viernes, 8 de mayo de 2015

RAFAEL ESCOBAR SÁNCHEZ [15.900]


RAFAEL ESCOBAR SÁNCHEZ

Belmonte (Cuenca). Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Castilla la Mancha. Desde 2003, trabaja como profesor de Enseñanza Secundaria. En la actualidad en el IES Jorge Manrique de Motilla del Palancar.




(Repartir los huesos/ Caridad y claridad. 
Valencia, Editorial Cocó, 2012).


I

Formulo mi concepción del Paraíso

En un claustro de columnas rotas,
tardes de gotero infinito del Sol
paseando a la algarabía de los pájaros
                   y el amparo gozoso de los limones,
                   juntos como una orden abolida de frailes profanos
                   que leen hagiografías de la carne estéril
                   y componen salmos de bendición al viento
                   y hacen el amor con una solemne ternura desconsolada
                   que restituye el amor como una sublimación del frío,
                   sótanos de escaleras enmohecidas donde no exista la culpa
                   y el odio sea sólo un murmullo sin peso
                   como el salitre que adensa el aire en las bodegas,
                   asistiendo al privilegio de olvidar,
                   de ver cómo las batallas van cediendo su verdín
                   en la aniquilación en blanco de no saber,
                   creciendo ya con el corazón alzado en las ruinas,
                   sabiendo que el más mínimo terror nos ha vencido
                   y somos este polvo bien entallado sobre la memoria
                   que ya no ambiciona volver a amanecer.



II

Los limoneros

                   No me importaba morir
                   si era para descansar bajo la almendra abonada de los limoneros,
                   para fundir mis cenizas con mantillo y savia
                   que tramaran la vida con profano asentimiento de la lluvia,
                   yo, que conté con alimentar el empuje arriba de todas las raíces
                   y veo ahora abatidos, fríos, mis huesos
                   como pájaros de alambre, o cerrojos,
                   como sacos de yute al hombro pelado de la muerte,
                   tuve un día el estigma sobre la frente de volver,
                   de regresar a la tierra donde nos rebosaban las cosechas
                   y mi padre, con las manos mojadas del estiércol y el azahar,
                   me alzaba hasta la sementera de los frutos granándose al sol,
                   tú, si me oyes en esta mordaza de muertos de los dos,
                   tú, padre, que ya cavas otra huerta de monolitos de sal desde la aurora,
                   si aún queda piedad en los confines que la nada abruma,
                   sácame de este nicho oscuro.




III

Arco iris
         
La tormenta trajo alambradas,
          fardos de culebras y sogas de caldero
          que anunciaban hambre y sedición
          y una jerarquía estricta de la miseria,
          una mala simiente, una tromba enferma iba a caer
          y así la esperábamos ateridos,
          temblando con la piel erizada bajo el odio
          como una flor, o un labio partido,
          entre la chapa de un bocado de ruina,
          tanto la soñamos llegar, tanto anhelamos la luz
          en días de inclemencia, tanto su cobijo
          como la transparencia elástica de un tallo
          o un hilo de cometa de la memoria,
          tanto nos hicimos carne de usura,
          peregrinos en la brea y en la sombra,
          que ya no esperábamos merecer esta victoria,
          esta orgía redonda y rebosante de su ser
          deshaciéndose en curvas leves
          y primas de color enfebrecido,
          tanto dolor se nos anticipó al mañana,
          tanta herida cundió su gangrena sin cauterizar
          que la vida se revolvió a fuego contra su odio
          y el cielo ardió en franjas incendiadas como la premonición
          de otra más alta esperanza en días de siembra.






CANCIÓN DE AMOR

Ni me atrevo, ni intentaré el amor/nadie puede asumirlo
(Joan Vinyoli)


Nunca intentaré el amor,
nadie puede responsabilizarse de su peso,
nadie merece ser el esclavo de este fardo,
de este largo dolor que he ocultado
en el dorso embarrado de los días
y las huellas de mentira de las palabras,
nadie, ni el amante más obvio que inventé,
ni el más mezquino de los hombres que deseaba
indiferente a las señales de la impiedad,
merece este revulsivo estéril de la muerte,
este puño de ciega codicia,
tu amor, la fibra limpia que atesoras
como el diamante sin medida de tu alma,
es una rotunda agresión,
un surco que se abre entre las navajas y los golpes
y hundiría la verdad del cielo bajo su carga,
no mendigues descalzo, no implores piedad
y sufre en soledad la mordedura de este ansia
que podría asolar el mundo entre su vértigo. 





VACÍO DE AFECTO

(Para Rosana Ruiz)


Vacío de afecto,
así acumulo con cruda incertidumbre los días,
en una lucha desigual contra el deseo
donde los héroes salen en camillas por decenas
y los cuerpos retumban ciegos contra su muro
como los labios de un preso en las alambradas
o las alas de los moribundos contra las puertas del cielo,
y sin embargo, sé que me aguarda un renacer de siembra,
algo pervive entre los desechos más viles de la ruina
y he guardado como una canción imperturbable en mí
un eco latente de todas las resonancias,
un trazo de la belleza que pude ser,
pido gracia, irradio amor y lumbre
y anticipo estremecido la piel que habitaré
con la humildad de quienes se saben nacidos para la consumación,
así se destejen con gloria anunciada mis días,
en la estación de luz plausible de la esperanza,
viviendo en el humo de dicha de mi propio anhelo,
vacío de afecto, pero lleno de amor. 





ADIÓS MUCHACHOS, COMPAÑEROS DE MI VIDA

“Guardad los labios por si vuelvo”
(Luis Cernuda)


Adiós muchachos, compañeros de mi vida,
fue un placer asistir al milagro de vuestra floración,
sentir como vuestro cuerpo se abría por surcos de arrogancia,
se imponía al asombro de los ojos
como un puente estremecido entre vuestra juventud
y la incertidumbre de entierros de la mía,
fue bello compartir el nombre hueco del futuro
y, aunque no se rozaran nuestros labios,
ni aprendieran juntos a extraviarse en sus islas,
no le resta su verdad al deseo
el agravio de no haber sido lumbre de alguna noche,
así que ahora, honestamente, decidme,
¿puede afirmarse que nunca os tuve,
que un cuerpo es menos propio porque no se ha tocado,
no sabéis que la ausencia es una posesión más cierta,
no sentís que cuando sois amados, y os alcanza el anhelo de otro,
la piel siente latidos de candados, de dedos creciendo como tallos
y un atropello de ceniza que se ciega
por los moratones de quien la ansía?
Adiós muchachos, fue mi orgullo conoceros,
y aunque sea cierto que os apremia la fugacidad,
que declinará vuestra apostura y envejeceréis
entre el descuento de colillas de los días,
el recuerdo de la carne cumplida ahonda el tiempo,
no protege de la ancianidad mezquina, no salva,
pero la sume en una densa atmósfera de evocación
que amortigua la muerte como el silbido de un sueño. 

(Repartir los huesos/ Caridad y claridad. 
Valencia, Editorial Cocó, 2012).





Del poemario: 
Todo el mundo debería ser apedreado
  

NUEVOS Y REVELADORES DATOS SOBRE LA INUTILIDAD DE LA POESÍA

En el S.XIII, San Francisco de Asís,
anarquista inconsciente de sí mismo,
dio otra vuelta de tuerca a la heterodoxia espiritual
como inventor del milagro estético, dudosamente utilitario,
y es que antes del místico de Perugia,
los prodigios eran un protocolo de insufrible pragmatismo:
que si la tormenta me ha destrozado la techumbre del granero,
que si mi hija tiene pústulas rojas en la boca,
que si me he muerto,
toda una usurpación burda e interesada de las potencias divinas
como si Dios fuera un papá barrigudo y dominguero
que mata el tiempo con ñapas, con chapuzas de bricolaje
para los inoperantes niños de sus ojos,
pero el buen padrecito no: dialogar con los peces del lago Rieti,
cantar a dúo con las cigarras, hacer hablar a los pájaros….
¿cómo, a cuento de qué
ese despilfarro gratuito de efectos mágicos,
de poderes ultraterrenos que mejor podrían invertirse
en multiplicar honra y patrimonio?.
Porque es bello.
Se convirtió Francisco así, siglos antes que San Juan de la Cruz,
En el primer reivindicador de la dignidad de lo inservible,
Y detrás de él vinimos todos los demás,
Los poetas cenizos que ofendemos la memoria colectiva,
la democracia y el sentido común,
Con apuntes terribles sobre el cierzo que nadie nos pidió,
Cúlpenlo a él, pues, y déjennos tranquilos,
fabulando nuestros cantos de sirena para no advertir
Que hace tiempo nos travestimos en tan nadie
Que ningún poder se toma ya la molestia de asesinarnos.




VERDURAS DE LAS ERAS

En su copla XVI, Jorge Manrique 
carga contra la mentira de la cortesanía y los placeres de salón 
con una de sus imágenes descendentes, brutalmente expresivas, 
verduras de las eras, 
y, caso paradójico, lo que para el poeta fue materia de filípica, 
excusa para desenmascarar la fauna pomposa que nos rodea, 
fue para mí, nada menos, que el sorbo de la infancia,
ese espacio de delirio y libertad que justifica el haber estado vivo. 
  Cuando era niño, mi casa se levantaba solitaria entre descampados, 
me rodeaban trochas, barbechos, calvones resecos que morían inservibles,
salvo una vez al año, en la bendición equinoccial de la siembra, 
cuando rugían en bandadas los tractores y su insolación 
se aliviaba con la cópula del trigo, 
allí se me tiñeron las manos, los ojos, del carbón de los olivos, se me enquistó el corazón del tamo y la caña de los cardos, allí jugando las horas muertas a la “batalla de espigas”, 
al balón y las bicicletas 
me crié tan asilvestrado, tan bastardo convencido de la lluvia y el sol, 
supe de mí que ya sería tirando a insociable, 
sentimentalmente montaraz, 
que perdería los epicentros de mi vida solo en recintos abrasados 
mientras adentro me medía con el navajazo de los instintos.

Hoy, que han saqueado mi reino con corralones, con pardas edificaciones chatas
y la memoria de mis pasos se extravía en cagajones de cemento,
veo muros adentro esas eras y las sigo considerando peculiares, mías,
la habitación propia que se urden en el sótano todos lo chiflados,
puedo, por privilegio del ocio y el aburrimiento, darme el lujo de alguna evocación
de una retrospectiva que no consuela, ni menos aún enseña,
por más que sepa que ninguna de aquellas horas me será devuelta,
que estas desbocadas del recuerdo como menstruaciones tímidas
son también devaneos, cotizaciones a plazo fijo de los cementerios.

Del poemario: Todo el mundo debería ser apedreado
  




Nocturno en Córdoba

                      A Manolo Marcos

Ojalá la noche tuviera un significado para mí,
no fuera este dogma de exilio entre ciegos,
esta tramoya hueca para un ángel vacío,
este acecho de un precipitarse de sombras
sobre algún páramo de la ruina del cielo.
Ojalá me acogiera siquiera un rastro de dolor,
el rumor de voces exhaustas de desesperación
que abruma el lecho de las viudas,
ojalá me aguardara el tacto de su deseo,
el vino de raíces de frutos y adormideras
que aviva el aliento pagano de un cuerpo,
un verso de savia bendita de locura,
una contaminación de tramas de delirio
que arrumbara los muros de mi cuarto,
ojalá la noche me susurrara en vela mi nombre,
no fuera este nudo de cierzo en la sangre,
este tiempo de siembra en agonía para saberme
vida truncada y parte legítima de la orfandad.




“Cerca de la herida”, Ediciones Tigre de Papel, Madrid 2014. Prólogo de Miguel Ángel Rubio.


LAS RAÍCES DEL CIELO

Llevamos plantadas
como una niñez interminable a voz en grito,
las raíces del cielo,
como una simiente del dolor de lo imposible,
un delirio tenaz de altura
que consume la primavera del tiempo en un combate
por las quimeras ávidas del corazón,
el deseo ambiciona alzarse a su cima
y así niega con desprecio cuanto somos,
la mentira, el peso turbio de nuestros cuerpos
como una carcasa de muros con rejas
que empaña con rastros de ceniza
la inocencia del empeño en ascender,
no existe apelación firme a la cordura,
palabra ni conjuro para acallar
esta fiebre de ser el otro que nos puja dentro,
esta perpetua maldición que nos susurra
que la vida no es cuanto se ofrece limpio a nuestros ojos
sino ese salmo de la plenitud que no nos nombra
y clausura su eternidad dentro del sueño.




FUNERARIA DE GUARDIA

Y nadie suena, o quema, o hiela, o llama
en esta noche
en la que
como en casi todas
soy poeta de guardia
Gloria Fuertes

Por si se ahorca un perro en algún arrabal de la luna,
por si se cae un niño de su balancín de oro
y al despertarse es ya la tristeza oficial que le inculcan,
porque la noche no abre ningún reino del reposo
sino el viático febril de los desesperados,
permanezco en vela para contar las pastillas del suicida,
componer responsos, elegías al minuto,
cerrar párpados de par en par o encolar tablones de ataúdes,
enterrador con caché, tanatopráctico diplomado
o simple funcionario que bosteza mientras anota el registro
de las vidas que nutren el fondo de los desperdicios,
llámame, estoy en la inminencia de la morgue
a un paso de los borrachos que dejan siluetas de tiza en los cartones,
y el lecho donde brota el semen del odio,
aquí cada noche, como un centinela turbio,
a pie de cicatriz y flor de alba herida,
guardando tu flaqueza mientras duermes
y tu miedo humilla manifiestamente la vida para pactar
el decreto ingobernable de derrota
que alienta en el naufragio de otro día.




ANSIOLÍTICOS

¿Quién dice
que vivir requiere valor?
Dame tu abismo,
lo acolcharé de sueño.
Wislawa Szymborska,
“Prospecto”

Blanco, redondo,
tiene delicados dedos de niña
para mezclar pájaros con acuarelas
y ofrendar la piedad en los párpados de los muertos,
abre los pentagramas de la calma,
inventa nubes, toboganes de gasa
y valles con garabatos de morfina
donde se mece en su espesor la nada,
en esta rosa letal de sanatorio
se consuela la vida de su pérdida,
de su urgencia de sangre para el corte,
y vuelve tu tiempo intacto a su empeño
con el amparo de una doble bendición:
la de sobrevivir,
y la de abotargarte en carne de niebla la conciencia
por si te tienta preguntarte para qué.





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