Amira de la Rosa
Amira de la Rosa (Barranquilla, Colombia 1903 - Barranquilla, 1974), seudónimo de Amira Arrieta McGregor, fue una poetisa y dramaturga colombiana.
Autora de piezas de teatro como Madre Borrada, Piltrafa y Las viudas de Zacarías y de la compilación de cuentos La luna con parasol. Sus obras llegaron a ser presentadas en Colombia y en el extranjero (España, Venezuela).
Autora de la letra del himno de Barranquilla, escogida por concurso en 1942.
El Teatro Municipal de Barranquilla, inaugurado en 1982, fue bautizado en su honor.
En 1926 fundó, con sus hermanas, el Colegio Gabriela Mistral, que aún hoy existe (carrera 38 # 81-29). En diversas ocasiones cumplió funciones consulares en España y otros países.
Himno de Barranquilla
Letra: Amira de la Rosa (Concurso de 1942)
Música: Simón Urbina (Concurso de 1928)
Bandera de Barranquilla
[Coro]
Barranquilla, procera e inmortal
Ceñida de agua y madurada al sol
Savia joven del árbol nacional.
Del jubiloso porvenir crisol
Ilusión del Caribe blanco-azul
De Colombia tendida en el umbral
Da su voz y su músculo al progreso
Barranquilla, procera e inmortal!
Coronada de firme amanecer
te conduce en su espalda el porvenir:
las sirenas de fábrica y taller
son rumor arterial de tu vivir (existir).
Barranquilla sabe cantar
y sobre el yunque martillar.
Tajamares de Bocas de Ceniza
Cuchillada del río sobre el mar
al Caribe central colombianiza
tu robusta aptitud de navegar.
[Estrofas]
La llanura dormida junto al mar,
con esquilas y silbos de pastor,
ve en su entraña de virgen despertar
una lengua, una sangre y una flor.
Barrancas de San Nicolás
con el Magdalena detrás.
Sin caballos de guerra y sin hazaña,
sin el indio tambor interrumpir,
bajo el Cuarto Felipe, Rey de España,
Pedro Vásquez ordena tu vivir.
Prometida del mar casto y viril,
profesora de esfuerzo y dignidad,
hacen Patria tu gesto y tu perfil
y tu alegre y fragante mocedad.
Frente de América del Sur,
pensamiento de buen augur.
Luchando por Colombia libre y grande
diste gajos de sangre y de valor.
Tu bandera de luz sube y expande
el sentir del triunfal Libertador.
En el ímpetu verde y tropical
de tus patios de mango y de jazmín
es pasión el susurro nocturnal
del follaje, del tiple y del flautín.
Barranquilla, trenza de ardor,
danza la vida, alrededor.
Tus mujeres perfilan la alborada
de la rosa, el donaire y el honor,
por su gracia madura y recatada
apresura sus pulsos el amor.
Tierra madre, lujosa de matriz,
que a tus hombres enseñas tu tesón,
la honradez de la yuca y del maíz
y a llevar en la mano el corazón.
Barranquilla clara y leal,
con su ancha orilla de cristal.
Generosa renuevas cada día
cauce vivo de azul sinceridad:
frente al mar tiene puesta tu hidalguía
casa abierta y amistad.
Amira De la Rosa
Esta escritora, pedagoga y diplomática nació en Barranquilla el 7 de enero de 1895, con el nombre de Amira Arrieta Mc-Gregor (el De la Rosa lo tomó después de su matrimonio con Reginaldo De la Rosa Ortega). Amira De la Rosa es uno de los personajes más importantes en la historia de la ciudad: estudió en el Colegio La Presentación, de donde se graduó; viajó a España, y allí estudió periodismo en la escuela de El Debate en Madrid, y se especializó en teatro y crítica teatral; escribió poemas, obras teatrales, novelas y cuentos con una maestría impecable (a ella le deben los barranquilleros la hermosa letra de su himno); además de ser una gran escritora, fue una destacada educadora y la fundadora del colegio Gabriela Mistral.
En 1948 se estrenó en el teatro María Guerrero de Madrid su obra Piltrafa, drama de ambiente colombiano que obtuvo el primer premio en el Concurso de Obras Teatrales Españolas e Hispanoamericanas. También se estrenó en Madrid su obra Madre borrada, representada por la Compañía de Társila Criado. En Caracas fue estrenada su obra Los hijos de ella, presentada por la Compañía de Eugenia Zuffoli. Además tiene un centenar de obras radiofónicas que fueron presentadas en Madrid a través de la Radio Nacional e interpretadas por importantes valores del teatro español. Fue miembro de la Sociedad de Autores de España y miembro de honor de la de Colombia. También hizo parte del Instituto de Cultura Hispánica.
Entre sus obras publicadas están los libros de prosa poética Poemas de maternidad (con prólogo de Gabriela Mistral), Lecturas para niños, Geografía iluminada y la novela Marsolaire. Ocupó posiciones destacadas, entre ellas, agregada cultural de la Embajada de Colombia en España, cónsul de Colombia en Sevilla y consejera cultural de la Embajada de Colombia en España. Recibió la Cruz de Boyacá por los servicios prestados al país y la primera medalla Sociedad de Mejoras Públicas, con ocasión del estreno del himno de Barranquilla. Fundó el primer grupo escénico barranquillero en 1945. Con esta Compañía montó sus obras Madre borrada, Las viudas de Zacarías y El ausente.
Amira De la Rosa murió el primero de septiembre de 1974 en Barranquilla. Por acuerdo municipal, en 1982 se dio su nombre al teatro.
Fragmento
La LLuvia
A Margarita le entraron unas ganas desesperadas de saber contar.
Le enseñaban con garbanzos y ella se aplicaba:
– Uno, dos, tres... veinte... treinta...
– ¿Y ahora qué sigue?
– Y así un día y otro?
Cuarenta, cincuenta... y ya contaba de corrido hasta ciento. Estaba feliz.
Un día aparecieron nubes en el cielo. Ella se sentó junto a la ventana de su cuarto sin hablar. A todos les extrañó verla con la vista fija sobre los cristales.
Empezó a llover y ella soltó por el aire sus números, los que había aprendido, como si fuesen globos de colores.
– Uno, dos, tres... Contaba apresuradamente con ansiedad. Apretaba la lluvia y ella casi se ahogaba porque el agua podía más que su ligereza.
– Sesenta... setenta... noventa... cien...
Y soltó a llorar.
– ¿Qué te pasa?
– Se me acabaron los números. Ya no puedo contar más.
– ¿Qué contabas?
– Eso... eso... Yo quiero saber cuántas gotitas tiene la lluvia.
http://natigp.blogspot.com.es/2012/06/amira-de-la-rosa-esta-escritora.html
“Marsolaire”, de Amira de la Rosa: la violencia contra la mujer revelada
Por:
Mercedes Ortega González-Rubio
La violencia de género, específicamente la ejercida contra mujeres y niñas, continúa siendo una terrible realidad en el mundo entero. En lo que concierne a nuestro Caribe colombiano, vemos con horror sucederse caso tras caso de feminicidios, abusos sexuales, maltratos físicos y verbales, prostitución forzada, acoso laboral y callejero, discriminaciones y humillaciones. Quisiera acercarme a este fenómeno desde mi área de estudio, la literatura del Caribe, y centrarme concretamente en el abuso sexual. En primera instancia, podríamos pensar que es un tema común en las producciones literarias de la región, si tenemos en cuenta la frecuencia con que las violaciones a mujeres se suceden en nuestra sociedad. Pero nos encontramos conque es un asunto rara vez tocado por los escritores y escritoras y, mucho menos, por la crítica. Parece que nadie quiere ‘empañar’ nuestras manifestaciones artísticas caribeñas por medio de una crítica radical que descubra las relaciones de poder que forman parte de una idiosincrasia considerada legítima y natural.
Realizaré el acercamiento a este polémico asunto de la mano de una escritora barranquillera, Amira De la Rosa (1903-1974), y su cuento más conocido, “Marsolaire”. En el relato, escrito en 1941, una menor es violada por su padrino, sin que nadie, ni siquiera la propia víctima, parezca considerar la acción como violenta. Pero el problema del ocultamiento del abuso no solo se da a nivel de la historia, sino que la crítica también ha permanecido ciega, convirtiéndose en cómplice de la infracción y reproductora de la dominación masculina.
De la Rosa escribió cuentos, poemas, obras teatrales y radiofónicas, notas de prensa y cuadros de costumbres sobre la cultura regional. Pero es una autora más bien olvidada y poco valorada, a pesar de ser mencionada como representativa del cuento del Caribe colombiano de la primera mitad del siglo XX. “Marsolaire” se presenta como un relato heredero de la tradición realista, naturalista y de denuncia social, que va desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. Puede ser relacionado con contextos de narradores celebrados por la crítica por su conciencia social y compromiso, como José Félix Fuenmayor e incluso Manuel Zapata Olivella, labor que aún falta por hacer.
El relato tiene como telón de fondo la decadencia del municipio de Puerto Colombia, a finales de los años 30, debido a la apertura del Terminal marítimo y fluvial de Barranquilla. La historia, a grandes rasgos, es la siguiente: Gabriel, un solterón de familia pudiente, regresa a Puerto Colombia, luego de haber vivido varios años en Bogotá. Vuelve a tener contacto con una familia humilde conformada por el pescador Desiderio y el ama de casa Candelaria, a quienes sirvió de padrino de la hija mayor, María Julia. Esta es ahora una adolescente en el inicio de su despuntar sexual. Desde el primer encuentro, Gabriel queda prendado de la niña, quien responde positivamente a su coqueteo. En varias escenas se muestra cómo la cela y cómo a ella esto parece agradarle. Un día, María Julia está en cama, enferma, con fiebre; en este momento se da la relación sexual, entre padrino y ahijada, claramente no consentida por ella. El cuento solo narra los preliminares e insinúa el coito con los movimientos de la cometa con la que, en ese mismo momento, está jugando el hermano menor, Manuel. Luego se da un salto en el tiempo: ya María Julia ha dado a luz una niña parecida a su padre, Gabriel, quien no ha vuelto a aparecer por allí. A través del diálogo de dos muchachas del lugar, se entiende que todos condenan y rechazan a la pequeña madre soltera y consideran que lo que hizo ha traído consecuencias nefastas para el pueblo (la muerte del hijo de un pescador). La única que se acerca a la familia es la ‘bruja’ del pueblo, quien propone que bauticen a la niña con el cura que ha venido a enterrar al muerto. La abuela Candelaria será la madrina, pero nadie acepta ser el padrino, por temor a repetir la tragedia. María Julia exige que su hija sea bautizada como Marsolaire, nombre previamente inventado por Gabriel para referirse al estado deplorable del pueblo, que ya no era un verdadero puerto sino solo mar, sol y aire.
En “Marsolaire” hay visiblemente un abuso sexual de una menor de edad. Ello no solo puede deducirse del hecho de que Gabriel sea un adulto que aprovecha su autoridad para seducir y tener relaciones con una adolescente, sino que el cuento narra de forma explícita que María Julia, justo antes del coito, le dice a él que la deje, es decir, que se detenga. No obstante, a nadie —ni a la narradora, ni a los personajes, ni a los lectores— le parece que ello sea un acto violento. Nunca se emplea el término violencia para describir la relación entre padrino y ahijada. Para llegar a comprender este fenómeno de ocultamiento debemos partir de una definición clara de la violencia masculina contra las mujeres.
Los actos violentos contra las mujeres consisten en “cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a una mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”, según la Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer (1994). Ahora, en relación con el daño o sufrimiento sexual, la Ley 1257 de 2008 explica que radica en “obligar a una persona a mantener contacto sexualizado, físico o verbal, o a participar en otras interacciones sexuales mediante el uso de fuerza, intimidación, coerción, chantaje, soborno, manipulación, amenaza o cualquier otro mecanismo que anule o limite la voluntad personal”.
A pesar de estas definiciones, aún hoy se tiene la idea de que la violencia contra las mujeres corresponde solo al acceso carnal forzado (del que se tengan claras pruebas físicas) y al maltrato físico (sin incluir el maltrato verbal). Entonces, ¿qué se puede esperar de un cuento escrito en 1941? En él, los acontecimientos narrados no son vistos como un abuso sexual. Según la visión de mundo que vehiculan los personajes (Gabriel, María Julia, padres y gente del pueblo), no se ha perpetrado un acto de violencia. Por ende, los lectores y lectoras, incluso los críticos actuales, han sido ciegos ante la agresión cometida contra la niña.
Una de las principales causas por las que no se reconoce que en el cuento hay un abuso sexual consiste en que el episodio sexual no es narrado. Llegado el momento en que María Julia y Gabriel se encuentran solos no se cuenta qué pasó pero se insinúa, como ya dijimos, por medio del vuelo de la cometa de Manuel, hermano menor de la víctima. Si bien queda muy claro que hubo coito, no se cuenta cómo lo vivió María Julia.
Para ocultar los abusos a los que las mujeres son sometidas, se suele también naturalizar la violencia cometida contra ellas. Se piensa que los hombres tienen instintos sexuales incontrolables. En “Marsolaire”, Gabriel es descrito como un hombre que “lucha” contra sus apetencias, pero que finalmente es “vencido” por ellas; en otras palabras, se justifica la conducta del abusador porque su deseo es incontenible, como el de todo hombre, aún más cuando se le ofrece fácilmente un fruto tan jugoso. El momento de mayor fantaseo llega cuando el padrino se entera de que la ahijada quiere ir a bailar cumbia: se la imagina al son de este ritmo caliente, con traje corto y piernas desnudas, sudorosa y rodeada de hombres borrachos, sus manos chorreadas de esperma. Vemos que el apetito del padrino hacia la ahijada se aviva porque sabe que otros también quieren ese “premio” que le toca a él por derecho, por ser el padrino benefactor.
Un adulto puede abusar de un(a) menor sin necesidad de acudir a la violencia física sino por medio de una coerción sutil. Así que incluso si Gabriel no golpeó ni maltrató a la muchacha —e incluso si ella le coqueteó—, el único culpable es él porque era suya la responsabilidad de ponerle límites al cortejo y no aprovecharse de su influencia y autoridad sobre la niña. Gabriel subordina a María Julia, no solo por su edad y relación de parentesco (como padrino, es el sustituto del padre), sino que además tiene un estatus socio-económico más alto, promesa de un bienestar material (le regala zapatos y vestido nuevo, paga por el médico). En el cuento se hace evidente la dominación del padrino sobre la ahijada, sobre todo en lo que a la sexualidad se refiere: la cela, ejerce presión sobre ella, controla sus acciones, prohibiéndole, por ejemplo, ver a otros hombres.
Entonces, en el cuento se naturaliza el comportamiento del abusador, haciéndolo ver convencional, dentro de lo esperado. En cambio, las acciones de María Julia están fuera de la norma y no tienen correspondencia con la forma en que debe actuar una mujercita de bien: ella es una niña mala que «se deja» seducir. Se la responsabiliza en parte de lo sucedido cuando se dice que la niña deja que la atracción fluya entre el padrino y ella, de lo que se deduce que accede voluntariamente al acto sexual. Pero las mujeres suelen ser violadas precisamente por personas hacia las que han podido sentir previamente simpatía y deseo. Los violadores son casi siempre hombres conocidos por la víctima: se trata de amigos, novios, esposos o parientes, con los que ella tenía una relación cercana. Así que María Julia bien pudo desear previamente a Gabriel, pero ello no quiere decir que haya consentido a tener relaciones con él.
En el pensar común domina la idea de que si abusaron de una mujer fue porque “ella se lo buscó”. El mismo personaje de María Julia está construido sobre estas ideas masculinistas: ella no ve al padrino como su violador porque cree firmemente que ha cometido una falta al provocarlo sexualmente. En el cuento se describe a la joven como traviesa, maliciosa, vanidosa y provocadora. Lo que sucede es que su sexualidad ha despertado, pero esto es narrado, como siempre, de manera enmascarada: se cuenta que María Julia se bañó durante el aguacero bajo un chorro, viva imagen de goce y sensualidad. Gabriel le dice que el baño fue una diablura y que probablemente eso le produjo fiebre o acaloro, metáfora del deseo emergente.
Estas concepciones tienen que ver con los estereotipos sobre la mujer, y aún más sobre la mujer caribeña: lúbrica y voluptuosa. Con respecto a las niñas, se suele creer que son aún más seductoras, coquetas; además, desean a los hombres mayores. El psicoanálisis colaboró grandemente en el afianzamiento de esta creencia, al darle una explicación pseudocientífica: el famoso complejo de Edipo, según el cual todo niño/niña desea a su padre/madre o figura paterno/materna.
Mencionamos que María Julia, justo antes de que Gabriel acceda a ella de forma sexual, le dice de forma explícita que la deje, lo cual significa exactamente eso: que no quiere estar con él. Pero uno de los prejuicios más arraigados en nuestra cultura patriarcal reza que cuando las mujeres dicen no, en realidad quieren decir que sí. Esta idea, formadora de identidades masculinas y femeninas, genera una cultura de potenciales hombres violadores y mujeres violadas.
La violencia masculina contra la mujer que aparece en “Marsolaire” ha sido silenciada o enmascarada, incluso por la propia víctima. La ideología según la que ha sido criada no le ha dado las armas para defenderse de los abusos cometidos por los hombres: ella calla y acepta porque cree que el varón manda, conquista y posee, mientras que la mujer acepta, se entrega y es dominada. Así que la violencia ejercida por el padrino es legitimada por ella y luego negada por todos.
Que Amira De la Rosa haya tratado, en 1941, el tema de la violencia contra la mujer y que siga siendo vigente hoy día demuestra lo permanente y arraigado de la ideología misógina que permite mantener la situación tal cual está: los hombres en el poder y las mujeres subordinadas. Hay que reconocer, sin duda, la osadía de esta autora al escribir sobre esta situación tan común y de gran trascendencia en nuestra sociedad y, quizás por ello, tan tabú. Ella expuso ciertas realidades de la violencia contra las mujeres y logró plasmar con complejidad un acontecimiento que los actores prefieren ocultar para no tener que encarar sus consecuencias. Bajo esta nueva perspectiva, “Marsolaire” podría ser leída como una denuncia de la hipocresía de la sociedad y su complicidad con el ocultamiento de la dominación de clase, raza y género.
Este texto constituye apartes de un ensayo más extenso publicado en la revista ‘Caravelle’ No. 102 (2014), de la Universidad de Toulouse 2, Francia.
SOBRE AMIRA DE LA ROSA
Amira McGregor de De la Rosa, escritora y educadora barranquillera, nacida el 7 de enero de 1895. Escribió poemas, obras teatrales, novelas y cuentos con maestría. En España estudió periodismo, especializándose en teatro y crítica teatral, donde obtuvo distinciones y ocupó posiciones destacadas, entre ellas: agregada Cultural de la Embajada de Colombia, cónsul de Colombia en Sevilla, y consejera cultural de la Embajada de Colombia en España. Recibió la Cruz de Boyacá por los servicios prestados al país y la primera medalla Sociedad de Mejoras Públicas, con ocasión del estreno del himno de Barranquilla. El Banco de la República en Barranquilla administra desde 1980 el emblemático teatro que lleva el nombre de la ilustre dama fallecida el 1 de septiembre de 1974.
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