A casi humo de pajas (2007)
O no cabe la luz (2007)
He venido de nuevo (2011)

Premios
Premio “Vela Síller” (1985)
Premio Inernacional de Poesía “Juan Alcaide” (1992) por el poemario "Bajo la agria luz de los cerezos".
Premio de poesía “Ciudad de Toledo” (1996).
XXIV premio “Bahía” de poesía (2000) por el poemario "Recurso a la memoria".




(Lucifer tiene nombre de caballo es la sección segunda del libro Pentagrama de junio, publicado por la editorial Batarro en Albox (Almería) y enero de 1999)


LUCIFER TIENE NOMBRE DE CABALLO

a un muchacho anónimo que me contó la historia que hice mía


Una serena piel luciente
se comba con el frío soterrado

Eugenio García Fernández


SÓLO DIRÉ QUE EN JUNIO NOS LLEGÓ LA NOTICIA

I

Si asumes el error no quiere nadie
-porque rompes de cuajo los esquemas
que vuelvas al camino y te endereces.
No esperes compasión de los más tristes.


II

Yo crecí en ese barrio
luzbelmente blanquísimo de escarcha,
en una casa inmunda, por vacía,
de cariño y de luz donde mirarme.

La calle por madrastra sólo tuve
y el dolor y la noche por hermanos:
la noche como un túnel con sus puertas
negras de par en par, y el polvo blanco
de su alma en la nariz, herida toda
de hastío y soledad y podredumbre.

Yo he nacido aquí, con los amigos
que ya han cruzado el mar al otro lado
de la desolación, y están en mi memoria
la r ¡seria y el limo de sus ojos.
Buscadores y exhaustos, ojos huérfanos
de esperanza u hogar donde acostarse
al abrigo, y dormir bajo los párpados,
lentos como un menhir, acusadores, graves.

Conocimos las rejas y entre rejas la cara
más oscura del miedo tatuándonos los hombros

con su nupcial vestido, sudario en lino blanco,
y una luz abisal, misteriosa, delgada,
como una Jeringuilla luzbélica en las venas.


III

Nos pagaban los hombres por yacer sin remedio
con nuestra laxitud de dioses aturdidos,
colonia, que no whisky, y un polvo de amapolas
o cruel bicarbonato para el ardor del alma.

Nos pagaban los hombres hasta que se fue Jaime
a dar cuentas a Dios, diezmado por el sida,
a dar gracias a Dios después de tanto infierno,
porque Jaime está allí con Dios sobre una nube.

Luego todo cambió con la sospecha
de nuestro vicio inglés, y descubrimos
que aspiraban los jóvenes al sexo
de noche en nuestra celda y suplicaban
aún más polvo por pago o terrón puro
de un azúcar de coca. Que gemían
cual si fueran dichosos, cual si fueran
amantes que anhelar en su fulgor esquivo.


IV

Javier montó en abril sobre el caballo
bermejo del adiós, sin despedirse.
Se fue a la enfermería, y por la noche
supe que un sacerdote lo bendijo;
y que nadie acudió a la ceremonia
de la fosa común donde descansa,
aquí en Carabanchel, junto a la cárcel,
nuestra única morada y nuestra mesa.

Murió de sobredosis de nitrito
de amilo y una mezcla de colonia,
que tomaba por whisky, y diez pastillas
de éxtasis -se dijo-. Mas murió de tardanza.


V

Pedro se hizo albañil y tomó al barrio
a buscar a su novia y redimirse.

(Le habían comentado que existían
centros para curarse y ser de luego
un hombre provechoso, si alguna vez lo fuimos,
un hombre de bondad, que a Pedro le sobraba).

Lo mataron a tiros una noche
que circulaba a cien por Entrevías,

con un BMW robado a un conocido
homosexual de todos, que era marqués o conde;
o al menos lo decía cuando estaba borracho
y actuaba en confidente de un boy de la Secreta.

Pedro había soñado tras cinco años de cárcel
por robar con violencia en un hipermercado
un oso de peluche para su hermana Rosa,
porque era Navidad y ya no había nada
que comer ni los Reyes vendrían ese año
porque les era ajena la fe del lazareto.

Pedro había soñado con volver a las calles
como un muchacho alegre que regresa a la infancia
para hacerse en su arcilla y ser un hombre nuevo,
orgulloso de sí, subido en un andamio.

Pero un silencio espeso, hipócrita, maldito,
cercó su corazón; porque nadie desea
que endereces tu vida si has errado.
El pueblo es más cruel que un sanedrín de jueces.

No encontró un calor de mano amiga,
ni una casa a donde ir, ni la muchacha
que había conocido en la alegría
de sus quince años tercos, quiso verle los ojos.

Y se fue aquella tarde, perdido en su penumbra
de memorias más sucias que una cloaca negra,
a buscar un desecho de ternura en los bares
de la calle Pelayo, entre gays y chaperos.

Se sabe que esa noche, Pedro estaba muy triste
y habló con el marqués y quedaron en verse
sobre las dos y media en su chalet del Viso,
cuando Pedro volviera del Pozo con la "blanca".


VI

En cuanto a Luis -no quiero soterrar mi penumbra-,
le cayeron veinte años por violar a una joven,
que jamás había visto, en el Retiro, un día
que él estaba en Chinchón en las Fiestas del Ajo.

Inútil pretensión fue la prueba del semen
que un letrado de oficio pidió a su Señoría.
Veinte años fue su culpa, como veinte cuchillos,
de haber venido al frío en un lugar sin techo.

Sólo diré que en junio nos llegó la noticia,

por el santo del Rey, de que estaba indultado;
y habló al Capellán que aquella era su casa
y no sabría vivir muy lejos de sus rejas.


VII

A veces vuelvo al Bronx y veo en las miradas
que no habrá redención; porque nadie desea
que endereces tu vida si has errado.
El pueblo es más cruel que un sanedrín de jueces.

El pueblo es implacable, mas pueblo somos todos;
y yo he aprendido a amarlo en las cosas sencillas:
en la entrega feliz de un sacerdote bueno,
o ese muchacho noble
que acaba de morir entre mis brazos.






LA FUENTE MILAGROSA

Aquí está el jardín. Entra. La fuente
que cura todo mal tiene sed de tus labios.
Bebe en su laxitud y pon la fruta
de Adán sobre la lóndiga del delta.

El jardín es espeso, sazonado y profundo:
con su hierba trigal y su fresón salvaje.
Cógeme las manzanas o sea tu cuchillo
odre de leche y miel para calmar la hambruna.

No hay horas de visita. Ven de noche si quieres.
Tráete a los amigos; la fuente es milagrosa.







OFICIO

Deja que te desnude con la boca,
a despecho del hambre de mis manos.
Que arranque tu pretina con los dientes
y muerda con mis ojos la sangre de los lirios,
que hiere tus pezones, gota a gota,
preñándolos de azúcar, cual si altivas cerezas.

Permíteme que caiga en el olvido
de toda dignidad. A cualquier precio
quiero la subversión, la guerra sucia
de tu lengua arrastrándome hasta el vértigo.

Amo la turbación, el desafío
de darme por doquier y toda entera
mansamente a tu ley y tu lujuria.
Ordéname matar y te obedezco.

Perra o esclava seré si tú lo pides,
o puta complaciente con quien mandes.
Pero acepta el oficio de mi boca
y escúpeme tu semen en la cara.









EL CHULO

No era un muchacho de esos
que trabajan colgados de un andamio,
con sus monos abiertos hasta el pubis
y el sexo a reventar. No era tampoco
un chicarrón vestido de uniforme
ni un chavalote al uso: con su culo
musculoso y gentil.
Yo no sabría
decir qué me sedujo de aquel hombre
o por qué sigo atada a su codicia.
Tal vez fue la dureza de sus ojos,
o esa forma especial de dar las gracias
tras cobrar su estipendio.








NEBUR

En la escuela jugábamos las chicas
a darnos el placer de buscar novio
(Los días eran largos y tediosa
la vida en aquel pueblo de mi infancia).

Cuando sea mayor -contaba Carmen-,
me iré a la ciudad con mis padrinos.
-Y yo seré azafata de congresos
Pues yo -decía Mabel-, seré enfermera.

La pasiva refleja... -Ángela, dime
¿qué función tiene el se cuando leemos
se vende, verbigracia, o se realquila?
-preguntaba Sor Juana sin respuesta.

El bedel era un hombre de principios
(si tocas menos diez, te doy un camel),
hacía sonar el timbre y la pasiva
quedaba hurtadamente en la pizarra.

La hora del recreo, con los chicos
jugando al escondite y a las prendas,
es el único gozo que recuerdo:
con Nebur manoseándose el paquete.

Si pierdes, quiero un rizo de ya sabes.
-Y ¿si gano?. Pues si ganas te la enseño.
¡Diecienueve centímetros de polla
-sentenciaba Miguel- Se la he medido.

No sé por qué razón perdía siempre
Nebur en aquel juego; aunque no quise
ninguna recompensa por entonces,
o su alarde viril me estremecía.

Tiempo al tiempo, chiquilla, tiempo al tiempo,
que yo sabré esperar hasta que crezcas.
Y me escribía versos en los libros
o me mandaba cartas por mi hermano.

Era un muchacho amable, inteligente,
sensible y soñador. Y, a sus quince años,

responsable en exceso y juicioso,
que firmaba al revés para ocultarse.

Tiempo al tiempo, chiquilla, tiempo al tiempo,
que quiero ir modelándote a mi modo,
y darme a tu ternura en cuerpo y alma,
y ver crecer contigo a nuestros hijos.

La clase de dibujo fue una historia
que no quiero contar. Hermana, mire,
Ángela está sangrando por las piernas,
-dijo Carmen nerviosa-.
Y sor Socorro,
que sabía latines de la vida,
me llevó a los lavabos advirtiéndome:
si lo haces con Nebur, ponle una goma.







PASEO VESPERTINO

Paseaba su mastín mientras leía
los versos, con fruición, de Leumna Haeget,
con el torso desnudo y atrevido
tal un jovial David de Miguel Ángel.

Lo miré al pasar junto a los setos
y proseguí ojeando ensimismada
la agenda de El País. Hola -me dijo.
Hace una tarde espléndida; el verano
es un tiempo infeliz para los perros.
-Quieto,Tom; deja en paz a la señora.

Vestía un short de atleta en raso fino,
tan blanco que un cristal transparentaba
el vello de su pubis, rizo y negro,
y su glande a estallar de tan hinchado.

Los perros son la leche. Tom, tranquilo;
sal de entre las celindas -reclamaba.
Y mirándome dijo: ven, entremos.
La tarde está ideal para un buen polvo.








REENCUENTRO

Me seguía a menudo hasta el colegio
en un BMW color blanco.
Su aspecto era de hippy: pelo suelto,
un escorpión tatuado en una nalga
y un pearcing de oro fino vigilando,
a modo de aureola, su prepucio.

Lo hicimos una vez y fue tan bello
que aún siento placer al recordarlo;
o el sexo se humedece y me estremezco
si digo que le di lo más profundo.

No quise verlo más. (Como presente
llevo puesto en la vulva su zarcillo).
Tampoco él insistió. Niña -me dijo-,
soy mayor para ti y obraré en causa.

Lo odié asesinamente por cobarde,
por dejarse vencer sin dar batalla.
Pero ayer, otra vez, lo eché de menos,
y todo volvió a ser maravilloso.











LUZ DE PONIENTE

¿Qué dulce medicina
hay, amor, en tus labios? ¿Qué palabra
capaz de contenerme
el ritmo de los pulsos?
Si memoro
las noches desdeñosas, en su urgencia
de traición o mentiras. Si me entrego
a la tenue alegría de tus ojos
de mieles y azafrán, leo en tu risa
los poemas más bellos que un amante
haya escrito jamás.
Tu diccionario
era un coro interior, con su liturgia
de límpidas sonatas. O solías,
a modo de ofertorio, abrir la puerta
de la gloria con líquidos clarines.

Tu verbo era la carne de las almas
que buscan comulgarse. Por tu boca
se derramaba un cáliz de alhelíes
a guisa de oración o de presagio.

Venías a mi fuente de agua tibia
con el vino feliz, para embriagarme
o dar calma a mi sed, sedientamente,
y a herir tu corazón de rosas rojas.

Traías el zurrón amanecido
de versos y de frutos escarchados.
Y siempre un solespones bondadoso
como lluvia de abril, tras la tormenta.

Yo no sé, en verdad, cuál fue el prodigio
que me arrastró hacia ti. Pero te juro
que aún llevo tu memoria como guía
de luz en esta ruta hacia el ocaso.








CITA APLAZADA

Le gustaba exhibir su poderío,
esplender su hermosura por la casa
y mostrar el paquete a las vecinas,
sutilmente detrás de los cristales.

Yo lo oía gritar cuando metía
un gol el Real Madrid. Zidane e Hierro
fueron aquel otoño contraseña
de duendes en mis manos.
Una noche
que jugaba en Montjuic el Barcelona,
subió a preguntarme por un libro
de Violeta Rangel. -Por favor, pasa.

Hablamos largamente de poesía:
de Moya y de Gahete. (¡Gol del Barça!)
Joder qué bien la mide el brasileño.
Perdóneme -añadió- te estoy cansando.

-No importa -sonreí-. Yo soy merengue
(aunque hay algún culé que está que mata).
Entonces -concluyó- sé generosa;
después veremos juntos el partido.










SIEMPRE LLEGAN LAS ROSAS

Porque me entrego al mundo
con llana devoción, sin darme tiempo
para orar a los ángeles castrados
o zaherir a los dioses de la niebla.

Porque soy como soy, aunque haya sido
lo que nunca sería si no fueras
el reloj de mi sangre, el meridiano
y el propio mapa mundi de mi cuerpo:
que no es tierra ni es mar sino latido
o pura alegoría de la llama,
u hostia a compartir.
Aunque te niegues
a creer que en mi pecho los chacales
han hallado botín, o que es estepa
de olvido la ceniza en los rescoldos,
y que no hay salvación en la derrota.

Aunque ya la templanza
me traicione en su azogue y me asesine
lentamente el dolor, o la locura
se haya vuelto a aliar con tu recuerdo.

Aunque sueñe tu pubis
ardiendo como un sol entre mis muslos,
o crezca todavía
tu aroma por mi piel desparramado.

Aunque haya tenido que matarte
para tenerte, en fin, eternamente
y sea un epitafio
mi vida, que se escribe en cinco letras;
aún siento el fervor, el fuego altivo
de esas ganas de amar, tal si a destajo.

Cierto que tengo el alma corrompida
de lunas navajeras y hojarasca;
pero odio el rencor cuanto amo el vicio,
y pago con ternura lo que debo.

O el corazón me dicta en su destreza
que, pues me doy al mundo sin ambages,

hallaré en la esperanza mi camino.
Las rosas siempre llegan, tras la nieve.










JUEGO DE NIÑOS

¡Aires de libertad! Hubo a menudo
días en gris marengo, interminables
noches de ensoñación que amanecían
urdidas de barrotes. En la cárcel
del sexo a medio abrir, las muchachillas
aldeanas pintábamos sombreros
y tulipanes rojos como falos
de fuego abrasador.
Con cierta astucia
los chicos adulaban nuestro empeño:
Te doy un chupa-chups si me dibujas
una almeja carmín en el ombligo.

En casa nos prohibían seriamente
comer pipas con sal o golosinas,
de ahí que convinimos, previo pacto,
el no comentar nada a los colegas.

Las cosas eran duras por entonces,
y el mínimo desliz era motivo
para no ir al cine una semana
o estudiar alemán todo el verano.

La libertad -decían- no es un peso:
es regalo de luz para uno mismo.
Y un regalo no llega ociosamente;
quien guste del deber será más libre.

Libertad, para qué -había leído
yo en alguna parte-. Y sonreía,
pues todo en nuestra regla era pecado,
o diera un panamá por un merengue.

El riesgo no era grave, si guardaba
Miguel nuestro secreto. Y yo creía
firmemente en la ley de la prudencia:
era un chico sagaz y agradecido.

El riesgo no era grave. Así que dije:
¿dónde quieres la almeja? -Aquí debajo.
Pero come primero el chupa-chups con ganas,
-concluyó jubiloso-. Lo mereces.










ANUNCIO POR PALABRAS

Rubén: chico viril, para parejas
con ganas de gozar; diez mil la hora.
También para bisex sano y discreto.
Abstenerse drogatas e indecisos.

Escueto era el mensaje. Terminaba
con un seiscientos seis de nueve cifras:
un número feliz que estaba impreso,
difuso y familiar, en mi querencia.

Quedamos en su casa. No tenía
el brillo de los ojos con que antaño
abrasara mi piel, tal si una esquirla
de lumbre se encendiera hasta los huesos.

Su gesto era taimado y se ocultaba
en un look inquietante y pandillero:
la cabeza rapada, voz adusta,
uniforme a lo Reich y carnes densas.

No pareció extrañarle mi visita:
Yo me llamo Rubén. -Y yo soy Nadja.
Pues ya sabes el precio: diez mil pelas
por un sesenta y nueve y un buen griego.

No supe contener mi desatino
y, a pesar de que el páncreas me temblaba,
hicimos el amor hasta extenuarnos,
o yo sentí mi cuerpo a la deriva.

Las cosas son así... Ahora vete
-dijo dándome un beso en la mejilla-.
Podemos, no obstante, hablar mañana;
tal vez aún quede un algo que decirnos.










CONFESIÓN

Quisiera confesarme
abiertamente ahora que anochecen
tus labios ateridos
en un vaso de whisky y de brown sugar.
Contarte, por ejemplo,
que aún siento el calor entre las piernas,
de tu semen rotundo:
uva dulce de Onán para mis días
de fiebre y ansiedad.
Si tú me escuchas
o si aún vale un verbo la franqueza,
te hablaré sin dolor, para decirte
que fuiste para mí lo más sagrado.

Es verdad que una tarde entre los tilos
Del parque Enrique Gil -¿por qué negarlo?-,
sentí mi doncellez arrepentida
y mandé asesinarla por tres veces.

Empeñó mi palabra
para jurarte, al fin, que tus deseos
eran para mi sed ríos de lluvia,
o no hubo otro hombre igual dándome gozo.

No es venganza si explico
que sé que te lo hacías con mi hermano;
o no hay razón alguna de tu esperma
que mi tacto cabal no certifique.

Cosas sin importancia, si se asume
que todo en esta vida es relativo;
o el libro del amor es más hermoso
si uno sabe leerlo en varias lenguas.

Hace frío. Tu cuerpo
huele a luz flagelada y sal antigua.
Cierra el confesonario con seis llaves,
y abriguémonos bien; la noche es larga.









TRÁNSITO AL DESENCANTO

A veces me gustaba darme al vicio:
dejarme flagelar ligeramente
e implorarle a mi novio de rodillas
que me atase con fuerza y sazonara,
con su lluvia amarilla, los racimos
agraces de mi sed.
Me apetecía
también, de cuando en cuando, el beso negro;
y con cierta frecuencia el fetichismo:
(morder su Calvin Klein bien empapado
de flujo seminal y droga dura).
O pinzar con su hebilla mis pezones,
o infligirme la cera sobre el clítoris.

A veces me gustaba seccionarme
en dos medias naranjas de tristeza,
y ofrecerme a Nebur virginalmente
e inmolarme en su fuego de caricias.

A veces, Dios lo sabe, en la miseria
pedí un jarro de amor como limosna.
Y sólo hallé lascivia y me di entera
con ganas de morir en unos brazos.

Inútil dejación. Aquel chiquillo
al que yo puse nombre de poeta
-ávido mercader de soledades-
mermó mi corazón hasta negarlo.

Lo amé en mi grandeza y mis ruinas
o di por él mi sangre en cien subastas.
Pero, aunque ahora vuelva a darme al vicio,
Nebur no beberá más por mi boca.







ACTO DE FE

Si piensas que ha caído
en las garras del miedo, te equivocas.
Puedo seguir amando aunque me duelan
los huesos de llorar.
Aunque se pudran
mi boca y los jacintos de mis labios,
voy a seguir creyendo en la alegría
de un nuevo amanecer en cualquier parte.

Te equivocas si estimas
que fuiste mi guardián de horas inciertas:
el amante atrevido
o el astro de mis noches de penumbra.

Te engaña el corazón cuando pretendes
hacerte perdonar tus arrebatos,
cuando vas por la vida de buen tío
y hablas del amor vacíamente.

Podría, si quisiera,
traerte el mar entero hasta tus ojos,
e inventarme jardines en mis manos
para darte el cobijo que me niegas.

Podría rescatarte de ti mismo,
romper como un cristal tu escaparate;
pero quiero soñar. Hoy necesito
soñar que aún te quiero, pese a todo.










DESTRUCCIÓN DE NEBUR

Como si nada hubiese muerto todavía
Pedro A. González Moreno
Como si nada hubiese muerto todavía
o la palabra aún tuviera el peso
de la ley de las almas pudorosas,
que saben de lealtad y abnegaciones.

Como si esta mañana las palomas
que pastan en mi sien, ya de regreso
de los cálidos bosques de Tunicia,
dibujaran tu nombre en los arroyos
de mi sangre cautiva; por mi sangre,
he visto zurear los pentagramas.

La música de ayer, las melodías
de tus ojos de arrope sosegado;
el timbal de tu cuerpo en su gemido
antes de darse, libre, a la contienda.

La flauta de tus labios suplicante,
el oboe encendido de tu sexo:
y el susurro también: el arpa antigua
de mis manos rezando a todas horas.

Dios del fuego invernal, yo te nombraba
dios, que quiere decir pasión ardiente:
temblor, gozo, dolor, herida, llama,
solar donde volver para habitarse.
Volvía yo a la casa en aquel tiempo
de arándanos en flor y miel tranquila,
con los odres henchidos de presagios
y el ánfora a quebrar de la ternura.

Mis bienes eran pocos ciertamente,
o nada a comparar con los almudes
ahítos de tus labios, generosos:
tierras de pan traer y blanco trigo.

Pero yo era feliz o me bastaba
esa frase perfecta que decías:
soy dichoso contigo, para serlo,
o amor es agradar la luz del otro.

Después, no sé por qué, fueron cayendo,
tras los soles de abril, las nieves frías;
y a la nieve siguió la niebla negra,
y hubo plagas, y aludes, y huracanes.

Quizás fuera la niebla. Pero, en junio,
enfermaron de golpe los castaños,
y no quedó en el valle ni un negrillo,
ni reventó la vid, ni hubo cerezas.

Tristeaba el silencio en mis rastrojos
pidiendo a Dios razón de su indolencia.
Y en tu pecho mordían las serpientes
del mal de desamor toda bonanza.

Por tus hermanas supe -tiempo al tiempo,
cual solías repetir a los quince años-,
que tenías negocios importantes
o cambiabas de coche alegremente.

Cuando te vi, Nebur, tras los deshielos,
no eras más que un rescoldo de ti mismo,

los restos recobrados de un naufragio
de un bello galeón repleto de oro.

Seguías siendo aún gentil y astuto,
con un aire naïf; pero aquel brillo
de azogue en las pupilas delataba
tanta desolación que, incluso el nombre,
no parecía igual.
Tú no lo sabes,
pero a veces te amé con tal vehemencia
que diera el corazón por destruirte.
O pequé contra ti hasta humillarme,
o no supe encontrar la luz precisa.

Sin embargo, ya ves, hoy las palomas
redibujan acordes por mi sangre
y pastan en mi sien, como si fuera
posible la esperanza todavía.




[http://www.hwebra.com/hwebra_6/poesia/gonzalez.htm]



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